LA PALABRA DEL DÍA

Evangelio del día

Lunes, 15 de abril de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 22-29

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar.

Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.

Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.

Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo has venido aquí?».

Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios».

Ellos le preguntaron:
«Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?».

Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado».

Martes, 16 de abril de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 30-35

En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:

En aquel tiempo, el gentío dijo a Jesús:
«¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Pan del cielo les dio a comer”».

Jesús les replicó:
«En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo».

Entonces le dijeron:
«Señor, danos siempre de este pan».

Jesús les contestó:
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

Miércoles, 17 de abril de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 35-40

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.

Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.

Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día».

Jueves, 18 de abril de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 44-51

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado, Y yo lo resucitaré en el último día.

Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios”. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.

No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que está junto a Dios: ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree tiene vida eterna.

Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.

Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».

Viernes, 19 de abril
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 52-59

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.

Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.

Sábado, 20 de abril de 2024
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».

En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen».

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Comentario al evangelio

Viernes, 19 de abril de 2024

Lecturas:

Hch 9, 1-20. Es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a los pueblos.

Sal 116. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Jn 6, 52-59. Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida.

Contemplamos hoy el impresionante acontecimiento de la conversión de san Pablo tras su encuentro con Jesucristo Resucitado.

Y La Palabra nos invita a ir más allá del mero recuerdo histórico para ayudarnos a crecer como discípulos del Resucitado.

La fe es un don gratuito: Jesucristo es el que tiene la iniciativa de encontrarse con Pablo. Todo es don, todo es gracia.

La fe es un encuentro con el Señor que te ama, que quiere ser tu amigo: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él, que no viene a quitarte nada, sino a dártelo todo: el que come este pan vivirá para siempre.

La fe es eclesial: Pablo no perseguía a Jesucristo, sino a sus discípulos… Pero, quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien os rechaza a vosotros, a mí me rechaza (cf. Lc 10, 16). No podemos caminar solos. Necesitamos acompañar y ser acompañados. Dios no te ha creado para la soledad, sino para la relación, la comunión y la donación.

La fe es luz: el Señor Jesús (…) me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.

Y nos muestra la gracia del bautismo, que hace de la persona una criatura nueva, ya no será Saulo, sino Pablo.. Ha recibido una vida nueva, la vida según el Espíritu, porque Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! (cf. Gal 4, 6).

Ahora ya no vivirá confiando en sus fuerzas o en el cumplimiento de la ley, sino en Jesucristo, porque todo lo puedo con Aquel que me da fuerza (cf. Flp 4, 13).

Y esta experiencia es tan grande y tan profunda que *¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! * (cf. 1 Co 9, 16), y así Pablo, lleno del Espíritu Santo, será testigo de que Jesucristo es el Señor hasta los confines de la tierra (cf. Hch 1, 8).

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al Evangelio

Jn 6, 52-59. “Mi carne es verdadera comida”. El realismo de las palabras de Jesús es difícil de escuchar. Al hablarnos de la carne nos está diciendo que nuestra adhesión a Él no es solo algo espiritual, interior, sino que también nos hemos de unir a su exterior a su cuerpo. La alusión al cuerpo hace referencia a la Iglesia. El Señor nos dice que no podemos creer en Él solo a nivel personal, en nuestro interior. Hemos de compartir la fe con la Iglesia y celebrarla con todos los que creen en el mismo Señor. La Eucaristía es un don que recibimos y que nos nutre en nuestro interior, nos regala una existencia nueva. Comer el cuerpo de Cristo nos lleva a habitar en Él y que Él habite en nosotros. Eso nos convierte en presencia suya y nos compromete a ser sus testigos.

19 de marzo. San José
Año litúrgico 2023-2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16

En aquellos días, vino esta palabra del Señor a Natán:

«Ve y habla a mi siervo David:
“Así dice el Señor: Cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré tu reino.

Será el quien construya una casa a mi nombre y yo consolidaré el trono de su realeza para siempre.

Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo.

Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».

Salmo

Salmo 88, 2-3. 4-5. 27 y 29
R/. Su linaje será perpetuo.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad. R/.

