LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 27 de noviembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 1-4

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos…

En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo:
«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Martes, 28 de noviembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 5-11

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo…

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».

Miércoles, 29 de noviembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 12-19

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Jueves, 30 de noviembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Mateo 4, 18-22

En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea…

En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Viernes, 1 de diciembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 29-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos una parábola:
«Fijaos en la higuera y en todos los demás árboles: cuando veis que ya echan brotes, conocéis por vosotros mismos que ya está llegando el verano.
Igualmente vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todo suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Sábado, 2 de diciembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 21, 34-36

En aquel tiempo, aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

En aquel tiempo, aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y las inquietudes de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad, pues, despiertos en todo tiempo, pidiendo que podáis escapar de todo lo que está por suceder y manteneros en pie ante el Hijo del hombre».

Comentario al evangelio

Miércoles, 29 de noviembre de 2023

Lecturas:

Dan 5, 1-6.13-14.16-17.23-28. Aparecieron unos dedos de mano humana escribiendo.

Sal: Dan 3, 62-67. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Lc 21, 12-19. Todos os odiarán por mi nombre, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.

El rey Baltasar pasará a la historia como símbolo de los hombres sacrílegos que presumen de no temer ni respetar a Dios: ha mandado traer los vasos sagrados del templo de Jerusalén y los ha puesto al servicio de los ídolos, alabando a sus dioses de oro y plata…

La arrogante conducta del rey, que es una ofensa al Dios Altísimo, suscita la respuesta de Dios. Así, el rey ve unos dedos de mano humana escribiendo sobre el revoque del muro del palacio.

Una vez más, los sabios y astrólogos son incapaces de explicar el significado de lo escrito.

Y será Daniel quien tenga una palabra profética: Te has rebelado contra el Señor del cielo… Has alabado a dioses de plata y oro… que ni ven, ni oyen, ni entienden; mientras que al Dios dueño de tu vida y tus empresas no lo has honrado.

Contado. Pesado. Dividido. Daniel acusa el rey Baltasar por tres pecados: orgullo, sacrilegio e idolatría.

Pero estas tentaciones son siempre actuales: dejarnos seducir por los ídolos, ídolos que no pueden darnos la vida y, por eso, nos dejan siempre vacíos e insatisfechos… ídolos mudos, que jamás podrán darnos vida, ni siquiera una palabra de amor y de salvación.

Por eso, la Palabra de Dios nos recuerda la clave para permanecer fieles: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.

Perseverar quiere decir mantenernos fieles a Jesucristo y en comunión con la Iglesia.

Pero Jesús nos dice que esta fidelidad y perseverancia no son fáciles: el que quiera mantenerse fiel sufrirá persecución y será abandonado y traicionado por los hombres: todos os odiarán a causa de mi nombre.

Además, el Señor nos invita a no tener miedo, a vivir confiando en su amor y en su misericordia: yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro…, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.

La sabiduría del Espíritu Santo, que es la que hará que toda nuestra vida sea, como la de Daniel y la de todos los que han permanecido fieles al Señor, un cántico de alabanza al Señor: ¡Ensalzadlo con himnos por los siglos!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al Evangelio

Lc 21, 5-11. “Mirad que nadie os engañe”. El Señor nos invita a mirar hacia el final del tiempo. Lo que hoy nos parece sólido y resistente, no resistirá, será totalmente destruido. Los discípulos están preocupados, quieren saber cuándo va a suceder esto, cuáles serán las señales para reconocerlo. El mensaje más claro de Jesús es que no nos dejemos engañar por nadie. Hay muchos que se aprovechan atemorizando a los demás, incluso hablando en nombre de Jesús. Hemos de ser precavidos. El Señor nos habla de signos: guerras, revoluciones, divisiones, terremotos, hambres, pestes, signos en el cielo. En definitiva, lo que hemos de tener claro es que este mundo, en esta forma es pasajero, que el final llegará. Más que el cuándo nos tiene que preocupar el cómo nos va a encontrar.

