Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«A quién, pues, compararé los hombres de esta generación?
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y decís: “Tiene un demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa.
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo:
«Simón, tengo algo que decirte».
El contestó:
«Dímelo, maestro».
Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?»
Respondió Simón y dijo:
«Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús:
«Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no mediste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo:
«Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:
«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer:
«Tu fe te ha salvado, vete en paz».
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios,
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
«Salió el sembrador a sembrar su semilla.
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso y, después de brotar, se secó por falta de humedad.
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron.
Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno».
Dicho esto, exclamó:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola.
Él dijo:
«A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas,” para que viendo no vean y oyendo no entiendan”.
El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes y riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».
Lunes, 15 de septiembre de 2025
Virgen de los Dolores
Lecturas:
1 Tim 2, 1-8. Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos se salven.
Sal 27. Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante.
Jn 19, 25-27. Ahí tienes a tu Madre….
Ayer celebramos la fiesta de la Exaltación de la Cruz de Cristo, que nos revela plenamente la misericordia y el amor de Dios.
Hoy conmemoramos a María, Virgen de los Dolores, que ora e intercede en la fe… en la hora de la nueva Alianza, al pie de la Cruz (cf. Catecismo, 2618).
La carta a los Hebreos nos dice que Cristo…, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.
La clave que une a Cristo con María y después a los discípulos con Él es la obediencia a la voluntad del Padre: este es el camino de la salvación y de la vida. Esta obediencia confiada es signo de vivir en el Espíritu.
En el Evangelio contemplamos a María al pie de la cruz, desde donde Jesús mira a María, su Madre, y le confía al apóstol Juan.
María es imagen de la Iglesia, que está naciendo en ese momento y que debe ser recibida por todos los discípulos como algo propio.
Juan simboliza a los verdaderos discípulos: la pertenencia a la Iglesia es esencial en el discípulo de Cristo.
Lo propio del discípulo es la fe; una fe vivida en la Iglesia, que está naciendo en la Cruz de Cristo: de su costado brotará sangre y agua, signos del Bautismo y de la Eucaristía.
Estos dos sacramentos son signo de la Iglesia, nueva Eva que nace del costado del nuevo Adán.
El Papa León nos decía (9-VI-2025) que la maternidad de María, a través del misterio de la cruz, dio un salto impensable. La Madre de Jesús se convirtió en la nueva Eva, porque el Hijo la asoció a su muerte redentora, fuente de vida nueva y eterna para todo ser humano que viene a este mundo… La fecundidad de la Iglesia es la misma fecundidad de María; y se realiza en la existencia de sus miembros en la medida en que estos reviven, “en pequeño”, lo que vivió la Madre, es decir, que aman con el amor de Jesús. Toda la fecundidad de la Iglesia (…) depende de la cruz de Cristo.
Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Jn 19, 25-27. “Como algo propio”. Celebramos hoy la fiesta de la Virgen de los Dolores. Nos trasladamos al Gólgota para contemplar la escena. Jesús, su madre, el discípulo amado, las mujeres… Jesús no deja de actuar, ni de amar, aunque está inmovilizado en la cruz. Se preocupa por la situación en la que va a quedar su madre, y también sus discípulos. La entrega como madre a Juan y este la recibe como hijo. En el momento de mayor abandono, ambos quedan unidos. María sufre el dolor de perder a su hijo, pero recibe a todos los que son y serán discípulos de Jesús. En la figura de Juan estamos nosotros, contemplando y recibiendo ese gran regalo. La maternidad de María es algo propio, que nos pertenece. Hemos de cuidar nuestra relación con ella, pedir su intercesión y protección en nuestros dolores y dificultades. Anunciarla como madre a aquellos que viven en la soledad, en el abandono, porque no la conocen.
Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre y elimináis a los humildes del país, diciendo:
«¿Cuándo pasará la luna nueva, para vender el grano, y el sábado, para abrir los sacos de cereal – reduciendo el peso y aumentando el precio, y modificando las balanzas con engaño -, para comprar al indigente por plata, y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?».