«Sellé una alianza con mi elegido,
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades». R/.

Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 4, 13. 16-18. 22

Hermanos:

No por la ley sino por la justicia de la fe recibieron Abrahán y su descendencia la promesa de que iba a ser heredero el mundo.

Por eso depende de la fe, para que sea según gracia; de este modo, la promesa está asegurada para toda la descendencia, no solamente para la que procede de la ley, sino también para la que procede de la fe de Abrahán, que es padre de todos nosotros.

Según está escrito: «Te he constituido padre de muchos pueblos»; la promesa está asegurada ante aquel en quien creyó, el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe.

Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho:
«Así será tu descendencia».

Por lo cual le fue contado como justificación.

Evangelio del domingo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

Cuando José se despertó, hizo lo que le habla mandado el ángel del Señor.

comentario San José

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA.

(19 de marzo 2024)

San José, entre los dos Testamentos.

La liturgia de la Palabra nos presenta en este día dos ilustres personajes del Antiguo Testamento: Abrahán y David, que nos ayudan a comprender el significado y la importancia de san José, que fue uno de aquellos elegidos por Dios para que colaborasen en el gran paso que fue el tránsito al tiempo de la Nueva y definitiva Alianza, como Zacarías y Ana, Simeón, Juan el Batista y, por encima de todos ellos, la esposa de José, la santísima y siempre Virgen María.

La Sagrada Escritura nos presenta al patriarca san José como un nuevo Abrahán, es el hombre justo y fiel que creyó contra toda esperanza.

Mucho tiempo antes, el rey David quiso construir una casa para Dios, y éste le manifestó que no era esa su volunta, pero le prometio una descendencia que haría perpetuo su reinado.

El fiel custodio de los primeros misterios de la redención.

De este modo, cuando llegó la plenitud de los tiempos, José colaboró con Dios permeneciendo en silencio y aceptando la palabra divina, que le recuerda la promesa hecha a David y que se cumplió en Jesús, Hijo de Dios nacido de María Virgen, pero incorporado a la descendencia de los reyes de Israel y Judá gracias a la persona de José, al que el ángel saludo con el honroso título de “Hijo de David”; el mismo título con que Jesús fue aclamado por el pueblo que esperaba a un Salvador.

Modelo para los cristianos.

San José sigue siendo un modelo para nosotros. El hombre actual se programa  a sí mismo, organiza su vida y hace su voluntad. Sin embargo, José, hombre de fe, aceptó conscientemente el plan misterioso de Dios y se puso confiadamente en sus manos, viniendo a ser el nuevo patriarca, “padre de los creyentes”. Quien acoge con fe la gracia y la palabra de Dios se instala en el plan salvador divino. Por ello la actividad de la Iglesia no puede confiar ante todo en un plan racional o metódico, a la manera de una empresa humana, sino que debe considerar la importancia de la “Primacía de la gracia” en la colaboración con la obra divina. Como modelo de confianza en Dios, san José es el titular de muchos seminarios, y en torno a esta fiesta se celebra en las diócesis de España el “Día del Seminario”.

Toda la Iglesia celebra hoy a su patrono y protector, porque si el esposo de María la protegió a ella y a su divino Hijo de tantos peligros como se lee en los Evangelios de la infancia”: persecuciones, exilio, momentos de miedo y desconcierto, de falsas acusaciones… Así ahora protege al cuerpo místico de Cristo que somos nosotros. El patriarca de Nazaret sigue velando sobre el pueblo de los creyentes en la nueva casa y familia de Dios que es la comunidad cristiana.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTA SOLEMNIDAD

Primera lectura y Evangelio. 2 Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16 y Mateo 1, 16. 18-21. 24ª, o bien Lucas 2, 41-51a: El Rey David quiso construir un templo para el Señor, pero éste le respondió que no era esa su voluntad. Sin ambargo le prometió que un descendiente suyosería rey y consolidaría su reino para siempre. Esta promesa se cumplió en Jesús, a quien José protegió y como si fuera hijo suyo y de la familia de los reyes de Israel y Judá. Por eso Jesús recibe el título de “Hijo de David”.

