En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra…
En aquella hora Jesús se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
En aquel tiempo, Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies, y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos…
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
En aquel tiempo, dos ciegos seguían a Jesús, gritando:
«Ten compasión de nosotros, hijo de David».
Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dijo:
«¿Creéis que puedo hacerlo?».
Contestaron:
«Sí, Señor».
Entonces les tocó los ojos, diciendo:
«Que os suceda conforme a vuestra fe».
Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente:
«¡Cuidado con que lo sepa alguien!».
Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia.
Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor».
Entonces dice a sus discípulos:
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
«Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
Sábado, 6 de diciembre de 2025
San Nicolás
Lecturas:
Is 30, 18-21.23-26. El Señor vendará la herida de su pueblo.
Sal 146, 1-6. Dichosos los que esperan en el Señor.
Mt 9, 35-10, 1.6-8. Se compadecía de las gentes extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor.
La palabra nos muestra qué es lo que el Señor quiere hacer con nosotros. Ayer decíamos que los dos ciegos éramos nosotros, que por el pecado original tenemos una herida profunda en el corazón que no nos deja ver con claridad al Señor en medio de nuestra vida. Como le ocurrió a Adán. que antes del pecado paseaba con Dios por el jardín y después del pecado original se escondía de Dios porque tenía miedo de él, porque empezó a ver a Dios como un rival. Y esa es la herida profunda del pecado en nosotros.
Esa herida nos ha dejado una fractura interior importante.
Ha desvirtuado nuestra relación con Dios, al que vemos muchas veces como un rival, como un aguafiestas, como si quisiera quitarnos algo de nuestra vida y de nuestra libertad.
Ha fracturado también nuestra relación con los demás. Después del pecado empieza a enturbiarse la relación entre Adán y Eva, Caín matará a su hermano Abel y empezará toda una historia complicada de divisiones y de enfrentamientos entre la humanidad.
Y no solo en el mundo lejano, sino también en nuestro corazón vemos con qué facilidad aparece el juicio, aparece la murmuración, aparece el rencor, el resentimiento…, tantas cosas que son signo de esa fractura interior.
Aparece también la fractura con el mundo, con la creación, y por eso tenemos tantas dificultades y tantos problemas, porque el hombre no sigue el proyecto de Dios. La criatura se rebela tantas veces contra el Creador y eso tiene consecuencias complicadas. para la creación.
Y esa fractura la tenemos también nosotros. También nuestra relación con nosotros mismos está fracturada, está rota. Y por eso vivimos llenos de heridas; de heridas profundas que hace que a veces tengamos reacciones y comportamientos que ni nosotros mismos somos capaces de entender en su plenitud.
Y el Señor hoy viene a decirnos que Él tiene compasión de nosotros, como hemos escuchado en el Evangelio.
Al ver a las muchedumbres se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor. Y así vivimos también nosotros tantas veces, cansados y agobiados, porque muchas veces vivimos sin el Señor y hoy el Señor quiere decirnos que esta fractura interior que tenemos, somos incapaces de curarla solo con nuestras fuerzas, y por eso nos invita a descubrir que necesitamos ser redimidos, ser salvados.
El Señor es el único que sana los corazones destrozados, el único que venda sus heridas.
Y por eso esta palabra es una invitación a abrir el corazón al Señor y a dejar que el Señor entre en nuestra vida para así producir en nosotros este proceso de sanación, de salvación de nuestra vida, este proceso profundo que solo el Señor puede hacer, este esta curación que no viene como un acto de magia, sino como un camino que hay que recorrer, porque este proceso dura toda la vida, hasta que lleguemos al cielo.
Esta nueva creación la hace Señor por medio de su palabra. Lo que llevó a la muerte y a la fractura a Adán fue la desobediencia, el querer ser como Dios, el querer ocupar el lugar de Dios, lo que lleva a la salvación es el ser como Jesucristo que fue obediente hasta la muerte…
Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).
Mt 9, 35 – 10, 1.5a.6-8. “Id y proclamad que ha llegado el reino”. Celebramos que Jesús se ha hecho hombre para enseñar, para proclamar el evangelio, para curar, para experimentar compasión. Esta es su manera de compartir nuestra naturaleza. El Señor va recorriendo pueblos y aldeas, haciendo presente su salvación, la llamada a participar de su reino. Siente especial dolor cuando ve a la muchedumbre desorientada, abandonada. Reconoce la necesidad que tienen de un pastor que las guie y oriente, que las lleve a alimentarse de prados sabrosos. Nos pide que no dejemos de orar, suplicando al dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies. A sus discípulos más cercanos les da autoridad para expulsar demonios y curar toda enfermedad. Los primeros destinatarios de su misión son las ovejas descarriadas de Israel. Y el sello de que todo lo que hacen los discípulos viene del Señor es la gratuidad. Lo han recibido gratis y lo han de dar gratis.