Señor lo ha jurado por la gloria de Jacob: «No olvidará jamás ninguna de sus acciones».
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. R/.
El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? R/.
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo. R/.
Querido hermano:
Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto.
Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos: este es un testimonio dado a su debido tiempo y para que fui constituido heraldo y apóstol – digo la verdad, no miento -, maestro de las naciones en la fe y en la verdad.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando las manos limpias, sin ira ni divisiones.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pus mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dijo:
“Aquí está tu recibo, escribe ochenta”.
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es de fiar en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
JESÚS Y EL DINERO (I): EL ADMINISTRADOR INFIEL
(25º Domingo ordinario -C-, 21 de septiembre de 2025)
El mal uso de las riquezas.
Este domingo y el próximo escucharemos dos parábolas de Jesús sobre el uso de las riquezas. Son palabras exigentes, con una cierta ironía no exenta de tristeza. Hoy es la parábola del administrador infiel, el próximo domingo, la del rico comilón y del pobre Lázaro.
El profeta Amós hace el prólogo a estas parábolas con la fuerza de su «denuncia profética». Del mismo modo, el Salmo responsorial 112, muestra la actitud de Dios frente a los poderosos y los oprimidos: Nada escapa a su soberanía creadora. Por eso levanta de la tierra a los más pobres y oprimidos y los coloca en primera fila, con los principales de su pueblo, porque todos ellos son nobles para Dios, constituidos por Él con inmensa dignidad.
La parábola del administrador infiel.
Llegando al Evangelio, la primera enseñanza que sacamos de estas parábolas de Jesús es que debemos ser tan prudentes y espabilados de cara a nuestro futuro como son los «hijos de las tinieblas», es decir, los que viven mundanamente, de espaldas a la luz que trae el Salvador. Ellos hacen de todo para no quedarse en la calle, como el administrador infiel, que se gana amigos con las riquezas que no son suyas.
A los «hijos de la luz», dice Jesús: “Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas” (Lucas 16, 9). El Señor da por sentado que todo el dinero es parte del culto al ídolo Mammón, y está manchado por la injusticia, es el “vil metal” (16,11).
No podemos pasar sin él, y hemos de trabajar honradamente para vivir e incluso ayudar a los necesitados, pero siempre cuidando que no se transforme en nuestro Dios, en nuestro objetivo más importante, en la garantía de nuestra vida: “No podéis servir a Dios y al dinero” (16,13); por eso, el Señor quiere que a este último lo aborrezcamos y olvidemos, como hace dos domingos pedía que hiciéramos con todos los lazos terrenos; que lo ganemos y utilicemos con prevención, procurando hacer el mejor uso posible, sin que nos contamine y esclavice, porque el peligro está siempre cercano.
La aplicación de la enseñanza de la parábola.
El futuro que debemos asegurarnos con una ganancia y uso del dinero lo más justo posible es el eterno, la fiesta de los bienaventurados (16,9). El dinero no es lo nuestro, es lo de los otros (16,12), pero sirve de prueba para demostrar que sabemos aprovechar bien los bienes del reino, la gracia y la actividad que ahora debemos administrar participando en la vida de la Iglesia.
Pero Dios no quiere que sus hijos vivan miserablemente; por ello san Pablo nos manda orar por las autoridades – sin tener en cuenta si son buenos o malos – “para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro” (1 Timoteo 2,2). No debemos cesar en esta oración e imaginar que van a llegar gobernantes sin mancha. A unos pecadores sucederán otras pecadores, los cuales deberán luchar contra las tentaciones del `poder: por eso necesitan de nuestra oración.
