LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 9 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 6-11

Un sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar.

Un sábado, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar.

Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada.

Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.

Pero él conocía sus pensamientos y dijo al hombre de la mano atrofiada:
«Levántate y ponte en medio».

Y, levantándose, se quedó en pie.

Jesús les dijo:
«Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer el bien o el mal, salvar una vida o destruirla?».

Y, echando en tomo una mirada a todos, le dijo:
«Extiende tu mano».

Él lo hizo y su mano quedó restablecida.

Pero ellos, ciegos por la cólera, discutían qué había que hacer con Jesús.

Martes, 10 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 12-19

En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios.

En aquellos días, Jesús salió al monte a orar y pasó la noche orando a Dios.

Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió de entre ellos a doce, a los que también nombró apóstoles:

Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Simón, llamado el Zelote; Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.

Después de bajar con ellos, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos.

Miércoles, 11 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 20-26

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:

«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!

¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!

¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».

Jueves, 12 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos,…

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid
a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.

Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.

Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Viernes, 13 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 39-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:

«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:

«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?

No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

Sábado, 14 de septiembre de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».

Comentario al evangelio

Miércoles, 11 de septiembre de 2024

Lecturas:

1 Cor 7, 25-31. La representación de este mundo se termina.

Sal 44. Escucha, hija, mira: inclina el oído.

Lc 6, 20-26. Dichosos los pobres. ¡Ay de vosotros los ricos!

La Palabra continúa mostrándonos los signos de la vida nueva, de la vida en el Espíritu.

El que es de Cristo ha encontrado la perla preciosa, va teniendo en su vida la experiencia de san Pablo: para mí la vida es Cristo… todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él (cf. Flp 1, 21; 3, 8-9).

Y vive como un peregrino en camino hacia la meta: el cielo: de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma (cf. Mt 16, 26). Vive con los pies en la tierra, la mirada en el cielo y el Señor en el corazón, porque el momento es apremiante… y la representación de este mundo se termina.

La clave está en vivirlo todo en el Señor, con el Señor y para el Señor: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos (cf. Rom 14, 7-9).

Ante las diferentes situaciones que se dan en la comunidad respecto al estado de vida, San Pablo nos recuerda que en el ser persona y en el ser cristiano todo es vocación: que cada cual viva conforme le asignó el Señor, cada cual como le haya llamado Dios.

El que vive en el Espíritu, vive no para dar satisfacción a sus deseos, sino a la escucha de la voluntad de Dios. Para eso, ha recibido el don de consejo y el don de fortaleza: para poder discernir qué es lo que Dios quiere y poder llevarlo a la práctica.

Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano (Francisco, GS 63), son como una “ecografía” del corazón de Jesús. Así es el corazón de Jesús. Y así será tu corazón si dejas que el Espíritu Santo lo vaya modelando.

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al Evangelio

Lc 6, 20-26. “Bienaventurados los pobres”. La versión de Lucas del discurso de las bienaventuranzas parece un poco más realista. No se limita a presentar las razones por las que el Señor alaba a pobres, hambrientos, tristes y perseguidos. La segunda parte de sus palabras suponen una advertencia para los ricos, saciados, superficiales y famosos. Es una manera de decirnos que en la vida no solo hemos de optar por el camino del bien, sino que también en muchas ocasiones hemos de saber renunciar al mal. Evidentemente el bien lo encontramos en el seguimiento de Jesús. Él se ha hecho pobre, ha asumido nuestro dolor y nuestras necesidades, y ha sido perseguido por vivir el evangelio que anuncia. Ese es nuestro camino. El mal es todo aquello que nos aleja de Jesús y de su proyecto de vida.

25 de agosto. XXI Domingo de Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del Libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b

En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados. Y se presentaron ante Dios.

Josué dijo a todo el pueblo:
«Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: si a los dioses a los que sirvieron vuestros antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis; que yo y mi casa serviremos al Señor».