Segunda lectura. Romanos 4, 13. 16-18. 22: Abrahán recibió la promesa de ser padre de muchas naciones por su fe y confianza absoluta en la palabra de Dios; de este modo el patriarca es modelo y padre de los creyentes. Siguiendo este ejemplo, José es el ejemplo de los creyentes del Nuevo testamento.

Otro comentario al evangelio

14 de febrero de 2024
Miércoles de Ceniza
Ayuno y abstinencia
 
Lecturas:
 
Jl 2, 12-18.  Volved a mí de todo corazón.
 
Sal 50, 3-6.12-17.  Misericordia, Señor, hemos pecado.
 
2 Cor 5, 20-6, 2.  No recibáis en vano la gracia de Dios.
 
Mt 6, 1-6.16-18.  Cuando reces entra en tu habitación
 
Comenzamos hoy la Cuaresma, camino hacia la Pascua, al encuentro con el Señor Resucitado que pasa cada día por tu vida, para encontrarse contigo. 
 
La Cuaresma es un tiempo de gracia. Así nos lo ha recordado San Pablo: ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación. Por eso nos invita también a no echar en saco roto la gracia de Dios, a escuchar la voz del Señor y no dejar que se endurezca el corazón. 
 
¡Este es el momento ideal para que te conviertas! Esto es lo que nos propone la Iglesia con la celebración anual de la Cuaresma.
 
El Salmo 50 nos indica el itinerario espiritual que estamos llamados a vivir en la Cuaresma.
 
Misericordia, Dios mío, por tu bondad…, borra mi culpa…, limpia mi pecado. Es una llamada a la conversión.
 
Una llamada a no instalarse en el pecado. ¿Cuál es la raíz de todo pecado? La raíz de todo pecado es creer que tú eres dios, el señor y dueño de tu vida, de tu historia, del bien y del mal… 
 
Por eso, comenzamos con el signo de la ceniza: Recuerda que eres polvo. Que es lo mismo que decir: recuerda que tú no eres dios. Recuerda que necesitas ser salvado.
 
Y esta es una llamada radical a la conversión, a volver al Señor y entregarle tus pecados. Sin justificarlos, sin disimularlos y din esconderlos… sino entregándoselos al Señor, que te ama y te ofrece su perdón.
 
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme…, no me quites tu santo espíritu. 
 
Pero al mismo tiempo que le entregas tus pecados, has de acoger el don del Espíritu que irá renovando tu corazón, tu matrimonio, tu sacerdocio, tu consagración religiosa… ¡Hará nueva tu vida!
 
Pero, ¡déjale hacer a Él! Como Él quiera y al ritmo que Él quiera.
 
 Tres armas preciosas nos muestra el Evangelio: Orar, escuchar cada día al Señor: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor. No endurezcáis el corazón.
 
Dar limosna, para poner nuestra seguridad y nuestra confianza en el Señor.
 
Ayunar, vaciando nuestro corazón de nuestro egoísmo para llenarlo del Señor y experimentar que solo Dios basta.
 
Y este itinerario culminará cuando en la noche de Pascua cantemos el Aleluya: Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
 
La fe se vive en la gratuidad y se expresa en la alabanza, que es el eco de la presencia y acción del Espíritu Santo en tu corazón.

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! 🔥 (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Mt 1, 16. 18-21. 24a. “Como era justo”. José era un hombre justo, profundamente enamorado de su esposa María. Por eso no era capaz de entender que su esposa estuviera esperando un hijo sin su intervención. A pesar del sufrimiento interno que seguro vivió, él sigue abierto a la actuación de Dios en su vida. Eso le permite escuchar la voz de un ángel que le habla en sueños y le ayuda a entender lo que ha sucedido y a acoger el plan que Dios tiene para él. El hijo viene del Espíritu Santo, es obra de Dios. José tiene que ponerle el nombre, que será Jesús y que significa Dios salva. Además tendrá que cuidar y proteger al niño y a su madre. José nos enseña también la lección de la obediencia. No sabemos si seguía albergando alguna duda en su interior, pero al despertar hace lo que le ha comunicado el ángel, cumple la voluntad de Dios.

