LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes 27 de marzo de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

Martes, 28 de marzo de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 21-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros».
Y los judíos comentaban:
«¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”?».
Y él les dijo:
«Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que Yo soy, moriréis en vuestros pecados».
Ellos le decían:
«¿Quién eres tú?».
Jesús les contestó:
«Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él».
Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre.
Y entonces dijo Jesús:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada».
Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.

Miércoles, 29 de marzo de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 31-42

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».
Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».

Jueves, 30 de marzo de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 51-59

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Viernes, 31 de marzo de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 10, 31-42

En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.

Sábado, 1 de abril de 2023
Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 45-57

En aquel tiempo,muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Comentario al evangelio del día

Abstinencia

Lecturas:

Jr 20, 10-13. Cantad, alabad al Señor, que libró al inocente.

Sal 17, 2-7. En el peligro invoqué al Señor y me escuchó.

Jn 10, 31-42. El Padre y yo somos uno.

Vamos acercándonos a la Pascua y la Palabra de Dios nos va preparando para vivir este acontecimiento.

Porque la celebración no es mero recuerdo de algo que pasó hace ya dos mil años. No se te invita a mirar todo esto como un espectador curioso, pero en el fondo ajeno a lo que se está viendo.

Ni se te invita a quedarte como un erudito, un estudioso que sabe muchas cosas, que tiene muchos datos, pero que en el fondo no le afecta para nada en su vida.

No. El evangelio te invita a tomar partido, a definirte.

Hemos contemplado como se va estrechando el cerco contra Jesús. Se le acusa de blasfemia, porque tú, siendo un hombre, te haces Dios.

Y aquí el evangelio nos muestra varias reacciones: o crees que Jesús es el Salvador, o le acusas de blasfemo, o piensas que ha perdido el juicio.

Es lo que ocurre en el Evangelio: muchos creyeron en él, otros agarraron piedras para apedrear a Jesús.

¿Dónde quieres estar tú? ¿O quieres como Pilato “lavarte” las manos?

Y la Palabra hoy, como siempre, te invita a creer, a proclamar, como hemos cantado en el salmo y en el versículo antes del Evangelio: Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna.

Y a recorrer el camino de tu vida, de tu cruz, con Jesús, con la certeza de que, como nos ha dicho el profeta Jeremías: el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo, porque no hay nada ni nadie que pueda separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Comentario al evangelio del día

Jn 10, 31-42. “Siendo un hombre, te haces Dios”. Esta va a ser la gran acusación que los judíos presenten contra Jesús. No cabe en su concepción de la religión, que Dios esté tan cercano, se haya hecho uno de nosotros. Jesús se enfrenta a las acusaciones de blasfemia que vierten sobre Él. Confía en que sus obras son las de Dios y por eso Dios restablecerá la justicia. Jesús vence al mal y la primera victoria es en su corazón. Él no busca venganza ni condena, en la misma cruz va a pedir misericordia para los que acaban con su vida, porque no saben lo que hacen. Jesús va a vencer al mal, por medio de la manifestación de un amor mayor. Su revelación no es solo con palabras sino también con obras. Hay una coherencia total entre lo que predica y lo que hace. Ojalá también nosotros podamos decir lo mismo y manifestemos nuestra fe con obras de caridad.

22 febrero. Miércoles de Ceniza
Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura de la profecía de Joel 2, 12-18

Ahora —oráculo del Señor—,
convertíos a mí de todo corazón,
con ayunos, llantos y lamentos;
rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos,
y convertíos al Señor vuestro Dios,
un Dios compasivo y misericordioso,
lento a la cólera y rico en amor,
que se arrepiente del castigo.
¡Quién sabe si cambiará y se arrepentirá
dejando tras de sí la bendición,
ofrenda y libación
para el Señor, vuestro Dios!
Tocad la trompeta en Sion,
proclamad un ayuno santo,
convocad a la asamblea,
reunid a la gente,
santificad a la comunidad,
llamad a los ancianos;
congregad a los muchachos
y a los niños de pecho;
salga el esposo de la alcoba
y la esposa del tálamo.
Entre el atrio y el altar
lloren los sacerdotes,
servidores del Señor,
y digan:
«Ten compasión de tu pueblo, Señor;
no entregues tu heredad al oprobio
ni a las burlas de los pueblos».
¿Por qué van a decir las gentes:
«Dónde está su Dios»?
Entonces se encendió
el celo de Dios por su tierra
y perdonó a su pueblo.

Salmo

Sal 50, 3-4. 5-6ab. 12-13. 14 y 17
R/. Misericordia, Señor, hemos pecado

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.

Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5, 20 – 6, 2

Hermanos:
Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.
Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice:
«En el tiempo favorable te escuché,
en el día de la salvación te ayudé».
Pues mirad: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación.

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 1-6. 16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

comentario al evangelio

Miércoles de Ceniza (por Jaime Sancho Andreu)

(22 de febrero de 2023)

Historia de esta celebración

Desde tiempos de san Gregorio Magno (siglo VI), inaugura este día en Roma la santa cuarentena; antes comenzaba la Cuaresma el primer domingo, pero se extendió al miércoles anterior para que hubiese cuarenta días de ayuno hasta la Pascua, descontando los domingos. En el siglo XI, habiendo caído en desuso la penitencia pública, el Papa Urbano II recomendó la imposición de la ceniza a todos los fieles como signo distintivo de la inauguración de la Cuaresma.

Lo que nos dice ahora este día: Reconocer nuestra situación ante Dios

El mensaje que recibimos está perfectamente fundado en las tres lecturas propias de este día, como se explica en las moniciones que figuran a continuación; todo él se resume en las oraciones de bendición de la ceniza: “Derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza, para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo”, “Así podremos alcanzar, a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva de tu reino”.

La imposición general de la ceniza muestra el carácter social del pecado, suma de todos los pecados personales, conocidos u ocultos. Las prácticas cuaresmales recomendadas son la mayor escucha de la Palabra de Dios, junto con la oración, el ayuno y la limosna; concluyendo en una celebración del sacramento de la Penitencia que nos lleve, al final del camino cuaresmal, a encontrarnos con la gracia del perdón y a participar en la Eucaristía pascual con el ánimo renovado.

En el evangelio, Jesús enseña a sus discípulos cómo tiene que ser su estilo de vida y describe tres dimensiones de la misma: la oración, relación con Dios; la limosna, relación con el prójimo, y el ayuno, relación con uno mismo. La oración es imprescindible para el discípulo de Cristo; la limosna es expresión de sincera caridad y el ayuno muestra la conversión a Dios.

Como nos ha dicho el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal  para este año “La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz”,

El ayuno y la abstinencia cuaresmales

Conviene recordar una vez más que el ayuno está prescrito solamente el miércoles de ceniza y el viernes santo y que está recomendado el sábado santo hasta la vigilia pascual, y que compromete a los fieles desde la mayoría de edad hasta los cincuenta y nueve años cumplidos; mientras que la abstinencia de carne corresponde ejercitarla  el miércoles de ceniza y los viernes de cuaresma desde los catorce años. Eso no impide que también a los niños se les inicie en esta práctica y aprendan su sentido de educarnos para saber abstenernos del pecado.

MONICIONES A LAS LECTURAS

Primera lectura. Joel 2, 12-18: El profeta Joel describe la liturgia penitencial del “Día de la expiación” en el antiguo Israel, y pide al pueblo de Dios que rasgue su corazón y no los vestidos. La penitencia tiene su pleno sentido cuando se convierten las voluntades de las personas. Convertirse es volver a Dios con ánimo firme y sincero. Contestaremos a la palabra de Dios con el salmo penitencial por excelencia: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.

