LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 28 de abril de 2025
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 1-8

Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo:
«Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».

Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo:
«Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».

Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios».

Nicodemo le pregunta:
«¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?».

Jesús le contestó:
«En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu».

Martes, 29 de abril de 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 25-30

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Miércoles, 30 de abril de 2025
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Jueves, 1 de mayo de 2025
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 31-36

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos.

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.

El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.

Viernes, 2 de mayo de 2025
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.

Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.

Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe:
«¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».

Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer.

Felipe le contestó:
«Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo».

Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».

Jesús dijo:
«Decid a la gente que se siente en el suelo».

Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil.

Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.

Cuando se saciaron, dice a sus discípulos:
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda».

Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
«Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo».

Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Sábado, 3 de mayo de 2025
Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 6-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí».

En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí».

«Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».

Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».

Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre» ? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras, Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.

En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Comentario al evangelio de hoy

Lunes, 28 de abril de 2025

San Vicente Ferrer

Lecturas:

Ap 14, 6-7. Temed a Dios y dadle gloria.

Sal 95, 1-10. Contad a todos los pueblos las maravillas del Señor.

1 Cor 9, 16-19. 22-23. ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Mc 16, 15-18. Id y proclamad el Evangelio.

Celebramos hoy en la Archidiócesis de Valencia la Solemnidad de San Vicente Ferrer.

San Vicente Ferrer acogió en su vida el don del Espíritu Santo, que realizó en él la obra de la santidad. La Palabra que proclamamos nos muestra algunos de los frutos que el Espíritu obró en san Vicente.

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! San Vicente recorrió buena parte de Europa y muchos de los pueblos de nuestra diócesis predicando, anunciando el Evangelio.

Y hoy nos recuerda que la Iglesia existe para la evangelización, y nos urge a la nueva evangelización tan necesaria en estos momentos.

El principio de la sabiduría es el temor de Dios (cf. Pr 1, 7; 9, 10), que es uno de los dones del Espíritu Santo. Este fue el centro de su predicación y de su vida.

Y hoy la memoria del Santo nos invita a volver a lo fundamental: sin mí no podéis hacer nada (cf. Jn 15, 5): a poner a Dios en el centro, a construir sobre la piedra angular que es Jesucristo, el Señor, el único Señor.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño, signos que indican la salvación recibirá el que acoja el Evangelio.

La predicación de San Vicente fue muy fecunda en milagros, en obras de misericordia y en frutos de paz y concordia entre las personas y los pueblos.

Y nos invita hoy a nosotros a acoger confiadamente el Evangelio, como una palabra que tiene vida eterna, que cambia la vida. Te invita a dejar que Jesucristo sea el Señor de tu vida.

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al Evangelio

Mt 11, 25-30. “Te doy gracias, Padre”. Jesús muestra hoy su agradecimiento a su Padre Dios. La razón es que Dios se revela a los pequeños, a los sencillos, mientras que se oculta a los poderosos y a los sabios. Es una invitación para que elijamos el camino de la humildad y de la sencillez. A Dios se accede por la confianza filial, no por el uso de la inteligencia personal. Además el que nos revela el verdadero rostro de Dios es Jesús. Él es el único que lo conoce, que ha recibido todo del Padre y que su deseo es comunicárnoslo a nosotros. Jesús también nos llama a que descansemos en Él, quiere ser nuestro alivio en el cansancio. Nos ofrece su yugo que es llevadero, que podemos cargar con él. Nos enseña que Él es manso y humilde de corazón y que ese es el camino para poder descansar con Él.

17 de abril. Jueves Santo
Año Litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo 12, 1-8. 11-14

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.

Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.

Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.

Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».

Salmo

Salmo 115, 12-13. 15-16. 17-18
R/. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor. R/.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas. R/.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 11, 23-26

Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio del Jueves Santo

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».

Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

comentario

TRIDUO PASCUAL

por Jaime Sancho Andreu

El Santo Triduo Pascual de Jesucristo, muerto, sepultado y resucitado abarca desde la Misa en la Cena del Señor hasta las segundas Vísperas del día de Pascua. Durante los primeros siglos, todos estos momentos del Misterio Pascual se celebraban en una sola acción sagrada, que era la Vigilia Pascual, en la noche del sábado al domingo. Los dos días anteriores estaban consagrados al ayuno general prepascual y a la preparación inmediata de los catecúmenos que concluían en la “redditio symboli”.      

Sin embargo, el ejemplo de Jerusalén fue imitado en las demás Iglesias, dando un significado histórico a estos días y siguiendo los pasos del Señor. De todos modos, la unidad del Misterio Pascual no se puede romper y se hace presente en cada una de estas celebraciones. En estos días podemos recibir en varias ocasiones la indulgencia plenaria: velando ante el sagrario durante media hora, en el Vía Crucis, en la adoración de la cruz y en la Vigilia Pascual; es una forma de renovar la pureza bautismal cuando hacemos memoria de nuestra propia muerte al pecado y resurrección a la vida eterna que se nos concedió en la iniciación cristiana.

La Pascua, el centro del año litúrgico

Antes de entrar en la descripción del triduo pascual, conviene destacar la celebración de la Pascua del Señor como punto de referencia, pues, entre otras cosas, la fijación de su fecha cada año condiciona gran parte del año litúrgico, como preparación y prolongación de estos días singulares.

En esta ocasión se puede apreciar de modo especial la continuidad de la celebración, desde la prehistoria a nuestros días, manteniendo los elementos materiales (el cordero, los panes ácimos, el vino) y religioso-culturales (la cena familiar, la fiesta de paso de estación, el sacrificio) como significantes de un mensaje en evolución. Además, notoriamente, las raíces de esta fiesta son también las nuestras, como pueblo y territorio en el que convivían la ganadería ovina con la agricultura estacional de los cereales, el olivo y la vid.

Cuando Israel salió de Egipto, el núcleo de la fiesta conocida como Pascha en la tradición cristiana era ya central en la vida religiosa del pueblo y procedía de sus ancestrales raíces semíticas.

El término mismo es la trasliteración de la forma aramáica del hebreo pesach. Si bien el significado original de pesach permanezca oscuro, en la tradición bíblica éste se refiere al paso del ángel de la muerte frente a las casas de los hebreos marcadas con la sangre del cordero sacrificado y por esta razón es traducido ordinariamente por “Pascua” (pasar más allá) en el antiguo y en el Nuevo Testamento. El término Pascua se refiere a la fiesta como un todo y también al sacrificio del cordero exclusivamente. Además, en el periodo del Nuevo Testamento, Pascua se puede referir al conjunto de la fiesta de la primavera, esto es, a la fiesta propiamente dicha y a la fiesta de los panes ácimos.

Actualmente se está de acuerdo que la celebración pascual resulta de la fusión de lo que eran originariamente dos fiestas separadas: la Pascua, sacrificio primaveral de los pastores nómadas y la fiesta de los ácimos, celebración agrícola cananea adoptada por los hebreos sólo después de su establecimiento en el país; de este modo se cree que la Pascua era una celebración mucho más antigua que la gesta del Éxodo, que le proporciona su descripción bíblica redactada finalmente siglos después de que aquél ocurriese, con un relato que muestra incoherencias y repeticiones que siguen mostrando la fusión de las dos tradiciones culturales mencionadas.

La fiesta de los Ácimos sería, pues, una de las tres fiestas cananeas adoptadas por Israel al llegar a Canaán, junto con la fiesta de las Semanas, relacionada con la cosecha temprana de la cebada y llamada Pentecostés, y la de las Tiendas, o de las cosechas de verano, según los testimonios más antiguos y de las que trataremos más adelante. Tanto, pues, en el caso de los Ácimos como fiesta colectiva, como en la Pascua como celebración sacrificial doméstica, aparece claro el vínculo que une las celebraciones del año cósmico, estacional, con las celebraciones judía y finalmente con las cristianas.