En esta ocasión, es oportuno recordar una palabras del papa León XIV a un grupo de personalidades franceses el pasado 28 de agosto:
«Soy muy consciente de que el compromiso abiertamente cristiano de un responsable público no es fácil, en particular en ciertas sociedades occidentales donde Cristo y su Iglesia son marginados, a menudo ignorados, a veces incluso ridiculizados. Yo no ignoro las presiones, las consignas de partido, las “colonizaciones ideológicas” – por retomar una expresión feliz del papa Francisco – a las cuales los políticos están sometidos. Hace falta valor: el coraje de decir a veces “no ¡yo no puedo!”, cuando la verdad está en juego. Entonces, solo, la unión con Jesús – ¡Jesús crucificado! – os dará el valor para sufrir por su nombre. Él dijo a sus discípulos: “En el mundo, tendréis que sufrir, pero tened valor “¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 16,33)».
Por ello, los fieles debemos comprender de dónde viene el tesoro de las gracias que recibimos. Procede de Cristo, que se hizo voluntariamente pobre hasta el abandono de la cruz, para que de su extrema miseria viniese la riqueza salvífica de los hombres.
LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO
Primera lectura y Evangelio. Amós 8,4-7 y Lucas 16,1-3: La ambición del dinero lleva frecuentemente al abuso de los más pobres e indefensos ante la corrupción. La denuncia del profeta Amós tiene su prolongación en la parábola del administrador infiel, donde Jesús advierte a los discípulos, futuros responsables de la Iglesia, que no podrán servirle bien si tienen apego a las riquezas.
Segunda lectura. 1 Timoteo 2,1-8: En su escrito pastoral, el apóstol encomienda las plegarias litúrgicas de forma semejante a como se hace todavía en la «Oración de los fieles» en la Misa. La voluntad universal de salvación manifestada en Cristo hace que los cristianos no olviden a nadie en sus peticiones.
Domingo, 10 de agosto de 2025.
XIX del Tiempo Ordinario
Lecturas:
Sb 18, 6-9. Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Sal 32. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Hb 11, 1-2. 8-19. Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Lc 12, 38-48. Lo mismo vosotros, estad preparados.
La Palabra nos invita a vivir la fe, a tener una mirada de fe sobre nuestra vida y sobre la historia. La fe no es una teoría que se aprende, sino una vida que se acoge y se disfruta.
En la fe, don de Dios, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría (cf. Lumen Fidei 7).
La segunda lectura nos habla de ello y nos muestra a Abrahán, padre de todos los creyentes: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve… Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Lo que se pide a Abrahán es que se fíe de esta Palabra. La fe entiende que la palabra, cuando es pronunciada por el Dios fiel, se convierte en lo más seguro e inquebrantable que pueda haber. La fe acoge esta Palabra como roca firme, para construir sobre ella con sólido fundamento (cf. Lumen Fidei 9-10).
Tener fe es entrar en una historia de amor entre Dios y nosotros. Es haber descubierto que Dios te ama gratuitamente y empezar a responder a este Amor, que te precede y en el que te puedes apoyar para construir la vida: No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Es dejar que Dios pase cada día por tu vida y te encuentres con Él, que te ama, te desea, te busca.
Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino, porque llega a nosotros desde Cristo resucitado. El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre», (cf. Lumen Fidei 1 y 19).
Por eso, el Evangelio nos llama a estar despiertos, en vela, atentos porque el Señor viene a tu vida: Estoy a la puerta y llamo, si me abres entraré y cenaré contigo (cf. Ap 3, 20).
A estar despiertos porque hoy el Señor pasa por tu vida: no estás solo; hoy el Señor te habla al corazón: pone luz en tu vida; hoy el Señor te regala el don del Espíritu Santo: lo hace todo nuevo; hoy el Señor te regala hermanos para caminar juntos hacia la meta del cielo.
Y hay que estar en vela porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar (cf. 1 Pe 5,8). Hay que estar atentos, porque el diablo quiere robarte, la fe, la comunidad, la vocación, la alegría, la esperanza… En definitiva quiere llevarte a la soledad, a la tristeza y a la desesperanza.
También esta Palabra nos invita a despegarnos de las cosas materiales, porque donde está vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón… y a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre, y de nada le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde su alma.
El Domingo pasado el Papa León nos recordaba que la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos…; más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría. Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad.
¿Tú cómo estás? ¿Estás preparado para el encuentro con el Señor, que hoy está llamando a la puerta de tu vida?