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén.
En los días futuros estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cumbre de las montañas,
más elevado que las colinas.
Hacia él confluirán todas las naciones,
caminarán pueblos numerosos y dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob.
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
la palabra del Señor de Jerusalén».
Juzgará entre las naciones,
será árbitro de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, venid;
caminemos a la luz del Señor.
¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. R/.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor,
según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. R/.
Desead la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». R/.
Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor,
nuestro Dios, te deseo todo bien. R/.
Hermanos:
Comportaos reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz.
Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
TIEMPO DE ESPERANZA
(1º Domingo de Adviento – A -, 30 – Noviembre – 2025)
El tiempo alegre y penitencial del Adviento.
Este es un tiempo “de alegre expectación”, y en los comentarios de este Adviento insistiremos en este tema. Todo recomienza en este tiempo, cambio de leccionario, de cantos, de color, la corona de luces… Y necesitamos buscar un nuevo fervor que nos ayude a vencer la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente y evitar pretextos. Es un tiempo para renovar y fundamentar la esperanza. En este proyecto, la liturgia tiene un importante lugar, pues no debemos limitarnos a recordar lo que ocurrió en Belén, como un acontecimiento histórico importante, sino que hemos de hacernos presentes en él, participar en el mismo mediante su actualización sacramental. No en vano conmemoramos el comienzo de nuestra salvación.
El Adviento A, sus temas propios.
Este año comenzamos de nuevo el ciclo trienal de lecturas con el leccionario A. es el año en que leeremos preferentemente el Evangelio de san Mateo, que proclama preferentemente a Jesucristo como aquél en quien se cumplen la profecías y las esperanzas del antiguo Israel. De este modo, el primer domingo anunciará el día del Señor grande y terrible anunciado por los profetas en el que el Hijo del Hombre vendrá como Juez para reunir a los suyos. Luego comenzaremos el ciclo del Bautista, que preparará el camino del Señor (Segundo domingo) y recibirá el testimonio de Jesús de que ha comenzado ya el tiempo de la salvación (Tercer domingo). El ciclo de la anunciación es más completo este año, pues se proclama, tanto la anunciación a María según san Lucas (8 de diciembre), como a san José según san Mateo (Cuarto domingo).
El leccionario A lee exclusivamente al profeta Isaías en sus vaticinios más impresionantes, que comienzan con el anuncio de la paz eterna del reino de Dios: de las espadas forjarán arados, y culminan con la profecía del Emmanuel (Cuarto domingo).
La carta a los Romanos se lee en tres domingos, excepto en el tercero (carta de Santiago), y a nadie se le escapa la importancia de este escrito dentro del Nuevo testamento. En ella san Pablo declara que todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra (15,4; Segundo domingo).
Así pues, tenemos por delante un escogido e importante conjunto de textos bíblicos que nos impiden atención para escuchar la voz de Dios que “nos habla al corazón” y descubrir los signos de la venida del Señor, en la liturgia y en la vida.
LA CORONA DEL ADVIENTO
Oración para bendecir la corona del Adviento y encender el primer cirio.
Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, en lugar del acto penitencial, desde la sede, dice:
Hermanas y hermanos: Al comenzar este nuevo año litúrgico vamos a bendecir esta corona con que inauguramos también el tiempo de Adviento que nos llevará hasta la Navidad. Sus luces nos recuerdan que Jesucristo es la luz del mundo. Su color verde significa la vida y la esperanza. La corona de Adviento es, pues, un símbolo de que la luz y la vida triunfarán sobre las tinieblas y la muerte, porque el Hijo de Dios se ha hecho hombre y nos ha dado la verdadera vida. El encender, semana tras semana, los cuatro cirios de la corona debe significar nuestra gradual preparación para recibir la luz de la Navidad. Por eso hoy, primer domingo de Adviento, bendecimos esta corona y encendemos su primer cirio.
Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración de bendición:
Oremos.
La tierra, Señor, se alegra en estos días, y tu Iglesia desborda de gozo ante tu Hijo, el Señor, que se acerca como luz esplendoroso, para iluminar a los que yacemos en las tinieblas de la ignorancia, del dolor y del pecado; para hablarnos al corazón y despertarnos a la Vida verdadera.
Lleno de esperanza en su venida, tu pueblo ha preparado esta corona con ramos del bosque y la ha adornado con luces.