21 de abril. IV Domingo de PASCUA
Año litúrgico 2023-2024 (Ciclo B)

Primera lectura

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 4, 8-12

En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros.

Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Salmo

Sal. 117, 1 y 8-9. 21-23. 26 y 28-29
R. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes. R/.

Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. R/.

Bendito el que viene en nombre del Señor,
os bendecimos desde la casa del Señor.
Tu eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 3, 1-2

Queridos hermanos:

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.

Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Juan 10, 11-18

En aquel tiempo, dijo Jesús:

«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

comentario del domingo

JESUCRISTO SALVADOR MEDIANTE SU SACRIFICIO

(3º Domingo de Pascua -B-, 14 de abril de 2024)

El domingo de las apariciones

El tercer domingo de Pascua está dedicado a recordar las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos; y lo hace siguiendo a san Lucas en el camino y en la posada de Emaús (Ciclo A), posteriormente en el cenáculo de Jerusalén (Ciclo B) y, según san Juan, en las orillas del mar de Galilea (ciclo C). Las tres apariciones tienen el marco de una comida, y en la primera y la última de ellas Jesús parte el pan; de este modo se proclama para siempre que el Señor se hace presente a su Iglesia en la asamblea litúrgica y de modo especial en la celebración eucarística.

Alegrémonos, pues en el Señor. Nosotros recibimos ahora la visita de Jesús; él nos preside con el poder del Espíritu Santo y se dispone a partirnos el pan que es él mismo.

Siempre que escuchamos el pasaje del Evangelio de este domingo, no podemos dejar de acordarme del final del libro de Tobías. Allí el arcángel Rafael dice a quienes ha ayudado como acompañante y como medicina de Dios: “Todos los días me hacía ver de vosotros; no comía ni bebía; lo que veíais era una apariencia” (Tob 12, 18). Todo lo contrario de Jesús, que quiere alejar toda sospecha de docetismo mostrando la verdad de su encarnación, muerte y resurrección: “Soy de carne y hueso”. Cuerpo glorioso de Dios, como antes lo fue de Dios crucificado. Todo ello nos lleva a preguntarnos:

¿Por qué sufrió y murió Jesús?

Las lecturas de este domingo dan respuesta a este interrogante, de tanta importancia para los primeros cristianos, y que sigue siendo una de las cuestiones teológicas más tratadas: ¿Era necesario que Jesús padeciera una muerte tan atroz? ¿Quiso Dios Padre que su Hijo sufriera así? ¿Era necesaria la muerte violenta del Mesías?

La Sagrada Escritura no entra en disquisiciones teológicas, sino que afirma con rotundidad que la muerte de Jesús, unida a su resurrección, formaba parte del plan salvador de Dios. El discurso de san Pedro a los judíos es claro: “Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos. Sin embargo, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer” (Hechos 3, 15.17-18; Primera lectura). Del mismo modo, cuando Jesús se apareció a los once apóstoles y demás discípulos de Jerusalén, que no acababan de creer a los que habían visto al Resucitado en la posada de Emaús, les declaró: “Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse” (Lucas 24, 44).

Aún así resulta difícil de comprender, porque parece que Jesús estaba preso de un destino fatal. Pero no es así cuando se contempla la historia de los hombres como historia de salvación, en la que Dios mismo se implica, hasta que se puede hablar con atrevimiento del “Dios crucificado”; y esto sólo es posible mediante la iluminación de la fe, don del Espíritu Santo que concede así la comprensión de las Sagradas Escrituras. Esta es la gracia que Jesús nos da a todos los suyos, como hizo con los apóstoles cuando “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras” (Lc 24, 45).

Jesucristo Salvador por su misterio pascual

Habiendo recibido la fe de Cristo, comprendemos que la voluntad de Dios hacia los hombres siempre ha sido la misma: rescatarlos de la perdición y restaurar en ellos la imagen de su Hijo, que deformaron los pecados, comenzando por la falta original. Por tanto, junto con la historia del pecado, las Escrituras nos relatan las obras de Dios y los ejemplos de los justos que intentaron ser fieles a la gracia y a la alianza divinas.

