LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 15 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 23-27

En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:

En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».

Jesús les replicó:
«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».

Ellos se pusieron a deliberar:
«Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».

Y respondieron a Jesús:
«No sabemos».

Él, por su parte, les dijo:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».

Martes, 16 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”.

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”.

Él le contestó:
“No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.

Se acercó al segundo y le dijo lo mismo.

Él le contestó:
“Voy, señor”. Pero no fue.

¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?».

Contestaron:
«El primero».

Jesús les dijo:
«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

Miércoles, 17 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 1-17

Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.

Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.

Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Aran, Aran engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.

David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquín, Eliaquín engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar engendró a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce.

Jueves, 18 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

La generación de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

Viernes, 19 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 5-25

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.

En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, cuyo nombre era Isabel.

Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos eran de edad avanzada.

Una vez que Zacarías oficiaba delante de Dios con el grupo de su turno, según la costumbre de los sacerdotes, le tocó en suerte a él entrar en el santuario del Señor a ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo estaba fuera rezando durante la ofrenda del incienso.

Y se le apareció el ángel del Señor, de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de temor.

Pero el ángel le dijo:
«No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Te llenarás de alegría y gozo, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor: no beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos”, y a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto».

Zacarías replicó al ángel:
«¿Cómo estaré seguro de eso? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada».

Respondiendo el ángel, le dijo:
«Yo soy Gabriel, que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia. Pero te quedarás mudo, sin poder hablar, hasta el día en que esto suceda, porque no has dado fe a mis palabras, que se cumplirán en su momento oportuno».

El pueblo, que estaba aguardando a Zacarías, se sorprendía de que tardase tanto en el santuario. Al salir no podía hablarles, y ellos comprendieron que había tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por señas, porque seguía mudo.

Al cumplirse los días de su servicio en el templo, volvió a casa. Días después concibió Isabel, su mujer, y estuvo sin salir de casa cinco meses, diciendo:
«Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí para quitar mi oprobio ante la gente».

Sábado, 20 de diciembre de 2025
Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»

El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

Comentario al evangelio de hoy

Martes, 16 de diciembre de 2025

Lecturas:

Sof 3, 1-2. 9-13. Dejaré en ti un pueblo humilde y pobre.

Sal 33. El afligido invocó al Señor y él lo escuchó.

Mt 21, 28-32. Vino Juan y los pecadores le creyeron.

La Palabra que el Señor nos regala hoy nos invita a descubrir si nos estamos preparando para acoger al Señor en nuestra vida.

La verdadera preparación no se queda en lo externo: adornos, felicitaciones, comidas, regalos… sino que se cuece en lo profundo del corazón.

Es lo que denuncia el profeta Sofonías en la primera lectura: ¡Ay de la ciudad rebelde, impura, tiránica! No ha escuchado la llamada, no ha aceptado la lección; no ha confiado en el Señor…

Es una Palabra que te invita a revisar la sinceridad de tu fe, la sinceridad y autenticidad de tu relación con Dios, es decir, si en tu corazón acoges confiadamente su Palabra y deseas vivir haciendo su voluntad o, por el contrario, si quieres ser tú el dios te tu vida, y llevarla según tus proyectos, tus gustos y tus criterios.

Este es el sentido de la parábola de los dos hijos. Jesús no pregunta cuál de los dos fue el más educado, sino ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?

Esa es la clave: escuchar, conocer y dejarse conocer por el Señor y seguirle.

Porque esta es la conversión de todos los días. El que se enaltece será humillado, mientras que el que se humilla, será enaltecido. No le tengas miedo a tu debilidad, tenle miedo a tu soberbia y la tibieza de corazón.

Por eso, dirá Jesús en el Evangelio eso que nos resulta tan chocante: los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.

¿Qué nos quiere decir el Señor? Pues que los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por la fe.

Por eso dirá también el profeta Sofonías: Dejaré en ti un resto, un pueblo humilde y pobre que buscará refugio en el nombre del Señor.

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al Evangelio

Mt 21, 28-32. “Enseñándoos el camino de la justicia”. Jesús nos propone hoy una parábola de extremo realismo. Un padre con dos hijos que les pide que vayan a trabajar a la viña. Uno dice que irá y luego no va, el otro dice que no quiere ir pero luego se arrepiente y va. Así es la condición humana, buenas intenciones que no se cumplen y actitudes negativas que se revisan. Esto es lo que el Señor critica a las autoridades del pueblo, que no creyeron ni se arrepintieron ante la predicación de Juan. Se supone que ellos eran los que decían sí a Dios en todo. Mientras que publicanos y prostitutas, de reconocida mala fama, son los que escuchan a Juan y le creen. ¿Cómo me sitúo yo en este tiempo de preparación a la Navidad? ¿Voy a avanzar en el camino de la conversión o me voy a conformar con el mínimo sin responder a lo que se espera de mí?