La fiesta cristiana asume parte de este simbolismo, teniéndolo como profecía del sacrificio de Cristo, ocurrido en la víspera de la Pascua, cuando se sacrificaban los corderos para la cena pascual, según leemos en el cap. 19, v. 31 del evangelio de san Juan: “Los judíos entonces, como era el día de la Preparación (de la Pascua), para que no se quedasen los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebrasen las piernas y que los quitaran”. Era una ocasión especial, porque aquel año la Pascua caía en sábado, lo que le daba mayor solemnidad. 

La elección de la fecha de Pascua tiene como origen la secuencia de las estaciones y de las fases de la luna: así, se celebra, en el rito romano, el domingo posterior a la primera luna llena de primavera. Si ésta cae en domingo, siempre es al siguiente, con tal de no coincidir con la Pascua judía, que se celebra el mismo día de la luna, según su calendario lunar. Siempre se celebra en domingo, según tradición apostólica, sin tener en cuenta si fue o no el día exacto en que resucitó históricamente Jesús. Así, puede tener lugar entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Las Iglesias orientales, como se rigen por el calendario juliano, celebra esta fiesta días después.

Existe una fórmula matemática para determinar la fiesta de la Pascua, de modo que en el Misal Romano se indican las fechas que dependen de este día para un plazo largo de tiempo.

MISA “EN LA CENA DEL SEÑOR”.

Se conmemora la institución de la eucaristía y del sacerdocio, y se recuerda el supremo mandamiento del amor. Es el “Día del amor fraterno”.

Todas las iglesias son este día un gran cenáculo. El rito del lavatorio de los pies, que antes se hacía aparte, en la sala capitular de las catedrales y monasterios, se ha situado ahora después del Evangelio, como una dramatización de la lectura y se hace en todas las iglesias. Es un día en que se siente de modo especial la presencia del Señor: Jesús se muestra a sí mismo diciendo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). El contexto en el que Jesús pronuncia estas palabras no es otro que la noche del Jueves Santo, después de la Cena, antes de morir en la cruz. En esa impresionante ocasión, Jesús revela a sus discípulos que va hacia el Padre. Este ir al Padre constituye el culmen de la salvación. Todo el que siga a Jesús irá a donde Él va.

En este día nacional de la caridad, se recuerdan dos acciones de Jesús que permanecen como misteriós, sacramentos, de salvación. En primer lugar, la institución de la eucaristia como memorial de su misterio pascual de muerte y resurrección, y, de modo inseparable, el inicio del sacramento del orden sacerdotal con aquelles palabras suyas: “Haced esto en memoria mía”. Pero esta dignidad apostòlica que llega hasta nosotros a través de los obispos y presbíteros, deberá ejercerse conforme al modelo de Jesús, que no vino a ser servido sino a servir, como lo mostró en el gesto de lavar los pies de los discípulos.

            El día siguiente es “alitúrgico”, no se celebra la Eucaristía, y se resalta con una procesión el traslado de las formas consagradas hasta el sagrario. Se abre así un tiempo de vigilia y oración ante el Santísimo en el que respondemos a las palabras de Jesús en el monte de los Olivos: Velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26, 41).

Otro comentario al evangelio

17 de abril de 2025, Jueves Santo

Lecturas:

Ex 12, 1-8.11-14. Así celebráis la Pascua.

Sal 115, 12-18. El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo.

1 Cor 11, 23-26. Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.

Jn 13, 1-15. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.

Comenzamos el Triduo Pascual, en el que celebramos los grandes misterios de nuestra redención, desde la Misa Vespertina del Jueves Santo en la Cena del Señor, hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección.

Vamos a contemplar en este Triduo el misterio del amor de Dios, en tres momentos.

Hoy, Jueves Santo contemplamos tres grandes regalos que nos ha dejado el Señor: la Eucaristía, el Sacerdocio, y el mandamiento nuevo del amor fraterno.

El Viernes Santo contemplamos la Pasión del Señor y adoramos su Cruz; contemplamos cómo Él es el que ha dado la vida por sus amigos: por ti. Porque te ama.

