Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.
Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.
Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».
Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».
Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado».
En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?
En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”».
Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».
Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».
Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día.
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Viernes, 9 de mayo de 2025
Lecturas:
Hch 9, 1-20. Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos.
Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Jn 6, 52-59. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida.
Contemplamos hoy el impresionante acontecimiento de la conversión de san Pablo tras su encuentro con Jesucristo Resucitado.
Y La Palabra nos invita a ir más allá del mero recuerdo histórico para ayudarnos a crecer como discípulos del Resucitado.
La fe es un don gratuito: Jesucristo es el que tiene la iniciativa de encontrarse con Pablo. Todo es don, todo es gracia.
La fe es un encuentro con el Señor que te ama, que quiere ser tu amigo: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, que no viene a quitarte nada, sino a dártelo todo: el que come este pan vivirá para siempre.
La fe es eclesial: Pablo no perseguía a Jesucristo, sino a sus discípulos… Pero, quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien os rechaza a vosotros, a mí me rechaza (cf. Lc 10, 16). No podemos caminar solos. Necesitamos acompañar y ser acompañados. Dios no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.
La fe es luz: el Señor Jesús (…) me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.
Y nos muestra la gracia del bautismo, que hace de la persona una criatura nueva, ya no será Saulo, sino Pablo.. Ha recibido una vida nueva, la vida según el Espíritu, porque Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! (cf. Gal 4, 6).
Ahora ya no vivirá confiando en sus fuerzas o en el cumplimiento de la ley, sino en Jesucristo, porque todo lo puedo con Aquel que me da fuerza (cf. Flp 4, 13).
Y esta experiencia es tan grande y tan profunda que ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! (cf. 1 Co 9, 16), y así Pablo, lleno del Espíritu Santo, será testigo de que Jesucristo es el Señor hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8).
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Jn 6, 52-59. “Habita en mí y yo en él”. Jesús continúa profundizando en el discurso del pan de vida. Es cierto que en el momento en que es pronunciado, según el evangelio, es muy difícil de entender. Una interpretación literal parece que nos indica que hemos de comer la carne de Jesús. Sus palabras cobrarán un sentido pleno y se podrán entender a la luz de la celebración de la última cena con sus discípulos. A nosotros ya no nos escandalizan estas palabras, pero sí hemos de comprender el mensaje que Jesús quiere que vivamos. Comer la carne de Jesús, alimentarnos con el pan de vida, es comenzar ya a participar de la vida eterna. Y no solo eso, es establecer una relación personal de intimidad mutua, que Jesús describe con el verbo habitar. El que come la carne de Jesús habita en Él y hace que Jesús habite en su interior. Esa inhabitación es anticipo de vida eterna.
En aquellos días, Pablo y Bernabé continuaron desde Perge y llegaron a Antioquia de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades». R/.
Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».
JESUCRISTO, CORDERO Y PASTOR
(4º Domingo de Pascua -C-, 11-Mayo-2025).
Los domingos 4º y 5º de Pascua forman lo que podríamos llamar el «Tiempo del Pastor». Ha terminado el «tiempo de las apariciones», y Jesucristo se presenta como el Buen Pastor y Maestro de la Iglesia, a la que guía con amor, por la que se entrega en sacrificio y a la que enseña con su doctrina. De este modo, a lo largo de los tres ciclos del Leccionario se leen tres pasajes sucesivos del capitulo 10 del evangelio de san Juan. En este año C se destacan preferentemente tres mensajes, centrados en la conclusión del discurso de Jesús sobre el Buen Pastor,
La universalidad de la redención.