¡Feliz Domingo, feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).
Lc 12, 32-48. “A la hora que menos penséis”. Una actitud propia de los discípulos de Jesús es la vigilancia, la atención sobre la realidad, sobre las personas y los acontecimientos que cotidianamente vivimos. En muchos de ellos el Señor se acerca a nosotros y podemos reconocerlo y encontrarnos con Él. Pero si vivimos excesivamente preocupados por los bienes materiales y son nuestro tesoro, allí estará nuestro corazón. Forma parte de nuestra vigilancia vivir al servicio de aquellos que el Señor nos ha confiado, los que tenemos más cerca. Pero podemos vivir también sin rendir cuenta de ese cuidado del prójimo y que eso nos lleve a descuidar ese servicio. El Señor llegará sin duda y nos pedirá cuenta de cómo hemos tratado al hermano, del bien que hemos hecho o dejado de hacer. El Señor nos ha confiado mucho y espera mucho de nosotros.
¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?,
o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles
e inseguros nuestros razonamientos,
porque el cuerpo mortal oprime el alma
y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra
y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance,
¿quién rastreará lo que está en el cielo?,
¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría
y le envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres,
los hombres aprendieron lo que te agrada
y se salvaron por la sabiduría».
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. R/.
Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R/.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervo. R/.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos. R/.
Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano, y ahora prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión Te lo envío como a hijo.
Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad.
Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que si lo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí.
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
LA LIBERTAD CRISTIANA
(23º Domingo ordinario –C-, 7 de Septiembre de 2025)
Las condiciones para seguir a Jesús.
Subiendo a Jerusalén, Jesús hizo un alto para aclarar a sus muchos seguidores las condiciones que pedía para aceptarlos como discípulos: debían estar dispuestos a ser totalmente libres para renunciar a todo: familia, bienes de la tierra y al propio egoísmo.
Todo ello era pedir una dura renuncia a quienes esperaban que Jesús comenzaría a ser rey en Jerusalén, llenándolos de prosperidad y libertad.
Los seguidores de Jesús se habían hecho sus propios planes, muy diferentes a lo que el Señor sabía que ocurriría a su llegada a la ciudad santa. La grandeza del misterio pascual de Cristo muerto y resucitado escapaba por completo a las mentes de aquellos pobres hombres que todo lo veían de tejas abajo. En ellos se cumplía el dicho de la antigua Sabiduría: ¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quien comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos… porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita (Sabiduría 9,13-14; Primera lectura).
Comprender bien a Jesús.
No debemos rebajar o edulcorar las palabras de Jesús, que habla el lenguaje religioso de su tiempo. Hemos de intentar comprenderlas en su radicalidad. Precisamente, la disolución de las relaciones familiares, económicas y sociales eran algunas de las señales que los escritores apocalípticos señalaban para el final de los tiempos y el comienzo del reino de Dios.
El Señor no se refiere a dos grupos de cristianos: un grupo grande y otro selecto que ha hecho una opción más radical para seguirlo. Con Jesús comienza una nueva situación, un nuevo mundo con unas nuevas reglas, y todos son invitados a participar en esta nueva situación que destina a la salvación. Un poco antes del pasaje que hemos escuchado, les había expuesto la parábola de los invitados a la boda: El Señor quería que la sala del banquete estuviese llena a rebosar, pero todos, menos los pobres, tenían una excusa para no participar.
Jesús nos lleva a cambiar el mundo.
Los invitados a la boda no son los mejores, son los que se reconocen sin méritos y reciben la llamada como una gracia. Desde la sabiduría que nos otorga la fe, se ven las cosas desde el plan de Dios, realizándose una subversión de las reglas de este mundo. Por eso hoy hemos escuchado a san Pablo que pedía a su discípulo y amigo Filemón que renunciara a su prepotencia de dueño y recibiera de nuevo a su esclavo como a un hermano. No se condena la esclavitud, simplemente es que no tiene lugar en el reino de Dios que ha comenzado a expandirse gracias al Evangelio, a partir de la resurrección de Jesucristo.