Estos hombres y mujeres santos del Antiguo Testamento, aunque de forma limitada, fueron profecías de Jesucristo, porque demostraron con el sufrimiento la verdad de su fe y de su obediencia a Dios. Los mismos ritos sacrificiales tenían como misión ir educando a los hombres para ofrecerse a sí mismos a Dios, sin recurrir a víctimas sustitutorias.  

Todo el Nuevo Testamento anuncia esta verdad de la fe que proclama la liturgia: que Dios aceptó el sacrificio de Jesucristo, que es ahora nuestra propia ofrenda, como aceptó antes “los dones del justo Abel, el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación pura del sumo sacerdote Melquisedec” (Plegaria eucarística I, Canon Romano).

Nuestro propio sacrificio de amor

Este año corresponde leer la primera carta de san Juan como segunda lectura en los domingos de Pascua. Hoy el apóstol nos enseña que la muerte de Jesús tuvo la finalidad de reparar los pecados, “ofreciéndose como víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo los nuestros, sino también por los del mundo entero” (1 Jn 2,1); de este modo podemos comenzar de nuevo, ofreciéndonos como víctimas racionales en el sacrificio incruento o doloroso de la obediencia, porque “quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él(1 Jn 2, 4-5a). Así amó Dios al mundo desde el principio – así estaba escrito – y así lo amó por medio de Jesucristo; ahora es nuestro momento, para que ese amor se consume en nuestras vidas, tanto individualmente como en nuestras familias. En cada “Iglesia doméstica”, como deberían ser los hogares cristianos, estarán presentes la palabra de Dios, la oración y la caridad; tampoco puede faltar el sacrificio, la muerte y la resurrección.

LA PALABRA DE DIOS EN ESTE DOMINGO

Primera lectura y Evangelio. Hechos 3, 13-15. 17-19 y Lucas 24, 35-48: En su segundo discurso misionero, san Pedro declara que la pasión y resurrección de Jesucristo entraban en el plan salvador de Dios. Es lo mismo que enseña Jesús resucitado a sus discípulos, cuando les concedió el don del Espíritu Santo para comprender las Sagradas Escrituras que ya hablaban de él y de su misterio pascual.

Segunda lectura. 1 Juan 2, 1-5a: Este año corresponde leer la primera carta de san Juan como segunda lectura de los domingos de Pascua. Hoy el apóstol nos enseña que la muerte de Jesús tuvo como finalidad el reparar los pecados de todo el mundo, ofreciéndose como víctima de propiciación.

Otro comentario al evangelio

Domingo, 7 de abril de 2024

Domingo de la Divina Misericordia

Lecturas:

Hch 4, 32-35. Un solo corazón y una sola alma.

Sal 117. Dad las gracias al Señor porque es bueno.

1 Jn 5, 1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.

Jn 20, 19-31. A los ocho días llegó Jesús.

La Palabra de Dios que proclamamos en este Domingo de la Octava de Pascua o de la Divina Misericordia nos invita a contemplar a Jesucristo resucitado, que se hace presente en la Iglesia con el don del Espíritu Santo.

Y te invita a que te dejes encontrar por Jesucristo Resucitado. ¡Pídeselo! Este encuentro con el Señor cambiará tu vida para siempre.

El encuentro con Jesucristo Resucitado te llenará de alegría y de paz.

De alegría porque podrás ver el amor de Dios en medio de tu historia concreta. Porque podrás encontrarte con el Señor en medio de tus llagas. Sí, de tus llagas. Pero llagas gloriosas, resucitadas, signo de la victoria de Jesucristo en tu vida. Y, entonces, mirando con los ojos de la fe, podrás decir asombrado: ¡Señor mío y Dios mío!

Y de paz, porque podrás descansar en el Señor. No sabrás lo que ocurrirá mañana, pero tendrás una certeza sellada en tu corazón: que no hay nada ni nadie que te pueda separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús.

Y en la medida en que acojas el don del Espíritu, aparecerá en ti una vida nueva: experimentarás el perdón de los pecados, la Divina Misericordia, el amor gratuito de Dios. Un amor que no te lo tienes que ganar. Un amor que te precede y te acompañará siempre: Dios no dejará de amarte nunca. Dios es fiel y cumple sus promesas. Ese es nuestro descanso y el fundamento de nuestra esperanza.