Segunda lectura. 2 Corintios 5, 20-6. 2: San Pablo considera la conversión auténtica como una tarea permanente cuando dice: “Dejaos reconciliar con Dios” porque nuestro tiempo es breve, y la Cuaresma es tiempo de gracia y salvación. La reconciliación consiste en recomponer la relación rota o debilitada entre nosotros y Dios, entre nosotros y los hermanos.

Evangelio de Mateo 6, 1-6. 16-18: Jesús enseña a sus discípulos cómo tiene que ser su estilo de vida y describe tres dimensiones de la misma: la oración, relación con Dios; la limosna, relación con el prójimo, y el ayuno, relación con uno mismo. La oración es imprescindible para el discípulo de Cristo; la limosna es expresión de sincera caridad y el ayuno muestra la conversión a Dios.

Otro comentario al evangelio

3º de Cuaresma

Lecturas:

Ex 17, 3-7. Danos agua que beber.

Sal 94. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: “No endurezcáis vuestro corazón”.

Rom 5, 1-2. 5-8. El amor ha sido derramado en nosotros por el Espíritu que se nos ha dado.

Jn 4, 5-42. Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Uno de los problemas del hombre de hoy es la insatisfacción existencial: a veces vivimos insatisfechos, frustrados, vacíos, sin acabar de encontrar el sentido de la vida, sin alegría, sin rumbo…Y de una forma paradójica, porque tenemos de todo, pero nada nos llena.

Y experimentamos esa insatisfacción porque a veces ponemos el corazón en cosas que no podrán llenarlo jamás. A veces buscamos la vida en los ídolos: el dinero, el poder, el placer, el éxito…

Pero no es más que un espejismo. Los ídolos no hacen más que aumentar la sed. La pasión por las cosas materiales nos hace entrar en la dinámica del egoísmo, que no lleva más que al vacío, a la insatisfacción…

La Palabra de Dios que proclamamos hoy viene a iluminar esta realidad del hombre y nos da la clave de la felicidad. El hombre tiene una sed enorme, un deseo de felicidad inmenso. Y esa sed sólo puede calmarse de una manera: sólo Dios puede llenar nuestro corazón y darnos la felicidad verdadera.

Como decía San Agustín: Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto mientras no descanse en ti.

El camino para encontrar la felicidad y el sentido de la vida es que Dios esté en tu corazón, que estés reconciliado con Él, que Él sea Señor de tu vida. Que tu vida esté centrada en Él y así tendrás dentro de ti un surtidor que calmará nuestra sed. Tendrás dentro de ti el agua vida de la gracia de Dios, del Espíritu Santo, que te hará encontrar el sentido de la vida y alcanzar la verdadera felicidad, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Cuando dejes a Jesucristo reinar en tu vida, en tu corazón… podrás decir como Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del Padre y tendrás una vida llena de sentido. No vivirás como un vagabundo, sino como un peregrino.

Por eso la Palabra hoy te invita a esta conversión: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón.

¿Cómo está tu vida? ¿Eres feliz? ¿Está Dios en tu corazón? ¿Qué hay en el centro de tu vida? ¿Quieres ser feliz? Deja que el Señor llene tu corazón, vive unido a Dios y el desierto de tu vida se transformará en un vergel, porque verás a Jesucristo en medio de tu vida, verás como el Espíritu Santo te regala poder saborear el amor de Dios en medio de tu vida concreta, en medio del combate y de las dificultades de cada día. Porque ¿está el Señor entre nosotros o no?

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Jn 4, 5-42. “Señor, dame esa agua”. La palabra de Dios nos habla hoy de la sed. Es una experiencia humana angustiosa. Pero esa sed es la que lleva al encuentro de la samaritana con Jesús en el pozo de Jacob. El Señor se presenta como aquel que pide de beber, pero porque tiene la intención de dar un agua nueva, que colma y apaga definitivamente la sed. La palabra nos invita a que también nosotros hoy reconozcamos nuestra sed, cuáles son nuestras necesidades y nuestros anhelos más profundos. Además Jesús nos quiere dar un agua que no solo calma la sed sino que nos convierte en fuente para los demás. Busquemos en este tiempo de cuaresma al Señor para que nos ofrezca su agua, el agua de la fe, el auténtico don de Dios, que nos purifica y nos llena de su vida.

2 abril. Domingo de Ramos
Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo;
para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído,
para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo

Sal 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere». R/.

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R/.

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel». R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo Jesús, siendo de condición divina,
no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;
al contrario, se despojó de sí mismo
tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia,
se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo
y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;
de modo que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.

Evangelio del domingo

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo 26, 14 – 27, 66

C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
C. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
C. Él contestó:
+ «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
C. Ellos muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro
S. «¿Soy yo acaso, Señor?».
C. Él respondió:
+ «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy yo acaso, Maestro?».
C. Él respondió:
+ «Tú lo has dicho».
C. Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».
C. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo:
+ «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».
C. Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces Jesús les dijo:
+ «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, por- que está escrito: “Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».
C. Pedro replicó:
S. «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo que esta noche, antes de que el gallo cante, me negarás tres veces».
C. Pedro le replicó:
S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».
C. Y lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
+ «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
C. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al que yo bese, ese es: prendedlo».
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve, Maestro!».
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?».
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?».
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas».
C. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
C. Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver cómo terminaba aquello.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. «Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”».
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?».
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».
C. Jesús le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene sobre las nubes del cielo».
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?».
C. Y ellos contestaron:
S. «Es reo de muerte».
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:
S. «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También tú estabas con Jesús el Galileo».
C. Él lo negó delante de todos diciendo:
S. «No sé qué quieres decir».
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Este estaba con Jesús el Nazareno».
C. Otra vez negó él con juramento:
S. «No conozco a ese hombre».
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata».
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. «No conozco a ese hombre».
C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.
C. Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo:
S. «He pecado entregando sangre inocente».
C. Pero ellos dijeron:
S. «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».
C. Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron:
S. «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre».
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
C. Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús respondió:
+ «Tú lo dices».
C. Y, mientras lo acusaban, los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia, Y, mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Barrabás».
C. Pilato les preguntó:
S. ¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
C. Contestaron todos:
S. «Sea crucificado».
C. Pilato insistió:
S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?».
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Sea crucificado!».
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:
S. «¡Soy inocente de esta sangre. Allá vosotros!».
C. Todo el pueblo contestó:
S. «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
C. Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y, terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a llevar su cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el rey de los judíos».
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda.
C. Los que pasaban, lo injuriaban, y, meneando la cabeza, decían:
S. «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:
S. «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: «Soy Hijo de Dios”».
C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
C. Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:
+ «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».
C. (Es decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
S. «Está llamando a Elías».
C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber.
Los demás decían:
S. «Déjadlo, a ver si viene Elías a salvarlo».
C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que él resucitó, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados:
S. «Verdaderamente este era Hijo de Dios».
C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo; entre ellas, María la Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
C. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en su sepulcro nuevo que se había excavado en la roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María la Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
C. A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor, nos hemos acordado de que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré”. Por eso ordena que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo:
“Ha resucitado de entre los muertos”. La última impostura sería peor que la primera».
C. Pilato contestó:
S. «Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis».
C. Ellos aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y colocando la guardia.

comentario al evangelio del domingo

El camino de la cruz (por Jaime Sancho Andreu)

(Domingo de Ramos en la Pasión del Señor- A – 2 de abril de 2023)

La liturgia. El pórtico de la Semana Santa.