En la primera lectura, san Pablo abandona la misión evangelizadora dirigida hasta entonces en primer lugar a los israelitas, para dedicarse totalmente a los gentiles. En su discurso, el Apóstol cita el texto fundamental de Isaías 49,6: Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra. Nosotros somos los descendientes de la Iglesia de los gentiles y, por ello, cantamos el salmo 39, enlazando con el tema del Evangelio: Aclama al Señor tierra entera. Somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Siguiendo la lectura del Apocalipsis, llegamos un domingo más a la contemplación de la liturgia celeste en honor del Cordero y Pastor que es Cristo resucitado. Todas las naciones, pueblos, razas y lenguas, purificados por la sangre del sacrificio pascual de Jesucristo alaban a su redentor. Del mismo modo, en el Evangelio, Jesús dice que su nuevo pueblo estará formado por los que escuchen su voz. Estos son los que han respondido a la gracia del Padre y por ello le han sido entregados para su custodia, para la vida eterna. A este mundo de gloria estamos llamados los salvados por la sangre de Cristo, y en él participamos cuando celebramos la liturgia en la tierra, en comunión con el culto que se oficia en el cielo.
El Pastor da la vida eterna a sus ovejas.
Jesucristo promete la vida eterna a los que creen en él. No se trata de una supervivencia del alma, debida a su naturaleza espiritual, como especula la filosofía, sino que es una acción salvadora de Dios Padre en la que coopera el Hijo de modo determinante: Yo doy la vida eterna a mis ovejas. No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie – la muerte, Satanás, las persecuciones – puede arrebatarlas de la mano de mi Padre (Jn 10, 28). Entre las ovejas y el Pastor existe una relación de «conocimiento»: Mis ovejas escuchan mi vos, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn 10, 27). Se trata de la idea bíblica del conocer, que indica a la vez una experiencia compleja de comprensión vital, que impregna toda la existencia, como en la relación matrimonial. Por ello los cristianos formamos en la Iglesia una comunidad de escucha de la voz de Aquél, que se vive en la obediencia a su palabra; tanto que lo seguimos a donde quiera que vaya y estamos siempre ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo, como proclama el Apocalipsis (7, 15).
Jesús y el Padre son uno.
Jesús fundamenta y garantiza la salvación eterna que él dispensa a sus ovejas con una tremenda afirmación: Yo y el padre somos uno. Estamos ante uno de los textos fundamentales del Nuevo Testamento, junto con el versículo 38 de este mismo capítulo: El Padre está en mí y yo en el Padre. Esta declaración separó y sigue separando de modo irremediable a Jesucristo y a los creyentes del Antiguo Testamento y, por añadidura, del Islam. Ahí está la causa de la condena a muerte del Señor. Las otras religiones monoteístas no quieren aceptar a estas dos personas que son una única realidad, o sustancia o esencia. Se alude aquí al misterio supremo y adorable de la Trinidad. No es explicitado. Jesús deja esta tarea a los discípulos. Y para esto, precisamente, le da el Espíritu del Padre y suyo, Espíritu de sabiduría y de revelación, que en la santa Cena será prometido como Maestro interior de la comunidad de los fieles, las amadas ovejas.
En el día de oración por las vocaciones: “La madurez de la entrega de sí mismo”.
En el domingo del Buen Pastor, en toda la Iglesia se ora para que el Señor confirme en su misión a los que han respondido afirmativamente a su llamada y sirven a su pueblo snato como sacerdotes; y también hemos de orar para que esta llamada contínua encuentre eco en los jóvenes de nuestro tiempo, para que no falte a la Iglesia el ministerio de los pastor. Como escribió el papa Francisco en su Carta Apostólica Patris corde sobre san José: «Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose solo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración» (n. 7). Este mensaje debería resonar en todos los jóvenes corazones cristianos, para que aquellos que Jesús elige respondan con generosidad.
En la Eucaristía que celebramos, Jesús, el Buen Pastor, se entrega y se nos entrega; nos llama y confía en los que ha elegido; nos hace vida de su propia vida y nos lanza al “camino” propio de cada uno según su particular vocación, a una misión de amor y de servicio. Ojalá sepamos responder a lo que él nos dice: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen (Jn 10, 27).
LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Hechos de los apóstoles 13, 14. 43-52: Este año, la historia de los primeros tiempos de la Iglesia recoge preferentemente la misión de san Pablo, el cual dio un cambio radical a su apostolado, dirigiéndose en adelante a los gentiles, después de ser rechazado repetidamente por los israelitas.
Salmo responsorial 99: Todos los pueblos reciben la revelación del Buen Pastor y le aclaman diciendo: «Somos su pueblo y ovejas de su rebaño».
Segunda lectura. Apocalipsis 7,9.14b-17: Los redimidos de todas las naciones aclaman a Jesucristo resucitado, víctima pascual y Pastor de los cristianos.
Evangelio de Juan 10, 27-30: En esta breve conclusión del discurso del Buen Pastor, Jesús proclama su misión salvadora universal y su unidad con el Padre.
17 de abril de 2025, Jueves Santo
Lecturas:
Ex 12, 1-8.11-14. Así celebráis la Pascua.
Sal 115, 12-18. El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo.
1 Cor 11, 23-26. Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.
Jn 13, 1-15. Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Comenzamos el Triduo Pascual, en el que celebramos los grandes misterios de nuestra redención, desde la Misa Vespertina del Jueves Santo en la Cena del Señor, hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección.
Vamos a contemplar en este Triduo el misterio del amor de Dios, en tres momentos.
Hoy, Jueves Santo contemplamos tres grandes regalos que nos ha dejado el Señor: la Eucaristía, el Sacerdocio, y el mandamiento nuevo del amor fraterno.
El Viernes Santo contemplamos la Pasión del Señor y adoramos su Cruz; contemplamos cómo Él es el que ha dado la vida por sus amigos: por ti. Porque te ama.
El Domingo de Pascua contemplamos el triunfo del Amor. Jesucristo vive, ha vencido a la muerte y ya no hay nada ni nadie que pueda separarnos del amor de Dios.
No es un mero recuerdo, es un memorial: Esta noche pasaré… y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor.
Y estamos llamados a vivirlo con gratitud: ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Tres regalos en los que se concreta el amor de Dios como sello de su presencia en medio de su pueblo, la Iglesia:
La Eucaristía: memorial de la Pascua, sacramento de la presencia de Jesucristo que vive en su Cuerpo, que es la Iglesia. Alimento que necesitamos en nuestro caminar hacia el Cielo. Presencia del Señor que nos invita a la Adoración, a entrar en la cruz, al servicio humilde de lavarnos los pies y vivir en la comunión eclesial.
El Sacerdocio: signo de Jesucristo, Buen Pastor, que sigue cuidando de su pueblo, a través de sacerdotes llenos de pobrezas y debilidades, elegidos gratuitamente, para que se vea que esta obra es de Dios. Día especial de oración por los sacerdotes, por las vocaciones.
El mandamiento nuevo del amor. De la entrega de Jesús nace un amor nuevo: Como yo os he amado.
¿Cómo? En la donación, en la gratuidad, en la generosidad, en la entrega. Amor ofrecido que es signo de haber acogido el amor de Jesucristo y el mejor testimonio que podemos dar al mundo.
El Señor te invita a no quedarte en espectador, sino a entrar y sentarte a la mesa de este banquete. A dejarte amar por el Señor: ¡nadie te ama como Él!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).
Jn 13, 1-15. “Había llegado su hora”. Estamos en la hora de Jesús. En Caná había dicho que aún no había llegado su hora, en distintos momentos iba anunciando la proximidad de esa hora y, finalmente, ha llegado. Es la hora de la fracción del pan, del misterio eucarístico, la hora del lavatorio, del servicio, la hora de la entrega sin límite, de la muerte y de la verdadera vida. Es también nuestra hora. La hora de estar junto a Jesús o de no estar, la hora de creer, la hora de esperar. Es la hora de aprender a servir para después servir al hermano. Para aprender nos hemos de dejar servir por el Señor. Es lo que nos tiene que distinguir como discípulos suyos. Él no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por nosotros. Que ese sea también nuestro deseo en este día, vivir desde el servicio generoso y gratuito.