El Domingo de Pascua contemplamos el triunfo del Amor. Jesucristo vive, ha vencido a la muerte y ya no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios.

No es un mero recuerdo, es un memorial: Esta noche pasaré… y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.

Y estamos llamados a vivirlo con gratitud: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?

Tres regalos en los que se concreta el amor de Dios como sello de su presencia en medio de su pueblo, la Iglesia:

La Eucaristía: memorial de la Pascua, sacramento de la presencia de Jesucristo que vive en su Cuerpo, que es la Iglesia. Alimento que necesitamos en nuestro caminar hacia el Cielo. Presencia del Señor que nos invita a la Adoración, a entrar en la cruz, al servicio humilde de lavarnos los pies y vivir en la comunión eclesial.

El Sacerdocio: signo de Jesucristo, Buen Pastor, que sigue cuidando de su pueblo, a través de sacerdotes llenos de pobrezas y debilidades, elegidos gratuitamente, para que se vea que esta obra es de Dios. Día especial de oración por los sacerdotes, por las vocaciones.

El mandamiento nuevo del amor. De la entrega de Jesús nace un amor nuevo: Como yo os he amado.

¿Cómo? En la donación, en la gratuidad, en la generosidad, en la entrega. Amor ofrecido que es signo de haber acogido el amor de Jesucristo y el mejor testimonio que podemos dar al mundo.

El Señor te invita a no quedarte en espectador, sino a entrar y sentarte a la mesa de este banquete. A dejarte amar por el Señor: ¡nadie te ama como Él!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Jn 13, 1-15. “Había llegado su hora”. Estamos en la hora de Jesús. En Caná había dicho que aún no había llegado su hora, en distintos momentos iba anunciando la proximidad de esa hora y, finalmente, ha llegado. Es la hora de la fracción del pan, del misterio eucarístico, la hora del lavatorio, del servicio, la hora de la entrega sin límite, de la muerte y de la verdadera vida. Es también nuestra hora. La hora de estar junto a Jesús o de no estar, la hora de creer, la hora de esperar. Es la hora de aprender a servir para después servir al hermano. Para aprender nos hemos de dejar servir por el Señor. Es lo que nos tiene que distinguir como discípulos suyos. Él no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por nosotros. Que ese sea también nuestro deseo en este día, vivir desde el servicio generoso y gratuito.

4 de mayo. III Domingo de Pascua
Año Litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32. 40b-41

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».

Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.

Salmo

Salmo 29, 2 y 4. 5 y 6. 11 y 12a y 13b
R/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.

Segunda lectura

Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».

Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».

Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén».

Y los ancianos se postraron y adoraron.

Evangelio del Domingo

Lectura del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».

Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Ellos contestaron:
«No».

Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».

Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».

Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».

Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».

Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»

Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».

comentario

Viernes Santo

por Jaime Sancho Andreu

Turnos de oración ante el sagrario hasta la celebración vespertina de la Pasión.

En la oración ante el santísimo sacramento, conservado en el “Monumento”, acompañamos al Señor en la soledad de su Pasión y le damos gracias porque ha querido permanecer sacramentalmente en medio de nosotros.

En la Edad Media se comenzó a llamar monumentum, palabra latina que significa “sepulcro” al lugar donde se conservaba una sola forma consagrada para la comunión del sacerdote en la celebración del Viernes Santo; por ello se hacían ritos como sellar la puerta del sagrario. Ahora deberíamos ir olvidando este sentido fúnebre para valorar la inmensa gracia de la presencia eucarística, memorial permanente de la entrega sacrificial de Cristo, e iniciando también a los niños y jóvenes en esta práctica piadosa. Adoramos al Señor en el sagrario de todos los días, especialmente si se halla en una capilla especial, adornado con grato fervor y buen gusto. Adorando el Santísimo al menos durante media hora se puede obtener la indulgencia plenaria.

Oficio de lecturas y Laudes.

En la noche del jueves y en la mañana del viernes, nada mejor podemos hacer ante el sagrario que celebrar la Liturgia del las Horas. De este modo nos unimos a la oración de toda la Iglesia, esposa y cuerpo de Cristo que eleva sus preces y alabanzas al Padre, haciendo suyo todo el sufrimiento de la humanidad para convertirlo en sacrificio redentor.