Para los que no asisten a la liturgia del Viernes Santo, hoy es el único encuentro con Cristo paciente, en contraste con su manifestación gloriosa en el próximo domingo, día de Pascua.

En la Misa, las dos primeras lecturas se proclaman todos los años. El tercer cántico del Siervo de Yahveh, el salmo 21 que, leído en su integridad, no es un grito desesperado sino una súplica llena de esperanza, y el gran himno de Filipenses en el que se ensalza la humildad de Cristo y la autenticidad de su encarnación cuando se rebajó hasta la muerte; también se proclama su exaltación a la gloria como respuesta del Padre a su obediencia.

Toca así mismo leer este año la Pasión según san Mateo, en la que se resalta el cumplimiento de las antiguas Escrituras cuando trataban del Mesías, especialmente refiriendose al Salmo 69,22 al mencionar la hiel y el vinagre que le dieron a beber, al  Salmo 22 cuando se menciona el desprecio hacia Jesús crucificado y su invocación tràgica y esperanzada, si leemos el salmó completo. Lo mismo ocurre cuando se dice que las tinieblas cubrieron la tierra, evocando el duelo por el hijo único, conforme a Amós 8,9 y Éxodo 10,22.

El sacrificio del Siervo de Dios

Las dos primeras lecturas constituyen el marco de la Pasión del Señor: Jesús no retrocede, se somete  a todos los ultrajes de los hombres. Es precisamente esto, su entrega y abnegación hasta la muerte en cruz en medio de la historia, lo que hace de él el Señor de la historia – porque la pasión no es un «mito» intemporal, sino que ocurrió realmente «bajo el poder de Poncio Pilato» -, es la muestra de lo que ocurre desde principio a fin de la tragedia de la humanidad: Dios es “golpeado, cubierto de insultos y salivazos”, mientras él, por nosotros y para tomar sobre sí nuestros pecados, se rebaja hasta el extremo, hasta someterse incluso a la muerte. De este modo, la meditación de la Pasión del Señor contribuye a explicar el carácter sagrado del tiempo, presidido por “Cristo que es el mismo ayer, hoy y siempre”, tanto en aquel tiempo como ahora, cuando estamos comenzando el tercer milenio cristiano.

El sacrificio eucarístico

La celebración del sacrificio eucarístico manifiesta la unidad del Misterio Pascual de Jesucristo, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación.

La entrega eucarística de Jesús se produce después de que él ha revelado el nombre del traidor que le va a entregar (Mateo 26, 25), por tanto con la Pasión ya sobre la mesa, con la certeza de que esta misma noche todos sus seguidores, incluido Pedro, y precisamente él (Mt 26, 30-35), van a caer por su causa. Jesús sabe que debe sufrirlo todo en la soledad más completa, Ya desde el monte de los olivos la carga del pecado del mundo comienza a pesar en la soledad, con el Padre que desaparece. Jesús, ante la carga excesiva que se cae sobre sus espaldas, tiene que rezar: “Si es posible que pase y se aleje de mí este cáliz” (En el Antiguo Testamento el cáliz es la imagen de la ira de Dios por el pecado). pero el que se ha entregado ya eucarísticamente tiene que tomar sobre sí lo aparentemente insoportable, según la voluntad del Padre: en nuestro lugar, por nosotros. De este modo se cierra el ciclo que comenzó en la Encarnación, cuando el Primogénito entró en el mundo diciendo: “Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad” (Hebreos  10, 5), continuó en el Bautismo en el Jordán y se desarrolló en la vida pública del Mesías que quiso asumir, ante todo, la imagen y el compromiso del Siervo humilde de Yahveh.

El camino de la cruz

En este último domingo antes de la Pascua, Jesús se confirma como modelo para el catecúmeno y para quienes renovamos el proceso catecumenal durante la Cuaresma. En el primer domingo decía que él vivía ante todo de la palabra de Dios; y ahora confiesa que el Señor le ha abierto el oído, para que pueda escuchar como los iniciados. Para todos nosotros, Jesús no sólo nos indica un camino, sino que él mismo es el Camino, que hemos de recorrer incorporados a él, llevando la cruz con él. Para ello, Jesús es nuestro modelo, si queremos avanzar en el camino de la perfección que comenzó en la iniciación cristiana, como buenos siervos de Dios, hasta llegar a ser exaltados como hijos en la resurrección con Cristo.

Podemos también inspirarnos en la homilía pronunciada por el Papa Francisco en este Domingo el 5 de abril de 2020:

 Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.

Pero, una pregunta: ¿Cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.

El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.

La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos. Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.

Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.

El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?”, el porqué más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó. Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales.

¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, por todos nosotros, lo ha hecho para decirnos: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”. He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece. El drama que estamos atravesando en este tiempo nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado —mirad, mirad al Crucificado—, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos, mirando al Crucificado, la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.

Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva, nos salva la vida. Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Es decir, sin condiciones, sí al amor, como hizo Jesús por nosotros.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

En la bendición de las palmas. Evangelio de Mateo 21, 1-11: Corresponde este año leer el relato de san Mateo correspondiente a la entrada de Jesús en Jerusalén. Como es habitual en este primer evangelio, se declara que en Jesús se cumplen todas las antiguas profecías acerca del Mesías que había de venir.

Primera lectura. Isaías 50, 4-7: El tercer cántico del Siervo del Señor anuncia la pasión del Mesías, presentándola como una muestra suprema de obediencia a la palabra y la voluntad de Dios, al someterse al poder del pecado del mundo y padecer por ello mansamente. Gran importancia tiene la recitación del

Salmo responsorial 21, mencionado por Cristo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Segunda lectura. Filipenses 2, 6-11: San Pablo proclama la unidad del misterio pascual de Jesucristo, humillado hasta la muerte de cruz como el Siervo de Yahveh y glorificado como Hijo de Dios en la resurrección.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo. 26, 14-27, 66: Según la intención propia del evangelista san Mateo, que escribía para los judíos convertidos al cristianismo, todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. Jesús en la pasión es el Siervo de Yahveh paciente que acepta la voluntad a veces incomprensible del Padre; todos sus padecimientos estaban profetizados en el antiguo Testamento.

Otro comentario al evangelio del domingo

5º de Cuaresma

Lecturas:

Ez 37, 12-14. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis.

Sal 129. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Rom 8, 8-11. El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros.

Jn 11, 1-45. Yo soy la resurrección y la vida.

En estos tres últimos Domingos de Cuaresma hemos escuchado los tres evangelios de las catequesis bautismales de la iglesia antigua. Son la respuesta a tres grandes interrogantes del hombre: la insatisfacción, la oscuridad y la muerte. Frente a estos tres grandes interrogantes que preocupan al hombre de todos los tiempos, la Palabra de Dios viene a darnos la respuesta: Jesucristo es la fuente de agua viva capaz de calmar nuestra sed, Jesucristo es la luz del mundo, y Jesucristo es la resurrección y la vida.

Sin embargo, en medio de tanta oscuridad y angustia, brilla la luz de la Palabra de Dios. El mensaje de hoy es claro: Jesucristo es la resurrección y la vida. Con la resurrección de Lázaro Jesucristo te anuncia que Dios es Dios de vivos y que quiere la vida del hombre. Vida que no es sólo para ochenta o cien años. Dios te ama tanto que no podía crearte para tan poco tiempo: la vida a la que Dios te llama no tiene fin, es la vida eterna.