Ahora, pues, que vamos a empezar el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo, ocurrida hace poco más de dos mil años, te pedimos, Señor, que, mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona, con nuevas luces, a nosotros nos ilumines con el esplendor de aquel que, por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades. Él que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Y el mismo celebrante o un fiel, enciende el cirio que corresponde a la primera semana del Adviento, mientras puede cantarse otra estrofa del canto de entrada o el estribillo del Himno del Jubileo. Sigue la oración colecta.
ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA
En el primer domingo del Adviento 2025: El Señor viene para animar nuestra esperanza.
La liturgia de la palabra de este domingo es una continua vocación: “Venid, subamos al monte del Señor. Caminemos a la luz del Señor”, dice Isaías. A lo que respondemos con el salmo 121 “Vamos a la casa del Señor”. Vocación a la santidad en la carta de san Pablo: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es la hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando comenzamos a creer… Conduzcámonos como en pleno día... Vestíos del Señor Jesucristo.” “Estad en vela para estar preparados”, insiste Jesús, porque estamos llamados a una vida santa y a llevar al mundo la luz que Cristo trajo al mundo con su nacimiento. Ser santos para poder ser transformadores del mundo; así lo explicaba un santo Padre en el siglo IV: “Considerando que Cristo es la luz verdadera sin mezcla posible de error alguno, nos damos cuenta que también nuestra vida ha de estar iluminada con los rayos de la luz verdadera. Los rayos del sol de la justicia son las virtudes que de él emanan para iluminarnos y, obrando en todo a plena luz, nos convirtamos también nosotros en luz y, según es propio de la luz, iluminemos a los demás con nuestras obras” (San Gregorio de Nisa. Tratado sobre el perfecto modelo cristiano).
Tiempo de esperanza
En estos días, la televisión nos incita a iniciar una carrera contra reloj hacia la Navidad, día mágico en el que no se dice qué es lo que se celebra, porque la propaganda ha de llegar a todos, más allá de la minoría creyente. Lo importante es reunirse, hacer regalos, consumir y gastar con alegría. Todos unidos en un deseo de paz y amor.
Si lo tomamos por el lado positivo, debemos felicitarnos de que un mensaje o vivencia cristianos llegue a todo el mundo. Y entre al poderío del comercio, sembrar el mensaje genuino: ¿Qué ocurrió, qué regalo nos hizo Dios, qué paz nos trajo, qué clase de amor?
Y también: ¿Qué podemos regalar, qué se espera de nosotros, qué esperamos de Jesús, qué paz podemos poner? Ánimo, tenemos un hermoso mes por delante.
El día del Señor, abierto a la esperanza.
Debemos volver a descubrir el “día del Señor” y su momento central que es la Eucaristía, como una cita con el Señor, que se hace presente a la Iglesia reunida, para darle su palabra y su comunión y prepararla para la fiesta eterna del cielo.
En la celebración de la eucaristía estamos situados entre la memoria del los hechos salvadores y la gloria del Señor que nos aguarda; así lo proclamamos en la plegaria eucarística: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús.
El año litúrgico que comenzamos con el Adviento, rompe la monotonía y la servidumbre del tiempo material para introducirnos en el tiempo de la salvación, en el Hoy de Dios: en los momentos estelares de su actuación, que no se quedaron en el pasado, sino que se actualizan y se viven en las festividades, de modo que nos muevan a experimentar y difundir la salvación, evangelizando y contribuyendo a la transformación del mundo según la justicia, el amor y la paz que son los signos de identidad del reino de Dios.
Este domingo es adecuado decir el prefacio de Adviento III.
LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Isaías 2,1-5: Comienza hoy la lectura de las profecías del antiguo testamento acerca del Mesías que debía venir para reunir a todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios. Ahora Isaías nos llama a la santidad, la justicia y la paz que Jesús trajo al mundo.
Salmo responsorial 121: Con este salmo, el nuevo pueblo de Dios hace suyas las palabras del antiguo Israel y camina al encuentro de su Señor en la Jerusalén celestial, donde encontrará la bendición de la paz.
Segunda lectura. Romanos 13,11-14: En el comienzo del año litúrgico, san Pablo nos advierte de que nuestra salvación está más cerca que cuando comenzamos nuestra vida cristiana. De cara a la venida del Señor, debemos purificar nuestras vidas y santificarnos revistiéndonos de Cristo.
Evangelio. Mateo 24,37-44: El Evangelio nos anuncia que la venida del Señor permanece en el secreto de Dios, tanto para el mundo como para cada persona en particular, por ello debemos estar en vela y bien preparados para recibir al Señor.