Via Crucis

De nuevo parece que nos traslademos a la ciudad santa de Jerusalén, recorriendo con Jesús la vía dolorosa. En este ejercicio puede obtenerse la indulgencia plenaria.

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.

Este acto vespertino comienza con la liturgia de la palabra en la que se leen dos lecturas y la Pasión según san Juan, a la que sigue la homilía y la oración universal; concluye esta liturgia con la adoración de la Cruz y la comunión con la Eucaristía consagrada en la Misa de la Cena del Señor. Quienes participan en la adoración de la Cruz pueden ganar la indulgencia plenaria.

En esta tarde, la desnudez del altar y la austeridad de la ceremonia nos traslada al patio del Gólgota, en el magnífico conjunto de monumentos que contemplaban los peregrinos de los siglos IV, V y VI, antes de la invasión islámica. Allí, al aire libre, delante de la colina del calvario, revestida de mármoles preciosos y sobre la que se alzaba una gran cruz de madera, se leía la pasión y se pasaba a besar la reliquia de la cruz, la Vera Crux que encontró santa Elena.

Es un acto de profunda seriedad, pero alumbrado por la gloria del madero en el que estuvo clavada la salvación del mundo. La sencilla cruz de madera, sin la imagen del crucificado, que cruza la iglesia hasta el altar para allí ser adorada: el trofeo de la Pasión ante el que deberemos hacer genuflexión siempre que pasemos ante él, hasta que comience la Vigilia Pascual.

Tarde de misterio en que tocamos lo más profundo del acto redentor:

Jesucristo es el paradigma, el relato de la historia de Dios-con-nosotros y de nosotros-con-Dios. El Hijo de Dios no ha venido para quitar el sufrimiento, sino más bien para sufrir con nosotros. No ha venido para suprimir la cruz, sino para extender sus brazos en ella. El Hijo está en medio de nuestro pecado. El Padre se compadece del Hijo y lo resucita. En la resurrección del Hijo, el Padre recobra al Verbo y todo lo que el Verbo abraza y significa. El Padre reconoce a su Hijo entre nosotros y en nosotros. Este es, desde luego, un gran misterio que nos hace estremecer.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 27 de abril de 2025

Domingo de la Divina Misericordia

Lecturas:

Hch 5, 12-16. Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.

Sal 117, 2-4. 22-27. Dad las gracias al Señor porque es bueno.

Ap 1, 9-13. 17-17. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos.

Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús: – La paz esté con vosotros.

La Palabra que el Señor hoy nos ha regalado es impresionante. En el Evangelio vemos como Jesucristo Resucitado se aparece a los discípulos reunidos y les muestra las manos y el costado —los signos de la crucifixión—. Jesús les hace ver que está vivo y que la cruz ha sido transfigurada: es fecunda y gloriosa.

Vemos a Tomás —como tantas veces estamos nosotros— lleno de duda y desconfianza, para acabar en la confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!

En la segunda lectura hemos contemplado a San Juan, desterrado en la isla de Patmos por ser fiel al Señor: a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.

Jesús aparece glorioso: yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos. La Iglesia está en su mano: Él la protege y gobierna. No quiere infundir temor, sino confianza: No temas… tengo las llaves de la muerte y del abismo.

Jesucristo resucitado vive en la Iglesia. Ella recibe del Señor la paz, don de Dios, fruto de la victoria de Jesucristo sobre el pecado y l muerte. Recibe del Señor la misión: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibe el poder y el encargo de Jesús para perdonar los pecados. Recibe del Señor el Espíritu Santo, que es el gran don.

Estamos llamados a ser cristianos en la Iglesia. Y no en la Iglesia de tus sueños, sino en la comunidad real, santa y pecadora, a la que el Señor te ha llamado. Y, ¿por qué? Porque así lo ha querido Dios, que no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.