El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses! Porque el Señor nuestro Dios es quien nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de Egipto, de la casa de la esclavitud; quien hizo ante nuestros ojos aquellos prodigios y nos guardó en todo nuestro peregrinar y entre todos los pueblos por los que atravesamos.

También nosotros serviremos al Señor: ¡porque él es nuestro Dios!».

Salmo

Sal. 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23
R: Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra fe sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R.

Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará. R.

La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R.

Segunda lectura

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 5, 21-32

Hermanos:
Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo: las mujeres, a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.

Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpo suyos que son.

Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.

«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán os dos una sola carne».

Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

Evangelio del domingo

Lectura del santo Evangelio según San Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen».

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

comentario

LA EUCARISTÍA COMO MISTERIO DE FE.

(Domingo 21º del tiempo ordinario -B-, 25 de agosto de 2024)

La conclusión del discurso del pan de la vida.

Finalmente, el discurso del pan de la vida termina con una opción: aceptar o no las palabras de vida eterna de Cristo, seguirlo o dejarlo. Hay un atisbo de tristeza en las palabras que Jesús dirige a sus discípulos, cuando la gente que ha escuchado su discurso del pan de la vida en la sinagoga de Cafarnaúm deja al Señor casi solo: “¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6, 67).

Para la mayoría de los discípulos, personas que lo habían seguido en Galilea, Jesús había ido demasiado lejos. Había dos cosas en el discurso contenido en el capítulo 6 de san Juan que repugnaban a la tradición del Antiguo Testamento que ellos habían recibido; la primera era la pretensión divina de Jesús, quien no se distanciaba de su doctrina como los antiguos profetas y maestros, sino que se identificaba con la Palabra de Dios, ofrecida en alimento: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo, yo soy el pan de la vida” (vv. 41 y 48). La segunda dificultad nacía de las misteriosas palabra de Jesús, chocantes en su dura literalidad: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (v. 53; al antiquísimo tabú de la sangre se juntaba de nuevo la identificación de Jesús con el Mesías prometido en la profecía de Daniel (7, 13), el Hijo del Hombre: ese Jesús a quien conocían desde niño no podía ser el enviado celeste de los últimos tiempos, y así lo expresaron: “Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?” (v. 60).

 

El paso de la fe.

Ante el rechazo de la masa de los discípulos, Jesús pone su confianza en los Doce, aquellos elegidos que estarán en el secreto de la última Cena y serán los testigos de la Resurrección. Los Doce están ahora ante Jesús, como las doce tribus se reunieron en Siquén presididas por Josué (Jos 24; Primera lectura), y la respuesta es igual de firme y unánime: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (v. 69).

El evangelio de san Juan contiene una sucesión de profesiones de fe en Jesucristo en boca de personas de toda clase, como Natanael: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tu eres el Rey de Israel” (1, 49) los samaritanos: “Nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo” (4, 42), el ciego de nacimiento: “Creo, Señor” (9, 38), Marta la hermana de Lázaro: “Si, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (11, 27) y, finalmente, Tomás: “Señor mío y Dios mío” (20, 28). Queda una última confesión, la de Pedro junto al lago, respondiendo a una pregunta que no es ya de fe, sino de amor: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (21, 17).

En varios de estos casos Jesús pide la confesión de fe en él, del mismo modo que en la celebración de los sacramentos se nos pide una palabra de confianza, de adhesión y compromiso, porque la fe es una gracia de Dios con la que se puede cooperar, pero no imponer. Cada vez que se nos presenta el Cuerpo de Cristo en la comunión hemos de decir con fe “Amén”, “Sí”, movidos por el Espíritu Santo.

La vida en Cristo.

“El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada” (Jn 6, 63). Podemos entender estas palabras como aviso de que de nada sirve la mera escucha de la palabra de Dios o la comunión material de la carne de Cristo, como la entendían los oyentes o incluso la comunión eucarística, si no se hace con la fe que mueve el propio Espíritu. Pero también podría ser otra advertencia: no vale para la salvación la descendencia carnal de Abrahán, pues hay que nacer de nuevo del agua y del Espíritu. “Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu (Jn 3, 6), estos son los que no han nacido de la carne y de la sangre, sino de Dios” (Jn 1, 13).

Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6, 63). Antes que enfrascarse en explicaciones sobre cómo es posible la realización de las palabras de Cristo en la Eucaristía, hay que recibirlas en su sentido místico, de compenetración vital con él. Recibiendo a Jesús, pan de vida eterna, tanto creyendo en él como comulgando en su sacramento, hemos de llegar a una unión tal que sea él mismo quien piense, hable y actúe en nosotros para el Padre, quien sufra, muerta y resucite en nosotros en virtud del Espíritu.

Recibir el pan de la vida es dejar que sea Cristo quien viva en nosotros, para morir su misma muerte y llegar a la gloria de la vida eterna. Esto es lo que distingue al cristianismo de las demás religiones y esta es su verdadera riqueza tantas veces olvidada. No se trata sólo de seguir las enseñanzas de un maestro, sino de que este Maestro cumpla su misterio salvador en nosotros.

La fe de María y la nuestra

Concluimos la lectura de este discurso de Jesús (capítulo 6 de san Juan) recordando, con palabras de san Juan Pablo II, a María, que fue parta fundamental en el nacimiento del cuerpo y la sangre de Cristo y vivió su ofrenda en la cruz, para que sea nuestro modelo de fe en Jesucristo que se nos ofrece como Pan vivificante: “En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino” (Ecclesia de Eucaristía, 55).

Primera lectura y Evangelio. Josué 24, 1-2a.15-17.18b y Juan 6, 60-69: El discurso del pan de la vida termina con una decisión: aceptar o rechazar las palabras de Cristo, seguirlo o dejarlo. La libertad que Jesús da a sus discípulos para decidirse recuerda la actuación de Josué en la asamblea de Siquén que escuchamos en la primera lectura. La fe es una gracia de Dios con la que se puede cooperar, pero no imponer.

Segunda lectura. Efesios 5, 21-32: La relación matrimonial, con la entrega mutua de los esposos, encerraba para san Pablo un gran mensaje, descubriendo el plan de Dios que se ha revelado al contemplar la relación de Cristo con la Iglesia. Para todos ha de servir la norma suprema del amor sacrificado de Jesucristo. El apóstol mitiga la condición inferior que las esposas tenían en su tiempo mediante el amor de entrega y renuncia de sí mismos que pide a los maridos.

Otro comentario al evangelio

Sábado, 29 de junio de 2024

San Pedro y San Pablo

Lecturas:

Hch 12, 1-11. El Señor ha enviado a su ángel para librarme.

Sal 33, 2-9. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios.

2 Tm 4, 6-8.17-18. He corrido hasta la meta, he mantenido la fe.

Mt 16, 13-19. Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.

La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Es una fiesta de la catolicidad.

Son las columnas de la Iglesia. Ellos han transmitido la fe y sobre ellos se edifica la Iglesia. Fueron elegidos por el Señor para ser testigos de la Buena Noticia.

Siendo débiles y pecadores fueron elegidos por Dios para que en su debilidad se manifestara la fuerza y la grandeza de Dios. Ellos hicieron de Jesucristo, el Señor de su vida, el centro de su existencia, la razón y la fuerza para vivir.

En el Evangelio escuchamos cómo Jesús dirige a sus discípulos la pregunta del millón, que no es ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, sino Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Esta es la pregunta clave también para ti, hoy. En la respuesta que des a esta pregunta te va la vida.

¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué pinta Jesucristo en tu vida? ¿Quién es el Señor de tu vida? ¿Quién dirige tu vida? ¿A quién le preguntas cómo tienes que vivir cada día?

San Pedro y San Pablo pudieron, por el don del Espíritu Santo (cf. 1 Co 12, 3), confesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, o Para mí la vida es Cristo (cf. Flp 1, 21).

