LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 29 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 22-35

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor:

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
“luz para alumbrar a las naciones”
y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Martes, 30 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años.

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Miércoles, 31 de diciembre de 2025
Comienzo del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Jueves, 1 de enero de 2026
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

Viernes, 2 de enero de 2026
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 19-28

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?»

Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le preguntaran:
«¿Tú quién eres?»

Él confesó y no negó; confesó:
«Yo no soy el Mesías».

Le preguntaron:
«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?».

Él dijo:
«No lo soy».

«¿Eres tú el Profeta?».
Respondió: «No».

Y le dijeron:
«¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?».

Él contestó:
«Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías».

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
«Entonces, ¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?».

Juan les respondió:
«Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia».

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Sábado, 3 de enero de 2026
Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 29-34

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dijo: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».

Y Juan dio testimonio diciendo:
«He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”.

Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Comentario al evangelio de hoy

Sábado, 27 de diciembre de 2025

San Juan Apóstol y Evangelista

Lecturas:

1 Jn 1, 1-4. Os anunciamos lo que hemos visto y oído.

Sal 96, 1-2.5-6.11-12. Alegraos, justos con el Señor.

Jn 20, 2-8. El otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al Sepulcro.

Celebramos hoy la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista, hijo de Zebedeo, que junto con su hermano Santiago y con Pedro fue testigo de la Transfiguración y de la Pasión del Señor, y al pie de la cruz recibió de Él a María como madre. Su nombre significa el Señor ha dado su gracia.

Es una celebración que nos invita a descubrir qué es ser cristiano. Ser cristiano es ser discípulo de Jesucristo. Ser cristiano es tener una experiencia de que Jesucristo es el Señor. Es vivir cada día el encuentro con el Resucitado que hemos escuchado en el evangelio de hoy, y que también la primera lectura nos ha hablado de ello.

Estamos llamados a vivir una experiencia personal, un encuentro con el Señor, con el Señor que nos llama a seguirle y a ser testigos de esta buena noticia, a ser testigos de este encuentro con el Resucitado que cambia la vida y por ello nos llama a anunciar el Evangelio.

En la primera lectura, san Juan nos invita a confesar la fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre: la manifestación de la vida eterna ha tenido lugar en Jesús de Nazaret, una persona histórica concreta.

De ello da testimonio la comunidad cristiana.

Estamos llamados a ser testigos, no a ser chismosos. Es decir, a dar fe de lo que hemos visto y oído.

Por eso, san Juan utiliza una serie de verbos muy concretos: oír, ver, contemplar, tocar.

Porque ser cristiano no es una ideología o una filosofía: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (cf. Benedicto XVI, DCE 1).

Cuando uno vive esta experiencia, ve cumplido en su vida el salmo que hemos cantado: Amanece la luz para el justo y la alegría para los rectos de corazón.

El Espíritu Santo es quien vivifica nuestra relación con Jesús, haciéndonos pasar de simpatizantes, curiosos o eruditos…, a discípulos enamorados y misioneros: testigos de lo que hemos visto y oído. El Espíritu es el que sella en nuestro corazón las palabras de Jesús: No os llamo ya siervos, sino amigos; permaneced en mi amor y daréis mucho fruto (cf. Jn 15, 9s).

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Os anuncio una buena noticia… hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. 🔥 (cf. Lc 2, 10-11).

Comentario al Evangelio

Jn 20, 2-8. “Llegó primero al sepulcro”. El tiempo de Navidad es tiempo de contemplación. Contemplamos el misterio de Dios que se hace hombre por amor y para llevar a cabo la obra de la redención. Contemplamos para dejarnos tocar y conmover por ese amor. Contemplamos para comunicarlo. Lo podemos comunicar con el martirio, el testimonio de nuestra vida, y lo podemos comunicar también con la palabra. Eso es lo que hace Juan, el evangelista, que hoy celebramos. Juan no solo comunica los hechos, sino que profundiza en su sentido más hondo. Tiene una mirada que va más allá. Nos la muestra en el evangelio que leemos hoy. Unos signos sencillos, las vendas y el sudario, le sirven para entender lo que ha pasado. El Señor ha resucitado. Esto es suficiente para dar el paso de la fe. Vio y creyó. Acojamos su testimonio y creamos como él.

1 de enero. Santa María, madre de Dios
Año Litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro de los Números 6, 22-27

«Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:

“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti
y te conceda su favor.
El Señor te muestre tu rostro
y te conceda la paz”.

Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré».

Salmo

Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8
R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga

Que Dios tenga piedad nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R/.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R/.

Oh Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 4, 4-7

Hermanos:

Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos la adopción filial.

Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

Evangelio del Domingo

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

comentario

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

por Jaime Sancho Andreu 

(Octava de la Navidad, 1-Enero-2026)

Un año nuevo más

Comenzamos el año civil poniéndolo bajo la protección de María, la Madre del Salvador nacido en Belén. Iniciamos 2026 pidiendo por la paz del mundo, en esta jornada mundial de oración por el acuerdo y la amistad entre las naciones.

Con toda nuestra confianza en Dios y en la intercesión de María, pedimos la bendición de la paz, cuyo texto se proclama como primera lectura (Números 6,22-27). Podemos confiar en el Padre, pues nos ha adoptado como Hijos mediante el don del Espíritu, de modo que podemos llamarle «¡Abba!» como hacía el mismo Jesús (Segunda lectura, Gálatas 4,4-7).

Este es un día de inicios, Inicio del año civil pero, sobre todo, celebración del comienzo de nuestra salvación. Tal como dice la antigua oración romana sobre las ofrendas propia de este día.

