En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente».
Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía.
Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».
Tomás le dice:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».
Jesús le responde:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto».
Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta».
Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».
Lunes, 12 de mayo de 2025
Lecturas:
Hch 11, 1-18. También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva la vida.
Sal 41, 2-3; 42,3-4. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.
Jn 10, 1-10. Yo soy la puerta de las ovejas.
Después de la polémica que tiene Jesús con los fariseos y los dirigentes del pueblo de Israel, que rechazan a Jesús, Jesús se presenta como el buen pastor. Y nos explica cómo quiere que sean las relaciones entre Él y las ovejas.
He venido para que tengan vida y la tengan abundante. Jesucristo no viene a quitarte nada de lo que te hace feliz, sino a dártelo todo. Nadie te ama como Él. Todo lo que te enseña, aunque aparentemente te complique a veces la vida, todo es para que seas feliz.
Las ovejas atienden a su voz. Él es el Maestro: tú, el discípulo. Él es el Señor; tú, el siervo. Ser cristiano es escuchar cada día la voz del Señor, es preguntarle cada día: “Señor, ¿cómo quieres que viva hoy”. Ser cristiano es no conocer la voz de los extraños. ¿Qué extraños? Tu hombre viejo, que desea contra el Espíritu (cf. Rom 8, 7); el príncipe de este mundo, que trata de engañarnos haciéndonos buscar la vida en los ídolos.
Él va llamando por el nombre a sus ovejas. Ser cristiano no es un cumplimiento ni un moralismo. Es ser discípulos, es seguir a Jesús, vivir haciendo su voluntad, dejando que tu vida la lleve Él, por donde Él quiera llevarla. Como hemos escuchado en la primera lectura: El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin dudar. Es vivir una vida de amistad, de intimidad con el Señor, que te ama.
Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará. Ayer nos lo decía también la primera lectura: Jesús es la piedra angular; ningún otro puede salvar.
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Jn 10, 1-10. “Camina delante de ellas”. La Iglesia nos ofrece hoy el evangelio del buen pastor. Jesús es el buen pastor, que entra por la puerta, es más Él es la puerta, el que tiene la capacidad para autorizar quién puede sacar a las ovejas a alimentarse. El buen pastor conoce a las ovejas y las llama por su nombre, ellas conocen su voz y son dóciles a su llamada. El buen pastor camina delante para mostrar a las ovejas el camino que lleva a los pastos de la vida. Frente al buen pastor, Jesús también habla del ladrón, del que quiere aprovecharse de las ovejas en beneficio propio. La diferencia es que el ladrón acaba con la vida de las ovejas, mientras que el buen pastor quiere que tengan vida y vida abundante. Reconozcamos y agradezcamos los pastores, que representan a Jesús buen pastor y recemos por ellos.
En aquellos días, Pablo y Bernabé continuaron desde Perge y llegaron a Antioquia de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades». R/.
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».
JESUCRISTO, CORDERO Y PASTOR
(4º Domingo de Pascua -C-, 11-Mayo-2025).
Los domingos 4º y 5º de Pascua forman lo que podríamos llamar el «Tiempo del Pastor». Ha terminado el «tiempo de las apariciones», y Jesucristo se presenta como el Buen Pastor y Maestro de la Iglesia, a la que guía con amor, por la que se entrega en sacrificio y a la que enseña con su doctrina. De este modo, a lo largo de los tres ciclos del Leccionario se leen tres pasajes sucesivos del capitulo 10 del evangelio de san Juan. En este año C se destacan preferentemente tres mensajes, centrados en la conclusión del discurso de Jesús sobre el Buen Pastor,
La universalidad de la redención.