Cristo ha querido que sus discípulos formemos el Pueblo de Dios, ha querido que vivamos en comunidad. Y ese Pueblo de Dios, esa comunidad, es la Iglesia.

La Iglesia crece con agua y con sangre: viviendo la riqueza del Bautismo y alimentándose con la Eucaristía. Crece confiando en el Señor.

La Iglesia crece acogiendo el amor de Dios y proclamando su misericordia: a quienes les perdonéis los pecados…

La Iglesia crece en la misión, abierta al Espíritu y dejándose llevar por Él.

Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II. Esta fiesta nos invita a vivir la primera y más importante verdad de la Fe: Dios te ama, y no dejará de amarte nunca.

Te ha creado por amor y para amar y te ha creado para vivir con Él para siempre. Vivir de la Fe es vivir la vida como una historia de amor con el Señor. ¡Disfrútala!

¡Feliz Domingo de la Divina Misericordia! ¡Feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al evangelio

Jn 20, 19-31. “Los discípulos se llenaron de alegría”. El encuentro con el Señor resucitado es fuente incesante de alegría. Los discípulos estaban tristes, encerrados… habían empezado a llegar noticias que abrían su esperanza. Y entonces llega el Señor y les comunica la paz. Ese es su primer mensaje. Además les confirma la misión y les entrega el don del Espíritu Santo que es quien perdona los pecados. Son muchas emociones y muchas tareas las que el Señor trae con Él. Pero en aquel momento falta uno de los apóstoles, Tomás. Esta ausencia se podría haber resuelto de modo partícula, con una aparición personal. Pero el Señor espera a que vuelva a ser domingo, el primer día de la semana. Y se vuelve a hacer presente. Esto nos habla de la importancia de la asamblea dominical y de la comunidad de los creyentes. Confirma en la fe a Tomás y elogia a todos los que creeremos en Él sin haberlo visto de ese modo.

20 de abril. Domingo de Resurrección
Año litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Salmo

Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23
R/. Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.

«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R/.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

Hermanos:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

 

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

comentario

20 de abril: DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

por Jaime Sancho Andreu

Misa solemne.

Los cincuenta días que van desde este domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un “gran domingo”, tal como lo proclama el himno israelita propio de estas fechas que los cristianos aplicamos al Misterio Pascual: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).

El “Encuentro”

En casi todos los pueblos tiene lugar la ceremonia del “Encuentro” de Jesús con su santísima Madre. Es un acto juvenil y alegre, en el que la liberación de la muerte se expresa soltando pajaritos y palomas; “Nuestra vida ha escapado como un pájaro de la jaula del cazador…”

La piadosa tradición de que Jesús se apareció antes que a nadie a su Madre aparece por primera vez en el apócrifo “Evangelio de Nicodemo” y a él alude también san Ambrosio en su “Tratado sobre las vírgenes”, pero son los autores de los siglos XIV y XV quienes desarrollarán literariamente este tema que hace a María sufrir una pasión paralela a la de su Hijo como corredentora con él.

En Valencia es fundamental la aportación de san Vicente Ferrer en sus homilías del domingo de Pascua y sor Isabel de Villena en su “Vita Christi” (capítulos 234 y 237) donde describe la escena tal como la recogen los pintores valencianos; según esta escritora, la Virgen intuyó que su Hijo había resucitado cuando vio desaparecer las gotas de sangre de la corona de espinas que estaba contemplando.

En su sermón predicado en la Seo de Valencia el 23 de abril de 1413 san Vicente decía: “Esta gloriosa resurrección de Jesucristo fue hoy demostrada graciosamente, en especial a la Virgen María, pues a esta conclusión llegan los Doctores aunque los evangelistas no lo pongan, porque no se ocupaban más que de los testigos, y porque el testimonio de la Madre en esta causa parecería favorable al Hijo, no lo escribieron para quitar esta sospecha. Lo apoyan dos razones, la primera, que el Señor Jesús llevó a plenitud lo que había enseñado, porque mandó honrar al padre y a la madre, y así quiso guardar el precepto. Y así primero quiso dar este honor a la Madre antes que a los demás, y se acordó de los dolores de la madre: “No olvidarás el gemido de tu madre” (Si 7, 29.