Jesucristo elige, de entre todos los apóstoles, a Pedro como cabeza de la Iglesia. Este oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia, y se continúa por los obispos bajo el primado del Papa (cf. Catecismo 881). El Papa ha sido puesto por Jesucristo para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia.

El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús.

La memoria de San Pedro nos invita a confesar que Jesús es el Señor, a tenerle a Él como único Maestro, a permanecer siempre fieles a las enseñanzas de Jesucristo que vive en su cuerpo, que es la Iglesia.

La memoria de San Pablo nos invita a la nueva evangelización, a ser apóstoles, a no tener miedo de dar la cara por Cristo, porque sé de quién me he fiado y que tiene poder para asegurar hasta el final el encargo que me dio (cf 2 Tim 1, 12s).

¡Ven, Espíritu Santo! ¡Haz llover, para que crezca en mí la fe y el amor a Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mt 20, 20-28. “Uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. Celebrar la fiesta de uno de los apóstoles siempre nos recuerda los orígenes de nuestra fe. Fue el Señor quien eligió a aquel grupo de discípulos, que le acompañaron en toda su vida pública y luego fueron testigos de su resurrección. Pero el evangelio también nos muestra su verdadera condición humana. Hoy contemplamos como la madre de Santiago y Juan intercede ante Jesús pidiéndole los dos puestos principales para sus dos hijos. Es una manifestación de egoísmo, de búsqueda de reconocimiento. No son los únicos débiles, los otros diez se indignan porque ellos también desean esos mismos honores. El Señor aprovecha para darnos una lección. Lo que debe distinguir a los discípulos de Jesús es el servicio y el dar la vida. Eso es lo que Santiago hizo, trayendo la fe a nuestras tierras.

15 de septiembre. Domingo XXIV Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del profeta Isaías 50, 5-9a

El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?

Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?

Que se me acerque.

Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?

Salmo

Sal. 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9
R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

Amo al Señor, porque escucha
mi voz suplicante,
porque inclina su oído hacia mí
el día que lo invoco. R/.

Me envolvían redes de muerte,
me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia.
Invoqué el nombre del Señor:
«Señor, salva mi vida». R/.

El Señor es benigno y justo,
nuestro Dios es compasivo;
el Señor guarda a los sencillos:
estando yo sin fuerzas, me salvó R/.

Arrancó mi alma de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída.
Caminaré en presencia del Señor
en el país de los vivos. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del Apóstol Santiago 2, 14-18

¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?

Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz; abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve?

Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.

Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».

Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías».

Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.

Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».

Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

comentario del domingo

EL CAMINO DE LA MUERTE A LA VIDA

por Jaime Sancho Andreu

(24º Domingo ordinario –B-, 15 de septiembre de 2024)

El camino del Maestro y del discípulo

El evangelio de Marcos ofrece una catequesis en forma de progresión de temas, como una ascensión. En los primeros grados, Jesús muestra la imagen del esperado Rey mesiánico, poderoso en palabras y obras – los milagros -, pero al mismo tiempo moderado y humilde como no se preveía al Mesías. Llegados a este punto de la lectura evangélica, se comienza a revelar la cruda totalidad del amor del Padre: los últimos escalones de su ascensión, como en la subida desde Galilea hasta Jerusalén, se van anunciando tanto la muerte violenta e inaceptable como la incomprensible resurrección.

En el primer anuncio del Misterio Pascual, de muerte y gloria, Jesús rompe con la idea triunfalista del Rey-Ungido que esperaban los israelitas. El Señor prosigue la ejecución del programa de su misión revelada ya en su Bautismo: la del Siervo de Dios humilde y perseguido.

La constante tentación.