Desde el seguimiento de Jesús, todo lo demás cambia de sentido.
¿Y el respeto y obediencia que debemos a los padres? ¿Cómo se compagina con la renuncia que pide el Señor? Un joven escribió a san Agustín, preguntándole qué debía hacer, porque deseaba ser sacerdote, pero su madre se lo impedí. Apelando a sus derechos, el santo Obispo le contestó en su carta 243, animándole a que la viera antes como hermana en Cristo que como madre en este mundo. Y seguía escribiéndole:
Del mismo modo que el Señor dijo que quien perdiere su vida en este mundo la recobrará en la vida eterna, eso mismo podemos decir con razón acerca de los padres: que el que los ama los perderá.
El señor nos pide que eliminemos con la palabra de Dios ese afecto carnal con que se empeñan en amarrar a los obstáculos de este mundo a ellos mismos y a los hijos que engendraron; pero dando vida al mismo tiempo a ese afecto por el que son hermanos, por el que en compañía de los hijos temporales reconocen a Dios y a la Iglesia por padres eternos.
Seguir a Jesús con libertad.
Concluimos pues, que Jesús quiere que le sigamos ligeros de equipaje, abiertos a lo que Dios nos depare en su plan de salvación. El mundo de contratos, y de seguros y pensiones en que nos movemos o desearíamos vivir es todo lo contrario del seguimiento de Cristo.
De cuando en cuando, las crisis del sistema ponen en quiebra la solidez y seguridad aparentes del mundo actual: guerras, epidemias, desempleo, inseguridad…. Pero se sigue pensando que se está más seguro si no se sale uno de la corriente y de las oportunidades del mundo – ahí está la crisis de vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio – y la dificultad para encontrar seglares que se comprometan seriamente en las actividades de la Iglesia.
Actuar con la libertad de Cristo.
Podemos recordar ahora el ejemplo de libertad cristiana que nos ha dado san Pablo en la lectura de su breve carta a Filemón, y cómo en ella se exhorta a tratar a los esclavos como hermanos, poniendo las bases para la abolición de este sistema contrario a la dignidad humana que estaba tan arraigado en la antigüedad (Segunda lectura).
No es cosa fácil seguir a Jesús con libertad, y pide una decisión meditada – el Señor nos propone varios ejemplos: el que pone a construir una torre, el rey que ha de tomar la decisión fríamente, no llevado por la pasión del momento, de enfrentarse a un enemigo más numeroso – como ocurre también con el paso de la fe – creer o no creer – y con la decisión de amar a la manera del amor de Dios, cuando nuestros impulsos primarios nos llevarían a abandonar a quienes no se hacen merecedores de nuestro cariño.
Pero, en este trance, no estamos solos. La gracia nos ayuda a lanzarnos adelante; en la Eucaristía participamos en la entrega sacrificial de Jesucristo y sólo puede impedirnos vivir ya desde ahora en su Reino el excesivo apego a nuestras pretendidas seguridades.
LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO
Primera lectura y Evangelio. Sabiduría 9, 13-18 y Lucas 14, 25-33: En el camino hacia Jerusalén Jesús hizo un alto para dejar claras ante sus muchos seguidores las condiciones que pedía para aceptarlos como discípulos: debían estar dispuestos a renunciar a todo, familia, riquezas y al propio egoísmo. Dura renuncia para quienes confiaban en Jesús como un rey que les daría la abundancia y la libertad. Como se lee en el libro de la Sabiduría, sólo es posible comprender el designio de Dios cuando se está iluminado por la fe con la gracia del Espíritu Santo.
Segunda lectura. Filemón 9b-10. 12-17: Únicamente en este domingo se lee un pasaje de la carta más breve de san Pablo; en ella se exhorta a tratar a los esclavos como hermanos, poniendo las bases para la abolición de este sistema contrario a la dignidad humana que estaba tan arraigado en la antigüedad.