Así es, porque el culto cristiano mediante el sacerdocio de Cristo se inicia en el acto mismo de su Encarnación en el seno de su Madre, desde allí, como leíamos en el último domingo de Adviento, contempla desde su comienzo toda su vida, y la ofrece en lugar de los sacrificios antiguos ya sin valor. En la Encarnación y el Nacimiento comienza en cierta manera la obra salvadora de Dios, pero ya se contiene misteriosamente su plenitud.

Este es un día en el que la celebración del Año Nuevo puede dejar en un segundo lugar el sentido religioso que le es propio, y por ello es una ocasión para fomentar en familia la fe en Jesucristo, como verdadero Dios y hombre, que nos llegó por medio de María Virgen, madre por ello de Dios, el título glorioso que en Valencia precede a todas las advocaciones marianas: “La Mare de Déu”. La Iglesia no es una fría sociedad de adictos a una doctrina, sino una familia que se acoge en el regazo amoroso de su Madre, María, imagen de la Iglesia y asociada con Cristo a su obra redentora.

En esta fiesta de Santa María debemos contemplar y acercarnos a quien su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.

El mensaje del Papa para la jornada de oración por la paz: La paz esté con todos ustedes: hacia una paz “desarmada y desarmante”

 “¡La paz esté contigo!”.

Este antiquísimo saludo, que sigue siendo habitual en muchas culturas, en la tarde de Pascua se llenó de nuevo vigor en labios de Jesús resucitado. «¡La paz esté con ustedes!» ( Jn 20,19.21) es su palabra, que no sólo desea, sino que realiza un cambio definitivo en quien la recibe y, de ese modo, en toda la realidad. Por eso, los sucesores de los Apóstoles dan voz cada día y en todo el mundo a la más silenciosa revolución: “¡La paz esté con ustedes!”. Desde la tarde de mi elección como Obispo de Roma he querido incorporar mi saludo en este anuncio coral. Y deseo reafirmarlo: «Esta es la paz de Cristo resucitado, una paz desarmada y una paz desarmante, humilde y perseverante. Proviene de Dios, Dios que nos ama a todos incondicionalmente» este año 2025.

La paz de Cristo resucitado

El que venció a la muerte y derribó el muro que separaba a los seres humanos (cf. Ef 2,14) es el Buen Pastor, que da la vida por el rebaño y que tiene muchas ovejas que no son del redil (cf. Jn 10,11.16): Cristo, nuestra paz. Su presencia, su don, su victoria resplandecen en la perseverancia de muchos testigos, por medio de los cuales la obra de Dios continúa en el mundo, volviéndose incluso más perceptible y luminosa en la oscuridad de los tiempos.

El contraste entre las tinieblas y la luz, en efecto, no es sólo una imagen bíblica para describir el parto del que está naciendo un mundo nuevo; es una experiencia que nos atraviesa y nos sorprende según las pruebas que encontramos, en las circunstancias históricas en las que nos toca vivir. Ahora bien, ver la luz y creer en ella es necesario para no hundirse en la oscuridad. Se trata de una exigencia que los discípulos de Jesús están llamados a vivir de modo único y privilegiado, pero que, por muchos caminos, sabe abrirse paso en el corazón de cada ser humano. La paz existe, quiere habitar en nosotros, tiene el suave poder de iluminar y ensanchar la inteligencia, resiste a la violencia y la vence. La paz tiene el aliento de lo eterno; mientras al mal se le grita “basta”, a la paz se le susurra “para siempre”. En este horizonte nos ha introducido el Resucitado. Con este presentimiento viven los que trabajan por la paz que, en el drama de lo que el Papa Francisco ha definido como “tercera guerra mundial a pedazos”, siguen resistiendo a la contaminación de las tinieblas, como centinelas de la noche.

Lamentablemente lo contrario —es decir, olvidar la luz— es posible; entonces se pierde el realismo, cediendo a una representación parcial y distorsionada del mundo, bajo el signo de las tinieblas y del miedo. Hoy no son pocos los que llaman realistas a las narraciones carentes de esperanza, ciegas ante la belleza de los demás, que olvidan la gracia de Dios que trabaja siempre en los corazones humanos, aunque estén heridos por el pecado. San Agustín exhortaba a los cristianos a entablar una amistad indisoluble con la paz, para que, custodiándola en lo más íntimo de su espíritu, pudieran irradiar en torno a sí su luminoso calor. Él, dirigiéndose a su comunidad, escribía así: «Tened la paz, hermanos. Si queréis atraer a los demás hacia ella, sed los primeros en poseerla y retenerla. Arda en vosotros lo que poseéis para encender a los demás». [2]

Ya sea que tengamos el don de la fe, o que nos parezca que no lo tenemos, queridos hermanos y hermanas, ¡abrámonos a la paz! Acojámosla y reconozcámosla, en vez de considerarla lejana e imposible. Antes de ser una meta, la paz es una presencia y un camino. Aunque sea combatida dentro y fuera de nosotros, como una pequeña llama amenazada por la tormenta, cuidémosla sin olvidar los nombres y las historias de quienes nos han dado testimonio de ella. Es un principio que guía y determina nuestras decisiones. Incluso en los lugares donde sólo quedan escombros y donde la desesperación parece inevitable, hoy encontramos a quienes no han olvidado la paz. Así como en la tarde de Pascua Jesús entró en el lugar donde se encontraban los discípulos, atemorizados y desanimados, de la misma manera la paz de Cristo resucitado sigue atravesando puertas y barreras con las voces y los rostros de sus testigos. Es el don que permite que no olvidemos el bien, reconocerlo vencedor, elegirlo de nuevo juntos.