El resultado de la primera etapa de la vida pública de Jesús, su ministerio en Galilea, daba motivos a los discípulos para ser optimistas y creer en Jesús como el Mesías esperado. Sin embargo, Jesús les iba a proponer un camino desconcertante: el Reino de Dios no se construye con el poder sino con el sacrificio de la propia vida en favor de los demás. Así lo proclamó el gran profeta Isaías en sus poemas del Siervo de Yawéh, justo y paciente, y así lo hizo Jesús.

Sin embargo, Pedro no lo comprende ni lo quiere admitir. Por eso también a nosotros nos asombra que Jesús le llamase “Satanás”; y es que ya desde el comienzo de la vida de Jesús, se denuncia el peligro de confundirlo con un salvador a la manera de los reyes o caudillos de este mundo.

Herodes mismo temió la llegada de Jesús y tiñó de sangre inocente los días del nacimiento que debían ser tan alegres; del mismo modo, el tentador, durante el ayuno de Jesús en el desierto, le invitó a servirle y dominar el mundo, apartándose de su verdadera misión. Hace poco hemos escuchado que el Señor tuvo que huir de los que querían proclamarlo rey, despúes de la multiplicación de los panes y los peces. Lo mismo ante Poncio Pilato, y al final, en la cruz, idéntica tentación. Todavía después de la resurrección, antes de la ascensión, los discípulos le preguntaban: “Señor, ¿es ahora cuando vas a comenzar la soberanía de Israel?” (Hechos 1, 6).

Y la tentación de los discípulos

Todo lo anterior no pertenece solamente a la “historia sagrada”. El Evangelio proclamado ahora a la Iglesia le muestra su propia misión a través de los tiempos. En la iniciación Bautismal, todos los cristianos hemos sido “ungidos” con el mismo Espíritu de Cristo, particularmente en el sacramento de la Confirmación. La Iglesia continúa en ella el misterio del Verbo encarnado y sigue por ello un camino ascensional hacia la Jerusalén celeste pasando por el Calvario. En ningún lugar del Nuevo Testamento se dice que la Iglesia avanzará en su historia tranquila y orgullosa por un camino agradable, preservada por su Señor de cualquier clase de peligro o tentación.

Por el contrario, el Señor muestra a los apóstoles la figura del “discípulo fiel”: Seguir a Jesús es antes que nada negarse a sí mismo, considerarse nada; después aceptar la propia cruz y, sólo así, seguirle. Es necesario, finalmente, perder la propia vida, pero a causa de él y del Evangelio, de otro modo sería una pérdida inútil. Sólo así podrá salvarse el discípulo, porque la voluntad meramente humana de salvarse a cualquier precio, sin la gracia, lleva a la ruina cierta. Del mismo modo que el activismo pastoral reducido a puro método, sin contar con la gracia implorada con humildad en la oración – incluyendo la asunción cristiana del fracaso – es pura vanidad, acción sin fruto permanente.

Pero, igual de desviada que es la religión que se queda en lo terrenal, es la que cree en Dios y no desciende a las obras de la fe. Es la denuncia clara del apóstol Santiago (Segunda lectura). Las buenas obras hablan de quiénes somos y en qué creemos.

En la Eucaristía se renueva la unción espiritual de la Iniciación Cristiana, la benevolencia de Dios a través de la Palabra y de la Mesa y la comunión con la Iglesia, se vuelca abundantemente sobre los bautizados, sobre los que es invocado el nombre divino, que confiesan al Hijo, el Ungido de Dios, se han adherido a él y lo siguen,  llevando la cruz, perdiéndose a la propia vanidad y maldad, y viven intensamente la vida del Espíritu Santo, de modo que hacen propia la sentencia de san Pablo: En Cristo Jesús nada vale… sino la fe que se hace operante mediante la caridad (Gal 5, 6).

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Isaías 50, 5-10ª y Marcos 8, 27-35: Al acercarse el final de su ministerio en Galilea, Jesús pidió a los suyos un resumen u opinión sobre lo que se pensaba de él tras sus palabras y milagros. Pedro declara: “Tú eres el Mesías”; pero este título estaba cargado de un contenido político que era una constante tentación para Jesús, mientras que su mesianismo incluía la Pasión expiatoria, conforme al modelo profético del Siervo de Yawéh.