Domingo, 10 de agosto de 2025.
XIX del Tiempo Ordinario
Lecturas:
Sb 18, 6-9. Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Hb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Lc 12, 38-48. Lo mismo vosotros, estad preparados.
La Palabra nos invita a vivir la fe, a tener una mirada de fe sobre nuestra vida y sobre la historia. La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se acoge y se disfruta.
En la fe, don de Dios, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría (cf. Lumen Fidei 7).
La segunda lectura nos habla de ello y nos muestra a Abrahán, padre de todos los creyentes: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve… Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Lo que se pide a Abrahán es que se fíe de esta Palabra. La fe entiende que la palabra, cuando es pronunciada por el Dios fiel, se convierte en lo más seguro e inquebrantable que pueda haber. La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella con sólido fundamento (cf. Lumen Fidei 9-10).
Tener fe es entrar en una historia de amor entre Dios y nosotros. Es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente y empezar a responder a este Amor, que te precede y en el que te puedes apoyar para construir la vida: No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Es dejar que Dios pase cada día por tu vida y te encuentres con Él, que te ama, te desea, te busca.
Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado. El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre», (cf. Lumen Fidei 1 y 19).
Por eso, el Evangelio nos llama a estar despiertos, en vela, atentos porque el Señor viene a tu vida: Estoy a la puerta y llamo, si me abres entraré y cenaré contigo (cf. Ap 3, 20).
A estar despiertos porque hoy el Señor pasa por tu vida: no estás solo; hoy el Señor te habla al corazón: pone luz en tu vida; hoy el Señor te regala el don del Espíritu Santo: lo hace todo nuevo; hoy el Señor te regala hermanos para caminar juntos hacia la meta del cielo.
Y hay que estar en vela porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar (cf. 1 Pe 5,8). Hay que estar atentos, porque el diablo quiere robarte, la fe, la comunidad, la vocación, la alegría, la esperanza… En definitiva quiere llevarte a la soledad, a la tristeza y a la desesperanza.
También esta Palabra nos invita a despegarnos de las cosas materiales, porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón… y a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, y de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma.
El Domingo pasado el Papa León nos recordaba que la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos…; más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad.
¿Tú cómo estás? ¿Estás preparado para el encuentro con el Señor, que hoy está llamando a la puerta de tu vida?
¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).
Lc 24, 37-44. “Estad también vosotros preparados”. Inauguramos hoy el nuevo Año litúrgico, con el inicio del tiempo de Adviento. Es tiempo de esperanza vigilante. Sabemos que el Señor vendrá al final de los tiempos y hemos de mirar hacia el futuro con la confianza puesta en Él. Igual que el Señor se encarnó y vino a nosotros, también nos aseguró su próxima venida. Celebramos su nacimiento como aurora de salvación, damos gracias a Dios por un regalo así, pero también aguardamos su venida gloriosa. Es lo que el evangelio hoy nos indica. El Hijo del hombre, Jesús, vendrá y sucederá como en tiempos de Noé, no habrá tiempo para improvisar una acogida. Hemos de estar preparados cada día para esa venida. Llegará a la hora que menos imaginamos. Así que nos toca vivir en vela constante y con deseo de que se produzca ese encuentro con el Señor.
En aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor.
La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja.
El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid.
Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada.
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.
En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R/.
Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol:
él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R/.
Hermanos:
Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.
Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito:
«Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre».
Por aquellos días, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Este es el que anunció el Profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
«¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR
(2º Domingo de Adviento -A-, 7 – Diciembre -2025)
Oración para encender el segundo cirio de la corona del Adviento.
Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:
Un año más llena la Iglesia el potente pregón de Juan el Bautista que renueva el de los antiguos profetas: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”
Señor Jesús, esta segunda luz que vamos a encender nos avisa que debemos preparar tu venida en nuestros corazones, en nuestras familias y lugares de trabajo, y también en esta comunidad cristiana que visitas sin cesar cuando te celebra en la Eucaristía. Concédenos que este aumento de la luz que podemos ver, signifique en cada uno de nosotros la expulsión de las tinieblas del pecado. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
Y el mismo celebrante o un fiel, enciende dos cirios de la corona del Adviento, mientras puede cantarse otra estrofa del canto de entrada o el estribillo del Himno del Jubileo “Cristo ayer y Cristo hoy”. Sigue el acto penitencial.
Orientaciones para la homilía
El Señor quiere venir a nosotros.