21 Diciembre. IV Domingo de Adviento
Año Litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 7, 10-14

En aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».

Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».

Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel».

Salmo

Salmo 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6
R/. Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Este es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1, 1-7

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.

Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados por Jesucristo.

A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 18-24

La generación de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.

comentario

EL DOMINGO DE LA ANUNCIACIÓN

por Jaime Sancho Andreu

(4º Domingo de Adviento -A-, 21 de diciembre de 2025).

Oración para encender el cuarto cirio de la corona del Adviento

Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:

El cuarto domingo de Adviento está dedicado a la Madre del Señor y al misterio de la encarnación que se realizó en ella para la salvación del mundo. Pero este año tenemos también a José, como personaje principal, cuando escucha obediente la voz del Señor.

Alégrate, Iglesia, porque hoy acoges, como María y José, a Jesucristo, que se hace presente en el sacramento del altar por obra del Espíritu Santo.  Bendita tú entre todos los pueblos de la tierra, porque caminas con Cristo en tu seno al encuentro de todas las gentes necesitadas de luz. Que el Señor nos conceda caminar junto con él, luz de luz, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

Y el mismo celebrante o un fiel, enciende cuatro cirios de la corona del Adviento, mientras puede cantarse: Madre de todos los hombres, enséñanos a decir: Amén.

Orientaciones para la homilía

En la víspera de la Navidad

Llegamos al domingo inmediatamente anterior a la Navidad, el cual está dedicado al anuncio del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De este modo, si en la pasada solemnidad de la Inmaculada Concepción leíamos la anunciación a María según san Lucas, en este año A leemos hoy la anunciación a san José según san Mateo. Es un domingo que considera ya asumida la etapa penitencial del Adviento, presidida por Juan el Bautista y que se abre completamente a la inmediata festividad de la Navidad.

Asimismo, en los pasados días de entre semana a partir del 17 de Diciembre, estamos comenzando a leer todo lo que se contiene en los Evangelios como antecedentes del nacimiento del Señor. Por todo ello pedimos que “el pueblo cristiano se prepare con tanto mayor fervor a celebrar el misterio del nacimiento de tu Hijo cuanto más se acerca la fiesta de Navidad” (Oración después de la Comunión).

El signo del Emmanuel

Jesús es el Dios-con- nosotros. Esta afirmación aparece como profecía en la primera lectura y como cumplimiento en el Evangelio. El Señor da un signo que ahora es el signo definitivo del consuelo de Dios-con-nosotros para siempre. Este signo lleva consigo a la Madre siempre Virgen, en la cual, además de su función singular, reconocemos también el anuncio de nuestra propia misión, aquí y ahora: la Iglesia-Esposa que celebra a su Señor. En nuestra existencia santificada como Iglesia, asimilada en la esperanza a la de la Madre de Dios, debemos concebir y amplificar la Palabra de Dios, a partir de la escucha de ella misma; y así debemos vivirla y proclamarla.

La anunciación a José contiene secretos arcanos, inviolables, de la intimidad de Dios, proclamados también por san Pablo en la segunda lectura, cuando anuncia: al Hijo eterno, nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido (revelado plenamente), según el Espíritu Santo, Hijo de Dios con pleno poder por su resurrección de la muerte, Jesucristo nuestro Señor (cf. Romanos 1,3-4).

La vocación y respuesta de José, modelo de los cristianos

Como un nuevo Abrahán, José es padre de los creyentes, patriarca de la Nueva Alianza y modelo de respuesta a la vocación de Dios. Este Adviento termina ofreciéndonos – en san José – un modelo concreto para que nos demos cuenta de nuestra propia vocación para servir el plan de Dios según nuestra forma específica de vida. Nuestra respuesta a Dios no puede ser otra que la obediencia de la fe.

Cada uno de nosotros debe tomar conciencia de su vocación cristiana específica, como seglar, clérigo o religioso, para seguir con su tarea evangelizadora y testimonial en el mundo. Para esto deberíamos integrarnos en las actividades apostólicas y pastorales de la Iglesia y no actuar sólo individualmente. Hay un camino de compromiso y de actuación para cada uno de nosotros, en cualquier estado de vida en que nos encontremos, pero no como en la planificación de una empresa, sino como ayuda para discernir la mejor forma de colaborar con el plan salvador de Dios, que es su misterio eterno revelado en Cristo: “Que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).

Todo ello no nos aparta de la necesidad de trabajar para llegar a una sociedad más justa y a la protección de nuestro mundo, pues “la fe ilumina todo con una luz nueva y manifiesta el plan divino sobre la vocación integral del hombre, y por ello dirige la mente hacia soluciones plenamente humanas” (Concilio Vaticano II, «Gaudium et spes” nº 11).