Una paz desarmada

Poco antes de ser arrestado, en un momento de gran intimidad, Jesús dijo a los que estaban con Él: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo». E inmediatamente agrega: «¡No se inquieten ni teman!» (Jn 14,27). La turbación y el temor podían referirse, ciertamente, a la violencia que pronto se abatiría sobre Él. Más profundamente, los Evangelios no esconden que lo que desconcertó a los discípulos fue su respuesta no violenta; un camino al que todos, empezando por Pedro, se opusieron, pero en el cual el Maestro pidió que lo siguieran hasta el final. El camino de Jesús sigue siendo motivo de turbación y de temor. Y Él repite con firmeza a quien quisiera defenderlo: «Envaina tu espada» (Jn 18,11; cf. Mt 26,52). La paz de Jesús resucitado es desarmada, porque desarmada fue su lucha, dentro de circunstancias históricas, políticas y sociales precisas. Los cristianos, juntos, deben hacerse proféticamente testigos de esta novedad, recordando las tragedias de las que tantas veces se han hecho cómplices. La gran parábola del juicio universal invita a todos los cristianos a actuar con misericordia, siendo conscientes de ello (cf. Mt 25,31-46). Y, al hacerlo, encontrarán a su lado hermanos y hermanas que, por distintos caminos, han sabido escuchar el dolor ajeno y se han liberado interiormente del engaño de la violencia.

Aunque hoy no son pocas las personas de corazón dispuesto a la paz, un gran sentimiento de impotencia las invade ante el curso de los acontecimientos, cada vez más incierto. Ya san Agustín, en efecto, señalaba una paradoja particular: «Es más difícil alabar la paz que poseerla. En efecto, si queremos alabarla, deseamos las fuerzas para ello, buscamos los pensamientos y pesamos las palabras; por el contrario, si queremos poseerla, la tenemos y poseemos sin trabajo alguno».[3]

Cuando tratamos la paz como un ideal lejano, terminamos por no considerar escandaloso que se le niegue, e incluso que se haga la guerra para alcanzarla. Pareciera que faltan las ideas justas, las frases sopesadas, la capacidad de decir que la paz está cerca. Si la paz no es una realidad experimentada, para custodiar y cultivar, la agresividad se difunde en la vida doméstica y en la vida pública. En la relación entre ciudadanos y gobernantes se llega a considerar una culpa el hecho de que no se nos prepare lo suficiente para la guerra, para reaccionar a los ataques, para responder a las agresiones. Mucho más allá del principio de legítima defensa, en el plano político dicha lógica de oposición es el dato más actual en una desestabilización planetaria que va asumiendo cada día mayor dramatismo e imprevisibilidad. No es casual que los repetidos llamamientos a incrementar el gasto militar y las decisiones que esto conlleva sean presentados por muchos gobernantes con la justificación del peligro respecto a los otros. En efecto, la fuerza disuasiva del poder y, en particular, de la disuasión nuclear, encarnan la irracionalidad de una relación entre pueblos basada no en el derecho, la justicia y la confianza, sino en el miedo y en el dominio de la fuerza. «La consecuencia —como ya escribía san Juan XXIII acerca de su tiempo— es clara: los pueblos viven bajo un perpetuo temor, como si les estuviera amenazando una tempestad que en cualquier momento puede desencadenarse con ímpetu horrible. No les falta razón, porque las armas son un hecho. Y si bien parece difícilmente creíble que haya hombres con suficiente osadía para tomar sobre sí la responsabilidad de las muertes y de la asoladora destrucción que acarrearía una guerra, resulta innegable, en cambio, que un hecho cualquiera imprevisible puede de improviso e inesperadamente provocar el incendio bélico».[4]

Pues bien, en el curso del 2024 los gastos militares a nivel mundial aumentaron un 9,4% respecto al año anterior, confirmando la tendencia ininterrumpida desde hace diez años y alcanzando la cifra de 2.718 billones de dólares, es decir, el 2,5% del PIB mundial.[5] Por si fuera poco, hoy parece que se quiera responder a los nuevos desafíos, no sólo con el enorme esfuerzo económico para el rearme, sino también con un reajuste de las políticas educativas; en vez de una cultura de la memoria, que preserve la conciencia madurada en el siglo XX y no olvide a sus millones de víctimas, se promueven campañas de comunicación y programas educativos, en escuelas y universidades, así como en los medios de comunicación, que difunden la percepción de amenazas y transmiten una noción meramente armada de defensa y de seguridad.

Sin embargo, «el verdadero amante de la paz ama también a los enemigos de ella».[6] Así recomendaba san Agustín que no se destruyeran los puentes ni se insistiera en el registro del reproche, prefiriendo el camino de la escucha y, en cuanto sea posible, el encuentro con las razones de los demás. Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II se concluía con la conciencia de un diálogo urgente entre la Iglesia y el mundo contemporáneo. En particular, la Constitución Gaudium et spes centraba la atención en la evolución de la práctica bélica: «El riesgo característico de la guerra contemporánea está en que da ocasión a los que poseen las recientes armas científicas para cometer tales delitos y con cierta inexorable conexión puede empujar las voluntades humanas a determinaciones verdaderamente horribles. Para que esto jamás suceda en el futuro, los obispos de toda la tierra reunidos aquí piden con insistencia a todos, principalmente a los jefes de Estado y a los altos jefes del ejército, que consideren incesantemente tan gran responsabilidad ante Dios y ante toda la humanidad».[7]

