LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 17 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 35-43

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».

Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».

Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«Hijo de David, ten compasión de mí!».

Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.

Cuando estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por ti?».

Él dijo:
«Señor, que recobre la vista».

Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».

Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Martes, 18 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura.

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.

En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».

Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.

Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».

Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».

Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Miércoles, 19 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 11-28

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.

En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.

Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.

Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negociad mientras vuelvo”.

Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.

Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quienes había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.

El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.

Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.

El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.

A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.

El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.

Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”. Entonces dijo a los presentes:
“Quitadle a este la mina y dádsela al que tiene diez minas”.

Le dijeron:
“Señor, ya tiene diez minas”.

“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».

Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.

Jueves, 20 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:

En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.

Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».

Viernes, 21 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 45-48

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:

En aquel tiempo, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles:
«Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”».

Todos los días enseñaba en el templo.

Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo buscaban acabar con él, pero no sabían qué hacer, porque todo el pueblo estaba pendiente de él, escuchándolo.

Sábado, 22 de noviembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y preguntaron a Jesús:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano». Pues bien, había siete hermanos; el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».

Jesús les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre ¡os muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.

Y que los muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos».

Intervinieron unos escribas:
«Bien dicho, Maestro».

Y ya no se atrevían a hacerle más preguntas.

Comentario al evangelio de hoy

Viernes, 21 de noviembre de 2025

Presentación de la Virgen María

Lecturas:

1 Mac 4,36-37.52-59. Celebraron la consagración del altar, ofreciendo con júbilo holocaustos.

Sal: 1Cro 29,10-12. Alabamos, Señor, tu nombre glorioso.

Lc 19, 45-48. Habéis convertido mi casa en cueva de bandidos.

En el Evangelio contemplamos la escena en la que Jesús echa a los vendedores del templo, diciéndoles: Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos.”

Es una llamada seria a la conversión la que nos dirige el Señor con esta Palabra. Porque también nosotros podemos caer en esta tentación.

¿Cómo? ¿Cuándo?

Cuando no buscas hacer la voluntad de Dios, sino la tuya.

– Cuando quieres robarle a Dios la gloria.

– Cuando no quieres escuchar la voz del Señor.

– Cuando quieres utilizar a Dios en beneficio tuyo.

– Cuando manipulas la Palabra de Dios, para hacerle decir lo que te interesa que diga.

– Cuando aplazas indefinidamente tu conversión.

– Cuando no quieres que Jesucristo entre en algunas zonas de tu vida.

– Cuando quieres vivir en la apariencia.

– Cuando no dejas actuar al Espíritu Santo.

– Cuando quieres una comunidad cristiana según tu proyecto.

– Cuando rechazas a los hermanos que el Señor te ha dado.

Para combatir esta tentación, el versículo del Aleluya nos ha dado la clave: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen (cf. Jn 10, 27).

Las tres cosas son necesarias:

Escuchar la voz del Señor y acoger confiadamente su Palabra en el corazón. Sin juzgarla, sin manipularla. Es una palabra de amor, de vida, de salvación. Di, como María: ¡hágase en mí según tu Palabra!

Dejarte conocer por el Señor: ¡ábrele el corazón! No tengas miedo, habla con tu Padre. ¡Nadie te ama como Él! Disfruta del Padre. Cuida tu relación con Él.

Seguir a Jesús. Déjate llevar por su Espíritu Santo. Deja que Jesucristo sea el Señor de tu vida, de toda tu vida.

¡Si crees, verás la gloria de Dios!

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al Evangelio

Lc 19, 41-44. “No reconociste el tiempo de tu visita”. Jesús está concluyendo el camino que lo lleva a su meta: la ciudad de Jerusalén. Pero cuando tiene la ciudad ante sus ojos no estalla de alegría, sino que corren lágrimas de sus ojos. Jesús, como buen judío, amaba a Jerusalén. Era la capital de su nación, le traía recuerdos de la historia de salvación que Dios había hecho con ella. Pero al verla pronuncia un lamento sobre la ciudad. No ha sabido reconocer y elegir lo que le lleva a la paz. Jesús anuncia que llegará un día en que los enemigos rodearán la ciudad y acabarán con ella. En el fondo no ha sido una ciudad fiel, no ha descubierto la visita del mismo hijo de Dios y el mal acabará con la ciudad y sus habitantes. Jesús también nos mira con cariño, como si fuéramos la ciudad santa y espera que respondamos con fidelidad a su palabra.