En la primera lectura, san Pablo abandona la misión evangelizadora dirigida hasta entonces en primer lugar a los israelitas, para dedicarse totalmente a los gentiles. En su discurso, el Apóstol cita el texto fundamental de Isaías 49,6: Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra. Nosotros somos los descendientes de la Iglesia de los gentiles y, por ello, cantamos el salmo 39, enlazando con el tema del Evangelio: Aclama al Señor tierra entera. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Siguiendo la lectura del Apocalipsis, llegamos un domingo más a la contemplación de la liturgia celeste en honor del Cordero y Pastor que es Cristo resucitado. Todas las naciones, pueblos, razas y lenguas, purificados por la sangre del sacrificio pascual de Jesucristo alaban a su redentor. Del mismo modo, en el Evangelio, Jesús dice que su nuevo pueblo estará formado por los que escuchen su voz. Estos son los que han respondido a la gracia del Padre y por ello le han sido entregados para su custodia, para la vida eterna. A este mundo de gloria estamos llamados los salvados por la sangre de Cristo, y en él participamos cuando celebramos la liturgia en la tierra, en comunión con el culto que se oficia en el cielo.
El Pastor da la vida eterna a sus ovejas.
Jesucristo promete la vida eterna a los que creen en él. No se trata de una supervivencia del alma, debida a su naturaleza espiritual, como especula la filosofía, sino que es una acción salvadora de Dios Padre en la que coopera el Hijo de modo determinante: Yo doy la vida eterna a mis ovejas. No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie – la muerte, Satanás, las persecuciones – puede arrebatarlas de la mano de mi Padre (Jn 10, 28). Entre las ovejas y el Pastor existe una relación de «conocimiento»: Mis ovejas escuchan mi vos, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn 10, 27). Se trata de la idea bíblica del conocer, que indica a la vez una experiencia compleja de comprensión vital, que impregna toda la existencia, como en la relación matrimonial. Por ello los cristianos formamos en la Iglesia una comunidad de escucha de la voz de Aquél, que se vive en la obediencia a su palabra; tanto que lo seguimos a donde quiera que vaya y estamos siempre ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo, como proclama el Apocalipsis (7, 15).
Jesús y el Padre son uno.
Jesús fundamenta y garantiza la salvación eterna que él dispensa a sus ovejas con una tremenda afirmación: Yo y el padre somos uno. Estamos ante uno de los textos fundamentales del Nuevo Testamento, junto con el versículo 38 de este mismo capítulo: El Padre está en mí y yo en el Padre. Esta declaración separó y sigue separando de modo irremediable a Jesucristo y a los creyentes del Antiguo Testamento y, por añadidura, del Islam. Ahí está la causa de la condena a muerte del Señor. Las otras religiones monoteístas no quieren aceptar a estas dos personas que son una única realidad, o sustancia o esencia. Se alude aquí al misterio supremo y adorable de la Trinidad. No es explicitado. Jesús deja esta tarea a los discípulos. Y para esto, precisamente, le da el Espíritu del Padre y suyo, Espíritu de sabiduría y de revelación, que en la santa Cena será prometido como Maestro interior de la comunidad de los fieles, las amadas ovejas.
En el día de oración por las vocaciones: “La madurez de la entrega de sí mismo”.
En el domingo del Buen Pastor, en toda la Iglesia se ora para que el Señor confirme en su misión a los que han respondido afirmativamente a su llamada y sirven a su pueblo snato como sacerdotes; y también hemos de orar para que esta llamada contínua encuentre eco en los jóvenes de nuestro tiempo, para que no falte a la Iglesia el ministerio de los pastor. Como escribió el papa Francisco en su Carta Apostólica Patris corde sobre san José: «Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose solo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración» (n. 7). Este mensaje debería resonar en todos los jóvenes corazones cristianos, para que aquellos que Jesús elige respondan con generosidad.
En la Eucaristía que celebramos, Jesús, el Buen Pastor, se entrega y se nos entrega; nos llama y confía en los que ha elegido; nos hace vida de su propia vida y nos lanza al “camino” propio de cada uno según su particular vocación, a una misión de amor y de servicio. Ojalá sepamos responder a lo que él nos dice: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen (Jn 10, 27).
LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52: Este año, la historia de los primeros tiempos de la Iglesia recoge preferentemente la misión de san Pablo, el cual dio un cambio radical a su apostolado, dirigiéndose en adelante a los gentiles, después de ser rechazado repetidamente por los israelitas.
Salmo responsorial 99: Todos los pueblos reciben la revelación del Buen Pastor y le aclaman diciendo: «Somos su pueblo y ovejas de su rebaño».
Segunda lectura. Apocalipsis 7,9.14b-17: Los redimidos de todas las naciones aclaman a Jesucristo resucitado, víctima pascual y Pastor de los cristianos.
Evangelio de Juan 10, 27-30: En esta breve conclusión del discurso del Buen Pastor, Jesús proclama su misión salvadora universal y su unidad con el Padre.
Domingo, 11 de mayo de 2025, 4º de Pascua
Lecturas:
Hch 13, 14. 43-52. Sabed que nos dedicamos a los gentiles.
Sal 99. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Ap 7, 9. 14b-17. El Cordero los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Jn 10, 27-30. Yo doy la vida eterna a mis ovejas.
El cuarto Domingo de Pascua es el del Buen Pastor: Jesucristo es el Buen Pastor que cuida de sus ovejas, que da la vida por ellas, que las conoce y es conocido por ellas. Lo hemos cantado en el Aleluya: Yo soy el Buen Pastor, que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen. También en el Salmo hemos cantado: Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Dios no te ha creado para la soledad, sino para la relación, para la comunión, para la donación. Por eso, no podemos vivir la fe de una manera solitaria e individualista. La Palabra de hoy te invita a descubrir y a vivir que, por el bautismo, eres parte del pueblo de Dios.
Ese pueblo que participa ya de la victoria de Jesucristo, como nos ha mostrado la segunda lectura: una muchedumbre inmensa…, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Un pueblo de pecadores siempre en proceso de conversión; un pueblo llamado a perseverar fieles a la gracia de Dios.
Un pueblo que vive de la victoria de su Señor. ¿Cómo? Primero, proclamándolo como el Señor, el único Señor, Él es el camino, la verdad y la vida. Jesucristo es la piedra angular, ningún otro puede salvar.
Después, dejándose guiar por su Pastor: El que se sienta en el trono acampará entre ellos… los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Escuchando su Palabra: mis ovejas escuchan mi voz… con mansedumbre, con docilidad, con confianza, obedeciendo al Pastor. Sin escuchar la voz de los extraños…
Tomando la cruz y siguiendo al Cordero: estos son los que vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
Viviendo en la confianza y experimentando su consuelo: nadie las arrebatará de mi mano… Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.
Cantando el cántico nuevo, el cántico de los redimidos: la alabanza, la bendición: Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo… Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Y con la mirada puesta en la meta: el cielo, la vida eterna: Y yo les doy la vida eterna.
Y la Iglesia está llamada a llevar adelante esta misión de Cristo. Y lo hace participando de la misión pastoral de Cristo, desde las diversas vocaciones y carismas.
Por ello, hoy pedimos especialmente por la Iglesia. También hemos de pedirle al Señor que nos dé pastores según su corazón, que suscite citar entre nosotros jóvenes dispuestos a seguirle incondicionalmente.
También debemos preguntarnos hoy cómo estamos viviendo nuestra misión pastoral los que tenemos alguna responsabilidad sobre los demás: sacerdotes, padres, padrinos, maestros, catequistas, servidores, educadores…
¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).