1 noviembre. Todos los Santos
Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar diciéndoles:
«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente:
«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo:
«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí:
«Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».

Salmo

Sal 23, 1-2. 3-4ab. 5-6
R/. Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es el grupo que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

comentario al evangelio del 1 de noviembre

TODOS LOS SANTOS, por Jaime Sancho

Lo santo y los santos.

 La santidad es una característica del Dios tres veces santo (transcendente, todopoderoso, perfecto, espiritual); pero esta santidad se participa a los hijos de Dios y, por extensión, a las cosas dedicadas al culto divino. Sin embargo, en las personas la santidad tiene a la vez un sentido moral: el santo vive de acuerdo con la ley de Dios y en la imitación de Jesucristo, por ello se aparta de las formas de vida y las obras del mundo del pecado y se convierte efectivamente en propiedad de Dios, en un sacrificio de alabanza puro y permanente.

En la Iglesia todos sus miembros son llamados a la santidad, y deben ser fieles a la consagración que recibieron en los sacramentos de la iniciación cristiana, en cualquiera de los estados de vida que elijan. Desde este punto de vista la Iglesia, como el antiguo Israel, es el pueblo santo de Dios, aunque este formado por pecadores.

El culto a los santos.

Desde el principio de su historia, las Iglesias locales se sintieron edificadas por la enseñanza o por el ejemplo de algunos hombres y mujeres que vivieron el ideal cristiano con mayor perfección. En los primeros siglos fueron los apóstoles y los mártires quienes fueron reconocidos mediante sus honras fúnebres, la veneración de sus sepulcros y la oración acogiéndose a su intercesión. Poco a poco la memoria recurrente de su dies natalis o día natalicio para el cielo, que era el de su muerte o martirio, se convirtió en una fiesta de la comunidad que se incorporaba al calendario propio de celebraciones.

Saludando a la Virgen María como la santa Madre de Dios, el concilio de Éfeso (431) contribuyó a la difusión de su culto. También la Sagrada Escritura sirvió para nutrir el número de personas con santidad especial, como los ángeles, los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, y asimilados a ellos los padres de san Juan el Bautista y de la Virgen junto con san José, así como los varones y mujeres que acompañaron a Jesús o a los apóstoles en los primeros pasos de la Iglesia; si bien algunos de estos personajes no tuvieron un culto extendido hasta la edad media.

Se llega así a un nuevo concepto de “santo”: aquel o aquella de quien se tiene la certeza que está en la gloria junto a Dios. En los primeros tiempos cada Iglesia local tenía sus santos, algunos de los cuales fueron pronto venerados en toda la Iglesia católica. San Martín de Tours fue el primer santo reconocido que no fue mártir, luego vinieron las vírgenes consagradas, las viudas, los religiosos en sus propias órdenes y los seglares en sus comunidades eclesiales.

Las declaraciones de santidad de la Iglesia y la fiesta del 1 de noviembre.

Cada época tiene sus santos, y en nuestro tiempo, las beatificaciones y canonizaciones tiene como finalidad reconocer y proponer modelos de santidad cada vez más cercanos a nosotros y de todas las partes del mundo.

Pero hay que dejar claro que la Iglesia no “pone” a nadie en el cielo, y, como no se sabe de la salvación de la mayoría, reza por la salvación de todos los difuntos, como se hace de modo especial el 2 de noviembre.

Para no olvidar a los “santos anónimos”, ya en el año 610 el Papa san Bonifacio IV (608-615) dedicó el templo romano del Pantheón (de todos los dioses) a Santa María y todos los mártires; un siglo más tarde, el papa Gregorio III dedicó un oratorio en san Pedro en honor de Cristo y de su santa Madre, así como de “todos los santos mártires y confesores y justos  llegados a la perfección, que reposan en el mundo entero; Fue el comienzo de esta fiesta del 1 de noviembre, que se extendió en el siglo IX. Es nuestra fiesta y Jesús nos felicita si estamos de su lado, si merecemos sus bienaventuranzas.