16 noviembre. XXXIII Domingo del tiempo ordinario
Año Litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del Profeta Malaquías 3, 19-20a

He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.

Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra.

Salmo

Salmo 97, 5-6 7-8. 9
R/. El Señor llega para regir la tierra con justicia.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor. R/.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos,
aclamen los montes. R/.

Al Señor, que llega
para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 3, 7-12

Hermanos:

Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.

No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.

Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.

Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo.

A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Evangelio del Jueves Santo

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».

Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.

Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.

Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».

Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.

Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.

Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

comentario

LA SALVACIÓN (IV): LA PERSEVERANCIA EN LAS PRUEBAS

por Jaime Sancho Andreu

(33º Domingo ordinario – C-, 16-Noviembre-2025)

El último discurso de Jesús antes de la Pasión.

Después de pasar por Jericó, Jesús llegó finalmente a Jerusalén, finalizando el largo viaje que comenzó en Galilea. El orden de lecturas dominicales omite la entrada triunfal en la Ciudad Santa, de modo que nos sitúa directamente ante los discursos últimos del Señor. A pesar de la brillantez de aquella entrada, el presagio de la Pasión ya cercana oscureció los últimos días del Maestro, que aprovechó para instruir a sus discípulos acerca de la próxima destrucción de Jerusalén, así como de las persecuciones que acompañarían al nacimiento de la Iglesia, teniendo como perspectiva final el fin de los tiempos, el día del Señor grande y terrible que anunciaron los últimos profetas anteriores a Cristo, como Malaquías (Primera lectura).

Jesús contempla tres planos en la perspectiva del futuro. En primer lugar vaticina la destrucción del Templo y de la Ciudad Santa. Con el Templo desaparecerá todo el mundo de la Antigua Alianza, una vez que el pueblo elegido rechaza al Mesías de Dios y pierde la ocasión de convertirse en el acogedor de todos los pueblos. Sólo quedará el pequeño resto de los discípulos, con los doce apóstoles que presidirán a las doce tribus del nuevo Israel. Por eso, los seguidores de Jesús no deberán creer a otro mesías cuando se produzca el levantamiento contra los romanos: Cuidado con que nadie os engañe (Lucas 21,8). 

En segundo lugar, el Señor profetiza las persecuciones que la primitiva Iglesia habrá de padecer, en primer lugar por parte de los judíos y luego por el imperio romano. Se producirá la disolución de los vínculos sociales y familiares y habrá traiciones y calumnias. Todo ello tendrá asimismo la apariencia de un fin del mundo, pero los cristianos – a lo largo de los tiempos, cuando esto se reproduzca – deberán dejarse llevar por el Espíritu de Cristo, y convertir la persecución en martirio, testimonio evangelizador.

El tiempo final

Por último, está el tercer plano, que es el del término de este mundo creado, pero – advierte Jesús – el final no vendrá en seguida (Lc 21,9). No podemos vivir con la ansiedad del fin del mundo, de modo que descuidemos los deberes de la vida de cada día e incluso nuestro propio final personal. De todos modos, la consideración del fin del mundo, de que la creación no es eterna, no deja de tener el valor actual de concienciarnos acerca de un fin del mundo causado por el mal uso de la tierra por parte delos hombres, con el desequilibrio de la naturaleza que muchas veces es fruto de la codicia y del egoísmo.