Domingo, 31 de agosto de 2025
Domingo XXII del Tiempo Ordinario
Lecturas:
Eclo 3, 17-20. 28-29. Humíllate, y así alcanzarás el favor del Señor.
Sal 67. Tu bondad, oh Dios, preparó una casa para los pobres.
Heb 12, 18-29. 22-24a. Vosotros os habéis acercado al Monte Sión, ciudad del Dios vivo.
Lc 14, 1. 7-14. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
La Palabra que el Señor nos regala hoy nos llama como siempre a la conversión. Nos previene contra la peor de todas las idolatrías, la de creer que tú eres dios.
El Evangelio nos invita a vivir en la humildad, como Jesús. Nos lo ha recordado el Aleluya: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
Eso es lo que ha hecho Jesús, que siendo rico se hizo pobre (cf. 2 Co 8, 9), se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (cf. Flp 2, 6-7).
Pídele al Espíritu Santo que te recuerde cada día que tú no eres el Creador, sino la criatura; que tú no puedes darte la vida a ti mismo. Que tú no eres el Maestro, sino el discípulo; que tú no eres el Señor, sino el siervo.
El ir buscando los primeros puestos no es un problema de moralismo, sino que en el fondo es un signo de un mal más profundo: experimentar un gran vacío y una profunda soledad en el corazón. Es ir buscando “sucedáneos” para tratar de llenar un corazón vacío e insatisfecho.
El problema está en que sólo hay uno capaz de llenar del todo el corazón: ¡Sólo Dios basta! Nos hiciste para ti Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que no descansa en ti (S. Agustín).
Si quieres encontrarte con Jesús, has de ir al último puesto. Porque ahí está Jesús. Escondido en el pesebre de Belén… escondido en la humillación de la Cruz. Y el encuentro con Jesús llenará tu vida.
En cambio, si buscas los puestos de honor, encontrarás tal vez el “glamour” de este mundo, el éxito, el dinero… pero ahí difícilmente encontrarás al Señor. Ahí encontrarás vanidad de vanidades, todo era vanidad y caza de viento (cf. Qo 2, 11).
Pero, ¿qué es la humildad?
La humildad es la puerta de la fe. Es el “humus”, la tierra buena en la que la semilla puede ser acogida y dar fruto abundante.
La humildad es dejarte hacer por el Señor, que te va modelando cada día con su Palabra, con tu historia, con tu cruz…
La humildad es no vivir en la autosuficiencia, sino vivir agradecido en la comunidad eclesial que el Señor te ha dado.
La humildad no es negar los dones recibidos. Es reconocer que son dones, es decir, que te los han dado. ¡Y gratuitamente! Sin mérito alguno por tu parte. Y, por tanto, vivir sin robarle la gloria a Dios.
La humildad es reconocer que tú no te das la vida a ti mismo; que tú no te salvas a ti mismo. Que el único que puede renovar la tierra -la tierra del mundo, la tierra de tu corazón- es el Señor, con el don de su Espíritu.
La humildad te lleva a salir de la autosuficiencia narcisista y autorreferencial, de la arrogancia, del selfie existencial, para reconocer que todo es don; la humildad que te lleva a aceptar tus pobrezas, tu debilidad y a entregárselas al Señor para que las sane; te lleva a entrar en tu historia, la historia de tu familia, de tu sacerdocio, de tu consagración religiosa… y encontrarte ahí con Jesucristo Resucitado que lo hace todo nuevo por el poder de su Espíritu.
La humildad te lleva a fiarte de que los criterios y los planes del Señor son mejores que los tuyos… Te lleva a confiarte al amor de Dios, Amor que se vuelve medida y criterio de tu propia vida. Te lleva a ser agradecido.
La fe se vive en la gratuidad y se expresa en la alabanza. La gratitud es la memoria del corazón.