La llamada universal a la santidad

Pero la Iglesia, o sea, todos nosotros, sabemos que son santos todos los bautizados y confirmados por el Espíritu, el cual toma posesión de sus corazones para siempre (Rom 5, 5). Puede parecernos curioso, pero la santidad es el punto de partida de la vida cristiana, no sólo el de llegada, porque los “talentos” se tienen desde el comienzo; pero se deben multiplicar, como se pueden conservar o perder, Pero el mismo Espíritu dispone para todos nosotros la “comunión de los santos”. O sea, que él, la divina Comunión trinitaria nos hace participar a los “santos” en las “cosas santas”, en los divinos misterios del Cuerpo y del Cáliz precioso del Hijo de Dios; como proclama el rito preparatorio de la comunión en la Misa hispano-mozárabe: Las cosas santas son para los santos.

Este don gratuito nos lleva hacia todas las demás realidades divinas y salvadoras. Los bautizados santos, en comunión entre ellos, son elevados así hacia la “divinización”.

El primero de noviembre hacemos fiesta por todo esto, por los santos del cielo y también por nosotros mismos en esperanza.

La santidad, objetivo primero de la Iglesia.

Cabe recordar hoy como, en su Carta Apostólica sobre el tercer milenio “Novo millennio ineunte”, san Juan Pablo II indicó como primer objetivo para la Iglesia la santidad: “En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿Quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿Quieres ser santo?» Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48).                                                                    

LA PALABRA DE DIOS EN ESTA SOLEMNIDAD

Primera lectura. Apocalipsis 7, 2-4.9-14: El profeta del fin de los tiempos presenta la visión de los santos en el cielo, unos de ellos son del antiguo Israel, pero ve también a una muchedumbre incontable que son los santos del Nuevo Testamento.

Segunda lectura. 1 Carta de san Juan 3, 1-3: En la vida ordinaria no se conoce a los santos verdaderos, pero los cristianos tenemos la confianza de la salvación si vivimos de acuerdo con la condición de hijos de Dios.

Evangelio de Mateo 5, 1-12a: En el comienzo del sermón de la montaña, Jesús declaró las bienaventuranzas, que describen a los santos conforme al Evangelio: desprendidos, limpios de corazón y pacíficos, movidos siempre por el Espíritu.

comentario al evangelio

San Pedro y san Pablo

Lecturas:

Hch 12, 1-11. El Señor ha enviado a su ángel para librarme.

Sal 33, 2-9. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

2 Tm 4, 6-8.17-18. He corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

La fiesta de san Pedro y san Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Es una fiesta de la catolicidad.

Son las columnas de la Iglesia. Ellos han transmitido la fe y sobre ellos se edifica la Iglesia. Fueron elegidos por el Señor para ser testigos de la Buena Noticia.

Siendo débiles y pecadores fueron elegidos por Dios para que en su debilidad se manifestara la fuerza y la grandeza de Dios. Ellos hicieron de Jesucristo, el Señor de su vida, el centro de su existencia, la razón y la fuerza para vivir.

En el Evangelio escuchamos cómo Jesús dirige a sus discípulos la pregunta del millón, que no es ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, sino Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta clave también para ti, hoy. En la respuesta que des a esta pregunta te va la vida.

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué pinta Jesucristo en tu vida? ¿Quién es el Señor de tu vida? ¿Quién dirige tu vida? ¿A quién le preguntas cómo tienes que vivir cada día?

San Pedro y san Pablo pudieron, por el don del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3), confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, o Para mí la vida es Cristo (cf. Flp 1, 21).

Jesucristo elige, de entre todos los apóstoles, a Pedro como cabeza de la Iglesia. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia, y se continúa por los obispos bajo el primado del Papa (cf. Catecismo 881). El Papa ha sido puesto por Jesucristo para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia.

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús.

La memoria de san Pedro nos invita a confesar que Jesús es el Señor, a tenerle a Él como único Maestro, a permanecer siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo que vive en su cuerpo, que es la Iglesia.