La Encarnación y la Eucaristía

La oración sobre las ofrendas de este domingo está tomada de la misa hispano-mozárabe de la fiesta de Santa María (17 de diciembre): “El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique, Señor, estos dones que hemos colocado sobre tu altar”. La Encarnación y la Eucaristía se unen en el misterio de la condescendencia o abajamiento de Dios. Por ello, del mismo modo que el Padre respondió a la súplica de los profetas enviando al Hijo mediante el Espíritu, así atiende ahora la epíclesis (invocación) de la Iglesia haciendo presente el sacrificio que Jesús ofreció en el Espíritu Santo.

“En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor” (San Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía 55).

Con la misma fe del hombre justo ante Dios que fue José, asistimos admirados y acogemos el misterio que obra el poder de Dios ante nuestros ojos, que son incapaces de ver más allá del signo de misericordia que es el sacramento del altar.

El domingo de María en el Adviento

Así, pues, con palabras de Benedicto XVI, la invocamos: “Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó « el consuelo de Israel » (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, « la redención de Jerusalén » (Lc 2,38). Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobrevino cuando el ángel de Dios entró en tu aposento y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo. Por ti, por tu «sí», la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho « sí »: « Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38)” (Spe salvi, 50).

Con José y María nos dirigimos a Belén; como ellos, no vamos solos, porque llevamos a Jesús con nosotros, pero hemos de participar una vez más de la gracia de su Nacimiento, contemplar su luz y llevarla a los demás. Belén nos trae una palabra de paz y de amor que el mundo necesita para salvarse.

Y terminamos con una nueva súplica: “Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (Spe salvi, 50).

Que el Espíritu nos muestre la senda y nos ayude a recorrerla en esta última etapa del camino del Adviento. Amén.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Isaías 7,10-14 y Mateo 1,18-24: La profecía del Emmanuel se cumplió plenamente cuando el Hijo de Dios se encarnó en la Virgen María. Este año se lee en el Evangelio el pasaje de la anunciación a José del gran misterio que se estaba realizando en su prometida por la acción del Espíritu Santo.

Salmo responsorial 23: Este salmo proclama el paso de la profecía al cumplimiento; con él cantamos: Va a entrar el Señor: Él es el Rey de la gloria.

Segunda lectura. Romanos 1,1-7: Al nacer de María y ser acogido por José, Jesús nació como verdadero israelita y heredero de la estirpe de David, para ser Rey de todos los pueblos.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 10 de agosto de 2025.

XIX del Tiempo Ordinario

Lecturas:

Sb 18, 6-9. Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.

Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.

Hb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.

Lc 12, 38-48. Lo mismo vosotros, estad preparados.

La Palabra nos invita a vivir la fe, a tener una mirada de fe sobre nuestra vida y sobre la historia. La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se acoge y se disfruta.

En la fe, don de Dios, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría (cf. Lumen Fidei 7).

La segunda lectura nos habla de ello y nos muestra a Abrahán, padre de todos los creyentes: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve… Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.

Lo que se pide a Abrahán es que se fíe de esta Palabra. La fe entiende que la palabra, cuando es pronunciada por el Dios fiel, se convierte en lo más seguro e inquebrantable que pueda haber. La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella con sólido fundamento (cf. Lumen Fidei 9-10).

Tener fe es entrar en una historia de amor entre Dios y nosotros. Es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente y empezar a responder a este Amor, que te precede y en el que te puedes apoyar para construir la vida: No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.

Es dejar que Dios pase cada día por tu vida y te encuentres con Él, que te ama, te desea, te busca.

Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado. El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre», (cf. Lumen Fidei 1 y 19).

Por eso, el Evangelio nos llama a estar despiertos, en vela, atentos porque el Señor viene a tu vida: Estoy a la puerta y llamo, si me abres entraré y cenaré contigo (cf. Ap 3, 20).

A estar despiertos porque hoy el Señor pasa por tu vida: no estás solo; hoy el Señor te habla al corazón: pone luz en tu vida; hoy el Señor te regala el don del Espíritu Santo: lo hace todo nuevo; hoy el Señor te regala hermanos para caminar juntos hacia la meta del cielo.

Y hay que estar en vela porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar (cf. 1 Pe 5,8). Hay que estar atentos, porque el diablo quiere robarte, la fe, la comunidad, la vocación, la alegría, la esperanza… En definitiva quiere llevarte a la soledad, a la tristeza y a la desesperanza.

También esta Palabra nos invita a despegarnos de las cosas materiales, porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón… y a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, y de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma.

El Domingo pasado el Papa León nos recordaba que la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos…; más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad.

¿Tú cómo estás? ¿Estás preparado para el encuentro con el Señor, que hoy está llamando a la puerta de tu vida?

¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!

Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Lc 24, 37-44. “Estad también vosotros preparados”. Inauguramos hoy el nuevo Año litúrgico, con el inicio del tiempo de Adviento. Es tiempo de esperanza vigilante. Sabemos que el Señor vendrá al final de los tiempos y hemos de mirar hacia el futuro con la confianza puesta en Él. Igual que el Señor se encarnó y vino a nosotros, también nos aseguró su próxima venida. Celebramos su nacimiento como aurora de salvación, damos gracias a Dios por un regalo así, pero también aguardamos su venida gloriosa. Es lo que el evangelio hoy nos indica. El Hijo del hombre, Jesús, vendrá y sucederá como en tiempos de Noé, no habrá tiempo para improvisar una acogida. Hemos de estar preparados cada día para esa venida. Llegará a la hora que menos imaginamos. Así que nos toca vivir en vela constante y con deseo de que se produzca ese encuentro con el Señor.

7 de diciembre. II Domingo de Adviento
Año Litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 11, 1-10

En aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.

Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.

La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas.

Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor.

La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja.

El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente, y el recién destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid.

Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor, como las aguas colman el mar.

Aquel día, la raíz de Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa su morada.

Salmo

Salmo 71,1-2.7-8.12-13.17
R/. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente

Dios mío, confía tu juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R/.

En sus días florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R/.

Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R/.

Que su nombre sea eterno
y su fama dure como el sol:
él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 15, 4-9

Hermanos:

Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza.

Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito:
«Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre».

Evangelio del Domingo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 3, 1-12

Por aquellos días, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».

Este es el que anunció el Profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”».

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.

Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.

Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
«¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?

Dad el fruto que pide la conversión.

Y no os hagáis ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.

Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.

Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.

Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.

Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».

comentario

PREPARAD EL CAMINO DEL SEÑOR

por Jaime Sancho Andreu 

(2º Domingo de Adviento -A-, 7 – Diciembre -2025)

Oración para encender el segundo cirio de la corona del Adviento.

Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:

Un año más llena la Iglesia el potente pregón de Juan el Bautista que renueva el de los antiguos profetas: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.”

Señor Jesús, esta segunda luz que vamos a encender nos avisa que debemos preparar tu venida en nuestros corazones, en nuestras familias y lugares de trabajo, y también en esta comunidad cristiana que visitas sin cesar cuando te celebra en la Eucaristía. Concédenos que este aumento de la luz que podemos ver, signifique en cada uno de nosotros la expulsión de las tinieblas del pecado. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

Y el mismo celebrante o un fiel, enciende dos cirios de la corona del Adviento, mientras puede cantarse otra estrofa del canto de entrada o el estribillo del Himno del Jubileo “Cristo ayer y Cristo hoy”. Sigue el acto penitencial.

Orientaciones para la homilía

El Señor quiere venir a nosotros.

La consigna principal del adviento es que debemos preparar el camino del Señor; pero esta vía debe quedar libre y expedita para un doble movimiento, el de Dios hacia las personas y el de estas hacia Dios. De hecho, Dios nuestro Padre envió a los profetas y por último a su divino Hijo para facilitar su comunicación con la humanidad, separada de él por el pecado, pero los obstáculos pueden estar tanto en el interior de las personas como en forma de escándalos y contra testimonios externos. A muchos les resulta muy difícil, casi imposible, iniciar un movimiento hacia el Padre que les llama, y en este drama no solo tienen que ver los vicios o las realidades a las que no se quiere renunciar, sino que en muchos casos el obstáculo viene de los mismos creyentes.

El mensaje del Bautista.

De ahí la importancia de que cada año la impresionante figura de Juan el bautista, junto con su mensaje de conversión para preparar al pueblo de Israel a recibir al Mesías, domine estos domingos segundo y tercero de Adviento. La liturgia aviva una vez más las palabras de Isaías repetidas por el Precursor: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos (Mateo 3,3).

Como portavoz de la palabra de Dios que llama a toda persona, Juan nos llama al desierto, a salir de las ocupaciones que no nos dejan escuchar a Dios, para emprender un camino de conversión exigente y radical, en vistas a recibir al esperado de las naciones y ser dignos de él. A este reclamo de preparación, animado por las lecturas proféticas de cada día de Adviento, responde la Iglesia con salmos de súplica y de alegría. Si este domingo se anuncia que Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un rey justo consagrado por el Espíritu (Is 11, 1-10; Primera lectura), respondemos cantando: Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente (Salmo responsorial 71). Salimos animosos al encuentro del Señor, pero somos también conscientes de nuestra pobreza y del obstáculo que significan los afanes de este mundo (Oraciones colecta y sobre las ofrendas); de ahí la importancia de la última petición de este día: que nos des sabiduría para sopesar los bienes de la tierra, amando intensamente los del cielo (Oración después de la comunión).       