Por ello, la Palabra de Dios que proclamamos hoy nos llena de alegría y esperanza porque anuncia el cumplimiento de uno de los deseos más profundos del hombre: el deseo de vivir para siempre.

En el Evangelio, vemos a Jesús que llega a casa de Marta y María, tras la muerte de Lázaro. En este encuentro, Jesús dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Y añadió: ¿Crees esto?

Una pregunta que Jesús nos dirige hoy a cada uno de nosotros. También te la dirige hoy a ti: ¿Crees esto?

Para responder bien a esta pregunta necesitas el Espíritu Santo. ¡Pídelo! Para que tú, como Marta, puedas responder: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.
Y también tú si crees ¡verás la gloria de Dios!

Verás cumplida en tu vida la palabra de Ezequiel: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío… Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

También nos lo ha dicho san Pablo: si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Para que, en medio de tus dudas, de tus oscuridades… puedas dar el salto de la fe, puedas creer que Jesucristo vive; que sólo Él tiene palabras de vida eterna; puedas creer que Él te ama tanto que quiere que tengas vida en abundancia y te invita a vivir para siempre, más allá de la muerte, en el cielo; porque ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede siquiera imaginar lo que Dios tiene preparado para los que le aman (cf. 1 Co 2, 9). Que puedas confesar que Él es Señor de tu vida.

Pero, además, la vida eterna comenzamos a gustarla ya aquí. El Señor quiere sacarte del sepulcro, de tu muerte existencial. Si dejas entrar a Jesucristo y le proclamas Señor de tu vida, verás la gloria de Dios.

¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!

Yo abro brecha delante de vosotros (Cf. Miq 2, 12-13).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio del domingo

Jn 11, 1-45. “Tu hermano resucitará”. La palabra de hoy nos introduce en el misterio de la muerte, nos prepara para celebrar y vivir la Pascua de este año. Jesús aprovecha la circunstancia de la muerte de su amigo Lázaro para mostrar su poder. Las hermanas no entienden que haya tardado tanto tiempo en venir, de manera que no ha podido encontrar a su amigo con vida. Pero ambas identifican la persona de Jesús con la ausencia de muerte. Si hubieras estado aquí… Jesús nos muestra su lado más humano, manifiesta la amistad y el amor que siente por esta familia y derrama lágrimas de tristeza. El Señor aprovecha para revelar que Él es la resurrección y la vida. Marta confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Hemos de fortalecer nuestra fe para poder celebrar y vivir en profundidad el misterio de la muerte y la vida del Señor.

semana santa 2023

Con estas breves introducciones a la celebración de la Semana Santa, se desea ayudar a introducirnos en el misterio que se renueva en estos actos tan importantes.

2 de abril: DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

Bendición de palmas y ramos y procesión.

Acompañamos al Señor cuando entra en la Ciudad Santa para ofrecer su sacrificio para la redención del mundo.

Durante los primeros siglos del cristianismo, este domingo estaba dedicado a la entrega del símbolo de la fe a los catecúmenos que debían recibir el bautismo en la Pascua; era la “traditio symboli” que preparaba  a la devolución o “redditio symboli” que los bautizandos debían realizar en la mañana del Sábado Santo. El “símbolo” era en la vida corriente un signo de reconocimiento: dos fragmentos de cerámica que debían encajar; de este modo, los candidatos recibían el “credo” que debían aprender de memoria como señal de admisión entre los cristianos.

Antes de que se generalizase la celebración del Viernes Santo, este domingo era también el día en que se leía la pasión de Señor, ordinariamente según san Juan. Domingo de Pasión antes del domingo de la resurrección. Todavía hoy se conserva este carácter de “Domingo de Pasión”; además, la mayor parte de los cristianos que participan en la misa del domingo no asisten a la celebración del Viernes Santo, que no es de precepto.

 Pero en el siglo IV comenzaron a llegar a Tierra Santa un gran número de peregrinos que deseaban recordarlos hechos de Jesús en los mismos lugares en que habían ocurrido. Muy pronto comenzaron a repetir la entrada festiva del Señor en Jerusalén, bajando del monte de los Olivos con palmas, ramos y cantos y acompañando al Obispo; así lo relata la peregrina Egeria, que viajó desde el Bierzo en España hasta recorrer todos los santos lugares a finales de dicho siglo IV.

Esta celebración se difundió por todas las iglesias con diferentes formas, y la propia de la liturgia romana es muy fiel a la tradición primitiva de Jerusalén, con la asamblea que se reune fuera de la iglesia, y marcha hacia ella después de leer el Evangelio de la entrada de Jesús, siguiendo con cantos al Obispo o sacerdote que preside. No es una procesión como las demás, sino una grupo o cuerpo que sigue a su cabeza, precedida por la cruz, el evangeliario y los ministros sagrados. Este acontecimiento de Cristo debe evocarse asimismo en todas las misas de este domingo, al menos con una entrada más solemne del celebrante.

La última estación de la Cuaresma.

Este domingo es la última estación de la Cuaresma como tiempo de formación y de penitencia, por ello se impone hacer un resumen de este ejercicio:

Los cuarenta días previos a la Pascua son un período catequético fundamental. La comunidad bautismal rememora su proceso de fe para acrecentarla. La Cuaresma se entiende, desde su origen, como un tiempo de gracia y reconciliación. Los cristianos somos invitados a una conversión cada vez mayor a Jesucristo. A través de la oración, la penitencia y el ayuno, buscamos una mejor configuración con Cristo, renovando el compromiso bautismal.

La conversión cuaresmal nos urge a retornar constantemente al Camino de la Vida, que es Jesucristo. Este camino nos conduce al Padre. Por la acción del Espíritu Santo, entramos en la comunión del Dios vivo y adquirimos la dignidad de hijos de Dios. La Iglesia no deja de proclamar este misterio de infinita bondad, exaltando la libre elección divina y su deseo de no condenar, sino de admitir de nuevo al hombre a la comunión consigo.

La Misa del Domingo de Pasión.

Sigue la Misa de la Pasión, con la lectura de la misma, este año A según san Mateo, que nunca puede sustituirse por el relato de la entrada festiva.

La pasión según san Mateo es el relato de la ofrenda del Hijo que ofrece  a todos la misericordia del Padre como el Siervo de Yahwé proclamado por los profetas. Jesús sufre el más profundo abandono, pero lo vive con la confianza del Hijo en el Padre que contempla su sufrimiento sin faltar a su amor.

3 y 4 de abril: LUNES Y MARTES SANTOS

Como ocurría en Jerusalén, en estos días previos a la Pascua se siguen dos caminos paralelos; por una parte está el itinerario de los candidatos al Bautismo, a los que se presta una atención especial, y por otra, los cristianos veteranos, que siguen la historia de Jesús en aquellos últimos días leyendo en el Evangelio el conmovedor episodio cargado de presagios de la unción de Jesús en Betania (lunes) y la preparación de la Cena de Pascua con la traición de Judas (martes y miércoles). Como primera lectura se va desgranando la majestuosa serie de cánticos del Siervo de Yahwé en los que el segundo Isaías anuncia el sufrimiento redentor del Salvador.

Son días de penitencia en los que todos debemos rehacer el camino catecumenal, renunciando una vez más al pecado y a las situaciones que nos llevan a él:

Está claro en los Evangelios que la misión de Jesús consiste en inaugurar el Reino de Dios. «Vino Jesús a Galilea proclamando el evangelio de Dios y diciendo: Se ha cumplido el tiempo y se ha acercado el Reino de Dios; arrepentíos y creed en el evangelio» (Mc 1,14-15). El objetivo de Jesús es reordenar el cosmos en torno a su centro vital, que es Dios. Esto significa reconducir la humanidad, y por ella a toda la creación, a la reconciliación. A la paz. Porque la creación es el marco donde se manifiesta la gloria de Dios, de la que es partícipe el hombre.