Luego el santo aduce la segunda razón basada en que todos los apóstoles perdieron la fe cristiana menos María, en la que permaneció toda la fe; y la tercera, que Jesús amaba a su Madre más que a nadie. El predicador nos acerca magistralmente a los sentimientos de María en aquella alba misteriosa después de que había pasado la noche pensando: “Mañana veré a mi hijo, pero ¿a qué hora?”

La Eucaristía en el día de Pascua.

Hoy, la proclamación del santo Evangelio es más Evangelio que nunca: la buena, la mejor noticia, y fueron las santas mujeres, las tres Marías, las que la recibieron, como ahora nosotros: “No tengáis miedo ¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron”. Y es María Magdalena, a la que se le llama “apóstola”, la que lleva la primera el mensaje a los discípulos.

Pedro y el discípulo amado fueron los testigos autorizados que levantan acta de que el Señor no estaba ya allí. Vieron el sepulcro vacío, pero no se quedaron en ello; iluminados por el don de la fe, comprendieron que no tenían que venerar un sepulcro, sino amar y seguir a un Viviente.     

La lectura de san Pablo nos sitúa en el centro del Misterio Pascual y nos revela lo que significa este misterio para cada uno de nosotros: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 1 y 4).

Así pues, en nuestra iniciación cristiana, cada cristiano ha sido incorporado, injertado en Cristo, de modo que su muerte y resurrección no son sólo un hecho del paso o una obra maravillosa de Dios, sino también un misterio de salvación que celebramos todos a partir del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y que renovamos constantemente, ya sea cuando lavamos nuestra conciencia en la Confesión como cuando participamos en la Comunión. En todos estos momentos la efusión del Espíritu Santo nos aplica las gracias y la vivencia del Misterio Pascual.

Todo ello tiene una consecuencia moral para nuestras vidas, insinuada en la lectura mencionada y más expresa en la otra lectura opcional para este día: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad (1 Co 5, 7-8).

Buscar los bienes del cielo, purificar nuestra conducta, es decir, organizar nuestra personalidad y nuestra vida según el modelo de Jesucristo. Es lo que intentamos con la penitencia cuaresmal y que ahora se nos ofrece como una gracia de la Pascua del Señor si estamos preparados para recibirla.

Segundas Vísperas. Conclusión del Triduo Pascual.

Es un acto que podríamos ir recuperando. Son la celebración del encuentro vespertino de Jesús con los caminantes de Emaús y con los discípulos en el cenáculo. Se abre el tiempo de alegría de la Cincuentena, la semana de semanas que es el santo Pentecostés.

Otro comentario

Domingo, 20 de abril de 2025

Domingo de Pascua de Resurrección

Lecturas:

Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.

Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.

El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?

Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.

Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.

Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.

O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…

Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.

También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.

También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.

Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.

Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.

¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.

Si crees, ¡verás la gloria de Dios!

¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario

Jn 20, 1-9. “Él había de resucitar”. La losa quitada del sepulcro puede no significar más que la profanación de una tumba, pero para nosotros es un signo elocuente de algo extraordinario, de un acontecimiento que cambia la historia de la humanidad. María Magdalena, que tan unida había estado a Jesús, por el bien que había recibido de Él, es la primera que va al lugar de la sepultura. La tristeza y el dolor no le permiten estar alejada del lugar donde yace el cuerpo de Jesús. Pero la sorpresa es inmensa, el sepulcro está abierto. Probablemente no sabe cómo reaccionar y no se atreve a entrar. Corre veloz para comunicarlo a los discípulos. Pedro y Juan parece que esperan la noticia. También ellos salen corriendo para deshacer el camino de María. La tumba abierta, lienzos y sudario. No está el cuerpo de Jesús. Esto solo puede significar resurrección. Lo que Él había anunciado, Dios lo ha realizado. ¡Aleluya! Verdaderamente ha resucitado el Señor.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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