Al reiterar el llamamiento de los Padres conciliares y estimando la vía del diálogo como la más eficaz a todos los niveles, constatamos cómo el ulterior avance tecnológico y la aplicación en ámbito militar de las inteligencias artificiales hayan radicalizado la tragedia de los conflictos armados. Incluso se va delineando un proceso de desresponsabilización de los líderes políticos y militares, con motivo del creciente “delegar” a las máquinas decisiones que afectan la vida y la muerte de personas humanas. Es una espiral destructiva, sin precedentes, del humanismo jurídico y filosófico sobre el cual se apoya y desde el que se protege cualquier civilización. Es necesario denunciar las enormes concentraciones de intereses económicos y financieros privados que van empujando a los estados en esta dirección; pero esto no basta, si al mismo tiempo no se fomenta el despertar de las conciencias y del pensamiento crítico. La Encíclica Fratelli tutti presenta a san Francisco de Asís como ejemplo de este despertar: «En aquel mundo plagado de torreones de vigilancia y de murallas protectoras, las ciudades vivían guerras sangrientas entre familias poderosas, al mismo tiempo que crecían las zonas miserables de las periferias excluidas. Allí Francisco acogió la verdadera paz en su interior, se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos».[8] Es una historia que quiere continuar en nosotros, y que requiere que unamos esfuerzos para contribuir recíprocamente a una paz desarmante, una paz que nace de la apertura y de la humildad evangélica.

Una paz desarmante

La bondad es desarmante. Quizás por eso Dios se hizo niño. El misterio de la Encarnación, que tiene su punto de mayor abajamiento en el descenso a los infiernos, comienza en el vientre de una joven madre y se manifiesta en el pesebre de Belén. «Paz en la tierra» cantan los ángeles, anunciando la presencia de un Dios sin defensas, del que la humanidad puede descubrirse amada solo cuidándolo (cf. Lc 2,13-14). Nada tiene la capacidad de cambiarnos tanto como un hijo. Y quizá es precisamente el pensar en nuestros hijos, en los niños y también en los que son frágiles como ellos, lo que nos conmueve profundamente (cf. Hch 2,37). A este respecto, mi venerado Predecesor escribía que «la fragilidad humana tiene el poder de hacernos más lúcidos respecto a lo que permanece o a lo que pasa, a lo que da vida y a lo que provoca muerte. Quizás por eso tendemos con frecuencia a negar los límites y a evadir a las personas frágiles y heridas, que tienen el poder de cuestionar la dirección que hemos tomado, como individuos y como comunidad».[9]

San Juan XXIII introdujo por primera vez la perspectiva de un desarme integral, que sólo puede afirmarse mediante la renovación del corazón y de la inteligencia. Así escribía en Pacem in terris: «Todos deben, sin embargo, convencerse que ni el cese en la carrera de armamentos, ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles si este desarme no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la angustiosa perspectiva de la guerra. Esto, a su vez, requiere que esa norma suprema que hoy se sigue para mantener la paz se sustituya por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas militares, sino únicamente en la confianza recíproca. Nos confiamos que es éste un objetivo asequible. Se trata, en efecto, de una exigencia que no sólo está dictada por las normas de la recta razón, sino que además es en sí misma deseable en grado sumo y extraordinariamente fecunda en bienes».[10]

Un servicio fundamental que las religiones deben prestar a la humanidad que sufre es vigilar el creciente intento de transformar incluso los pensamientos y las palabras en armas. Las grandes tradiciones espirituales, así como el recto uso de la razón, nos llevan a ir más allá de los lazos de sangre o étnicos, más allá de las fraternidades que sólo reconocen al que es semejante y rechazan al que es diferente. Hoy vemos cómo esto no se da por supuesto. Lamentablemente, forma cada vez más parte del panorama contemporáneo arrastrar las palabras de la fe al combate político, bendecir el nacionalismo y justificar religiosamente la violencia y la lucha armada. Los creyentes deben desmentir activamente, sobre todo con la vida, esas formas de blasfemia que opacan el Santo Nombre de Dios. Por eso, junto con la acción, es cada vez más necesario cultivar la oración, la espiritualidad, el diálogo ecuménico e interreligioso como vías de paz y lenguajes del encuentro entre tradiciones y culturas. En todo el mundo es deseable «que cada comunidad se convierta en una “casa de paz”, donde aprendamos a desactivar la hostilidad mediante el diálogo, donde se practique la justicia y se preserve el perdón». [11] Hoy más que nunca, en efecto, es necesario mostrar que la paz no es una utopía, mediante una creatividad pastoral atenta y generativa.

Por otra parte, esto no debe distraer la atención de todos sobre la importancia que tiene la dimensión política. Quienes están llamados a responsabilidades públicas en las sedes más altas y cualificadas, procuren que «se examine a fondo la manera de lograr que las relaciones internacionales se ajusten en todo el mundo a un equilibrio más humano, o sea a un equilibrio fundado en la confianza recíproca, la sinceridad en los pactos y el cumplimiento de las condiciones acordadas. Examínese el problema en toda su amplitud, de forma que pueda lograrse un punto de arranque sólido para iniciar una serie de tratados amistosos, firmes y fecundos». [12] Es el camino desarmante de la diplomacia, de la mediación, del derecho internacional, tristemente desmentido por las cada vez más frecuentes violaciones de acuerdos alcanzados con gran esfuerzo, en un contexto que requeriría no la deslegitimación, sino más bien el reforzamiento de las instituciones supranacionales.