En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles, diciendo:
«¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre».
Pedro y los apóstoles replicaron:
«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que lo obedecen».
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R/.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R/.
Yo, Juan, miré, y escuché la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos, y eran miles de miles, miríadas de miríadas, y decían con voz potente:
«Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza».
Y escuché a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar —todo cuanto hay en ellos—, que decían:
«Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos».
Y los cuatro vivientes respondían:
«Amén».
Y los ancianos se postraron y adoraron.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».
Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».
Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».
Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».
Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».
Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»
Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».
EL TIEMPO DE LAS APARICIONES (III): COMPARTIR EL PAN CON EL RESUCITADO
(3º Domingo de Pascua -C-, 4 – Mayo – 2025)
El tiempo de las apariciones.
En este tercer domingo termina la primera parte de la Cincuentena pascual, a la que llamamos el «tiempo de las apariciones». Cada año leemos hoy una aparición de Jesús a los discípulos, y aquellas terminan siempre compartiendo una comida: en el camino de Emaús (año A), en el cenáculo (año B) y, este año C, en la orilla del lago de Galilea. Ahora estaremos ya ambientados en el programa de lecturas de este año, vamos siguiendo los primeros pasos de la etapa de la historia de la salvación – la de la Iglesia – en que nos ha sido dado vivir, y hemos podido admirar la valentía de los apóstoles, una vez que recibieron el Don pascual del Espíritu Santo: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen» (Hechos 5,29 y 32).
La proclamación del misterio pascual.
Vamos también familiarizándonos con la proclamación del misterio pascual que se hace cada domingo, según el libro del Apocalipsis, en esas maravillosas escenas de la liturgia del cielo que en realidad son como la realidad de nuestra liturgia terrena, velada por nuestra realidad carnal.
En este sentido, enseña la Constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio Vaticano II: «En la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero (cf. Apoc 21,2; Col 3,1; Heb 8,2); cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos, esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste Él, nuestra vida, y nosotros nos manifestemos también gloriosos con Él» (n. 8) (cf. Filip 3,20; Col 3,4).
El compromiso con el Resucitado.
Pero es la lectura del Evangelio lo que da mayor personalidad a este domingo. Es una larga página que comienza entre las brumas del amanecer, en las orillas del lago de Galilea, donde había comenzado todo. Allí Simón Pedro y los demás discípulos parecen despertar de un sueño, olvidan que dejaron las barcas y las redes para seguir a Jesús, para volver a lo de siempre, al trabajo normal: «Me voy a pescar.» Ellos contestaban: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada (Juan 21, 3). Pero allí estaba Jesús, para recordarles que sólo tendrían éxito si seguían sus instrucciones y volvía a ser pescadores de hombres y pastores de su rebaño. Junto al Señor no puede faltar el fuego, el ardor del Espíritu que prepara el convite del Resucitado.
Muchas cosas destacan en este evangelio: que Jesús es reconocido a través del amor, que su ayuda hace posible una pesca tan increíble como la respuesta de los pueblos a la predicación de los apóstoles, que es el Señor quien nos prepara su banquete pascual, la Eucaristía… Tantas cosas que se refieren ahora a nosotros como creyentes relacionados personalmente con Jesús, como lo estaba el discípulo amado, que nos representa a todos nosotros.
Grandísima importancia tiene asimismo la segunda parte de la lectura. Jesús reclama por tres veces la confesión de aquel Pedro que lo había negado el mismo número de veces. Seguimos en el ambiente de misterio tan propio del cuarto Evangelio. Ahora seguimos siendo pastoreados por el sucesor de Pedro, Obispo de la Iglesia que preside a las demás en la caridad, como llamaba San Ignacio de Antioquía a la comunidad romana en el siglo II. El mismo Espíritu que movió entonces a Pedro es el que ahora asiste a su sucesor en la sede romana para que confirme a sus hermanos en la integridad de la fe apostólica.