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas (Lc 21,19). Aquí tenemos la consigna final de Jesús con la que se cierra el ciclo de lecturas del Tiempo Ordinario C, antes de la solemnidad de Cristo rey del Universo. A lo largo de la historia ha parecido muchas veces que todo se iba a terminar. Todas las veces que los cristianos nos hemos encandilado con la belleza de nuestros templos y la situación preponderante de la Iglesia, se nos ha venido todo abajo. Lo mismo ocurre con la historia personal; a los momentos de fe y cercanía de Dios suceden etapas de crisis y destrucción, y muchos abandonan la vida religiosa tras la primera prueba de la adolescencia, la juventud o la madurez. Sin embargo Jesús nos propone un camino de serenidad y constancia apoyados en Él.

Cuando comenzamos esta última serie de domingos leíamos que el justo vivirá – se salvará – por su fe (Habacuc 1,4; 27º Domingo), y el Señor, decía más adelante: Tu fe te ha salvado (Lucas 17,19; 29º Domingo); hoy aprendemos que la fe se llama también constancia, perseverancia a través de las pruebas ordinarias de la vida y asimismo en las condiciones más extraordinarias y trágicas.

La actitud correcta ante el fin de los tiempos.

Muchas personas se preocupan de forma supersticiosa por el fin del mundo, atentos a las presuntas profecías que no han dejado de anunciar catástrofes cósmicas, como ocurre también actualmente y pasará con más frecuencia a medida que entramos en una fase de inseguridad, de amenazas de guerras y de grandes actos de violencia y terrorismo. Lo mismo pasaba en la Iglesia primitiva. Por ello San Pablo (Segunda lectura) criticaba a los que vivían sin trabajar, a costa de los demás, con la excusa de esperar la venida del Señor, que iba a ocurrir muy pronto. El ejemplo del Apóstol, viviendo de su trabajo manual, debe enseñarnos a mantenernos vigilantes pero con serenidad y laboriosidad, para ganar el pan de cada día y trabajar por la salvación personal y de los demás con paciencia y esperanza.

LA PALABRA DE DIOS HOY

Primera lectura y Evangelio. Malaquías 3,19-20a y Lucas 21, 5-19: En sus últimos discursos antes de sufrir la Pasión, el Señor instruyó a sus discípulos acerca de la próxima destrucción de Jerusalén, así como de las persecuciones que acompañarían al nacimiento de la Iglesia, teniendo como perspectiva final el fin de los tiempos, el día del Señor grande y terrible que anunciaron los últimos profetas anteriores a Cristo.

Segunda lectura. 2 Tesalonicenses 3,7-12: San Pablo critica a los que viven sin trabajar, a costa de los demás, con la excusa de esperar la venida del Señor; el ejemplo del apóstol, viviendo de su trabajo manual, debe enseñarnos a mantenernos vigilantes pero con serenidad y laboriosidad.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 10 de agosto de 2025.

XIX del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Sb 18, 6-9. Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.

Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Hb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Lc 12, 38-48. Lo mismo vosotros, estad preparados.

La Palabra nos invita a vivir la fe, a tener una mirada de fe sobre nuestra vida y sobre la historia. La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se acoge y se disfruta.

En la fe, don de Dios, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría (cf. Lumen Fidei 7).

La segunda lectura nos habla de ello y nos muestra a Abrahán, padre de todos los creyentes: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve… Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.

Lo que se pide a Abrahán es que se fíe de esta Palabra. La fe entiende que la palabra, cuando es pronunciada por el Dios fiel, se convierte en lo más seguro e inquebrantable que pueda haber. La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella con sólido fundamento (cf. Lumen Fidei 9-10).

Tener fe es entrar en una historia de amor entre Dios y nosotros. Es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente y empezar a responder a este Amor, que te precede y en el que te puedes apoyar para construir la vida: No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.

Es dejar que Dios pase cada día por tu vida y te encuentres con Él, que te ama, te desea, te busca.

Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado. El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre», (cf. Lumen Fidei 1 y 19).

Por eso, el Evangelio nos llama a estar despiertos, en vela, atentos porque el Señor viene a tu vida: Estoy a la puerta y llamo, si me abres entraré y cenaré contigo (cf. Ap 3, 20).