Si el hombre se aleja de Dios, la creación entera queda oscurecida. El rescate de cada hombre y mujer significa la renovación de todo lo creado. Así se comprende que Jesús, el nuevo Adán, asocia a su persona y a su misión, discípulos que llegarán a ser «pescadores» de hombres (cf. Mc 1,17). En la medida en que los hombres son rescatados, el cosmos entero es redimido, salvado.

5 de abril: MIÉRCOLES SANTO

En la S.I. Catedral Metropolitana, a las 11 h.: MISA CRISMAL, con la renovación de las promesas sacerdotales, presidida por el señor Arzobispo.

Se bendicen los santos óleos de los enfermos y de los catecúmenos y el santo crisma que se utilizan en la celebración de los sacramentos de la unción de enfermos, bautismo, confirmación, ordenación presbiteral y episcopal y en la dedicación de iglesias y altares.

Hasta la reciente reforma litúrgica, la Misa Crismal se celebraba en la mañana del Jueves Santo, con una reducida asamblea en la que rodeaban al Obispo siete presbíteros, siete diáconos y siete subdiáconos. Algo de este ritual ha pasado a la forma actual de la concelebración. Pero ahora esta celebración ha ganado en esplendor y concurrencia, porque se puede trasladar a uno de los días anteriores, habiéndose incorporado además – por voluntad expresa de Pablo VI – la renovación de las promesas que se hacen en la ordenación sacerdotal.

La Misa Crismal es una magnífica imagen del misterio de la Iglesia, en la que se expresa el fluir de la gracia de los sacramentos desde el sacerdocio de Cristo y por medio de sus ministros que la hacen presente en todas las comunidades.

6 de abril: JUEVES SANTO

TRIDUO PASCUAL

El Santo Triduo Pascual de Jesucristo, muerto, sepultado y resucitado abarca desde la Misa en la Cena del Señor hasta las segundas Vísperas del día de Pascua. Durante los primeros siglos, todos estos momentos del Misterio Pascual se celebraban un una sola acción sagrada que era la Vigilia Pascual, en la noche del sábado al domingo. Los dos días anteriores estaban consagrados al ayuno general prepascual y a la preparación inmediata de los catecúmenos que concluían en la “redditio symboli”.      

Sin embargo, el ejemplo de Jerusalén fue imitado en las demás Iglesias, dando un significado histórico a estos días y siguiendo los pasos del Señor. De todos modos, la unidad del Misterio Pascual no se puede romper y se hace presente en cada una de estas celebraciones. En estos días podemos recibir en varias ocasiones la indulgencia plenaria: velando ante el sagrario durante media hora, en el Vía Crucis, en la adoración de la cruz y en la Vigilia Pascual; es una forma de renovar la pureza bautismal cuando hacemos memoria de nuestra propia muerte al pecado y resurrección a la vida eterna que se nos concedió en la iniciación cristiana.

MISA “EN LA CENA DEL SEÑOR”.

Se conmemora la institución de la eucaristía y del sacerdocio, y se recuerda el supremo mandamiento del amor. Es el “Día del amor fraterno”.

Todas las iglesias son este día un gran cenáculo. El rito del lavatorio de los pies, que antes se hacía aparte, en la sala capitular de las catedrales y monasterios, se ha situado ahora después del Evangelio, como una dramatización de la lectura y se hace en todas las iglesias. Es un día en que se siente de modo especial la presencia del Señor: Jesús se muestra a sí mismo diciendo: Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). El contexto en el que Jesús pronuncia estas palabras no es otro que la noche del Jueves Santo, después de la Cena, antes de morir en la cruz. En esa impresionante ocasión, Jesús revela a sus discípulos que va hacia el Padre. Este ir al Padre constituye el culmen de la salvación. Todo el que siga a Jesús irá a donde Él va.

El día siguiente es “alitúrgico”, no se celebra la Eucaristía, y se resalta con una procesión el traslado de las formas consagradas hasta el sagrario. Se abre así un tiempo de vigilia y oración ante el Santísimo en el que respondemos a las palabras de Jesús en el monte de los Olivos: Velad y orad para no caer en la tentación (Mt 26, 41).

Homilía del Papa Francisco el Jueves Santo de 2022 en el Nuevo Complejo Penitenciario de Civitavecchia:

Cada Jueves Santo leemos este pasaje del Evangelio: es algo sencillo. Jesús, con sus amigos, sus discípulos, está en la cena, la cena de la Pascua; Jesús lava los pies de sus discípulos —una cosa extraña que ha hecho: en aquel tiempo los pies eran lavados por los esclavos a la entrada de la casa. Y entonces, Jesús —con un gesto que también toca el corazón— lava los pies del traidor, del que lo vende. Este es Jesús y nos enseña esto, simplemente: entre vosotros, debéis lavar los pies. Es el símbolo: entre vosotros, debéis serviros mutuamente; uno sirve al otro, sin interés. Qué bonito sería que esto se pudiera hacer todos los días y a todas las personas: pero siempre hay interés, que es como una serpiente que entra. Y nos escandalizamos cuando decimos: “He ido a esa oficina pública y me han hecho pagar una propina”. Esto duele, porque no es bueno. Y a menudo buscamos nuestro propio interés en la vida, como si nos cobráramos una propina. En cambio, es importante hacer todo sin interés: uno sirve al otro, uno es hermano del otro, uno hace crecer al otro, uno corrige al otro, y así las cosas deben avanzar. Para servir. Y luego, el corazón de Jesús, que le dice al traidor: “Amigo” y también lo espera, hasta el final: lo perdona todo.

Me gustaría poner esto en el corazón de todos nosotros hoy, en el mío también: ¡Dios lo perdona todo y Dios siempre perdona! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Y cada uno de nosotros, tal vez, tiene algo ahí en su corazón, que lleva desde hace tiempo, que le hace “run-run”, algún pequeño esqueleto escondido en el armario. Pero, pídele perdón a Jesús: Él lo perdona todo. Sólo quiere nuestra confianza para pedir perdón. Puedes hacerlo cuando estás solo, cuando estás con otros compañeros, cuando estás con el sacerdote. Esta es una hermosa oración para hoy: “Señor, perdóname. Trataré de servir a los demás, pero Tú sírveme con tu perdón”. Así es como pagó con el perdón. Este es el pensamiento que deseo dejarles. Servir, ayudarse mutuamente y estar seguros de que el Señor perdona. ¿Y cuánto perdona? ¡Todo! ¿Y en qué medida? ¡Siempre! Él no se cansa de perdonar: somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.

Y ahora, intentaré hacer lo mismo que hizo Jesús: lavar los pies. Lo hago de corazón porque los sacerdotes debemos ser los primeros en servir a los demás, no en explotarlos. El clericalismo a veces nos lleva por este camino. Pero debemos servir. Este es un signo, también un signo de amor para estos hermanos y hermanas y para todos los que estáis aquí; un signo que significa: “Yo no juzgo a nadie. Intento servir a todo el mundo”. Hay uno que juzga, pero es un juez un poco extraño, el Señor: juzga y perdona. Sigamos esta ceremonia con el deseo de servir y perdonarnos.

7 de abril: VIERNES SANTO

Turnos de oración ante el sagrario hasta la celebración vespertina de la Pasión.