Sede vacante
El próximo miércoles día 7, comenzará el Conclave de los cardenales que ha de elegir al sucesor de nuestro querido papa Francisco. Todos hemos de unirnos en oración, pidiendo que el Espíritu Santo asista a los electores y les ilumine para discernir quién es el más apropiado para este momento de la Iglesia y de la sociedad.
Nuestra comida con el Resucitado.
La Misa dominical nos lleva a experimentar cada día del Señor todo el proceso de la actuación de Cristo descrita en las lecturas, y a realizar lo que hicieron aquellos que le rodeaban. Es la descripción simbólica de lo que quiere decir «participar». Le escuchamos, le reconocemos, nos fortalecemos para dar testimonio con él con toda nuestra vida, incluso compartiendo los sufrimientos… Le proclamamos Señor y Salvador, anunciamos su muerte y su resurrección haciendo su memorial, nos unimos a su ofrecimiento, y lo ofrecemos a él, uniéndonos a la alabanza celestial y de todas las creaturas (plegaria eucarística). Con fe y emoción nos acercamos a comer su pan, conscientes de que es el Señor a quien recibimos. Y cuando ha terminado este momento inefable de la asamblea dominical, volvemos otra vez a la «pesca», al trabajo de cada día, procurando seguir las instrucciones de Jesús para que sea fructuosa.
La última palabra de Jesús en el evangelio de san Juan sigue resonando en el alma de cada creyente. Todos sentimos su mirada de verdadero amigo, que confía en nosotros y nos dice una vez más: Sígueme (Jn 21, 19).
MONICIONES : LA PALABRA DE DIOS HOY
Primera lectura. Hechos de los apóstoles 5,27b-32,40b-41: La predicación apostólica es la manifestación del Don del Espíritu Santo. Todo es fruto de la gracia de Cristo: los apóstoles fueron escogidos y enviados por el Señor, y el Espíritu ha sido otorgado por el Resucitado. Con esta doble acción – la de los apóstoles y la del Espíritu – se construye la Iglesia.
Segunda lectura. Apocalipsis 5,11-14: El Cordero pascual está en el centro de este himno de alabanza que constituye la liturgia de la gloria, la cual es el centro de la liturgia de la Iglesia. En ella, los cánticos de alabanza, y sobre todo la plegaria eucarística, son el eco de la aclamación al Cordero inmolado, Cristo, que ha sufrido la muerte, pero que ahora está presente, victorioso, a la derecha del padre y en el altar de la Iglesia.
Evangelio de Juan 21,1-19: Todavía este domingo se anuncia una última aparición del Resucitado, que invita a comer a los discípulos. Es una imagen magnífica de lo que es la Eucaristía, el banquete del Espíritu, preparado y ofrecido por el Resucitado en medio de las dificultades de la vida presente.
Domingo, 27 de abril de 2025
Domingo de la Divina Misericordia
Lecturas:
Hch 5, 12-16. Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
Sal 117, 2-4. 22-27. Dad las gracias al Señor porque es bueno.
Ap 1, 9-13. 17-17. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos.
Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús: – La paz esté con vosotros.
La Palabra que el Señor hoy nos ha regalado es impresionante. En el Evangelio vemos como Jesucristo Resucitado se aparece a los discípulos reunidos y les muestra las manos y el costado —los signos de la crucifixión—. Jesús les hace ver que está vivo y que la cruz ha sido transfigurada: es fecunda y gloriosa.
Vemos a Tomás —como tantas veces estamos nosotros— lleno de duda y desconfianza, para acabar en la confesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!
En la segunda lectura hemos contemplado a San Juan, desterrado en la isla de Patmos por ser fiel al Señor: a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
Jesús aparece glorioso: yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos. La Iglesia está en su mano: Él la protege y gobierna. No quiere infundir temor, sino confianza: No temas… tengo las llaves de la muerte y del abismo.