Esperamos al Salvador de toda la humanidad.

El tiempo de la espera se alarga, y parece que Dios tarda en cumplir sus promesas; pero contamos con una virtud cristiana que es uno de los nombres de la fe, y ésta es la paciencia, que se alimenta de la palabra de Dios, de modo que – como nos dice hoy san Pablo – entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza (Rom 15, 4; Segunda lectura).

El plan de Dios es tan amplio como lo es la historia de la humanidad, porque el Hijo de Dios vino para salvar tanto al pueblo de los Patriarcas como al resto de los hombres, y aquí tenemos nuestra misión los cristianos, frente a la humanidad entera.

De la ilusión a la certeza

He aquí entonces el sorprendente descubrimiento: ¡la esperanza mía y nuestra, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros! Sí, Dios nos ama y justamente por esto espera que regresemos a Él, que abramos el corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y que recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos alcanza siempre en primer lugar (cfr 1 Jn 4,10).

Dios nos ha dado en el bautismo la virtud de la esperanza, la cual transfigura la esperanza humana, que muchas veces no es más que una ilusión, para convertirla en certeza.

En el corazón del hombre está escrita de forma imborrable la esperanza, porque Dios, nuestro Padre es vida, y para la vida eterna y bienaventurada estamos hechos.”

Habremos de considerar con una sana autocrítica de qué maneras seguimos poniendo obstáculos a la acción salvadora de Jesucristo, para poder así preparar mejor el camino del Señor.

La venida del Señor en la Eucaristía.

Hacemos lo posible por facilitar la llegada del Señor a nuestras comunidades y a cada persona cuando participamos en la Eucaristía descubriendo las diferentes formas de su presencia: en el sacerdote celebrante, en la comunidad que es el cuerpo y la Esposa de Cristo, en la Palabra que se proclama y en el sacramento que se celebra. Preparamos el camino del Señor reconociendo nuestros pecados y abriendo nuestros corazones a la acción transformadora del Espíritu, llegando a la verdadera conversión, estando dispuestos a cambiar en todo aquello que nos impide recibir a Cristo y vivir como él nos enseña con su palabra y con su ejemplo de amor y de entrega a la voluntad salvadora del Padre.

LA PALABRA DE DIOS HOY

Primera lectura. Isaías 11,1-10: El Mesías que anunciaron los profetas como Isaías, debía estar ungido por el Espíritu Santo y aplicar rectamente la justicia de Dios, que va mucho más lejos que la humana, pues salva al hombre del pecado que está en el origen de las injusticias.

Salmo responsorial 71: Con este salmo nos unimos a la esperanza de Israel en un rey de justicia que comenzara a redimir a los hombres de la opresión y anunciara la buena noticia a los pobres.

Segunda lectura: Romanos 15,4-9: Cuando vino Jesucristo, el Mesías esperado, cumplió las promesas hechas a los patriarcas y al pueblo de Israel, pero también obtuvo la salvación para todos los hombres.

Evangelio de san Mateo 3,1-12: Juan el Bautista sigue preparando los corazones de los hombres para recibir a Jesucristo, pues nos invita una vez más a preparar el camino del Señor, lo cual es uno de los temas principales del Adviento.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 2º de Adviento
7 de diciembre de 2025

Is 11, 1-10. Juzgará a los pobres con justicia.

Sal 71 Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.

Rom 15, 4-9 Cristo salva a todos los hombres.

Mt 3, 1-12 Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

La Palabra de Dios que proclamamos este segundo Domingo de Adviento nos invita a preparar el camino del Señor, que viene; que está llamando a la puerta de tu corazón.

El Evangelio de hoy te advierte con seriedad que ha llegado la hora de la conversión.

Convertirse no es quedarnos en un cambio meramente moralista: fijarse únicamente en cuatro detalles, pero no ir al fondo de la cuestión: ¿quién es el Señor de tu vida? Es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo, que necesitas ser salvado, que necesitas a Jesucristo.

Que Jesucristo no puede quedarse en ser un “adorno” para tu vida, sino que es la piedra angular, la roca sobre la que construir la propia vida.

Convertirse es reconocer que no eres dueño de tu vida. Es significa dejar tu vida en las manos del Señor, tratar de vivir no según tus proyectos sino haciendo la voluntad del Señor.

Convertirse significa cambiar tu forma de pensar para cambiar tu forma de vivir. Es dejar que la Palabra de Dios que cambie tu corazón y así puedas tener los mismos sentimientos y actitudes que tuvo Jesús.

La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios, que es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al acoger el amor gratuito y misericordioso de Dios, nuestro corazón se estremece ante nuestros pecados y es movido por la gracia de Dios al arrepentimiento de corazón.