Hoy, la justicia y la dignidad humana están más expuestas que nunca a los desequilibrios de poder entre los más fuertes. ¿Cómo habitar un tiempo de desestabilización y de conflictos liberándose del mal? Es necesario motivar y sostener toda iniciativa espiritual, cultural y política que mantenga viva la esperanza, contrarrestando la difusión de actitudes fatalistas «como si las dinámicas que la producen procedieran de fuerzas anónimas e impersonales o de estructuras independientes de la voluntad humana». [13] Porque, de hecho, «la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores», [14] a esta estrategia hay que oponer el desarrollo de sociedades civiles conscientes, de formas de asociacionismo responsable, de experiencias de participación no violenta, de prácticas de justicia reparadora a pequeña y gran escala. Ya lo señalaba con claridad León XIII en la Encíclica Rerum novarum: «La reconocida cortedad de las fuerzas humanas aconseja e impele al hombre a buscarse el apoyo de los demás. De las Sagradas Escrituras es esta sentencia: “Es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!” ( Qo 4,9-10). Y también esta otra: “El hermano, ayudado por su hermano, es como una ciudad fortificada” ( Pr 18,19)». [15]

Que este sea un fruto del Jubileo de la Esperanza, que ha impulsado a millones de seres humanos a redescubrirse peregrinos y a comenzar en sí mismos ese desarme del corazón, de la mente y de la vida al que Dios no tardará en responder cumpliendo sus promesas: «Él será juez entre las naciones y árbitro de pueblos numerosos. Con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán más para la guerra. ¡Ven, casa de Jacob, y caminemos a la luz del Señor!» (Is 2,4-5).     

Moniciones antes de las lecturas.

Primera lectura y Evangelio. Números 6, 22-27 y Lucas 2, 16-21: La bendición sacerdotal del Antiguo Testamento tenía como petición fundamental la paz. En este día pedimos este gran don al Príncipe de la paz, que recibió en su circuncisión el nombre de Jesús, que quiere decir Dios salva.

Segunda lectura.  Gálatas 4, 4-7: Dios envió a su Hijo nacido de una mujer, como todos los humanos. Por ello, María debe ser llamada verdaderamente «Madre de Dios», como lo celebramos en esta Solemnidad.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 2º de Adviento
7 de diciembre de 2025

Is 11, 1-10. Juzgará a los pobres con justicia.

Sal 71 Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.

Rom 15, 4-9 Cristo salva a todos los hombres.

Mt 3, 1-12 Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

La Palabra de Dios que proclamamos este segundo Domingo de Adviento nos invita a preparar el camino del Señor, que viene; que está llamando a la puerta de tu corazón.

El Evangelio de hoy te advierte con seriedad que ha llegado la hora de la conversión.

Convertirse no es quedarnos en un cambio meramente moralista: fijarse únicamente en cuatro detalles, pero no ir al fondo de la cuestión: ¿quién es el Señor de tu vida? Es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo, que necesitas ser salvado, que necesitas a Jesucristo.

Que Jesucristo no puede quedarse en ser un “adorno” para tu vida, sino que es la piedra angular, la roca sobre la que construir la propia vida.

Convertirse es reconocer que no eres dueño de tu vida. Es significa dejar tu vida en las manos del Señor, tratar de vivir no según tus proyectos sino haciendo la voluntad del Señor.

Convertirse significa cambiar tu forma de pensar para cambiar tu forma de vivir. Es dejar que la Palabra de Dios que cambie tu corazón y así puedas tener los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Jesús.

La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios, que es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al acoger el amor gratuito y misericordioso de Dios, nuestro corazón se estremece ante nuestros pecados y es movido por la gracia de Dios al arrepentimiento de corazón.

Pídele al Señor un corazón nuevo que pueda vivir abierto a su amor. Pídele poner tu vida en sus manos para volver a Él. Dios no deja de amarte nunca, y el que comenzó en ti la obra buena, él mismo la llevará a su término. Si le abres el corazón al Señor él irá haciendo obras grandes en ti.

Verás cumplida en tu vida la Palabra que hemos proclamado. Podrás disfrutar los dones del Espíritu Santo que nos ha anunciado Isaías: piedad, sabiduría y entendimiento, consejo y fortaleza, ciencia y temor del Señor. Podrás mantener la esperanza, que es hija de la fe; y podrás vivir en la alabanza, cantando para el Señor, porque habrás “visto” la salvación de Dios.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al evangelio

Mt 3, 1-12. “Preparad el camino del Señor”. Estas palabras de Juan Bautista sintetizan muy bien el espíritu del adviento. Hemos de disponer todo en nuestra vida, lo material y también lo espiritual para acoger al Señor que viene. Eso supone una actitud de conversión, que es lo que proponía Juan en el bautismo con agua. Pero anuncia al que viene detrás de él, al Mesías, que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Esa es una llamada a la purificación de nuestras vidas, a la eliminación de todo lo superfluo, lo que no produce frutos de santidad en nosotros. A veces podemos pensar que ya estamos salvados, que no necesitamos purificación ni conversión. Esto les pasaba también a los judíos que se consideraban hijos de Abrahán. Pero Juan Bautista nos advierte que no nos hagamos ilusiones. Nuestra salvación pasa por la acogida de Jesús y de su buena noticia, para aplicarla en nuestra vida.

4 de enero. II Domingo de Navidad
Año litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico 24, 1-2. 8-12

La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo.

En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso.

«El Creador del universo me dio una orden, el que me había creado estableció mi morada y me dijo: “Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel”.

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y nunca más dejaré de existir.

Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él, y así me establecí en Sión.

En la ciudad amada encontré descanso, y en Jerusalén reside mi poder.

Arraigué en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad».

Salmo

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20
R/. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1, 3-6. 15-18

Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.

Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.

Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.

Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

comentario

EL NACIMIENTO DEL SALVADOR

por Jaime Sancho Andreu 

(Solemnidad de la Natividad del Señor, 25-Diciembre-2025)        

El Misal Romano contiene cuatro formularios para la solemnidad de Navidad:

Misa de la aurora

El Evangelio de esta Misa es la continuación del de medianoche, y si entonces se proclamaba a los pastores la paz que Dios otorgaba al nacer su Hijo, ahora se recuerda la visita de los mismos pastores al lugar del Nacimiento. La hora del amanecer, cuando se celebra esta Misa, sugiere la semejanza Cristo-Luz, «el sol que nace de lo alto«, «Hoy brillará una luz sobre nosotros«, «la luz de tu Palabra hecha carne» (Cántico de Laudes, Canto de entrada, Colecta).