Jesucristo resucitado vive en la Iglesia. Ella recibe del Señor la paz, don de Dios, fruto de la victoria de Jesucristo sobre el pecado y l muerte. Recibe del Señor la misión: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibe el poder y el encargo de Jesús para perdonar los pecados. Recibe del Señor el Espíritu Santo, que es el gran don.
Estamos llamados a ser cristianos en la Iglesia. Y no en la Iglesia de tus sueños, sino en la comunidad real, santa y pecadora, a la que el Señor te ha llamado. Y, ¿por qué? Porque así lo ha querido Dios, que no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.
Cristo ha querido que sus discípulos formemos el Pueblo de Dios, ha querido que vivamos en comunidad. Y ese Pueblo de Dios, esa comunidad, es la Iglesia.
La Iglesia crece con agua y con sangre: viviendo la riqueza del Bautismo y alimentándose con la Eucaristía. Crece confiando en el Señor.
La Iglesia crece acogiendo el amor de Dios y proclamando su misericordia: a quienes les perdonéis los pecados…
La Iglesia crece en la misión, abierta al Espíritu y dejándose llevar por Él.
Hoy celebramos el Domingo de la Divina Misericordia, fiesta instituida por San Juan Pablo II. Esta fiesta nos invita a vivir la primera y más importante verdad de la Fe: Dios te ama, y no dejará de amarte nunca.
Te ha creado por amor y para amar y te ha creado para vivir con Él para siempre. Vivir de la Fe es vivir la vida como una historia de amor con el Señor. ¡Disfrútala!
¡Feliz Domingo de la Divina Misericordia! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13)
Jn 21, 1-19. “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. El largo evangelio que hoy proclamamos tiene dos partes. Una primera en la que los discípulos van a pescar con escaso éxito. Al retornar a la orilla encuentran a un hombre que les anima a que vuelvan a lanzar la red al otro lado. La pesca entonces es extraordinaria y reconocen que es el Señor. Así es el resucitado, el encuentro con Él es lo que puede hacer verdaderamente fecundos nuestros trabajos. Después el evangelio nos relata el emocionante diálogo de Jesús con Pedro. Es la sanación de las tres negaciones, que se revierten por tres afirmaciones del amor de Pedro por su Señor Jesús. Eso le vale volver a recibir el encargo misionero, la tarea del pastoreo de las ovejas del rebaño de Jesús. Además Jesús también anuncia a Pedro su final en el que también él dará gloria a Dios entregando su propia vida. Rezamos ahora para que pronto la Iglesia tenga un sucesor de Pedro.
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. R/.
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
20 de abril: DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Misa solemne.
Los cincuenta días que van desde este domingo de Resurrección hasta el de Pentecostés han de ser celebrados con alegría y exultación como si se tratase de un solo y único día festivo, más aún, como un “gran domingo”, tal como lo proclama el himno israelita propio de estas fechas que los cristianos aplicamos al Misterio Pascual: “Este es el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo 117, 24).
El “Encuentro”
En casi todos los pueblos tiene lugar la ceremonia del “Encuentro” de Jesús con su santísima Madre. Es un acto juvenil y alegre, en el que la liberación de la muerte se expresa soltando pajaritos y palomas; “Nuestra vida ha escapado como un pájaro de la jaula del cazador…”
La piadosa tradición de que Jesús se apareció antes que a nadie a su Madre aparece por primera vez en el apócrifo “Evangelio de Nicodemo” y a él alude también san Ambrosio en su “Tratado sobre las vírgenes”, pero son los autores de los siglos XIV y XV quienes desarrollarán literariamente este tema que hace a María sufrir una pasión paralela a la de su Hijo como corredentora con él.
En Valencia es fundamental la aportación de san Vicente Ferrer en sus homilías del domingo de Pascua y sor Isabel de Villena en su “Vita Christi” (capítulos 234 y 237) donde describe la escena tal como la recogen los pintores valencianos; según esta escritora, la Virgen intuyó que su Hijo había resucitado cuando vio desaparecer las gotas de sangre de la corona de espinas que estaba contemplando.