Pídele al Señor un corazón nuevo que pueda vivir abierto a su amor. Pídele poner tu vida en sus manos para volver a Él. Dios no deja de amarte nunca, y el que comenzó en ti la obra buena, él mismo la llevará a su término. Si le abres el corazón al Señor él irá haciendo obras grandes en ti.

Verás cumplida en tu vida la Palabra que hemos proclamado. Podrás disfrutar los dones del Espíritu Santo que nos ha anunciado Isaías: piedad, sabiduría y entendimiento, consejo y fortaleza, ciencia y temor del Señor. Podrás mantener la esperanza, que es hija de la fe; y podrás vivir en la alabanza, cantando para el Señor, porque habrás “visto” la salvación de Dios.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)

Otro comentario al evangelio

Mt 3, 1-12. “Preparad el camino del Señor”. Estas palabras de Juan Bautista sintetizan muy bien el espíritu del adviento. Hemos de disponer todo en nuestra vida, lo material y también lo espiritual para acoger al Señor que viene. Eso supone una actitud de conversión, que es lo que proponía Juan en el bautismo con agua. Pero anuncia al que viene detrás de él, al Mesías, que bautizará con Espíritu Santo y fuego. Esa es una llamada a la purificación de nuestras vidas, a la eliminación de todo lo superfluo, lo que no produce frutos de santidad en nosotros. A veces podemos pensar que ya estamos salvados, que no necesitamos purificación ni conversión. Esto les pasaba también a los judíos que se consideraban hijos de Abrahán. Pero Juan Bautista nos advierte que no nos hagamos ilusiones. Nuestra salvación pasa por la acogida de Jesús y de su buena noticia, para aplicarla en nuestra vida.

14 de diciembre. III Domingo Tiempo De Adviento
Año litúrgico 2025-2026 (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 35, 1-6a. 10

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo.

Le ha sido dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.

Contemplarán la gloria del Señor, la majestad de nuestro Dios.

Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes; decid a los inquietos: «Sed fuertes, no temáis.

He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios.

Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo.

Retornan los rescatados del Señor.

Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros.

Los dominan el gozo y la alegría.

Quedan atrás la pena y la aflicción.

Salmo

Salmo 145, 6c-7. 8-9a. 9bc-10
R/. Ven, Señor, a salvarnos

El Señor mantiene su fidelidad perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. R/.

El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. R/.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10

Hermanos: esperad con paciencia hasta la venida del Señor.

Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía.

Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca.

Hermanos, no os quejéis los unos de los otros, para que no seáis condenados; mirad: el juez está ya a las puertas.

Hermanos, tomad como modelo de resistencia y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».

Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?

Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.

En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

comentario

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

por Jaime Sancho Andreu

(3º Domingo de Adviento – A-, 14 de diciembre de 2025).

Oración para encender el tercer cirio de la corona del Adviento.

Después de venerar el altar y saludar a la asamblea, el sacerdote, desde la sede, dice:

Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor. Nuestro Redentor está cerca y hacia él dirigimos nuestra súplica antes de encender la tercera vela de la corona del Adviento.

Avanzando hacia tu encuentro, Cristo Jesús, te buscamos con esperanza, animados por la palabra profética del santo Precursor, Juan el Bautista. Cuando estamos muy cerca de la fiesta de tu Nacimiento, Señor Jesús, crece nuestra alegría porque sigues con nosotros y no has dejado de hacerte presente a tu Iglesia para cumplir la obra inmensa de la salvación del mundo. Te recibimos, sacerdote eterno, en nuestra asamblea eucarística, Jesucristo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

Y el mismo celebrante o un fiel, enciende tres cirios de la corona del Adviento, mientras puede cantarse otra estrofa del canto de entrada o el estribillo del Himno del Jubileo. Sigue el acto penitencial.24 11 2013

Orientaciones para la homilía

 El domingo de la alegría

La antífona de entrada marca la tónica dominante de este domingo, que es la alegría:Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca” (Filipenses 4,4-5) se convierte en una consigna repetida a lo largo de todo el Adviento: si el Señor está cerca, su proximidad no debe ser motivo de tristeza, sino de gozo. El viene en persona y nos salvará (Primera lectura). La venida del Señor es vista por el profeta Isaías como una procesión festiva: “Llegarán a Sión con cantos de júbilo: alegría sin límite en sus rostros. Los dominan el gozo y la alegría. Quedan atrás la pena y la aflicción” (Is 35,10).

La alegría del Evangelio

 «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años» (Papa Francisco, Evangelii gaudium 1, 24-11-2013).