La consigna principal del adviento es que debemos preparar el camino del Señor; pero esta vía debe quedar libre y expedita para un doble movimiento, el de Dios hacia las personas y el de estas hacia Dios. De hecho, Dios nuestro Padre envió a los profetas y por último a su divino Hijo para facilitar su comunicación con la humanidad, separada de él por el pecado, pero los obstáculos pueden estar tanto en el interior de las personas como en forma de escándalos y contra testimonios externos. A muchos les resulta muy difícil, casi imposible, iniciar un movimiento hacia el Padre que les llama, y en este drama no solo tienen que ver los vicios o las realidades a las que no se quiere renunciar, sino que en muchos casos el obstáculo viene de los mismos creyentes.
El mensaje del Bautista.
De ahí la importancia de que cada año la impresionante figura de Juan el bautista, junto con su mensaje de conversión para preparar al pueblo de Israel a recibir al Mesías, domine estos domingos segundo y tercero de Adviento. La liturgia aviva una vez más las palabras de Isaías repetidas por el Precursor: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos (Mateo 3,3).
Como portavoz de la palabra de Dios que llama a toda persona, Juan nos llama al desierto, a salir de las ocupaciones que no nos dejan escuchar a Dios, para emprender un camino de conversión exigente y radical, en vistas a recibir al esperado de las naciones y ser dignos de él. A este reclamo de preparación, animado por las lecturas proféticas de cada día de Adviento, responde la Iglesia con salmos de súplica y de alegría. Si este domingo se anuncia que Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un rey justo consagrado por el Espíritu (Is 11, 1-10; Primera lectura), respondemos cantando: Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente (Salmo responsorial 71). Salimos animosos al encuentro del Señor, pero somos también conscientes de nuestra pobreza y del obstáculo que significan los afanes de este mundo (Oraciones colecta y sobre las ofrendas); de ahí la importancia de la última petición de este día: que nos des sabiduría para sopesar los bienes de la tierra, amando intensamente los del cielo (Oración después de la comunión).
Esperamos al Salvador de toda la humanidad.
El tiempo de la espera se alarga, y parece que Dios tarda en cumplir sus promesas; pero contamos con una virtud cristiana que es uno de los nombres de la fe, y ésta es la paciencia, que se alimenta de la palabra de Dios, de modo que – como nos dice hoy san Pablo – entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza (Rom 15, 4; Segunda lectura).
El plan de Dios es tan amplio como lo es la historia de la humanidad, porque el Hijo de Dios vino para salvar tanto al pueblo de los Patriarcas como al resto de los hombres, y aquí tenemos nuestra misión los cristianos, frente a la humanidad entera.
De la ilusión a la certeza
He aquí entonces el sorprendente descubrimiento: ¡la esperanza mía y nuestra, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros! Sí, Dios nos ama y justamente por esto espera que regresemos a Él, que abramos el corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y que recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos alcanza siempre en primer lugar (cfr 1 Jn 4,10).
Dios nos ha dado en el bautismo la virtud de la esperanza, la cual transfigura la esperanza humana, que muchas veces no es más que una ilusión, para convertirla en certeza.
En el corazón del hombre está escrita de forma imborrable la esperanza, porque Dios, nuestro Padre es vida, y para la vida eterna y bienaventurada estamos hechos.”
Habremos de considerar con una sana autocrítica de qué maneras seguimos poniendo obstáculos a la acción salvadora de Jesucristo, para poder así preparar mejor el camino del Señor.
La venida del Señor en la Eucaristía.
Hacemos lo posible por facilitar la llegada del Señor a nuestras comunidades y a cada persona cuando participamos en la Eucaristía descubriendo las diferentes formas de su presencia: en el sacerdote celebrante, en la comunidad que es el cuerpo y la Esposa de Cristo, en la Palabra que se proclama y en el sacramento que se celebra. Preparamos el camino del Señor reconociendo nuestros pecados y abriendo nuestros corazones a la acción transformadora del Espíritu, llegando a la verdadera conversión, estando dispuestos a cambiar en todo aquello que nos impide recibir a Cristo y vivir como él nos enseña con su palabra y con su ejemplo de amor y de entrega a la voluntad salvadora del Padre.
LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Isaías 11,1-10: El Mesías que anunciaron los profetas como Isaías, debía estar ungido por el Espíritu Santo y aplicar rectamente la justicia de Dios, que va mucho más lejos que la humana, pues salva al hombre del pecado que está en el origen de las injusticias.
Salmo responsorial 71: Con este salmo nos unimos a la esperanza de Israel en un rey de justicia que comenzara a redimir a los hombres de la opresión y anunciara la buena noticia a los pobres.