En su sermón predicado en la Seo de Valencia el 23 de abril de 1413 san Vicente decía: “Esta gloriosa resurrección de Jesucristo fue hoy demostrada graciosamente, en especial a la Virgen María, pues a esta conclusión llegan los Doctores aunque los evangelistas no lo pongan, porque no se ocupaban más que de los testigos, y porque el testimonio de la Madre en esta causa parecería favorable al Hijo, no lo escribieron para quitar esta sospecha. Lo apoyan dos razones, la primera, que el Señor Jesús llevó a plenitud lo que había enseñado, porque mandó honrar al padre y a la madre, y así quiso guardar el precepto. Y así primero quiso dar este honor a la Madre antes que a los demás, y se acordó de los dolores de la madre: “No olvidarás el gemido de tu madre” (Si 7, 29.
Luego el santo aduce la segunda razón basada en que todos los apóstoles perdieron la fe cristiana menos María, en la que permaneció toda la fe; y la tercera, que Jesús amaba a su Madre más que a nadie. El predicador nos acerca magistralmente a los sentimientos de María en aquella alba misteriosa después de que había pasado la noche pensando: “Mañana veré a mi hijo, pero ¿a qué hora?”
La Eucaristía en el día de Pascua.
Hoy, la proclamación del santo Evangelio es más Evangelio que nunca: la buena, la mejor noticia, y fueron las santas mujeres, las tres Marías, las que la recibieron, como ahora nosotros: “No tengáis miedo ¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron”. Y es María Magdalena, a la que se le llama “apóstola”, la que lleva la primera el mensaje a los discípulos.
Pedro y el discípulo amado fueron los testigos autorizados que levantan acta de que el Señor no estaba ya allí. Vieron el sepulcro vacío, pero no se quedaron en ello; iluminados por el don de la fe, comprendieron que no tenían que venerar un sepulcro, sino amar y seguir a un Viviente.
La lectura de san Pablo nos sitúa en el centro del Misterio Pascual y nos revela lo que significa este misterio para cada uno de nosotros: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios (Col 3, 1 y 4).
Así pues, en nuestra iniciación cristiana, cada cristiano ha sido incorporado, injertado en Cristo, de modo que su muerte y resurrección no son sólo un hecho del paso o una obra maravillosa de Dios, sino también un misterio de salvación que celebramos todos a partir del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, y que renovamos constantemente, ya sea cuando lavamos nuestra conciencia en la Confesión como cuando participamos en la Comunión. En todos estos momentos la efusión del Espíritu Santo nos aplica las gracias y la vivencia del Misterio Pascual.
Todo ello tiene una consecuencia moral para nuestras vidas, insinuada en la lectura mencionada y más expresa en la otra lectura opcional para este día: Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la Pascua, no con levadura vieja (de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad (1 Co 5, 7-8).
Buscar los bienes del cielo, purificar nuestra conducta, es decir, organizar nuestra personalidad y nuestra vida según el modelo de Jesucristo. Es lo que intentamos con la penitencia cuaresmal y que ahora se nos ofrece como una gracia de la Pascua del Señor si estamos preparados para recibirla.
Segundas Vísperas. Conclusión del Triduo Pascual.
Es un acto que podríamos ir recuperando. Son la celebración del encuentro vespertino de Jesús con los caminantes de Emaús y con los discípulos en el cenáculo. Se abre el tiempo de alegría de la Cincuentena, la semana de semanas que es el santo Pentecostés.
Domingo, 20 de abril de 2025
Domingo de Pascua de Resurrección
Lecturas:
Hch 10, 34a.37-43. Nosotros hemos comido y bebido con él después de la resurrección.
Sal 117, 1-2.16.23. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Col 3, 1-4. Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Jn 20, 1-9. Hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Él debía resucitar de entre los muertos.
El pasado Domingo, te invitaba a preguntarte cómo te sitúas ante Jesús en este momento de tu vida. Es decir: ¿quién es Jesús para ti? ¿Un simple personaje de la historia? ¿Un “muerto” de la galería de hombres ilustres?