A estar despiertos porque hoy el Señor pasa por tu vida: no estás solo; hoy el Señor te habla al corazón: pone luz en tu vida; hoy el Señor te regala el don del Espíritu Santo: lo hace todo nuevo; hoy el Señor te regala hermanos para caminar juntos hacia la meta del cielo.

Y hay que estar en vela porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar (cf. 1 Pe 5,8). Hay que estar atentos, porque el diablo quiere robarte, la fe, la comunidad, la vocación, la alegría, la esperanza… En definitiva quiere llevarte a la soledad, a la tristeza y a la desesperanza.

También esta Palabra nos invita a despegarnos de las cosas materiales, porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón… y a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, y de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma.

El Domingo pasado el Papa León nos recordaba que la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos…; más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad.

¿Tú cómo estás? ¿Estás preparado para el encuentro con el Señor, que hoy está llamando a la puerta de tu vida?

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Lc 21, 5-19. “Yo os daré palabras y sabiduría”. Nos acercamos al final del año litúrgico. La palabra nos invita a mirar hacia el final de la historia personal y universal. La Iglesia nos llama a mirar también a los pobres en la Jornada Mundial de los pobres. El final se caracterizará por signos de inestabilidad política, por violencia entre las naciones, acompañada de hambre y peste. También por fenómenos cósmicos en el cielo. Después también vendrá un tiempo de persecución incluso de los más cercanos, pero el Señor nos anima a pensar que será ocasión para dar testimonio con su palabra y su sabiduría. Pero la palabra final es de confianza, el Señor protegerá hasta el último de nuestros cabellos. Esa confianza nos ha de llevar a la perseverancia en la fe y a la constancia en el ejercicio de la caridad.

23 de noviembre. Jesucristo, Rey del Universo
XXXIV Domingo de tiempo ordinario
Año Litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 5, 1-3:

En aquellos días, todas las tribus de Israel se presentaron ante David en Hebron y le dijeron:
«Hueso tuyo y carne tuya somos. Desde hace tiempo, cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que dirigía las salidas y entradas de Israel. Por su parte, el Señor te ha dicho: “Tú pastorearás a mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”».

Los ancianos de Israel vinieron a ver al rey en Hebrón. El rey hizo una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos le ungieron como rey de Israel.

Salmo

Salmo 121,1-2.4-5
R/. Vamos alegres a la casa del Señor

Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1, 12-20

Hermanos:

Demos gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.

Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles.

Tronos y Dominaciones, Principados y Potestades; todo fue creado por él y para él.

Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él.

Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia.

Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo.

Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Evangelio del Domingo

Lectura del santo evangelio según san Lucas 23, 35-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

comentario

JESÚS CRUCIFICADO, SALVADOR Y REY.

por Jaime Sancho Andreu 

(Jesucristo, Rey del Universo -C-, 23 – Noviembre – 2025)

La solemnidad que cierra el año litúrgico.

El papa Pío XI instituyó esta festividad mediante la encíclica Quas primas el 11 de diciembre de 1925 con la intención de hacer valer la presencia de la Iglesia en un mundo que experimentaba una gran secularización. Poco tiempo después, tiranos de diferentes tendencias pretendieron ocupar el lugar de Dios y dominar las vidas y las almas de los pueblos. Muchos mártires de tiempos recientes murieron con la invocación de ¡Viva Cristo Rey! en sus labios.

Después del Vaticano II, esta solemnidad ha sido colocada en el último domingo del Tiempo Ordinario, como final del año litúrgico, para expresar el sentido de consumación del plan de Dios que conlleva este título de Cristo, por encima de equivocadas interpretaciones político-religiosas, pero sin ocultar la denuncia de las sociedades que pretenden organizar toda la vida de sus miembros, al margen de Dios y de los grandes principios de convivencia humana que vienen de su revelación.