Segunda lectura: Romanos 15,4-9: Cuando vino Jesucristo, el Mesías esperado, cumplió las promesas hechas a los patriarcas y al pueblo de Israel, pero también obtuvo la salvación para todos los hombres.
Evangelio de san Mateo 3,1-12: Juan el Bautista sigue preparando los corazones de los hombres para recibir a Jesucristo, pues nos invita una vez más a preparar el camino del Señor, lo cual es uno de los temas principales del Adviento.
Domingo, 31 de agosto de 2025
Domingo XXII del Tiempo Ordinario
Lecturas:
Eclo 3, 17-20. 28-29. Humíllate, y así alcanzarás el favor del Señor.
Sal 67. Tu bondad, oh Dios, preparó una casa para los pobres.
Heb 12, 18-29. 22-24a. Vosotros os habéis acercado al Monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Lc 14, 1. 7-14. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
La Palabra que el Señor nos regala hoy nos llama como siempre a la conversión. Nos previene contra la peor de todas las idolatrías, la de creer que tú eres dios.
El Evangelio nos invita a vivir en la humildad, como Jesús. Nos lo ha recordado el Aleluya: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Eso es lo que ha hecho Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8, 9), se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (cf. Flp 2, 6-7).
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde cada día que tú no eres el Creador, sino la criatura; que tú no puedes darte la vida a ti mismo. Que tú no eres el Maestro, sino el discípulo; que tú no eres el Señor, sino el siervo.
El ir buscando los primeros puestos no es un problema de moralismo, sino que en el fondo es un signo de un mal más profundo: experimentar un gran vacío y una profunda soledad en el corazón. Es ir buscando “sucedáneos” para tratar de llenar un corazón vacío e insatisfecho.
El problema está en que sólo hay uno capaz de llenar del todo el corazón: ¡Sólo Dios basta! Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descansa en ti (S. Agustín).
Si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida.
En cambio, si buscas los puestos de honor, encontrarás tal vez el “glamour” de este mundo, el éxito, el dinero… pero ahí difícilmente encontrarás al Señor. Ahí encontrarás vanidad de vanidades, todo era vanidad y caza de viento (cf. Qo 2, 11).
Pero, ¿qué es la humildad?
La humildad es la puerta de la fe. Es el “humus”, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.
La humildad es dejarte hacer por el Señor, que te va modelando cada día con su Palabra, con tu historia, con tu cruz…
La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.
La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y, por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.
La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el don de su Espíritu.
La humildad te lleva a salir de la autosuficiencia narcisista y autorreferencial, de la arrogancia, del selfie existencial, para reconocer que todo es don; la humildad que te lleva a aceptar tus pobrezas, tu debilidad y a entregárselas al Señor para que las sane; te lleva a entrar en tu historia, la historia de tu familia, de tu sacerdocio, de tu consagración religiosa… y encontrarte ahí con Jesucristo Resucitado que lo hace todo nuevo por el poder de su Espíritu.
La humildad te lleva a fiarte de que los criterios y los planes del Señor son mejores que los tuyos… Te lleva a confiarte al amor de Dios, Amor que se vuelve medida y criterio de tu propia vida. Te lleva a ser agradecido.
La fe se vive en la gratuidad y se expresa en la alabanza. La gratitud es la memoria del corazón.
Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Lc 23, 35-43. “Si eres tú el rey…”. Celebramos hoy la fiesta de Jesucristo rey del Universo. La palabra nos invita a contemplar la escena del Gólgota. Parece una contradicción, un rey que es humillado, que muere como un malhechor, despojado de todos sus bienes y con una corona de espinas. Jesús nos da una lección de amor y humildad. No es un rey al modo humano, que someta con su poder a sus súbditos, sino más bien un rey que se entrega y se somete al maltrato y a la provocación de los que pasan al pie de la cruz. Lo hace por amor y para salvar a la humanidad. Nos lo muestra con una última lección del perdón, cuando uno de los dos ladrones le desafía a que se salve Él y los salve a ellos. Pero el otro ladrón reconoce la inocencia de Jesús y le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Jesús le asegura que se salvará y compartirá el paraíso con Él.
Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R/.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R/.
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
En él hemos heredado también, los que ya estábamos destinados por decisión del que lo hace todo según su voluntad, para que seamos alabanza de su gloria quienes antes esperábamos en el Mesías.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
LA MADRE INMACULADA DEL SALVADOR
por Jaime Sancho Andreu
(8 de diciembre de 2025)
Oración para encender el cirio de la corona del Adviento.
Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:
En el ambiente del tiempo de Adviento hemos llegado a la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Celebramos a la mujer purísima y libre de todo pecado, que acogió en su seno al Redentor cuya venida en la carne recordamos y cuya manifestación en la gloria esperamos con alegría.
Señor Jesús, Que el resplandor de esta nueva luz avive nuestra fe esperanzada, y nos descubra que la obra buena que inauguraste entre nosotros por medio de la Virgen María, la llevarás adelante hasta el día gozoso de tu advenimiento. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén.
Y el mismo celebrante o un fiel, enciende un cirio de la corona del Adviento, mientras puede cantarse otra estrofa del canto de entrada o “Estrella y camino”. Sigue el acto penitencial.
Ideas para la homilía
Historia de esta festividad.
Hoy se celebra la concepción inmaculada de aquella que tenía que concebir el Verbo que transciende todo lo creado, al Hijo de Dios.
Los orígenes de esta fiesta se remontan a los siglos VII y VIII en Oriente, a partir de la celebración de santa Ana, la madre de María. Poco a poco fue penetrando en Occidente y extendiéndose por toda la Iglesia, hasta que el papa Pio IX, el día 8 de diciembre del año 1854, declaró como dogma de fe que santa María, por un singular privilegio, en previsión de los méritos de Jesucristo, fue preservada de toda mancha de pecado original.
Santa maría en el Adviento.
Esta festividad, en la mitad del Adviento, nos lleva a pensar en la Madre del Redentor, cuyo nacimiento vamos a celebrar pronto. La liturgia nos presenta a María en la historia de la salvación: la desobediencia de nuestros primeros padres nos dejó la herencia del pecado original; la madre de todos los vivientes pecadores tuvo su réplica en la perfecta sierva del Señor, que aceptó su Palabra hasta el final. Por eso María es la mujer nueva, concebida sin pecado, y madre de la humanidad redimida.
También para María todo viene de Jesucristo, como centro de la historia de la salvación. La lectura de la carta a los Efesios proclama el designio salvador de Dios, dentro del cual la Virgen María fue preservada del pecado original en previsión de los méritos de Jesucristo. Elegida y predestinada para su gran misión, del mismo modo que nosotros estamos destinados por Dios a participar de su gloria.
En el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Debemos celebrar esta gran solemnidad de Nuestra Señora, enmarcándola en el contexto del Adviento. No es difícil comprender cómo la concepción inmaculada de quien iba a ser Madre del Salvador del mundo es la primera intervención divina que inaugura la venida en la carne del Mesías prometido. ¡En su seno el Verbo se hizo carne! La afirmación de la centralidad de Cristo no puede, por tanto, separarse del reconocimiento del papel desempeñado por su santísima Madre. “Su culto, aunque valioso, de ninguna manera debe menoscabar la dignidad y la eficacia de Cristo, único mediador” (Conc. Vaticano II, Lumen gentium 62).
María, dedicada constantemente a su divino Hijo, se propone a todos los cristianos como modelo de fe vivida. La Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo.
Inmaculada para ser libre, creyente y Madre del Salvador.
Los primeros hombres fueron creados sin mancha de pecado, y en ellos la imagen de Dios brillaba por la gracia sobrenatural que habían recibido; pero usaron mal su libertad y condujeron a la humanidad por un camino de pecado y desventura.
Sin embargo, Dios prometió un Salvador desde el principio, para restaurar en él la imagen perfecta del Padre. Su entrada en el mundo debía ser de alguna manera «concertado» con el resto fiel de la humanidad y del pueblo elegido; por ello, y en previsión de la obra redentora del Hijo, Dios comenzó a preparar el cielo y la tierra nuevos del Reino de los cielos, y lo hizo preservando del pecado original y llenando de gracia a una doncella de Nazaret, hija de Israel.
Esta plenitud de gracia hizo a María totalmente libre, de modo que su respuesta a Dios fue tan responsable como la de los primeros padres de la humanidad, y mucho más transcendente para el futuro. Como escribió san Bernardo, la respuesta de María al mensaje angélico fue clara: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). «Nunca en la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de la criatura humana».
María dio aquel paso sin temor, totalmente abandonada en la gracia de Dios, y lo mismo nosotros no podemos detenernos, asustados por las posibles consecuencias y sacrificios que nos pueda pedir una vida obediente al Padre. Encontraremos a Jesús y le podremos seguir si dejamos que la fe confiada en él nos ilumine y despeje nuestras vacilaciones.