En la oración ante el santísimo sacramento, conservado en el “Monumento”, acompañamos al Señor en la soledad de su Pasión y le damos gracias porque ha querido permanecer sacramentalmente en medio de nosotros.

En la edad media se comenzó a llamar “monumentum”, palabra latina que significa “sepulcro” al lugar donde se conservaba una sola forma consagrada para la comunión del sacerdote en la celebración del Viernes Santo; por ello se hacían ritos como sellar la puerta del sagrario. Ahora deberíamos ir olvidando este sentido fúnebre para valorar la inmensa gracia de la presencia eucarística, memorial permanente de la entrega sacrificial de Cristo, e iniciando también a los niños y jóvenes en esta práctica piadosa. Adoramos al Señor en el sagrario de todos los días, especialmente si se halla en una capilla especial, adornado con grato fervor y buen gusto. Adorando el Santísimo al menos durante media hora se puede obtener la indulgencia plenaria.

Oficio de lecturas y Laudes.

En la noche del jueves y en la mañana del viernes, nada mejor podemos hacer ante el sagrario que celebrar la Liturgia del las Horas. De este modo nos unimos a la oración de toda la Iglesia, esposa y cuerpo de Cristo que eleva sus preces y alabanzas al Padre, haciendo suyo todo el sufrimiento de la humanidad para convertirlo en sacrificio redentor.

Via Crucis

De nuevo parece que nos traslademos a la ciudad santa de Jerusalén, recorriendo con Jesús la vía dolorosa. En este ejercicio puede obtenerse la indulgencia plenaria.

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR.

Este acto vespertino comienza con la liturgia de la palabra en la que se leen dos lecturas y la Pasión según san Juan, a la que sigue la homilía y la oración universal; concluye esta liturgia con la adoración de la Cruz y la comunión con la Eucaristía consagrada en la Misa de la Cena del Señor. Quienes participan en la adoración de la Cruz pueden ganar la indulgencia plenaria.

En esta tarde, la desnudez del altar y la austeridad de la ceremonia nos traslada al patio del Gólgota, en el magnífico conjunto de monumentos que contemplaban los peregrinos de los siglos IV, V y VI, antes de la invasión islámica. Allí, al aire libre, delante de la colina del calvario, revestida de mármoles preciosos y sobre la que se alzaba una gran cruz de madera, se leía la pasión y se pasaba a besar la reliquia de la cruz, la Vera Crux que encontró santa Elena.

Es un acto de profunda seriedad, pero alumbrado por la gloria del madero en el que estuvo clavada la salvación del mundo. La sencilla cruz de madera, sin la imagen del crucificado, que cruza la iglesia hasta el altar para allí ser adorada: el trofeo de la Pasión ante el que deberemos hacer genuflexión siempre que pasemos ante él, hasta que comience la Vigilia Pascual.

Tarde de misterio en que tocamos lo más profundo del acto redentor:

Jesucristo es el paradigma, el relato de la historia de Dios-con-nosotros y de nosotros-con-Dios. El Hijo de Dios no ha venido para quitar el sufrimiento, sino más bien para sufrir con nosotros. No ha venido para suprimir la cruz, sino para extender sus brazos en ella. El Hijo está en medio de nuestro pecado. El Padre se compadece del Hijo y lo resucita. En la resurrección del Hijo, el Padre recobra al Verbo y todo lo que el Verbo abraza y significa. El Padre reconoce a su Hijo entre nosotros y en nosotros. Este es, desde luego, un gran misterio que nos hace estremecer.

8 de abril: SÁBADO SANTO

Oficio de lecturas y Laudes.

Durante este día la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor meditando su pasión y muerte y aquel descenso al lugar de los muertos en la que su alma se unió a restantes almas de los justos del Antiguo Testamento y los redimió de su cautiverio. Con este abajamiento a lo más profundo de la muerte, el Señor inicia su victoria sobre la misma.

La mañana de este Sábado Santo debería ocuparse en la oración y en la preparación de la gran Vigilia, al menos por el grupo más responsable de la comunidad. El Oficio de Lecturas contiene una de las lecturas más impresionantes de esta semana: el diálogo de Jesús con Adán en el reino de la muerte que el Señor va a descerrajar y anular para siempre. Es un día en que se nos invita a continuar el ayuno del Viernes Santo, siguiendo la primitiva tradición del ayuno prepascual que se rompe en la comunión de la Vigilia.

El Señor Jesús vivió la experiencia de la muerte en toda su realidad. San Agustín escribió: «Si el Verbo no se hubiese hecho carne y hubiese habitado entre nosotros, habríamos podido creer que estabas lejos del contacto con el hombre y nos habríamos desesperado».

El camino que Jesús recorre para volver al Padre no es otro que la humanidad pecadora, doliente y amenazada por la muerte. Convertirse quiere decir dirigir nuestros pasos hacia Dios por el camino de Jesucristo: la humanidad doliente que ha de ser reconciliada. Cada hombre y mujer es el camino que Jesús emprende y, necesariamente, es la ruta que el seguimiento de Jesús ha de tomar para ir a donde Cristo va. Como creyentes, hemos de abrirnos a una existencia que se distinga por la «gratuidad», entregándonos a nosotros mismos, sin reservas, a Dios y al próximo.

EN LA NOCHE SANTA, SOLEMNE VIGILIA PASCUAL.

El Misterio Pascual de Cristo, crucificado, sepultado y resucitado, tiene en esta liturgia nocturna “Madre de todas las demás vigilias”, su celebración culminante. Esta es una noche de vela en honor del Señor, como lo hizo el pueblo elegido desde el comienzo del Éxodo en Egipto. La vigilia comienza en el exterior del templo con la liturgia de la luz y se ilumina la iglesia como signo de la resurrección del Señor. La liturgia de la palabra proclama las maravillas de Dios en la historia de la salvación, desde la creación del mundo al Misterio Pascual de Jesucristo; luego viene la liturgia bautismal, con la renovación de las promesas que se hicieron en la iniciación cristiana, y luego la asamblea es invitada a la mesa que el Señor, por medio de su muerte y resurrección, ha preparado para su pueblo (cuarta parte de la vigilia, liturgia eucarística). Quienes participan en la Vigilia Pascual pueden ganar la indulgencia plenaria y también comulgar de nuevo en otra Misa del día de Pascua.

No se trata de una memoria histórica, Jesús asocia a los nuevos cristianos en su muerte y resurrección por medio del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Es la noche de la maternidad de la Iglesia. También en los cristianos veteranos revive la gracia de la Iniciación Cristiana cuando renovamos las promesas bautismales y nos llenamos del Espíritu al ser consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía; iniciación que vuelve a culminar en la comunión en Cristo, compartiendo sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar a resucitar con Él.

El cristiano no cree en una trascendencia anónima, sino en un Dios que es Padre, Abba. Como dice el Santo Padre, Jesucristo por medio del Espíritu Santo, Él renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros. Este trato de intimidad llega hasta el punto de hacerse vida de la vida del hombre.

En el día santo que comienza con esta vigilia y en toda la cincuentena pascual se celebra el cumplimiento de las profecías antiguas que hemos escuchado en los últimos domingos de esta Cuaresma y se llega al punto de origen del perdón de los pecados que ha sido proclamados en los últimos evangelios de la Cuaresma C, porque ahora se sabe que la muerte de Cristo, con su perfecta obediencia, reparó nuestras culpas ante el Padre,  y que su resurrección fue la respuesta del Padre a nuestro crimen, abriéndonos la puerta de la gracia de la justificación.