La memoria de san Pablo nos invita a la nueva evangelización, a ser apóstoles, a no tener miedo de dar la cara por Cristo, porque sé de quién me he fiado y que tiene poder para asegurar hasta el final el encargo que me dio (cf 2 Tim 1, 12s).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Haz llover, para que crezca en mí la fe y el amor a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Comentario al evangelio

Mt 16, 13-19. “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Celebramos este 29 de junio la solemnidad de san Pedro y san Pablo. El evangelio nos presenta la escena de Cesarea en la que Jesús pregunta a sus discípulos acerca de su identidad. La gente piensa que Jesús es un profeta, pero lo que Él quiere saber es lo que han descubierto los que están más cerca de Él. Al Señor no le preocupa la opinión de la gente, sino la tuya y la mía. Pedro toma la palabra y pronuncia la más sencilla y profunda confesión de fe: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Jesús le alaba por ello ya que esas palabras las ha puesto el Padre en sus labios. Por eso, le va a confiar el poder de las llaves sobre toda la comunidad y lo va a colocar sobre la piedra sobre la que edificará la Iglesia. Esto significa la importancia de Pedro y sus sucesores para nosotros los creyentes.

3 de diciembre. I Domingo de Adviento
Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

Tú, Señor, eres nuestro padre,
tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador».
¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos,
y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos
y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
En tu presencia se estremecerían las montañas.
«Descendiste, y las montañas se estremecieron».
Jamás se oyó ni se escuchó,
ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por quien espera en él.
Sales al encuentro
de quien practica con alegría la justicia
y, andando en tus caminos, se acuerda de ti.
He aquí que tu estabas airado
y nosotros hemos pecado.
Pero en los caminos de antiguo
seremos salvados.
Todos éramos impuros,
nuestra justicia era un vestido manchado;
todos nos marchitábamos como hojas,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre,
nadie salía del letargo para adherirse a ti;
pues nos ocultabas tu rostro
y nos entregabas al poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero:
todos somos obra de tu mano.

Salmo

Sal 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19
R/. Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hijo del hombre que tú has fortalecido. R/.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9

Hermanos:
A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo.
Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».

comentario al evangelio del domingo

EL SALVADOR, REY Y JUEZ DEL MUNDO

(34º Domingo ordinario -A-, 26 de noviembre de 2023)

La solemnidad que cierra el año litúrgico

El año litúrgico se cierra con la visión grandiosa del Señor resucitado, en la gloria de su realeza, que manifiesta la única soberanía del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, de la Trinidad todopoderosa que se hizo visible en la humanidad resucitada del Hijo de Dios. Todo el ciclo litúrgico celebra esta realidad sobrenatural, que está ya en el origen del mundo y fundamenta el consuelo de la esperanza de los hombres.

En la conclusión de este ciclo A, se anuncia el juicio de la humanidad conforme a la ley de este reinado, que es la caridad hacia los necesitados, con los que se identifica Jesucristo. El discurso sobre el juicio final es la conclusión del evangelio de san Mateo antes de comenzar el relato de la Pasión. La última palabra pública de Jesús en Jerusalén según san Mateo fue que “Cuanto hicisteis o dejasteis de hacer a cualquiera de mis hermanos más pobres, a mí me lo hicisteis o negasteis”; es un criterio universal que sirve tanto para los cristianos como para todos los hombres de antes y después de Cristo: la actitud fundamental de misericordia hacia el prójimo. Como decía un autor espiritual: “En el atardecer de la vida seremos examinados de amor”.

Cuando el Papa Pío XI instituyó esta fiesta en el año 1925 mediante la encíclica “Quas primas”, tenía ante sí varias realidades socio-políticas cuya influencia disolvente para la fe cristiana quería mostrar a los fieles, animándoles a superarlas mediante el mensaje que entrañaba la recién creada fiesta de “Cristo Rey”. Por una parte, el liberalismo indiferente a la moral cristiana y, por otra, los nacientes totalitarismos en Alemania, Italia y Rusia que llevaban a una divinización del Estado.