Y te sugería no precipitarte en la respuesta, sino a vivir la Semana Santa recorriéndola con el Señor. Te proponía recorrer el itinerario existencial de las diferentes personas que aparecen en la Pasión del Señor para que ellas te ayudaran a ver lo que hay en tu corazón y, acogiendo el don del Espíritu Santo, pudieras encontrarte con el Señor.
Hoy la Palabra nos hace un anuncio sorprendente: Cristo ha resucitado, ¡Aleluya! ¡Jesucristo vive! No seguimos a un muerto, ni a una idea. No. Hemos sido alcanzados por una Persona, Jesucristo, el Señor, que ha vencido a la muerte, vive para siempre y te invita a seguirle y vivir una vida nueva.
Tal vez estés atrapado en el sepulcro de tus “muertes”… Tal vez estés como las mujeres del evangelio, pensando ¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?, porque te sientes incapaz de salir del sepulcro.
O como los discípulos de Emaús camines taciturno y desencantado, porque sus ojos no eran capaces de reconocerlo y se habían alejado de la comunidad. Y vivas pensando Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió…
Y hoy la Palabra te anuncia que si acoges el don del Espíritu Santo y puedes mirar con los ojos de la fe también tú tendrás la experiencia de las mujeres que vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande.
También tú escucharás la voz del Ángel, que te dice: No tengas miedo. Jesucristo ha resucitado. Jesucristo vive y camina contigo. No estás solo.
También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás como arde tu corazón porque el Espíritu Santo, el dulce huésped del alma, te susurra en cada latido de tu corazón que Dios te ama, que Jesucristo ha muerto y ha resucitado por ti, ha cargado con todos tus pecados, ha vencido todas tus “muertes” y te regala la vida eterna. La vida más allá de la muerte y más allá de tus “muertes”.
Y, entonces, al encontrarte con Jesucristo Resucitado vivirás una vida nueva. Así, vivirás como Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Vivirás buscando los bienes de arriba porque ya has experimentado que los ídolos quizás te podrán dar algo de “vidilla” pero no vida eterna, porque sabes que tu vida está con Cristo escondida en Dios.
¡Ánimo! ¡Abre el corazón a Jesucristo vivo y resucitado! Él te dará la vida eterna. Y comenzarás a saborearla, como una primicia, ya ahora.
Si crees, ¡verás la gloria de Dios!
¡¡Feliz Pascua, Feliz Encuentro con el Resucitado!! ¡Feliz Domingo! ¡Feliz Eucaristía!
Recibid el poder del Espíritu y sed mis testigos (Cf. Hch 1, 8).
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).
Jn 20, 1-9. “Él había de resucitar”. La losa quitada del sepulcro puede no significar más que la profanación de una tumba, pero para nosotros es un signo elocuente de algo extraordinario, de un acontecimiento que cambia la historia de la humanidad. María Magdalena, que tan unida había estado a Jesús, por el bien que había recibido de Él, es la primera que va al lugar de la sepultura. La tristeza y el dolor no le permiten estar alejada del lugar donde yace el cuerpo de Jesús. Pero la sorpresa es inmensa, el sepulcro está abierto. Probablemente no sabe cómo reaccionar y no se atreve a entrar. Corre veloz para comunicarlo a los discípulos. Pedro y Juan parece que esperan la noticia. También ellos salen corriendo para deshacer el camino de María. La tumba abierta, lienzos y sudario. No está el cuerpo de Jesús. Esto solo puede significar resurrección. Lo que Él había anunciado, Dios lo ha realizado. ¡Aleluya! Verdaderamente ha resucitado el Señor.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
En la Diócesis de Valencia
Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.
(9 de octubre de 2023)
Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.
El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.
El aniversario de la dedicación
El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.
La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.
Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.
Una construcción que no ha terminado
El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.
En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.
Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).
Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).
Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:
«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).
Jaime Sancho Andreu