Primera lectura y Evangelio. Isaías 62, 11-12 y Lucas 2, 15-20: La lectura profética anuncia la llegada del Salvador, para comenzar a reunir el Pueblo de Dios a partir del humilde resto de Israel. Los primeros llamados fueron los pastores de Belén, como lo narra el Evangelio, que es continuación del proclamado en la misa de Nochebuena. 

Segunda lectura. Tito 3, 4-7: Las lecturas de san Pablo en este tiempo de Navidad abundan en la descripción de la venida de Jesús al mundo como una «aparición» o «manifestación» del Mesías como portador de la gracia salvadora de Dios. Es el tema del Gran Jubileo: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». En esta misa de la aurora se refiere especialmente a la gratuidad del amor de Dios que se nos ofrece por medio de Jesús.

Misa del día

Si en las misas de medianoche y de la aurora se contemplaba sobre todo el acontecimiento mismo del nacimiento de Jesús, en esta Misa del día se leen textos que nos acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible de la obra de Dios que aquella historia manifiesta y vela a la vez. De este modo, la profecía y el salmo responsorial proclaman la finalidad universal de la Encarnación, cuyos beneficios no se restringen a un solo pueblo. En el mismo tono elevado, los prólogos de la carta a los Hebreos y del evangelio de san Juan anuncian solemnemente las etapas de la salvación, que llegan hasta el misterio del Verbo divino que «se hizo carne, y acampó entre nosotros«.         

Como nos decía el papa Francisco en su última Navidad: «Sin tardar, vayamos a ver al Señor que ha nacido por nosotros, con el corazón ligero y despierto, dispuesto al encuentro, para ser capaces de llevar la esperanza a las situaciones de nuestra vida. Y esta es nuestra tarea, traducir la esperanza en las distintas situaciones de la vida. Porque la esperanza cristiana no es un final feliz que hay que esperar pasivamente, no es el final feliz de una película; es la promesa del Señor que hemos de acoger aquí y ahora, en esta tierra que sufre y que gime. Esta esperanza, por tanto, nos pide que no nos demoremos, que no nos dejemos llevar por la rutina, que no nos detengamos en la mediocridad y en la pereza; nos pide —diría san Agustín— que nos indignemos por las cosas que no están bien y que tengamos la valentía de cambiarlas; nos pide que nos hagamos peregrinos en busca de la verdad, soñadores incansables, mujeres y hombres que se dejan inquietar por el sueño de Dios; que es el sueño de un mundo nuevo, donde reinan la paz y la justicia».

Primera lectura y Evangelio. Isaías 52, 7-10 y Juan 1, 1-18: El profeta Isaías anuncia que el Salvador debía venir en favor de todas las naciones, hasta los confines de la tierra. Del mismo modo, el comienzo del Evangelio de san Juan nos dice quién es Jesús: la Palabra eterna del Padre hecha hombre para salvar a todo el género humano.

Segunda lectura. Hebreos 1, 1-6: La carta a los Hebreos insiste en el tema general de esta Misa de Navidad, y así explica que Dios ha hablado a los hombres de muchas maneras pero, desde el nacimiento de Jesucristo, éste ha sido su Palabra definitiva para el mundo.

Otro comentario

25 de diciembre de 2025

La Natividad del Señor

Lecturas de la Misa de Medianoche

Is 9, 1-3. 5-6. Un hijo se nos ha dado.

Sal 95, 1-3. 11-13. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor.

Tit 2, 11-14. Ha aparecido la gracia de Dios a todos los hombres.

Lc 2, 11-14. Hoy os ha nacido un Salvador.

La celebración de hoy te invita a contemplar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la mayor obra del Espíritu Santo en la historia; a descubrir la verdadera naturaleza del hombre a la luz de Jesucristo, la Palabra hecha carne: En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado (cf. GS 22).

Porque no podemos reducir la Navidad a puro consumismo, a un mero sentimentalismo, o a un simple recuerdo histórico, todos ellos insuficientes.

Por eso, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te recuerda cuál es el mensaje central de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que tú seas divinizado, la Palabra se ha hecho carne para darte la salvación, para hacerte pasar de ser esclavo a ser hijo de Dios.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Si dejas entrar a Jesucristo en tu vida, verás aparecer su Luz en medio de tu vida.

Una Luz que ilumina tu historia, transfigurándola en historia de amor y de salvación: una luz que cura heridas, redime cautividades y te hace cantar el cántico nuevo: la alabanza, la bendición, porque vives la presencia del Señor, que lo hace todo nuevo, por medio de su Espíritu.

Una Luz que te da discernimiento para conocer hoy cuál es la voluntad de Dios, y te concede vivir descansado en las manos del Señor, que te ama.

Una Luz que te da confianza para afrontar el futuro, porque sabes que el que Señor no deja de amarte nunca y está contigo todos los días, hasta el fin de los tiempos.

Una Luz que te hace descubrir que tú no te puedes dar la vida a ti mismo, pero que no estás perdido. Por eso, a ti también, hoy el ángel te dice: No temas, te traigo una buena noticia, una gran alegría: hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Si le abres el corazón al Señor, si le dejas que sea el Señor de tu vida, de toda tú vida, también tú cantarás el cántico nuevo: ¡verás y proclamarás la gloria de Dios!

¡Santa y Feliz Navidad!

 Dejándolo todo, lo siguieron 🔥 (Cf. Lc 5, 11b).

¡Os anuncio una buena noticia… hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. (cf. Lc 2, 10-11).