Si bien en aquel momento esta fiesta parecía pretender una supremacía de la religión, en realidad se trataba de hacer valer los grandes principios de la dignidad de la persona y del derecho, basados en Dios y en Jesucristo como Redentor del mundo. Por ello sigue siendo una fiesta vigente en sumo grado. Después del Vaticano II, esta fiesta -situada al final del año litúrgico – expresa ante todo el sentido de consumación del plan de Dios en la historia y en el mundo. Esta fiesta proclama que la salvación de todos los hombres depende de la obra redentora de Jesucristo.

Al hombre moderno le resulta inaceptable que se pueda pretender que los cristianos digamos que “estamos en la verdad” o “eso no es verdad, es sólo parte de la verdad”. Así también, Cristo sería indudablemente una gran y extraordinaria figura, pero en él aparecería lo que también se ha manifestado en otros “profetas” o “guías espirituales”. Por ello, decir: “Jesús es el Rey del universo”, el Señor de la historia, el Salvador de toda la humanidad, es un reto y una crisis en medio de nuestro mundo.

La última enseñanza pública de Jesús

El discurso de Jesús sobre las realidades últimas, según san Mateo, termina este día con la manifestación de Cristo como supremo Pastor, Rey y Juez de todos los hombres, conforme a la profecía de Ezequiel, para realizar la definitiva separación de buenos y malos según el trato que dieron al prójimo en esta vida.

El Señor se había despedido anteriormente de sus amadas gentes del Norte con una advertencia que resumía, una vez más, lo esencial de la doctrina de Jesús: Así hará con vosotros mi Padre celestial si cada uno no perdonare de corazón a su hermano (Mt 18, 35). Del mismo modo, concluyó su último discurso público en Jerusalén, la víspera de que comenzase la Pasión, con un mensaje semejante: Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo… Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna (Mt 25, 46). La coincidencia no es casual, porque el perdón de las ofensas y el cuidado de los humildes son las principales características del amor del Padre hacia los hombres, de ese amor que el Hijo ha manifestado al mundo; por ello, actuar contra ese amor aparta radicalmente y para siempre del Reino del Padre celestial, así lo muestra la grandiosa escena del juicio final, cuando el humilde y humillado Jesús aparezca como el Hijo del Hombre profetizado por Daniel, al final de los tiempos, y reciba el Reino de su Padre. Entonces “se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras” (Mt 25, 31-32). El buen pastor, que ha buscado las ovejas perdidas hasta dar su vida por ellas, les dirá: “Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío” (Ezequiel 34, 17; Primera lectura).

Los que participamos en la liturgia de este domingo, no podemos quedarnos, pues, indiferentes ante lo que nos jugamos, nuestra propia salvación; pero tampoco debemos quedarnos paralizados por el miedo. No estamos solos ni desvalidos ante el riesgo del juicio, nuestro amado y buen Jesús ha hecho todo lo posible para que podamos salvarnos, y así lo confesamos serenamente con el Salmo responsorial 22: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Nos ha iniciado en las fuentes del bautismo, nos guía bajo su báculo pastoral, nos ha consagrado con el óleo perfumado del Espíritu Santo y nos ha sentado a su mesa. Sólo espera de nosotros que, con las obras, nos acerquemos a su amor y lo imitemos hasta donde podamos. No debemos entonces temer más: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor, por años sin término”.

Jesucristo, Rey del universo y de la historia

Tal como enseña san Pablo en la segunda lectura, Cristo comenzó su reinado junto al Padre como verdadero Dios y hombre a partir de su Resurrección. Al final de los tiempos incorporará a su reino a todos los justos con sus cuerpos y almas glorificados. En el reino de Cristo “Dios lo será todo para todos” (1 Cor 15, 28), porque los redimidos y salvados, es decir, aquellos que escucharon la palabra de Dios directamente o en el secreto de su conciencia, desde el comienzo de la humanidad, y vivieron de acuerdo con el amor que aquella proclamaba, habrán sido transfigurados en la gloriosa esencia divina, que es puro amor. Jesucristo consumará la salvación de cada persona digna de ella cuando sus cuerpos y almas, en la resurrección, se fundan en Dios sin perder su individualidad; como las piezas de hierro que se hacen luminosas y dúctiles con el fuego, como las moléculas del aire que brillan bajo la luz del Sol.