Dejándolo todo, lo siguieron (Cf. Lc 5, 11b).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Lc 14, 25-33. “No pospone… incluso a sí mismo”. Jesús nos recuerda que ser discípulo suyo debe suponer alguna renuncia concreta en nuestra vida. Eso es cargar la cruz. Así que hoy puedo preguntarme: ¿a qué renuncio para seguir a Jesús? ¿cuál es la cruz que tengo que cargar hoy? Otra característica del seguidor de Jesús es el discernimiento. Hemos de saber valorar nuestras fuerzas, nuestras capacidades, nuestros medios para no emprender tareas o compromisos que nos superen y que no podamos completar, o que pretendamos dar batallas para las que no tenemos fuerza suficiente. Es cierto que no contamos solo con nuestras capacidades, hemos de pedir al Señor que nos sostenga y nos dé su fuerza en muchos momentos, que nos ayude a cargar con la cruz. Pero eso no evita que actuemos con prudencia y discernimiento.
En aquellos días, el pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo».
El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado. R/.
Cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios Altísimo su redentor. R/.
Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza. R/.
Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor. R/.
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
por Jaime Sancho Andreu
(14 de septiembre de 2025)
Como se trata de una fiesta del Señor, esta celebración tiene precedencia sobre el domingo ordinario en el que coincide. En muchos lugares es una fiesta importante y es una buena ocasión para que todo el pueblo cristiano conozca y celebre una conmemoración tan significativa-.
Historia de la fiesta de la Santa Cruz.
Al igual que ocurre con otras celebraciones cristianas, existe un antecedente en la liturgia del Antiguo Testamento, que se convierte en fiesta de un misterio de Cristo, ligada también en ocasiones a un hecho histórico concreto. Así ocurre en este caso.
– La antigua fiesta de los tabernáculos.
Era la mayor fiesta del año, junto con la de Pascua, y uno de sus motivos era la acción de gracias por las cosechas del año (Deut 16, 13; Ex 23, 16); por eso el carácter del evento era de júbilo o regocijo, y que numerosos sacrificios eran ofrecidos entonces (Num 29, 12-39). Pero la fiesta de los Tabernáculos fue siempre y principalmente, en conmemoración de los años inolvidables pasados en las tiendas del desierto (Lev 23, 43) y en acción de gracias por la morada permanente recibida en la Tierra Prometida, y luego tras la instalación del Templo, por un lugar permanente de culto (cf. I Reyes, 8, 2; 12, 32). La fiesta comenzaba en el decimoquinto día del séptimo mes, (aproximadamente nuestro septiembre), y duraba siete días (Lev 23, 34-36). Cada israelita varón, según la ley, estaba obligado a ir a Jerusalén, y pasaba esos días en las cabañas hechas de cañas y ramas de árboles.
– La fiesta cristiana.
El 13 de septiembre del año 335 fue dedicado solemnemente el conjunto de la basílica, el patio del Gólgota y la rotonda del Santo Sepulcro en Jerusalén, mandados erigir por el emperador Constantino en presencia de su madre santa Elena; al día siguiente se mostró al pueblo la reliquia de la Santa Cruz que, según la tradición, había sido encontrada el 14 de septiembre durante las obras de cimentación de aquellos monumentos. Así pues, al principio era una fiesta propia de Jerusalén en el aniversario de la dedicación de sus principales iglesias, pero con el reparto de reliquias de la Vera Cruz se extendió esta celebración, que tuvo nuevo auge cuando, en el año 635, el emperador Heraclio rescató el sagrado leño que habían arrebatado los persas. Cuando se celebró en 1033 el Jubileo del primer milenio de la Redención, se alzaron grandes y preciosas cruces en todas las iglesias, consagrándose definitivamente esta fiesta.
El glorioso misterio de la Cruz.
Los fieles de Cristo nos ponemos al amparo de la sombra protectora de la Cruz, ella sostiene la nueva tienda del encuentro de Dios con los hombres, que es el Hijo de Dios hecho hombre para caminar con su pueblo en el nuevo Éxodo pascual hacia el Padre.