Otro comentario

Jn 1,1-18. “Vino a su casa”. Los evangelios sinópticos nos ofrecen una descripción del nacimiento de Jesús, Juan nos propone una reflexión. En ella nos plantea algunas afirmaciones teológicas fundamentales. La primera es que Jesús es la Palabra que Dios ha querido comunicarnos. Es una Palabra que existe desde el principio y que ha participado en la creación del universo. Es una Palabra que comunica vida y luz, que brilla en la tiniebla. Pero la tiniebla, el mal de nuestro mundo, no la recibe. Nos habla también de Juan Bautista, testigo de la luz. Insiste en que la Palabra es la luz verdadera, la luz que nos ayuda a descubrir la verdad y el sentido. Una luz que viene a su casa, que se considera algo nuestro, pero que se encuentra con el rechazo, con la falta de acogida. La afirmación fundamental es que la Palabra se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros. Es lo que celebramos con gozo. Contemplemos su gloria.

¡SANTA Y FELIZ NAVIDAD PARA TODOS!

28 Diciembre. Sagrada Familia
Año Litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

El Señor honra más al padre que a los hijos
y afirma el derecho de la madre sobre ellos.

Quien honra a su padre expía sus pecados,
y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.

Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos
y, cuando rece, será escuchado.

Quien respeta a su padre tendrá larga vida,
y quien honra a su madre obedece al Señor.

Hijo, cuida de tu padre en su vejez
y durante su vida no le causes tristeza.

Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él,
y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.

Porque la compasión hacia el padre no será olvidada
y te servirá para reparar tus pecados.

Salmo

Salmo 127, 1bc-2. 3. 4-5
R/. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21

Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.

Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.

Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.

Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 2, 13-15. 19-23

Cuando se retiraron los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
«Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».

Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:
«Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño».

Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel.

Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno.

comentario

EL DOMINGO DE LA ANUNCIACIÓN

por Jaime Sancho Andreu

(4º Domingo de Adviento -A-, 21 de diciembre de 2025).

Oración para encender el cuarto cirio de la corona del Adviento

Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:

El cuarto domingo de Adviento está dedicado a la Madre del Señor y al misterio de la encarnación que se realizó en ella para la salvación del mundo. Pero este año tenemos también a José, como personaje principal, cuando escucha obediente la voz del Señor.

Alégrate, Iglesia, porque hoy acoges, como María y José, a Jesucristo, que se hace presente en el sacramento del altar por obra del Espíritu Santo.  Bendita tú entre todos los pueblos de la tierra, porque caminas con Cristo en tu seno al encuentro de todas las gentes necesitadas de luz. Que el Señor nos conceda caminar junto con él, luz de luz, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Y el mismo celebrante o un fiel, enciende cuatro cirios de la corona del Adviento, mientras puede cantarse: Madre de todos los hombres, enséñanos a decir: Amén.

Orientaciones para la homilía

En la víspera de la Navidad

Llegamos al domingo inmediatamente anterior a la Navidad, el cual está dedicado al anuncio del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De este modo, si en la pasada solemnidad de la Inmaculada Concepción leíamos la anunciación a María según san Lucas, en este año A leemos hoy la anunciación a san José según san Mateo. Es un domingo que considera ya asumida la etapa penitencial del Adviento, presidida por Juan el Bautista y que se abre completamente a la inmediata festividad de la Navidad.

Asimismo, en los pasados días de entre semana a partir del 17 de Diciembre, estamos comenzando a leer todo lo que se contiene en los Evangelios como antecedentes del nacimiento del Señor. Por todo ello pedimos que “el pueblo cristiano se prepare con tanto mayor fervor a celebrar el misterio del nacimiento de tu Hijo cuanto más se acerca la fiesta de Navidad” (Oración después de la Comunión).

El signo del Emmanuel

Jesús es el Dios-con- nosotros. Esta afirmación aparece como profecía en la primera lectura y como cumplimiento en el Evangelio. El Señor da un signo que ahora es el signo definitivo del consuelo de Dios-con-nosotros para siempre. Este signo lleva consigo a la Madre siempre Virgen, en la cual, además de su función singular, reconocemos también el anuncio de nuestra propia misión, aquí y ahora: la Iglesia-Esposa que celebra a su Señor. En nuestra existencia santificada como Iglesia, asimilada en la esperanza a la de la Madre de Dios, debemos concebir y amplificar la Palabra de Dios, a partir de la escucha de ella misma; y así debemos vivirla y proclamarla.

La anunciación a José contiene secretos arcanos, inviolables, de la intimidad de Dios, proclamados también por san Pablo en la segunda lectura, cuando anuncia: al Hijo eterno, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido (revelado plenamente), según el Espíritu Santo, Hijo de Dios con pleno poder por su resurrección de la muerte, Jesucristo nuestro Señor (cf. Romanos 1,3-4).

La vocación y respuesta de José, modelo de los cristianos

Como un nuevo Abrahán, José es padre de los creyentes, patriarca de la Nueva Alianza y modelo de respuesta a la vocación de Dios. Este Adviento termina ofreciéndonos – en san José – un modelo concreto para que nos demos cuenta de nuestra propia vocación para servir el plan de Dios según nuestra forma específica de vida. Nuestra respuesta a Dios no puede ser otra que la obediencia de la fe.

Cada uno de nosotros debe tomar conciencia de su vocación cristiana específica, como seglar, clérigo o religioso, para seguir con su tarea evangelizadora y testimonial en el mundo. Para esto deberíamos integrarnos en las actividades apostólicas y pastorales de la Iglesia y no actuar sólo individualmente. Hay un camino de compromiso y de actuación para cada uno de nosotros, en cualquier estado de vida en que nos encontremos, pero no como en la planificación de una empresa, sino como ayuda para discernir la mejor forma de colaborar con el plan salvador de Dios, que es su misterio eterno revelado en Cristo: “Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

Todo ello no nos aparta de la necesidad de trabajar para llegar a una sociedad más justa y a la protección de nuestro mundo, pues “la fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas” (Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes” nº 11).