Demasiadas veces se ha dicho que al cristiano se le enseña a ver la vida solamente como “un valle de lágrimas”. Cierto que aquí no se trata de alegría superficial de las fiestas mundanas, tampoco se trata de algo pasajero o de una esperanza ingenua o utópica, sino que se anuncia lo que debe ser un estado optimista permanente para el cristiano, que se sabe salvado por la gracia de Cristo. Hoy el apóstol Santiago anuncia que la venida del Señor está cerca, pero hemos de tener paciencia para sobrellevar las pruebas de esta vida hasta que se cumpla plenamente nuestra salvación.

Es una alegría que actúa como un Evangelio sin necesidad de palabras. Dios quiere que todos se salvan, y que se alegren al conocer esta buena noticia, y para ello envía a los creyentes que han experimentado la salvación para que lleven esta buena nueva a los alejados, con el ejemplo de su forma de vida, y también dando razón de su esperanza, de modo que el mayor número de personas se unan con alegría al mismo canto de alabanza.

El Padre, por la donación del Espíritu Santo, nos ha elevado a la condición sobrenatural y nos restaura en su gracia por medio de la iniciación cristiana. Así la conversión de los pueblos y la obediencia de los humanos es el nuevo sacrificio espiritual que Dios acepta porque es la continuación en el tiempo de la obediencia y la acción de gracias de Jesucristo por medio de su cuerpo que es la Iglesia.

La vocación a difundir la verdadera alegría

Esta alegría se debe sentir en nuestra liturgia y en todo el conjunto de la vida cristiana, y debe comunicarse inmediatamente a los que entran en contacto con la Iglesia: En la liturgia se proclama la historia de la salvación, cuyas etapas muestran el amor de Dios creador y redentor, hasta llegar al momento de Cristo y la Iglesia. Aquí está la luz para juzgar lo que vemos y discernir como habremos de actuar en el mundo. En la liturgia se toma conciencia de lo que ha costado que volvamos a ser imagen de Dios, del valor del hombre para el Padre, del mérito de la sangre de Cristo y del poder del Espíritu. Por ello, cuando alguien se acerca a la Iglesia para solicitar los signos de vida para sus hijos, sus enfermos o para ellos mismos, deben ser acogidos con simpatía y comprensión de su situación. Esta acogida es ya una verdadera catequesis, inicio de un compromiso para cambiar ellos mismos y difundir la alegría de un encuentro renovado con Cristo.

De nuevo constatamos que el anuncio de la Navidad, a medida que se ha ido universalizando, ha perdido casi todo su contenido original; pero hemos de saber aprovechar, al menos, este motivo para conectar con quienes tenemos cerca y hacerles pensar cosas como ¿Navidad de quién? o bien: Este deseo de paz y alegría ¿qué motivo tiene?

Las señales de la llegada del Mesías

El profeta Isaías anuncia la venida del Redentor acompañado de signos que muestran la salvación. Los ciegos, cojos, cautivos, significan la penosa condición de la humanidad que sufre las consecuencias del pecado. Para Israel, la vuelta del exilio de Babilonia fue la gran señal de que Dios continuaba protegiendo a su pueblo, pero esta salvación estaba subordinada a la esperanza en otra venida más definitiva, en la persona del Mesías.

Por ello, cuando Juan el Bautista creó una expectación intensísima entre los israelitas y los animaba a preparar el camino del Señor, envió desde la cárcel donde lo tenía preso Herodes unos mensajeros para preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” (Mateo 11,3). Jesús le confirmó que él era quien estaba ya cumpliendo la profecía de Isaías que hoy se ha leído, porque él era el Señor que abre los ojos al ciego y cuyo reino no tendrá fin (Salmo responsorial): “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (11,4-5). Añadiendo una de sus características bienaventuranzas: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí” (2,6).

Durante el Adviento, y en especial en este domingo, nos alegramos porque sabemos los signos que nos muestran dónde está y cómo nos salva.

Han llegado, pues, los tiempos esperados del Mesías, que es reconocido por los pobres en el espíritu, mientras que otros se sienten defraudados, escandalizados por la humildad de la encarnación del Hijo de Dios. Jesús marca la diferencia con el Antiguo Testamento y da la Buena Noticia a los que entran en la nueva situación que él está inaugurando, de tal manera, que si bien Juan era el más grande de los hombres antes que Jesús, “el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él” (Mt 11,11).

La Iglesia debe seguir mostrando los signos de la llegada del Reino; éstos son, en primer lugar, los sacramentos de la salvación, pero no puede tampoco descuidar el anuncio y la aplicación de la Buena Noticia de la salvación a los desgraciados de la tierra, pues su recuperación y redención es la manifestación concreta y testimonial del amor que Dios muestra hacia el mundo enviando al Hijo unigénito. Se acercan ya las fiestas del nacimiento del Salvador, y el Adviento debe prepararnos para aquellas tal como quería hacerlo el Bautista con su pueblo, “purificándonos de todo pecado” (Oración después de la comunión).