Jn 13, 1-15. “Había llegado su hora”. Estamos en la hora de Jesús. En Caná había dicho que aún no había llegado su hora, en distintos momentos iba anunciando la proximidad de esa hora y, finalmente, ha llegado. Es la hora de la fracción del pan, del misterio eucarístico, la hora del lavatorio, del servicio, la hora de la entrega sin límite, de la muerte y de la verdadera vida. Es también nuestra hora. La hora de estar junto a Jesús o de no estar, la hora de creer, la hora de esperar. Es la hora de aprender a servir para después servir al hermano. Para aprender nos hemos de dejar servir por el Señor. Es lo que nos tiene que distinguir como discípulos suyos. Él no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por nosotros. Que ese sea también nuestro deseo en este día, vivir desde el servicio generoso y gratuito.
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir.
Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe.
Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono que decía:
«He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios».
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido.
Y dijo el que está sentado en el trono:
«Mira, hago nuevas todas las cosas».
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».
EL «MANDAMIENTO NUEVO» DEL BUEN PASTOR
(Domingo 5º de Pascua -C-, 18-Mayo-2025)
Las últimas enseñanzas de Jesús.
El domingo siguiente al del Buen Pastor forma una cierta unidad con él, pues cada año nos trae una enseñanza que Jesús, Maestro y Guía de la Iglesia, dirige a ésta a la manera de un mensaje fundamental, como un testamento espiritual que la deberá orientar en su porvenir.
El pasaje evangélico de hoy está situado al comienzo del discurso de despedida del Señor en la última Cena. De este modo, en los próximos domingos, escucharemos las palabra de Jesús como preparación a la Ascensión y a Pentecostés. En la liturgia evocamos esos días durante los cuales, según san Lucas, Jesús estuvo hablando con los discípulos “acerca del reino de Dios” (Hechos 1,3). Hoy Jesús comienza anunciando su próxima glorificación; con ello se trata de la crucifixión, que para san Juan señala la exaltación del Hijo del Hombre, su gloria final, formando un acontecimiento único con la resurrección y la marcha hacia el Padre.
El mandamiento nuevo.
Cuando el Señor se despide, deja a sus discípulos un «mandamiento nuevo» que resume toda su enseñanza: el precepto del amor mutuo; un amor de dilección y de amistad. Es la forma de amarse de los hermanos de modo desinteresado, amarse incluso y sobre todo si no lo merecen, si no tienen derecho a ese cariño. Este amor se fundamenta en el de Jesús hacia sus discípulos: “Yo doy mi vida por mis ovejas” (Jn 10,15), por ello entrega este mandamiento al final de una Cena que está toda ella bajo el signo del amor hasta la muerte. “Habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1).
El amor que Jesús desea que nos tengamos, aunque es un don de Dios, una virtud teologal que se nos infunde en el Bautismo, tiene una manifestación humana, afectiva, que no es limitada a unos pocos o limitada en el tiempo, como ocurre con el amor natural que nos tenemos entre nosotros las personas en general. Es una capacidad de estar abiertos a todos, amigos y enemigos, de sentirnos solidarios con ellos, rezar por ellos, perdonar y sanar los conflictos.
La señal de los cristianos.
Pero el amor del Señor tiene una finalidad directa: que los discípulos se amen recíprocamente (Jn 13,34). Si fallase este fin, fracasaría la misión de Jesús entre los hombres. Por eso el amor se convierte en el signo de la santidad del nuevo Israel, en la circuncisión espiritual:” La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 35). Este signo de reconocimiento contrasta con lo que se usa en las religiones y en los grupos sociales. Cuando empieza un nuevo grupo, sus miembros desean identificarse entre ellos y diferenciarse de los demás por medio de algún signo al que se aferran totalmente; puede tratarse de alguna señal física, de alguna ceremonia exclusiva de los iniciados… Pero Jesús no quiere nada de eso. La religión espiritual tiene signos espirituales, personales, como el del amor, a imitación del de Cristo.
Un mandamiento para los tiempos nuevos.