Un mensaje desde las catacumbas

En el cementerio romano de Priscila, un cristiano del siglo III, sin duda acaudalado y arrepentido de sus pecados, hizo pintar en el techo de su capilla sepulcral al Buen Pastor separando a las ovejas de las cabras, pero lo curioso es que el Señor lleva sobre los hombros a un macho cabrío, es algo único en el arte cristiano. No se trata de un error del pintor, con ello mostraba su esperanza de que, a pesar de que merecía estar entre los condenados, confiaba en el juicio misericordioso de quien conoce lo más íntimo de nuestros corazones.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Ezequiel 34, 11-12.15-17 y Mateo 25, 31-46: El discurso de Jesús sobre las realidades últimas, según san Mateo, termina este día con la manifestación de Cristo como supremo Pastor, Rey y Juez de todos los hombres, conforme a la profecía de Ezequiel, para realizar la definitiva separación de buenos y malos según el trato que dieron al prójimo en esta vida.

Segunda lectura. 1 Corintios 15, 20-26.28: Cristo comenzó su reinado junto al Padre como verdadero Dios y hombre a partir de su Resurrección. Al final de los tiempos incorporará a su reino a todos los justos con sus cuerpos y almas glorificados.

Otro comentario al evangelio del domingo

Lecturas:

Eclo 27, 30 – 28, 7. Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados.

Sal 102. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

Rom 14, 7-9. Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor.

Mt 18, 21-35. No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

La Palabra hoy nos habla del perdón, especialmente dentro de la comunidad cristiana: ha de ser ilimitado: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Si es verdad que has experimentado la misericordia del Padre contigo, no podrás andar calculando los límites del perdón y de la acogida al hermano.

En la medida en que tú experimentes el perdón gratuito de Dios, comenzarás a perdonar de corazón a los demás, porque podrás mirarlos como Dios los ve: Dios también ama a tu hermano pecador y no le rechaza por sus pecados, como tampoco te rechaza a ti por los tuyos.

Porque esa es la experiencia del que vive la fe. Como hemos cantado en el Salmo: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades… te colma de gracia y de ternura.

Perdonar no significa minimizar un pecado cometido contra nosotros o “enterrarlo”.

El perdón significa que yo reconozco haber sido ofendido, pero que elijo poner esta ofensa en las manos de Dios para que Él sea el juez, y pido, para mí y para mi hermano, un corazón nuevo. Elijo renunciar a mi derecho a retener eso en mi corazón contra la otra persona.

El perdón no es una negación del mal, sino una participación (no una simple imitación) en el amor salvador y transformador de Dios que reconcilia y sana.

El perdón no significa someterse a una situación de peligro o de injusticia. No está reñido con el derecho a defenderse ni con el deber de proteger a los inocentes.

Sólo el Espíritu Santo puede hacer que tengamos los mismos sentimientos que tuvo en Cristo Jesús. Así, la unidad del perdón se hace posible, perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo (cf. Ef 4, 32).

No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión (cf. Catecismo 2842s)

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio del domingo

Mt 20, 1-16. “Recibieron un denario cada uno”. La parábola de los trabajadores de la hora undécima nos invita a salir de nuestros planteamientos y mirar la realidad con la perspectiva de Dios. Una primera actitud sería agradecer al dueño de la viña que no pone límites a su contratación. A todas las horas del día envía trabajadores a su viña. Así es Dios, lo que más le preocupa es que seamos de los suyos, que trabajemos con Él por su reino. Desde una perspectiva humana, la parábola nos parece injusta porque perciben lo mismo personas que han trabajado de manera muy diferente. La clave para entender esta parábola es pensar que el dueño de la viña no es un patrón sino un padre, que nos trata a todos como hijos. Entonces entendemos como un padre quiere dar lo mismo a sus hijos, aunque unos hayan trabajado más que otros. También es una llamada a mirar al resto de trabajadores no como competidores sino como hermanos.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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