Segunda lectura. Santiago 2, 14-18: Santiago polemiza con los que confiaban en la salvación por la fe, según la doctrina de san Pablo, pero entendiendo esta virtud como algo intelectual, sin comprometerse en la caridad y demostrar su autenticidad con las buenas obras.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 19 de mayo de 2024

Pentecostés

Lecturas:

Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar.

Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

1Co 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo.

Jn 20, 19-23. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.

Celebramos hoy el día de Pentecostés. El misterio pascual culmina con el envío del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles. Pentecostés es la fiesta de la Nueva Alianza, con una ley escrita por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes.

Cincuenta días después de la Pascua, la Iglesia recibe el don del Espíritu Santo, el don más alto de Dios al hombre, el testimonio supremo por tanto de su amor por nosotros, un amor que se expresa concretamente como «sí a la vida» que Dios quiere para cada una de sus criaturas (cf. Benedicto XVI, Mens. JMJ 2008). El Espíritu Santo se nos da para nuestra santificación: para que vivamos identificados totalmente con Cristo y, para que, permaneciendo en Él, podamos dar fruto abundante.

El Espíritu Santo nos da sus dones para sostener y animar nuestra vida cristiana, nuestro camino de santidad. Estos dones son actitudes interiores permanentes que nos hacen dóciles para seguir los impulsos del Espíritu. Estos siete dones son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

Son dones que no podemos conseguir con nuestro esfuerzo, sino que los recibimos gratuitamente en nuestro bautismo: la gracia santificante nos concede poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo mediante sus dones (cf. Catecismo 1266.).

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy te invita a vivir según el Espíritu y no según la carne, es decir: te invita a acoger en tu corazón esos dones del Espíritu y a vivir la vida nueva de los hijos de Dios.

Si aceptamos en nuestro corazón estos siete dones, y vivimos animados por el impulso del Espíritu siguiendo a Jesucristo como único Maestro y único Señor, los dones del Espíritu producen en nuestra vida doce frutos, que son la obra del Espíritu en nuestra vida. Estos doce frutos, según la Tradición de la Iglesia, son: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad (firmeza, perseverancia), bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (cf. Gal 5, 22-23).

La santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida… Invoca al Espíritu Santo y camina con confianza hacia la gran meta: la santidad. Así no serás una fotocopia. Serás plenamente tú mismo (cf. FRANCISCO, GE 15, CV 107).

Es también el momento para preguntarnos qué estás haciendo con los carismas, que has recibido del Espíritu Santo, y que los has recibido para ponerlos al servicio de los demás en la Iglesia. Esos carismas no los puedes guardar para ti: no son tuyos. Los has recibido para que fructifiquen en favor de los demás.

¡Anímate! Dios te ama y quiere tu felicidad y te da la vida eterna. Ábrele el corazón para que el Espíritu Santo vaya realizando en ti la obra de la santidad.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mc 7, 31-37. “Le metió los dedos en los oídos”. La encarnación de Jesús no es un hecho accidental. El Señor se ha hecho hombre para compartir nuestra condición, para estar cerca de nuestras alegrías y nuestros sufrimientos, para anunciarnos la buena noticia y para hacerla vida con sus signos. Hoy es un sordomudo quien se acerca a Jesús, pidiendo sanación. El Señor lo aparta a un lado. Nos muestra que es fundamental ese encuentro personal con Él para poder recuperar la salud. Jesús toca sus oídos, metiendo sus dedos y también la lengua con su saliva. El Señor ha venido a tocar nuestros límites, nuestra fragilidad. Con su poder puede liberarnos de esas trabas y devolvernos una condición que nos permita convivir en medio de la comunidad humana, comunicándonos con nuestros hermanos y también alabando a Dios.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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