Tal como proclama la segunda lectura, esta religión espiritual se desarrolla en una nueva edad del tiempo, la que se inauguró con la glorificación del Hijo. Estamos en la última de las etapas terrenas de la historia de la salvación, que se desarrolla a partir de la nueva Jerusalén, don de Dios, que es la Iglesia celeste y terrestre. Esta es la nueva morada de Dios con los hombres, como la proclama hoy el Apocalipsis. Por ello los cristianos somos parte de la novedad de la creación definitiva; en ella hay una nueva ciudad y unas nuevas leyes, un «mandamiento nuevo» que es la norma y el distintivo del nuevo pueblo de Dios.
Mensajeros del nuevo Israel fueron especialmente san Pablo y sus colaboradores, una vez que se dedicaron totalmente a los gentiles. Ellos tampoco iban vendiendo una nueva religión como las demás: “Exhortaban a los discípulos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios” (Hechos 14,22).
Sería mucho más sencillo hacerse un tatuaje, o seguir un ritual o un código de alimentos propios; pero el nuevo Israel lo tiene más difícil; se trata de ostentar un signo que hay que configurar en cada momento. Para ello necesitamos del estímulo que nos viene del sacramento eucarístico, signo y portador del amor de Cristo.
Dios es amor. Este amor ahora es posible.
Aunque sea una cita un poco larga, merece la pena releer este pasaje de la Carta Encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est (2005) en el marco de este domingo: “La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en que esta comunión de voluntad crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío. Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28).
LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Hechos de los apóstoles 14,21b-27: Siguiendo los pasos de san Pablo en su primer viaje apostólico entre los gentiles, conocemos la esencia de su mensaje y el sentido eclesial de su misión.
Segunda lectura. Apocalipsis 21,1-5a: El cristianismo se desarrolla en el ámbito de la nueva creación que comenzó en la resurrección de Jesucristo. En la nueva Jerusalén el Señor enjugará las lágrimas de los suyos, que se lamentaban por su muerte y por los sufrimientos que acarrea el dar testimonio de Cristo.
Evangelio de Juan 13,31-33a.34-35: Comenzamos la lectura del discurso de despedida de Jesús, al final de la última Cena. Hoy el Señor promulga el mandato nuevo del amor fraterno, como señal distintiva de los cristianos.
Domingo, 27 de abril de 2025
Domingo de la Divina Misericordia
Lecturas:
Hch 5, 12-16. Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
Sal 117, 2-4. 22-27. Dad las gracias al Señor porque es bueno.
Ap 1, 9-13. 17-17. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos.
Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús: – La paz esté con vosotros.
La Palabra que el Señor hoy nos ha regalado es impresionante. En el Evangelio vemos como Jesucristo Resucitado se aparece a los discípulos reunidos y les muestra las manos y el costado —los signos de la crucifixión—. Jesús les hace ver que está vivo y que la cruz ha sido transfigurada: es fecunda y gloriosa.
Vemos a Tomás —como tantas veces estamos nosotros— lleno de duda y desconfianza, para acabar en la confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!
En la segunda lectura hemos contemplado a San Juan, desterrado en la isla de Patmos por ser fiel al Señor: a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
Jesús aparece glorioso: yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos. La Iglesia está en su mano: Él la protege y gobierna. No quiere infundir temor, sino confianza: No temas… tengo las llaves de la muerte y del abismo.
Jesucristo resucitado vive en la Iglesia. Ella recibe del Señor la paz, don de Dios, fruto de la victoria de Jesucristo sobre el pecado y l muerte. Recibe del Señor la misión: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibe el poder y el encargo de Jesús para perdonar los pecados. Recibe del Señor el Espíritu Santo, que es el gran don.
Estamos llamados a ser cristianos en la Iglesia. Y no en la Iglesia de tus sueños, sino en la comunidad real, santa y pecadora, a la que el Señor te ha llamado. Y, ¿por qué? Porque así lo ha querido Dios, que no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.
Cristo ha querido que sus discípulos formemos el Pueblo de Dios, ha querido que vivamos en comunidad. Y ese Pueblo de Dios, esa comunidad, es la Iglesia.