La llena de gracia
El Papa Francisco, en su libro “Ave María” (p.26), dice: “La Virgen no tuvo una vida acomodada, sino preocupaciones y temores: “Se turbó” (v.29), dice el Evangelio, y, cuando el ángel “dejándola se fue” (v.35), los problemas aumentaron.
Sin embargo, la “llena de gracia” vivió una vida hermosa. ¿Cuál era su secreto? Nos damos cuenta, si miramos otra vez la escena de la Anunciación. En muchos cuadros, María está representada sentada ante el ángel con un librito en sus manos. Este libro es la Escritura. María solía escuchar a Dios y transcurrir su tiempo con Él. La Palabra de Dios era su secreto: cercana a su corazón, se hizo carne luego en su seno. permaneciendo con Dios, dialogando con Él en toda circunstancia, María hizo bella su vida. No la apariencia, no lo que pasa, sino el corazón tendido hacia Dios hace bella la vida. Miremos hoy con alegría a la llena de gracia. Pidámosle que nos ayude a permanecer jóvenes, diciendo “no” al pecado, y a vivir una vida bella, diciendo “sí” a Dios”.
El Dogma de la Inmaculada Concepción.
La declaración del dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María vino a confirmar, con la máxima autoridad doctrinal de la Iglesia, una creencia firmemente incardinada en el pueblo cristiano, al tiempo que despejaba definitivamente las cautelas o dificultades que podían suscitarse desde la teología, como si ese privilegio limitara el alcance universal de los méritos de Jesucristo. No es así, porque la gracia singular de la futura Madre del Redentor fue preservada de toda mancha de pecado “en previsión de los méritos de Nuestro Señor”, mientras que los demás humanos somos justificados en virtud de dichos méritos.
La fe en la Inmaculada es uno de los rasgos más característicos del catolicismo y uno de los puntos fundamentales de la piedad católica contemporánea. No en vano el santuario de Lourdes, en el lugar donde la Virgen declaró su privilegio único a Bernardette en el año 1858, es uno de los principales centros de peregrinación de todo el mundo.
A veces una piedad poco informada celebra a María como si hubiera sido elegida por Dios por razón de sus virtudes, como su pureza, humildad, pobreza…, cuando, al contrario, la decisión divina sobre ella es anterior a su historia humana, siendo sus virtudes la forma en que la Virgen respondió y secundó la plenitud de gracia que la había distinguido “entre todas las mujeres” y por la que la proclamarán “bendita”, como nosotros lo hacemos en su fiesta, todas las generaciones.
Moniciones antes de las lecturas
Primera lectura y Evangelio. Génesis 3, 9-15.20 y Lucas 1, 26-38: La primera lectura y el Evangelio presentan en primer lugar la contraposición entre la desobediencia de los primeros padres en el paraíso y la perfecta obediencia de María, la nueva Eva, a la voluntad de Dios. Luego escuchamos la promesa del Salvador, que se encarnará en la Madre inmaculada y llena de gracia que es la Virgen María.
Segunda lectura. Efesios 1, 3-6. 11-12: San Pablo resume todo el plan salvífico de Dios en este texto: Dios nos eligió en la persona de Cristo antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e hijos suyos, irreprochables por una vida de amor. En María se hace presente de manera especial la bendición de Dios. Ella es la única santa y pura, sin mancha alguna de pecad
Domingo, 20 de abril de 2025
Domingo de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.
El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?
Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.
Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.
Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.
O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…
Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.
También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.
Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.
¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.
Si crees, ¡verás la gloria de Dios!
¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Jn 11, 17-27. “Señor, si hubieras estado aquí”. Celebramos hoy la conmemoración de los fieles difuntos. La muerte siempre es algo que nos deja con una sensación de abandono, como si el Señor no ha estado a nuestro lado. Hoy es día de recordar a nuestros difuntos con agradecimiento por todo lo que de ellos recibimos. Y también ocasión para confesar nuestra fe en la resurrección. En medio del dolor por la pérdida de su hermano Lázaro, el Señor lleva a Marta a que haga una preciosa confesión de fe. Jesús nos revela que Él es la resurrección y la vida, la muerte no tiene un valor definitivo. Dios nos ha creado para la vida y para una vida eterna. Por eso debemos actualizar nuestra confesión de fe, vivir con la confianza y la seguridad de que la muerte no es el final de nuestro camino sino una puerta que nos lleva a gozar de la vida y del amor de Dios para siempre.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
(9 de octubre de 2023)
Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.
El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.
El aniversario de la dedicación
El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.
La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.
Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.
Una construcción que no ha terminado
El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.
En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.
Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).
Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).
Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:
«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).
Jaime Sancho Andreu