Homilía del Papa Francisco en la Vigilia Pascual de 2020:

«Pasado el sábado» (Mt 28,1) las mujeres fueron al sepulcro. Así comenzaba el evangelio de esta Vigilia santa, con el sábado. Es el día del Triduo pascual que más descuidamos, ansiosos por pasar de la cruz del viernes al aleluya del domingo. Sin embargo, este año percibimos más que nunca el sábado santo, el día del gran silencio. Nos vemos reflejados en los sentimientos de las mujeres durante aquel día. Como nosotros, tenían en los ojos el drama del sufrimiento, de una tragedia inesperada que se les vino encima demasiado rápido. Vieron la muerte y tenían la muerte en el corazón. Al dolor se unía el miedo, ¿tendrían también ellas el mismo fin que el Maestro? Y después, la inquietud por el futuro, quedaba todo por reconstruir. La memoria herida, la esperanza sofocada. Para ellas, como para nosotros, era la hora más oscura.

Pero en esta situación las mujeres no se quedaron paralizadas, no cedieron a las fuerzas oscuras de la lamentación y del remordimiento, no se encerraron en el pesimismo, no huyeron de la realidad. Realizaron algo sencillo y extraordinario: prepararon en sus casas los perfumes para el cuerpo de Jesús. No renunciaron al amor: la misericordia iluminó la oscuridad del corazón. La Virgen, en el sábado, día que le sería dedicado, rezaba y esperaba. En el desafío del dolor, confiaba en el Señor. Sin saberlo, esas mujeres preparaban en la oscuridad de aquel sábado el amanecer del «primer día de la semana», día que cambiaría la historia. Jesús, como semilla en la tierra, estaba por hacer germinar en el mundo una vida nueva; y las mujeres, con la oración y el amor, ayudaban a que floreciera la esperanza. Cuántas personas, en los días tristes que vivimos, han hecho y hacen como aquellas mujeres: esparcen semillas de esperanza. Con pequeños gestos de atención, de afecto, de oración.

Al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro. Allí, el ángel les dijo: «Vosotras, no temáis […]. No está aquí: ¡ha resucitado!» (vv. 5-6). Ante una tumba escucharon palabras de vida… Y después encontraron a Jesús, el autor de la esperanza, que confirmó el anuncio y les dijo: «No temáis» (v. 10). No temáis, no tengáis miedo: He aquí el anuncio de la esperanza. Que es también para nosotros, hoy. Hoy. Son las palabras que Dios nos repite en la noche que estamos atravesando.

En esta noche conquistamos un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza; es una esperanza nueva, viva, que viene de Dios. No es un mero optimismo, no es una palmadita en la espalda o unas palabras de ánimo de circunstancia, con una sonrisa pasajera. No. Es un don del Cielo, que no podíamos alcanzar por nosotros mismos: Todo irá bien, decimos constantemente estas semanas, aferrándonos a la belleza de nuestra humanidad y haciendo salir del corazón palabras de ánimo. Pero, con el pasar de los días y el crecer de los temores, hasta la esperanza más intrépida puede evaporarse. La esperanza de Jesús es distinta, infunde en el corazón la certeza de que Dios conduce todo hacia el bien, porque incluso hace salir de la tumba la vida.

El sepulcro es el lugar donde quien entra no sale. Pero Jesús salió por nosotros, resucitó por nosotros, para llevar vida donde había muerte, para comenzar una nueva historia que había sido clausurada, tapándola con una piedra. Él, que quitó la roca de la entrada de la tumba, puede remover las piedras que sellan el corazón. Por eso, no cedamos a la resignación, no depositemos la esperanza bajo una piedra. Podemos y debemos esperar, porque Dios es fiel, no nos ha dejado solos, nos ha visitado y ha venido en cada situación: en el dolor, en la angustia y en la muerte. Su luz iluminó la oscuridad del sepulcro, y hoy quiere llegar a los rincones más oscuros de la vida. Hermana, hermano, aunque en el corazón hayas sepultado la esperanza, no te rindas: Dios es más grande. La oscuridad y la muerte no tienen la última palabra. Ánimo, con Dios nada está perdido.

Ánimo: es una palabra que, en el Evangelio, está siempre en labios de Jesús. Una sola vez la pronuncian otros, para decir a un necesitado: «Ánimo, levántate, que [Jesús] te llama» (Mc 10,49). Es Él, el Resucitado, el que nos levanta a nosotros que estamos necesitados. Si en el camino eres débil y frágil, si caes, no temas, Dios te tiende la mano y te dice: «Ánimo”. Pero tú podrías decir, como don Abundio: «El valor no se lo puede otorgar uno mismo» (A. Manzoni, Los Novios (I Promessi Sposi), XXV). No te lo puedes dar, pero lo puedes recibir como don. Basta abrir el corazón en la oración, basta levantar un poco esa piedra puesta en la entrada de tu corazón para dejar entrar la luz de Jesús. Basta invitarlo: “Ven, Jesús, en medio de mis miedos, y dime también: Ánimo”. Contigo, Señor, seremos probados, pero no turbados. Y, a pesar de la tristeza que podamos albergar, sentiremos que debemos esperar, porque contigo la cruz florece en resurrección, porque Tú estás con nosotros en la oscuridad de nuestras noches, eres certeza en nuestras incertidumbres, Palabra en nuestros silencios, y nada podrá nunca robarnos el amor que nos tienes.

Este es el anuncio pascual; un anuncio de esperanza que tiene una segunda parte: el envío. «Id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea» (Mt 28,10), dice Jesús. «Va por delante de vosotros a Galilea» (v. 7), dice el ángel. El Señor nos precede, nos precede siempre. Es hermoso saber que camina delante de nosotros, que visitó nuestra vida y nuestra muerte para precedernos en Galilea; es decir, el lugar que para Él y para sus discípulos evocaba la vida cotidiana, la familia, el trabajo. Jesús desea que llevemos la esperanza allí, a la vida de cada día. Pero para los discípulos, Galilea era también el lugar de los recuerdos, sobre todo de la primera llamada. Volver a Galilea es acordarnos de que hemos sido amados y llamados por Dios. Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea. Necesitamos retomar el camino, recordando que nacemos y renacemos de una llamada de amor gratuita, allí, en mi Galilea. Este es el punto de partida siempre, sobre todo en las crisis y en los tiempos de prueba. Con la memoria de mi Galilea.

Pero hay más. Galilea era la región más alejada de Jerusalén, el lugar donde se encontraban en ese momento. Y no sólo geográficamente: Galilea era el sitio más distante de la sacralidad de la Ciudad santa. Era una zona poblada por gentes distintas que practicaban varios cultos, era la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15). Jesús los envió allí, les pidió que comenzaran de nuevo desde allí. ¿Qué nos dice esto? Que el anuncio de la esperanza no se tiene que confinar en nuestros recintos sagrados, sino que hay que llevarlo a todos. Porque todos necesitan ser reconfortados y, si no lo hacemos nosotros, que hemos palpado con nuestras manos «el Verbo de la vida» (1 Jn 1,1), ¿quién lo hará? Qué hermoso es ser cristianos que consuelan, que llevan las cargas de los demás, que animan, que son mensajeros de vida en tiempos de muerte. Llevemos el canto de la vida a cada Galilea, a cada región de esa humanidad a la que pertenecemos y que nos pertenece, porque todos somos hermanos y hermanas. Acallemos los gritos de muerte, que terminen las guerras. Que se acabe la producción y el comercio de armas, porque necesitamos pan y no fusiles. Que cesen los abortos, que matan la vida inocente. Que se abra el corazón del que tiene, para llenar las manos vacías del que carece de lo necesario.