La Encarnación y la Eucaristía

La oración sobre las ofrendas de este domingo está tomada de la misa hispano-mozárabe de la fiesta de Santa María (17 de diciembre): “El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre tu altar”. La Encarnación y la Eucaristía se unen en el misterio de la condescendencia o abajamiento de Dios. Por ello, del mismo modo que el Padre respondió a la súplica de los profetas enviando al Hijo mediante el Espíritu, así atiende ahora la epíclesis (invocación) de la Iglesia haciendo presente el sacrificio que Jesús ofreció en el Espíritu Santo.

“En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor” (San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía 55).

Con la misma fe del hombre justo ante Dios que fue José, asistimos admirados y acogemos el misterio que obra el poder de Dios ante nuestros ojos, que son incapaces de ver más allá del signo de misericordia que es el sacramento del altar.

El domingo de María en el Adviento

Así, pues, con palabras de Benedicto XVI, la invocamos: “Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó « el consuelo de Israel » (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, « la redención de Jerusalén » (Lc 2,38). Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho « sí »: « Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38)” (Spe salvi, 50).

Con José y María nos dirigimos a Belén; como ellos, no vamos solos, porque llevamos a Jesús con nosotros, pero hemos de participar una vez más de la gracia de su Nacimiento, contemplar su luz y llevarla a los demás. Belén nos trae una palabra de paz y de amor que el mundo necesita para salvarse.

Y terminamos con una nueva súplica: “Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (Spe salvi, 50).

Que el Espíritu nos muestre la senda y nos ayude a recorrerla en esta última etapa del camino del Adviento. Amén.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Isaías 7,10-14 y Mateo 1,18-24: La profecía del Emmanuel se cumplió plenamente cuando el Hijo de Dios se encarnó en la Virgen María. Este año se lee en el Evangelio el pasaje de la anunciación a José del gran misterio que se estaba realizando en su prometida por la acción del Espíritu Santo.

Salmo responsorial 23: Este salmo proclama el paso de la profecía al cumplimiento; con él cantamos: Va a entrar el Señor: Él es el Rey de la gloria.

Segunda lectura. Romanos 1,1-7: Al nacer de María y ser acogido por José, Jesús nació como verdadero israelita y heredero de la estirpe de David, para ser Rey de todos los pueblos.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 28 de diciembre de 2025

La Sagrada Familia

Lecturas:

Eclo 3, 2-6. 12-14. El que teme al Señor honra a sus padres.

Sal 127. Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Col 3, 12-21. La vida de familia vivida en el Señor.

Mt 2, 13-15. 19-23. Toma al niño y a su madre y huye a Egipto.

Celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia. Dios quiso nacer y crecer en una familia humana.

El matrimonio y la familia no son una invención humana fruto de situaciones culturales e históricas particulares, ni una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso.

Dios tiene un proyecto sobre el matrimonio y la familia, así nos lo dice Jesús: el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne»; «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre». El sacramento del matrimonio es un don para la santificación y la salvación de los esposos.

El Papa León nos recuerda que el matrimonio no es un ideal, sino el modelo del verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo. Este amor, al hacerlos “una sola carne”, los capacita para dar vida, a imagen de Dios.

La familia cristiana está llamada a ser una verdadera Iglesia doméstica en la que Jesucristo es la piedra angular sobre la que se construye la casa: La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón… todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús.

Una Iglesia doméstica que vive, celebra la fe y proclama la fe: que Jesucristo vive y es el Señor de la familia. Y, por tanto, una familia que reza en familia, tanto los esposos, como toda la familia.

Está llamada a ser una comunidad de vida y de amor. Una comunidad en la que se vive con un amor como el de Cristo. Nos lo ha recordado san Pablo: revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Una comunidad en la que cada uno es querido por lo que es y no por lo que vale o por lo que aporta. Una comunidad que quiere vivir en la verdad y en el respeto; en el perdón y la misericordia, buscando siempre el bien del otro, especialmente del pequeño, del más débil.

Una comunidad que acompaña a las personas heridas en su sufrimiento y les ayuda a sanar y crecer.

Como nos recuerdan nuestros Obispos, necesitamos familias que, como Iglesia doméstica, sean testigos vivos del amor de Cristo por su esposa, la Iglesia, manifestando con su vida cotidiana la gracia que las capacita para responder a la llamada de Dios y reflejar su amor único y entregado.

¡Preséntale al Señor tu familia y pídele el don del Espíritu Santo!, para que la renueve y os conceda la comunión.

Reza también por todas las familias, especialmente por las que están sufriendo y pasando por dificultades.

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo, ven sobre nuestras familias! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mt 2, 13-15.19-23. “Huye a Egipto”. La Navidad es una fiesta familiar, nos vincula a los seres que nos han precedido en el camino de la vida y de la fe. No es extraño que la Iglesia nos invite a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia y a contemplar sus circunstancias. La Sagrada Familia no tuvo una vida fácil. Desde su mismo nacimiento, Jesús se convirtió en una amenaza para los poderes políticos. Ello les obligó a huir a Egipto, a convertirse en refugiados para poder proteger la vida del niño. Curiosamente la persona de Jesús va a reproducir en su propia vida la historia de Israel. Cuando finaliza la amenaza, José vuelve con María y con Jesús y se instalan en Galilea, un lugar tranquilo, alejado de Judea y de la capital. Nazaret será un lugar y un tiempo tranquilo, vida de familia, de vecinos, donde Jesús podrá crecer en estatura, sabiduría y gracia.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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