La Iglesia crece con agua y con sangre: viviendo la riqueza del Bautismo y alimentándose con la Eucaristía. Crece confiando en el Señor.
La Iglesia crece acogiendo el amor de Dios y proclamando su misericordia: a quienes les perdonéis los pecados…
La Iglesia crece en la misión, abierta al Espíritu y dejándose llevar por Él.
Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II. Esta fiesta nos invita a vivir la primera y más importante verdad de la Fe: Dios te ama, y no dejará de amarte nunca.
Te ha creado por amor y para amar y te ha creado para vivir con Él para siempre. Vivir de la Fe es vivir la vida como una historia de amor con el Señor. ¡Disfrútala!
¡Feliz Domingo de la Divina Misericordia! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Jn 21, 1-19. “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. El largo evangelio que hoy proclamamos tiene dos partes. Una primera en la que los discípulos van a pescar con escaso éxito. Al retornar a la orilla encuentran a un hombre que les anima a que vuelvan a lanzar la red al otro lado. La pesca entonces es extraordinaria y reconocen que es el Señor. Así es el resucitado, el encuentro con Él es lo que puede hacer verdaderamente fecundos nuestros trabajos. Después el evangelio nos relata el emocionante diálogo de Jesús con Pedro. Es la sanación de las tres negaciones, que se revierten por tres afirmaciones del amor de Pedro por su Señor Jesús. Eso le vale volver a recibir el encargo misionero, la tarea del pastoreo de las ovejas del rebaño de Jesús. Además Jesús también anuncia a Pedro su final en el que también él dará gloria a Dios entregando su propia vida. Rezamos ahora para que pronto la Iglesia tenga un sucesor de Pedro.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
20 de abril: DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Misa solemne.
Los cincuenta días que van desde este domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un “gran domingo”, tal como lo proclama el himno israelita propio de estas fechas que los cristianos aplicamos al Misterio Pascual: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).
El “Encuentro”
En casi todos los pueblos tiene lugar la ceremonia del “Encuentro” de Jesús con su santísima Madre. Es un acto juvenil y alegre, en el que la liberación de la muerte se expresa soltando pajaritos y palomas; “Nuestra vida ha escapado como un pájaro de la jaula del cazador…”
La piadosa tradición de que Jesús se apareció antes que a nadie a su Madre aparece por primera vez en el apócrifo “Evangelio de Nicodemo” y a él alude también san Ambrosio en su “Tratado sobre las vírgenes”, pero son los autores de los siglos XIV y XV quienes desarrollarán literariamente este tema que hace a María sufrir una pasión paralela a la de su Hijo como corredentora con él.
En Valencia es fundamental la aportación de san Vicente Ferrer en sus homilías del domingo de Pascua y sor Isabel de Villena en su “Vita Christi” (capítulos 234 y 237) donde describe la escena tal como la recogen los pintores valencianos; según esta escritora, la Virgen intuyó que su Hijo había resucitado cuando vio desaparecer las gotas de sangre de la corona de espinas que estaba contemplando.
En su sermón predicado en la Seo de Valencia el 23 de abril de 1413 san Vicente decía: “Esta gloriosa resurrección de Jesucristo fue hoy demostrada graciosamente, en especial a la Virgen María, pues a esta conclusión llegan los Doctores aunque los evangelistas no lo pongan, porque no se ocupaban más que de los testigos, y porque el testimonio de la Madre en esta causa parecería favorable al Hijo, no lo escribieron para quitar esta sospecha. Lo apoyan dos razones, la primera, que el Señor Jesús llevó a plenitud lo que había enseñado, porque mandó honrar al padre y a la madre, y así quiso guardar el precepto. Y así primero quiso dar este honor a la Madre antes que a los demás, y se acordó de los dolores de la madre: “No olvidarás el gemido de tu madre” (Si 7, 29.