Es lo que pedimos en nuestras asambleas, cuando celebramos con fervor el día del Señor, este día de alegría en honor de Cristo resucitado, para que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Isaías 35,1-6a.10 y Mateo 11,1-11: El profeta anuncia la venida del Mesías que será acompañada por signos de redención, como la liberación de las consecuencias del pecado, significadas en las enfermedades y otros males que padece la humanidad. Por ello Jesús se identificó ante los enviados del Bautista mostrándoles esas mismas señales de salud y regeneración que son signos de la llegada del tiempo de la salvación.

Salmo responsorial 145: La misericordia y la fidelidad de Dios se muestran a través de su providencia hacia los más débiles y abandonados. Como sentimos la necesidad de su intervención, cantamos: “Ven, Señor, a salvarnos”.

Segunda lectura. Santiago 5,7-10: El apóstol anuncia que la venida del Señor está cerca, pero hemos de tener paciencia para sobrellevar las pruebas de esta vida hasta que se cumpla plenamente nuestra salvación.

Otro comentario

Lunes, 8 de diciembre de 2025

La Inmaculada Concepción

Lecturas:

Gn 3, 9-15.20. Establezco hostilidades entre ti y la mujer.

Sal 97, 1-4. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Ef 1,3-6.11-12 Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo.

Lc 1, 26-38. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.

Celebramos hoy la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Los orígenes de esta fiesta se remontan a los siglos VII y VIII en Oriente. Poco a poco fue penetrando en Occidente y extendiéndose por toda la Iglesia, hasta que el papa Pío IX, el día 8 de diciembre del año 1854, declaró como dogma de fe que santa María, por un singular privilegio, en previsión de los méritos de Jesucristo, fue preservada de toda mancha de pecado original.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María llena de gracia por Dios (cf. Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción (cf. Catecismo 491).

María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada del pecado original por la misión a la que Dios la había destinado: ser la Madre del Redentor.

En el tiempo de Adviento, esta fiesta nos lleva a pensar en la Madre del Redentor, cuyo nacimiento vamos a celebrar pronto.

La Palabra nos presenta a María en la historia de la salvación: la desconfianza y desobediencia de nuestros primeros padres nos dejó la herencia del pecado original.

María es la perfecta sierva del Señor, que aceptó su Palabra hasta el final. Por eso, María es la mujer nueva, concebida sin pecado, y madre de la humanidad redimida.

También para María todo viene de Jesucristo, como centro de la historia de la salvación. María fue preservada del pecado original en previsión de los méritos de Jesucristo. Elegida y predestinada para su gran misión, del mismo modo que nosotros estamos destinados por Dios a participar de su gloria.

Y este es el dilema de cada día: vivir en la desconfianza y la desobediencia -como Adán y Eva-, vivir queriendo ser tú el dios de tú vida… Y se notará en que va apareciendo en ti la autosuficiencia, la arrogancia, la queja, la protesta, el resentimiento, la sospecha…

O vivir como María: escuchando, confiando, obedeciendo, dejándote llevar por el Espíritu… Y se notará en que vives proclamando el Magnificat, tu Magnificat, vives en la gratitud y la alabanza, que es el eco de la acción del Espíritu Santo en tu vida.

Y tú… ¿Qué modelo eliges para tu vida? ¿Quieres vivir como María, dejando que tu vida la lleve el Espíritu? ¿O quieres vivir como Eva, convirtiéndote tú en el dios de tu vida?

Pide el don del Espíritu Santo para que tú también puedas decir ¡hágase en mi vida como tú quieras, Señor! Entonces tu vida será una gran aventura, pero también un gran canto de alabanza porque en medio de tu vida contemplas la gloria de Dios.

 Dejándolo todo, lo siguieron 🔥 (Cf. Lc 5, 11b).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario

Mt 11, 2-11. “Lo que estáis viendo y oyendo”. La figura de Juan Bautista sigue ocupando un papel preferente en nuestra preparación de la Navidad. Envía a sus discípulos para que indaguen si Jesús es el esperado, el verdadero Mesías. Juan ya lo sabía pero quiere que sus discípulos lo descubran por ellos mismos. El encuentro con Jesús es fundamental y necesario para convertirnos en discípulos suyos. Jesús no responde a la pregunta con teoría sino con hechos, les dice que contemplen y saquen conclusiones. Jesús está realizando las obras liberadoras que se esperaban del Mesías. Esta es una señal inequívoca. Los discípulos de Juan van a llevarle la respuesta. Entonces Jesús aprovecha para hablarnos de Juan. Él es el profeta mensajero que viene a preparar el camino y los corazones de los creyentes para que acojan a la persona y la palabra de Jesús. Eso es lo que quiere hacer también en nosotros en este tiempo de Adviento.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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