Y esta experiencia te llevará a encontrarte con otros hermanos con los que poder vivir y compartir esta vida nueva. Te insertará en una nueva familia: la Iglesia.

Una Iglesia de pobres y pecadores, como tú y como yo. Pero pobres y pecadores amados por Dios, perdonados y salvados por Jesucristo, abiertos al don del Espíritu Santo, que lo renueva todo. Una Iglesia que crece por el agua y la sangre, viviendo la riqueza del Bautismo y alimentándose con la Eucaristía. Una Iglesia que quiere ser fiel a su Señor guardando sus mandamientos. Una Iglesia que da testimonio de la resurrección del Señor; da testimonio de que Jesucristo vive y es el Señor.

También tú, si crees, verás la gloria de Dios. Verás cumplido en tu vida el final del Evangelio de hoy: Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús… Estarán escritos en tu Historia… Si dejas que Jesucristo sea el Señor de tu vida y te abres a la acción de su Espíritu… verás la gloria de Dios en tu vida. Cada día podrás decir ¡Señor mío y Dios mío! Porque estarás asombrado contemplando al Señor que vive y camina contigo.

¡Feliz Domingo de la divina misericordia! ¡Feliz Eucaristía!

¿No ardía nuestro corazón al escuchar su Palabra? (Cf. Lc 24, 32).

¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).

Otro comentario al evangelio

Jn 20, 19-31. “Paz a vosotros”. El evangelio de hoy nos presenta los dones que el Señor Resucitado hace a su Iglesia. El primero es la paz. Son las primeras palabras de Jesús después de la resurrección. A la paz la acompaña la alegría. Descubrir por las llagas que el resucitado es el crucificado, que es el mismo Jesús en persona, llena de un gozo profundo a sus discípulos. Después les concede el don del Espíritu Santo que es quien dinamiza la misión de la Iglesia y que garantiza el perdón de los pecados. Finalmente nos concede el don de la fe en la persona de Tomas el Mellizo. Nos invita a que no seamos incrédulos sino creyentes. Lanza una bienaventuranza a todos los que creamos sin haber visto al Señor. Todos los signos que Jesús realizó son para que creamos, para fortalecer nuestra fe, para alcanzar así la vida eterna.

fiesta del 9 D'OCTUBRE

En la Diócesis de Valencia

Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

En la Diócesis de Valencia

 Aniversario de la dedicación de la S.I. Catedral de Valencia.

(9 de octubre de 2023)

Al llegar esta fecha histórica en que recordamos el segundo nacimiento del pueblo cristiano valenciano, después de un periodo de oscuridad en el que nunca dejó de estar presente, conviene que tengamos presente esta festividad que nos hace presente el misterio de la Iglesia a través del templo mayor de nuestra archidiócesis, donde está la cátedra y el altar del que está con nosotros en el lugar de los apóstoles, como sucesor suyo. La sede de tantas peregrinaciones  y de innumerables vistas individuales, brilla en este día con la luz de la Esposa de Cristo, engalanada para las nupcias salvadoras.

El 9 de octubre evoca la fundación del reino cristiano de Valencia y la libertad del culto católico en nuestras tierras. Ese mismo día, la comunidad fiel valenciana tuvo de nuevo su iglesia mayor, dedicada a Santa María, y estos dos acontecimientos forman parte de una misma historia. Es una fiesta que nos afianza en la comunión eclesial en torno a la iglesia madre, donde tiene su sede el Pastor de la Iglesia local de Valencia, el templo que fue llamado a custodiar el sagrado Cáliz de la Cena del Señor, símbolo del sacrificio de amor de Jesucristo y de la comunión eucarística en la unidad de la santa Iglesia.

El aniversario de la dedicación

El 9 de octubre será para la comunidad cristiana de Valencia una fiesta perpetua, pero en cada aniversario resuena con más fuerza que nunca el eco de aquella preciosa y feliz celebración en que nuestro templo principal, la iglesia madre, apareció con la belleza que habían pretendido que tuviera aquellos generosos antepasados nuestros que lo comenzaron.