Luego el santo aduce la segunda razón basada en que todos los apóstoles perdieron la fe cristiana menos María, en la que permaneció toda la fe; y la tercera, que Jesús amaba a su Madre más que a nadie. El predicador nos acerca magistralmente a los sentimientos de María en aquella alba misteriosa después de que había pasado la noche pensando: “Mañana veré a mi hijo, pero ¿a qué hora?”
La Eucaristía en el día de Pascua.
Hoy, la proclamación del santo Evangelio es más Evangelio que nunca: la buena, la mejor noticia, y fueron las santas mujeres, las tres Marías, las que la recibieron, como ahora nosotros: “No tengáis miedo ¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron”. Y es María Magdalena, a la que se le llama “apóstola”, la que lleva la primera el mensaje a los discípulos.
Pedro y el discípulo amado fueron los testigos autorizados que levantan acta de que el Señor no estaba ya allí. Vieron el sepulcro vacío, pero no se quedaron en ello; iluminados por el don de la fe, comprendieron que no tenían que venerar un sepulcro, sino amar y seguir a un Viviente.
La lectura de san Pablo nos sitúa en el centro del Misterio Pascual y nos revela lo que significa este misterio para cada uno de nosotros: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 1 y 4).
Así pues, en nuestra iniciación cristiana, cada cristiano ha sido incorporado, injertado en Cristo, de modo que su muerte y resurrección no son sólo un hecho del paso o una obra maravillosa de Dios, sino también un misterio de salvación que celebramos todos a partir del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y que renovamos constantemente, ya sea cuando lavamos nuestra conciencia en la Confesión como cuando participamos en la Comunión. En todos estos momentos la efusión del Espíritu Santo nos aplica las gracias y la vivencia del Misterio Pascual.
Todo ello tiene una consecuencia moral para nuestras vidas, insinuada en la lectura mencionada y más expresa en la otra lectura opcional para este día: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad (1 Co 5, 7-8).
Buscar los bienes del cielo, purificar nuestra conducta, es decir, organizar nuestra personalidad y nuestra vida según el modelo de Jesucristo. Es lo que intentamos con la penitencia cuaresmal y que ahora se nos ofrece como una gracia de la Pascua del Señor si estamos preparados para recibirla.
Segundas Vísperas. Conclusión del Triduo Pascual.
Es un acto que podríamos ir recuperando. Son la celebración del encuentro vespertino de Jesús con los caminantes de Emaús y con los discípulos en el cenáculo. Se abre el tiempo de alegría de la Cincuentena, la semana de semanas que es el santo Pentecostés.
Domingo, 20 de abril de 2025
Domingo de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.
El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?
Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.
Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.
Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.
O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…
Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.
También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.
Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.
¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.
Si crees, ¡verás la gloria de Dios!
¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Jn 20, 1-9. “Él había de resucitar”. La losa quitada del sepulcro puede no significar más que la profanación de una tumba, pero para nosotros es un signo elocuente de algo extraordinario, de un acontecimiento que cambia la historia de la humanidad. María Magdalena, que tan unida había estado a Jesús, por el bien que había recibido de Él, es la primera que va al lugar de la sepultura. La tristeza y el dolor no le permiten estar alejada del lugar donde yace el cuerpo de Jesús. Pero la sorpresa es inmensa, el sepulcro está abierto. Probablemente no sabe cómo reaccionar y no se atreve a entrar. Corre veloz para comunicarlo a los discípulos. Pedro y Juan parece que esperan la noticia. También ellos salen corriendo para deshacer el camino de María. La tumba abierta, lienzos y sudario. No está el cuerpo de Jesús. Esto solo puede significar resurrección. Lo que Él había anunciado, Dios lo ha realizado. ¡Aleluya! Verdaderamente ha resucitado el Señor.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
(9 de octubre de 2023)
Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.
El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.
El aniversario de la dedicación
El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.
La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.
Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.
Una construcción que no ha terminado
El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.
En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.
Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).
Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).
Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:
«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).
Jaime Sancho Andreu