La fe en Cristo como Salvador, centro y fin de la historia, nos ilumina para discernir las ideas equivocadas sobre Dios y la religión que se utilizan como razón de la intolerancia, el fundamentalismo y la violencia, porque no es tanto la creencia en una “idea”, sino la entrega confiada a una “persona” y su forma de actuar, “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) y “sacrificio por nuestros pecados y para la unidad de la familia humana” (Cf. 1 Jn 2, 2 y Jn 11, 52), que inició su reinado desde el trono de la cruz,

La historia de la salvación.

El nombre de Cristo significaba originariamente “ungido con aceite”, y se decía de quien había recibido la  unción con que se consagraba a los reyes, como David, “el ungido del Señor”. Jesucristo fue objeto de la esperanza de su pueblo, que le llamaba “el Hijo de David”, el rey más alabado y recordado como salvador de Israel. Por eso, cuando hoy cantamos el salmo responsorial 121, acompañaremos a Jesús en el final de su vida pública, entramos en la ciudad de los reyes, Jerusalén, y en la Casa del Señor, el templo que aquellos construyeron para Dios: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor”.

Jesús reina desde la cruz.

Jesús fue ungido por el Espíritu Santo en el momento de su bautismo en el Jordán, pero fue en la consumación de su vida pública en la Cruz cuando fue proclamado como Rey, tanto por el título o rótulo de su condena: “Este es el rey de los judíos” (Lucas 23,38), como por la invocación del crucificado arrepentido: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (23,42). De este modo, Jesús comienza su reinado salvando de la muerte eterna: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43),  tal como había ido mostrando las primicias de su soberanía a lo largo de su caminar por Israel, congregando a las ovejas descarriadas de su pueblo y salvando del poder del pecado y de sus consecuencias, como las enfermedades o la falta de justicia, de amor y de paz.

En un mundo preocupado

Desgraciadamente, no gozamos de la sensación optimista que nos prometía el siglo XXI. Nos sentimos alarmados por problemas de alcance mundial como el cambio climático, la crisis económica y guerras como la de Ucrania, lejana en el espacio pero cercana en sus consecuencias. Y podemos preguntarnos ¿Dónde está Jesucristo, nuestro Rey? Y tenemos la respuesta: él tiene la victoria definitiva más allá de este mundo y esta historia, que ahora comparte con nosotros, completando en el tiempo su pasión redentora; porque inspira y anima a las conciencias a buscar el bien aunque respeta la libertad de los hombres y tiene presente la responsabilidad con que cargan con sus acciones perniciosas, como hizo ante Pilato y las autoridades de Jerusalén cuando él mismo fue condenado. 

Jesús nos salva introduciéndonos en su reino.

El reino de Jesús no es como el de los hombres que reciben un poder pasajero; “su reino no es de este mundo” (cf. Juan 18,35), pero tampoco se limita al Paraíso o reino celestial donde entró como primogénito de entre los muertos; “Porque en él quiso Dios reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Colosenses 1,20; Segunda lectura). Los redimidos por la sangre de Cristo en el Bautismo hemos sido trasladados ya al reino del Hijo amado de Dios (cf. Col 1,13). Los cristianos vivimos asimismo en un mundo que ha sido salvado por Cristo, pero donde el pecado puede recuperar momentáneamente parcelas de poder, lo mismo que en nuestras propias personas, de modo que el Reino sufre violencia, y su vigencia no está exenta de contradicciones hasta que, en la consumación del mundo, Cristo entregue el Reino al Padre y “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15,28).

Lejos de la ilusión de la teocracia o del nacionalcatolicismo, debemos hacer lo posible para que todos los hombres conozcan y disfruten ya de los postulados del reino de Cristo, que son gracia suya pues los conquistó para nosotros con su sangre redentora: el amor, la justicia y la paz.

Reino que ya ha comenzado.