“La señal del cristiano es la santa Cruz”. Esta frase que aprendimos de niños en el catecismo tiene valor para todos los momentos de la vida. La Cruz es un signo que identifica la presencia de la comunidad o de una familia o actividad cristiana, pero también es una consigna personal, una manera de comenzar las cosas consagrándolas a Dios, de modo que el trabajo y la oración sean medio de alabanza, de gracia y santidad.
Del mismo modo la Iglesia avanza siguiendo a la Cruz, que le marca un camino de humildad y sufrimiento, como fue el de Jesucristo, para culminar en la victoria del Señor en su Reino.
Jesús se vio a sí mismo representado y anunciado por el signo de salvación que se levantó en el desierto: Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna (Jn 3, 14). Nosotros no podemos avergonzarnos de la Cruz ni escandalizarnos cuando nos vemos clavados en ella.
La Cruz es el signo del sacrificio supremo de Jesús, como anuncio del amor del Padre hacia toda la humanidad: Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3, 16-17). La Eucaristía es ahora la renovación de aquel único sacrificio de Jesucristo, ofrecido en el altar de la Cruz; nosotros nos unimos a esta ofrenda con la fuerza del Espíritu que se invoca sobre el pan y el vino y sobre toda la comunidad, para que “Él haga de nosotros una ofrenda permanente” (Plegaria eucarística III).
El himno de la carta a los Filipenses
En la segunda lectura se proclama este himno que san Pablo recogió, probablemente, del patrimonio litúrgico de las primeras comunidades cristianas. En él se presenta a Jesús en tres momentos: preexistencia divina, vida histórica en humildad y sometimiento y exaltación gloriosa, apareciendo así como el modelo perfecto de la manera de ser del cristiano; como lo expresa en las palabras de introducción del himno: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús (Fil 2, 5)..
LA PALABRA DE DIOS EN ESTA FESTIVIDAD
Primera lectura. Números 21, 4b-9: Durante el camino del Éxodo, en el desierto del Sinaí, Moisés levantó una serpiente hecha de bronce para que los hebreos la mirasen cuando sufriesen una picadura venenosa y se curaran. El propio Jesús convirtió a este episodio en un modelo profético de su elevación en la cruz para salvar a todos los hombres.
Segunda lectura. Filipenses 2, 6-11: Jesús aceptó voluntariamente la muerte en la cruz, pero el Padre aceptó su sacrificio de obediencia y convirtió aquella humillación en la exaltación gloriosa del Redentor.
Evangelio de san Juan 3, 13-17: El Señor anunció varias veces su trágica muerte, dándole un sentido redentor y de reparación de los pecados de los hombres; pero en este pasaje de su conversación con el judío Nicodemo, es donde Jesús expone con mayor claridad el sentido salvador de su crucifixión.
Domingo, 20 de abril de 2025
Domingo de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.
El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?
Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.
Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.
Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.
O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…
Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.
También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.
Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.
¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.
Si crees, ¡verás la gloria de Dios!
¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Jn 3, 13-17. “Que tengan vida eterna”. La Iglesia celebra hoy la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Nos invita a poner los ojos en ella y reconocer con agradecimiento el amor que Dios nos ha manifestado entregando a su propio hijo. Nos recuerda que el mismo Jesús fue el que bajó del cielo, para llevar a cabo el plan de salvación de su Padre Dios. El evangelio nos anuncia que Jesús tiene que ser elevado para convertirse en fuente de vida eterna. Esa elevación nos adelanta su muerte en la cruz y también su ascensión al cielo. Son dos momentos que marcan la consumación del plan de salvación y la conclusión de su presencia encarnado y resucitado en el mundo. Ahora sigue a nuestro lado en los sacramentos, en su Palabra. A nosotros nos toca reconocer, acoger, disfrutar, agradecer y comunicar ese amor absoluto e incondicional qué Dios tiene por cada uno de nosotros. Ese amor da sentido a nuestra vida y también a a nuestra entrega en el servicio a los hermanos.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
(9 de octubre de 2023)
Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.
El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.
El aniversario de la dedicación
El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.
La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.
Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.
Una construcción que no ha terminado
El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.
En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.
Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).
Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).
Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:
«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).
Jaime Sancho Andreu