La belleza de la casa de Dios, sin lujos, pero con dignidad, tanto en las iglesias modestas como en las más importantes o cargadas de arte e historia, lo mismo que la enseñanza de sus signos, nos hablan del misterio de Dios que ha querido poner su tabernáculo entre nosotros y hacernos templo suyo.

Al contemplar las catedrales sembradas por Europa, en ciudades grandes o pequeñas, nos asombra el esfuerzo que realizaron quienes sabían que no verían culminada su obra. En nuestro tiempo, cuando domina lo funcional, nos resulta difícil comprender esas alturas “inútiles”, esos detalles en las cubiertas y las torres, esas moles que, cuando se levantaron, destacarían mucho más que ahora, entre casas de uno o dos pisos. Pero lo cierto es que también ahora se construyen edificios cuyo tamaño excede con mucho al espacio utilizable; nos dicen que es para prestigiar las instituciones que albergan, y eso es lo que pretendían nuestros antepasados para la casa de Dios y de la Iglesia; eso, seguramente, y otras cosas que se nos escapan.

Una construcción que no ha terminado

El aniversario de la dedicación nos recuerda un día de gracia, pero también nos impulsa hacia el futuro. En efecto, de la misma manera que los sacramentos de la Iniciación, a saber, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, ponen los fundamentos de toda la vida cristiana, así también la dedicación del edificio eclesial significa la consagración de una Iglesia particular representada en la parroquia.

En este sentido el Aniversario de la dedicación, es como la fiesta conmemorativa del Bautismo, no de un individuo sino de la comunidad cristiana y, en definitiva, de un pueblo santificado por la Palabra de Dios y por los sacramentos, llamado a crecer y desarrollarse, en analogía con el cuerpo humano, hasta alcanzar la medida de Cristo en la plenitud (cf. Col 4,13-16). El aniversario que estamos celebrando constituye una invitación, por tanto, a hacer memoria de los orígenes y, sobre todo, a recuperar el ímpetu que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de la parroquia en todos los órdenes.

Una veces sirviéndose de la imagen del cuerpo que debe crecer y, otras, echando mano de la imagen del templo, San Pablo se refiere en sus cartas al crecimiento y a la edificación de la Iglesia (cf. 1 Cor 14,3.5.6.7.12.26; Ef 4,12.16; etc.). En todo caso el germen y el fundamento es Cristo. A partir de Él y sobre Él, los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio apostólico han levantado y hecho crecer la Iglesia (cf. LG 20; 23).

Ahora bien, la acción apostólica, evangelizadora y pastoral no causa, por sí sola, el crecimiento de la Iglesia. Ésta es, en realidad, un misterio de gracia y una participación en la vida del Dios Trinitario. Por eso San Pablo afirmaba: «Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento» (1 Cor 3,7; cf. 1 Cor 3,5-15). En definitiva se trata de que en nuestra actividad eclesial respetemos la necesaria primacía de la gracia divina, porque sin Cristo «no podemos hacer nada» (Jn 15,5).

Las palabras de San Agustín en la dedicación de una nueva iglesia; quince siglos después parecen dichas para nosotros:

«Ésta es la casa de nuestras oraciones, pero la casa de Dios somos nosotros mismos. Por eso nosotros… nos vamos edificando durante esta vida, para ser consagrados al final de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción del edificio exige ciertamente trabajo; la consagración, en cambio, trae consigo el gozo. Lo que aquí se hacía, cuando se iba construyendo esta casa, sucede también cuando los creyentes se congregan en Cristo. Pues, al acceder a la fe, es como si se extrajeran de los montes y de los bosques las piedras y los troncos; y cuando reciben la catequesis y el bautismo, es como si fueran tallándose, alineándose y nivelándose por las manos de artífices y carpinteros. Pero no llegan a ser casa de Dios sino cuando se aglutinan en la caridad» (Sermón 336, 1, Oficio de lectura del Común de la Dedicación de una iglesia).

Jaime Sancho Andreu

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