Todos los cristianos están llamados, de diferentes modos, a no reservarse el tesoro que han recibido y dar testimonio ante el mundo de un amor nuevo, “derramado en los corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5), capaz de transformar en profundidad las personas, las comunidades y los pueblos, desvelando así el verdadero rostro de Cristo, que es también el verdadero rostro de cada ser humano. Esta transformación exige rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana. Pero la condición es que se rehaga la trabazón cristiana de las mismas comunidades eclesiales.

Hacen falta comunidades eclesiales maduras, donde la síntesis entre el evangelio y la vida sea el testimonio eficaz de la Vida y la Palabra de Cristo, – de su Reino – testimonio que provoque la adhesión y el seguimiento radical en las generaciones más jóvenes.

En la conclusión del año litúrgico.

Terminamos, pues,  el año litúrgico aclamando a Jesucristo con sus títulos más excelsos, con los que comenzaremos también el Adviento la próxima semana: Jesús, el Salvador, el Rey del universo, “el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso” (Ap 1,8) y, por ello, el que puede mostrar la mayor misericordia. La Eucaristía es la reunión de los ciudadanos de la Jerusalén celestial, de los que peregrinamos hacia ella y de los que ya están con el Señor. Teniendo presentes las prendas del Reino, que son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, hacemos nuestra la invocación del buen ladrón y gritamos con fe y esperanza al Pastor y Guía misericordioso de nuestras vidas: “¡Jesús, acuérdate de nosotros en tu reino, venga a nosotros tu reino!”

En el apartado de ‘otros comentarios’, al final de esta misma página, se puede leer un breve articulo sobre el “buen ladrón”.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTA SOLEMNIDAD

Primera lectura y Evangelio. Samuel 5,1-3 y Lucas 23,35-43: El nombre de «Cristo» significaba originariamente se ungido con aceite, y así se consagraba a los reyes, como en el caso de David. Jesús fue ungido por el Espíritu en el bautismo, y fue proclamado Rey en la consumación de su vida pública en la cruz, tanto por el título de su condena como por la invocación del crucificado junto a él: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.»

Segunda lectura. Colosenses 1,12-20: Los redimidos por Cristo han de ser trasladado a su reino eterno, del que es primer ciudadano y soberano a partir de la Resurrección. El himno de san Pablo acumula título sobre título para exaltar la indecible grandeza de nuestro Señor.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 31 de agosto de 2025

Domingo XXII del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Eclo 3, 17-20. 28-29. Humíllate, y así alcanzarás el favor del Señor.

Sal 67. Tu bondad, oh Dios, preparó una casa para los pobres.

Heb 12, 18-29. 22-24a. Vosotros os habéis acercado al Monte Sión, ciudad del Dios vivo.

Lc 14, 1. 7-14. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos llama como siempre a la conversión. Nos previene contra la peor de todas las idolatrías, la de creer que tú eres dios.

El Evangelio nos invita a vivir en la humildad, como Jesús. Nos lo ha recordado el Aleluya: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

Eso es lo que ha hecho Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8, 9), se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (cf. Flp 2, 6-7).

Pídele al Espíritu Santo que te recuerde cada día que tú no eres el Creador, sino la criatura; que tú no puedes darte la vida a ti mismo. Que tú no eres el Maestro, sino el discípulo; que tú no eres el Señor, sino el siervo.

El ir buscando los primeros puestos no es un problema de moralismo, sino que en el fondo es un signo de un mal más profundo: experimentar un gran vacío y una profunda soledad en el corazón. Es ir buscando “sucedáneos” para tratar de llenar un corazón vacío e insatisfecho.

El problema está en que sólo hay uno capaz de llenar del todo el corazón: ¡Sólo Dios basta! Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descansa en ti (S. Agustín).

Si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida.

En cambio, si buscas los puestos de honor, encontrarás tal vez el “glamour” de este mundo, el éxito, el dinero… pero ahí difícilmente encontrarás al Señor. Ahí encontrarás vanidad de vanidades, todo era vanidad y caza de viento (cf. Qo 2, 11).

Pero, ¿qué es la humildad?

La humildad es la puerta de la fe. Es el “humus”, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.