Al final, las mujeres «abrazaron los pies» de Jesús (Mt 28,9), aquellos pies que habían hecho un largo camino para venir a nuestro encuentro, incluso entrando y saliendo del sepulcro. Abrazaron los pies que pisaron la muerte y abrieron el camino de la esperanza. Nosotros, peregrinos en busca de esperanza, hoy nos aferramos a Ti, Jesús Resucitado. Le damos la espalda a la muerte y te abrimos el corazón a Ti, que eres la Vida.

9 de abril: DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Misa solemne.

Los cincuenta días que van desde este domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un “gran domingo”, tal como lo proclama el himno israelita propio de estas fechas que los cristianos aplicamos al Misterio Pascual: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).

El “Encuentro”

En casi todos los pueblos tiene lugar la ceremonia del “Encuentro” de Jesús con su santísima Madre. Es un acto juvenil y alegre, en el que la liberación de la muerte se expresa soltando pajaritos y palomas; “Nuestra vida ha escapado como un pájaro de la jaula del cazador…”

La piadosa tradición de que Jesús se apareció antes que a nadie a su Madre aparece por primera vez en el apócrifo “Evangelio de Nicodemo” y a él alude también san Ambrosio en su “Tratado sobre las vírgenes”, pero son los autores de los siglos XIV y XV quienes desarrollarán literariamente este tema que hace a María sufrir una pasión paralela a la de su Hijo como corredentora con él.

En Valencia es fundamental la aportación de san Vicente Ferrer en sus homilías del domingo de Pascua y sor Isabel de Villena en su “Vita Christi” (capítulos 234 y 237) donde describe la escena tal como la recogen los pintores valencianos; según esta escritora, la Virgen intuyó que su Hijo había resucitado cuando vio desaparecer las gotas de sangre de la corona de espinas que estaba contemplando.

En su sermón predicado en la Seo de Valencia el 23 de abril de 1413 san Vicente decía: “Esta gloriosa resurrección de Jesucristo fue hoy demostrada graciosamente, en especial a la Virgen María, pues a esta conclusión llegan los Doctores aunque los evangelistas no lo pongan, porque no se ocupaban más que de los testigos, y porque el testimonio de la Madre en esta causa parecería favorable al Hijo, no lo escribieron para quitar esta sospecha. Lo apoyan dos razones, la primera, que el Señor Jesús llevó a plenitud lo que había enseñado, porque mandó honrar al padre y a la madre, y así quiso guardar el precepto. Y así primero quiso dar este honor a la Madre antes que a los demás, y se acordó de los dolores de la madre: “No olvidarás el gemido de tu madre” (Si 7, 29.

Luego el santo aduce la segunda razón basada en que todos los apóstoles perdieron la fe cristiana menos María, en la que permaneció toda la fe; y la tercera, que Jesús amaba a su Madre más que a nadie. El predicador nos acerca magistralmente a los sentimientos de María en aquella alba misteriosa después de que había pasado la noche pensando: “Mañana veré a mi hijo, pero ¿a qué hora?”

La Eucaristía en el día de Pascua.

La lectura de san Pablo nos sitúa en el centro del Misterio Pascual y nos revela lo que significa este misterio para cada uno de nosotros: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 1 y 4).

Así pues, en nuestra iniciación cristiana, cada cristiano ha sido incorporado, injertado en Cristo, de modo que su muerte y resurrección no son sólo un hecho del paso o una obra maravillosa de Dios, sino también un misterio de salvación que celebramos todos a partir del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y que renovamos constantemente, ya sea cuando lavamos nuestra conciencia en la Confesión como cuando participamos en la Comunión. En todos estos momentos la efusión del Espíritu Santo nos aplica las gracias y la vivencia del Misterio Pascual.

Todo ello tiene una consecuencia moral para nuestras vidas, insinuada en la lectura mencionada y más expresa en la otra lectura opcional para este día: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad (1 Co 5, 7-8).

Buscar los bienes del cielo, purificar nuestra conducta, es decir, organizar nuestra personalidad y nuestra vida según el modelo de Jesucristo. Es lo que intentamos con la penitencia cuaresmal y que ahora se nos ofrece como una gracia de la Pascua del Señor si estamos preparados para recibirla.

En 2018, el papa Francisco nos ofreció en este día una preciosa y breve homilía que puede inspirarnos para vivir la liturgia de esta solemnidad:

“Después de la escucha de la Palabra de Dios, de este paso del Evangelio, me nace decir tres cosas.

Primero: el anuncio. Ahí hay un anuncio: el Señor ha resucitado. Este anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca; era el saludo: el Señor ha resucitado. Y las mujeres, que fueron a ungir el cuerpo del Señor, se encontraron frente a una sorpresa. La sorpresa… Los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Y así desde el inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham, Dios te sorprende: «Pero ve, ve, deja, vete de tu tierra». Y siempre hay una sorpresa detrás de la otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que te conmueve el corazón, lo que te toca precisamente allí, donde tú no lo esperas. Para decirlo un poco con un lenguaje de los jóvenes: la sorpresa es un golpe bajo; tú no te lo esperas. Y Él va y te conmueve. Primero: el anuncio hecho sorpresa.

Segundo: la prisa. Las mujeres corren, van deprisa a decir: «¡Pero hemos encontrado esto!».

Las sorpresas de Dios nos ponen en camino, inmediatamente, sin esperar. Y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores la noche de Navidad corren: «Vamos a Belén a ver lo que nos han dicho los ángeles». Y la Samaritana, corre para decir a su gente: «Esta es una novedad: he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho». Y la gente sabía las cosas que ella había hecho. Y aquella gente, corre, deja lo que está haciendo, también la ama de casa deja las patatas en la cazuela —las encontrará quemadas— pero lo importante es ir, correr, para ver esa sorpresa, ese anuncio. También hoy sucede.

En nuestros barrios, en los pueblos cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Ir deprisa. Andrés no perdió tiempo y fue deprisa donde Pedro a decirle: «Hemos encontrado al Mesías».

Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa. En el Evangelio hay uno que se toma un poco de tiempo; no quiere arriesgar.

Pero el Señor es bueno, lo espera con amor, es Tomás. «Yo creeré cuando vea las llagas», dice. También el Señor tiene paciencia para aquellos que no van tan deprisa.

El anuncio-sorpresa, la respuesta deprisa y lo tercero que yo quisiera decir hoy es una pregunta:

«¿Y yo qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir deprisa, o siempre con esa cantilena, “veré mañana, mañana”? ¿Qué me dice a mí la sorpresa?».

Juan y Pedro fueron deprisa al sepulcro. De Juan el Evangelio nos dice: «Creed». También Pedro: «Creed», pero a su modo, con la fe un poco mezclada con el remordimiento de haber negado al Señor. El anuncio causó sorpresa, la carrera/ir deprisa y la pregunta: ¿Y yo hoy en esta Pascua de 2018 qué hago? ¿Tú, qué haces?”

Segundas Vísperas. Conclusión del Triduo Pascual.

Es un acto que podríamos ir recuperando. Son la celebración del encuentro vespertino de Jesús con los caminantes de Emaús y con los discípulos en el cenáculo. Se abre el tiempo de alegría de la Cincuentena, la semana de semanas que es el santo Pentecostés.

 Jaime Sancho Andreu.

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