La humildad es dejarte hacer por el Señor, que te va modelando cada día con su Palabra, con tu historia, con tu cruz…

La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.

La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y, por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.

La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el don de su Espíritu.

La humildad te lleva a salir de la autosuficiencia narcisista y autorreferencial, de la arrogancia, del selfie existencial, para reconocer que todo es don; la humildad que te lleva a aceptar tus pobrezas, tu debilidad y a entregárselas al Señor para que las sane; te lleva a entrar en tu historia, la historia de tu familia, de tu sacerdocio, de tu consagración religiosa… y encontrarte ahí con Jesucristo Resucitado que lo hace todo nuevo por el poder de su Espíritu.

La humildad te lleva a fiarte de que los criterios y los planes del Señor son mejores que los tuyos… Te lleva a confiarte al amor de Dios, Amor que se vuelve medida y criterio de tu propia vida. Te lleva a ser agradecido.

La fe se vive en la gratuidad y se expresa en la alabanza. La gratitud es la memoria del corazón.

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al evangelio

Mt 5, 1-12a. “Alegraos y regocijaos”. Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Jesús nos explicó de manera sencilla lo que significa ser santos cuando nos regaló el sermón de las bienaventuranzas. Ser bienaventurado es ser santo, es vivir en fidelidad a Dios y a su palabra. Este es, sin duda, el camino de la felicidad. Cada uno hemos de aplicar este mensaje a las circunstancias concretas de nuestra vida. Jesús nos enseña que se puede ser feliz viviendo con valores que son diferentes a los que nos propone nuestro mundo. Necesitamos la fuerza del Espíritu Santo para poder vivirlas. Hemos de aprender a integrar la pobreza, la tristeza, el deseo de justicia, la misericordia, la paz, la mansedumbre, la limpieza de corazón, la persecución. La propuesta del Señor nos lleva a una alegría profunda y nos asegura la recompensa del cielo.

2 de noviembre. Conmemoración de fieles difuntos
Año litúrgico 2025 (Ciclo C)

Primera lectura

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.

Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.

Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el «Dios con ellos» será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.

Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente. El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo».

Salmo

Salmo 24, 6. 7b. 17-18. 20-21
R/. A ti, Señor, levanto mi alma

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.

Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R/.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3, 20-21

Hermanos:

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo.

Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 17-27

Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».

Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».

Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

comentario

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

por Jaime Sancho Andreu

(2 de noviembre de 2025)

Este año en domingo

Es una buena ocasión para que toda la comunidad celebre un día que, ordinariamente, queda como a la sombra del de Todos los Santos.

Es importante vivir la catolicidad de la Iglesia en su más amplio sentido. Los márgenes del Pueblo de Dios no son fronteras claramente delimitadas por el Bautismo. El acontecimiento pascual de Cristo acontece en la historia de la humanidad como una piedra en medio de una laguna: las ondas se van haciendo cada vez más amplias y buscan llegar a las orillas.

De este modo, la plegaria eucarística IV, en la petición por los difuntos se expresa de este modo: Acuérdate también de los que murieron en la paz de Cristo y de todos los difuntos, cuya fe sólo tú conociste.

Historia de esta festividad.

A finales del siglo X se fundó el monasterio de san Pedro de Cluny, en la Borgoña francesa, con el propósito de que estuviera ligado de forma especial a la Sede de Roma y libre de las dependencias feudales de la época. De este modo pudo tener los mejores abades y ampliar su benéfica influencia a toda la cristiandad; incluso varios de sus monjes llegaron a ser Papas y grandes reformadores de la Iglesia en el comienzo del segundo milenio cristiano, como san Gregorio VII. En aquellos años fundacionales, el gran abad san Odilón de Cluny, en el año 998, mandó a todos los monasterios unidos a su jurisdicción que, en el día siguiente al de la festividad de Todos los Santos, se hiciera memoria de todos los difuntos. En el siglo XIV se incluyó esta celebración en el calendario de la Iglesia romana. En aquel siglo se concedió también a los sacerdotes de España ampliar a tres misas el permiso que se tenía de celebrar dos veces este día. El Papa Benedicto XV conoció esta costumbre durante su permanencia en la nunciatura de Madrid, y extendió este privilegio a todos los sacerdotes de rito romano.

El “sufragio” de los difuntos

No debe confundirse esta memoria con la fiesta de Todos los Santos, pues en ésta pedimos la intercesión de los glorificados, mientras que el día 2 se pide por los difuntos que están en el periodo de purgación o purificación del resto de pena que sus faltas dejaron en ellos; son los “sufragios” o “ayudas” espirituales que les prestamos, y recordemos que la visita al cementerio del día 1 al 8 de noviembre con la oración por los difuntos, o a cualquier Iglesia en este día 2, rezando allí el Padre nuestro y el Credo, lleva consigo la Indulgencia plenaria aplicable por los difuntos, todo ello teniendo en cuenta las condiciones ordinarias de confesión, comunión y petición por las intenciones del Papa.

El sentido de esta conmemoración.

Nos preguntamos qué sentido tiene rezar por los que ya hace mucho tiempo que murieron, o por los que no conocemos, pero hemos de pensar que para Dios todo está siempre presente, de modo que en realidad pedimos por la salvación de las personas en el momento de la muerte, y por el alivio de su estado de purificación, aunque éste ya haya concluido.

Los medios de comunicación nos dan a conocer gran número de muertes, de cristianos o de otras religiones. Deberíamos acostumbrarnos a rezar por todos ellos, para no acostumbrarnos o insensibilizarnos ante tanta desgracia y tantos crímenes y a encomendarlos a la misericordia de Dios con nuestras oraciones.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTA FESTIVIDAD

Las lecturas se toman de las misas de difuntos en los leccionarios V y VIII.

Se propone, como ejemplo, esta selección de textos:

Primera lectura y Evangelio Isaías  25, 6a. 7-9 y Juan 6, 37-40: Los profetas anunciaron un tiempo futuro en el que el destino del hombre no terminaría en la muerte, sino que se abriría a una vida nueva, fruto de la salvación obrada por Dios por medio de su Mesías. Este Salvador fue Jesucristo, que reparó la ofensa del pecado con su obediencia y quiere guardar para la vida eterna a todos aquellos que se le acercan con fe.

Segunda lectura. Romanos 6, 3-9: Jesucristo nos salva de la muerte eterna cuando nos incorpora a su propia vida mediante los sacramentos de la iniciación cristiana. El Bautismo nos a unido al misterio de su muerte y resurrección y esta incorporación llegó a su perfección mediante la Confirmación y la Eucaristía. Ahora nuestro destino está unido al de nuestro Salvador, en la muerte y en la vida.

Otro comentario

Domingo, 20 de abril de 2025

Domingo de Pascua de Resurrección

Lecturas:

Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.

Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.

Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.

El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?

Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.

Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.

Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.

O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…

Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.

También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.

También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.

Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.

Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.

¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.

Si crees, ¡verás la gloria de Dios!

¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario

Jn 11, 17-27. “Señor, si hubieras estado aquí”. Celebramos hoy la conmemoración de los fieles difuntos. La muerte siempre es algo que nos deja con una sensación de abandono, como si el Señor no ha estado a nuestro lado. Hoy es día de recordar a nuestros difuntos con agradecimiento por todo lo que de ellos recibimos. Y también ocasión para confesar nuestra fe en la resurrección. En medio del dolor por la pérdida de su hermano Lázaro, el Señor lleva a Marta a que haga una preciosa confesión de fe. Jesús nos revela que Él es la resurrección y la vida, la muerte no tiene un valor definitivo. Dios nos ha creado para la vida y para una vida eterna. Por eso debemos actualizar nuestra confesión de fe, vivir con la confianza y la seguridad de que la muerte no es el final de nuestro camino sino una puerta que nos lleva a gozar de la vida y del amor de Dios para siempre.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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