El duelo, un proceso de reconocimiento de la pérdida Las claves, por Mario Piera, psicólogo clínico, terapeuta y diplomado en Ciencias Religiosas

El duelo, un proceso de reconocimiento de la pérdida Las claves, por Mario Piera, psicólogo clínico, terapeuta y diplomado en Ciencias Religiosas

TEXTO: BELÉN NAVA

Ante la pérdida de un ser querido se nos plantea una pregunta: “¿pasará en algún momento este dolor?”. El papa Francisco asegura que “el duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo. Todo el proceso está surcado por preguntas, sobre las causas de la muerte, sobre lo que se podría haber hecho, sobre lo que vive una persona en el momento previo a la muerte. Con un camino sincero y paciente de oración y de liberación interior, vuelve la paz”. Mario Piera, psicólogo clínico, terapeuta Gestalt y diplomado en Ciencias Religiosas nos aporta algunas claves.

La muerte es parte de la vida. Es una experiencia que concierne a todas las familias, sin ninguna excepción. Pero no por ello, aunque la esperemos, el proceso es menos doloroso. Cuando nos toca de cerca la muerte no nos parece jamás natural. Cada uno de nosotros, entonces, trata de gestionar la pérdida de una manera diferente y nos “sumergimos” en eso que denominamos “duelo”. Pero, realmente ¿qué es el duelo?

– El duelo es el proceso de elaboración de la pérdida de situaciones, vínculos, propiedades, objetos, personas… que dejan de estar cerca de nosotros y cuya ausencia, provoca añoranza y sensación de vacío. De ahí, que el duelo vaya unido a otro concepto que es el de la pérdida. Y es ésta la que causa sentimientos de tristeza y de aflicción. El duelo es, por tanto, un proceso de reconocimiento de la pérdida que se ha producido hasta su aceptación y la posibilidad de establecer nuevos vínculos. Se trata de una experiencia que es universal y que afecta a todas las personas. Y, ante todo, es un proceso de elaboración emocional que va a impactar en todas las dimensiones de la persona humana.

Puesto que la vida conlleva continuamente pérdidas, que podemos llamar “cotidianas” y que afectan tanto a nivel evolutivo, social, cultural, laboral, física y psicológicamente, e incluso espiritualmente, los duelos forman parte de nuestro crecimiento como personas. En una sociedad que evita el sufrimiento a toda costa y minimiza el impacto de las pérdidas, hay que redoblar los esfuerzos por acompañar situaciones cotidianas de pérdidas que se producen a nuestro alrededor: fallecimientos, rupturas de pareja, inmigración, amistad… y prepararnos para su elaboración y para su acompañamiento.

Mario Piera, psicólogo clínico, terapeuta Gestalt y diplomado en Ciencias Religiosas (Firma: V. Gutiérrez)

Dice el papa Francisco “La muerte forma parte de la vida, pero cuando toca a nuestros seres queridos es como si se detuviera el tiempo” ¿Cómo nos afecta la pérdida de un ser querido? ¿Por qué no todos reaccionamos de la misma manera?

– Desde el primer momento en que se produce el nacimiento de un niño empieza a descontarse su tiempo vital. En nuestra vida estamos acostumbrados a las metáforas que nos hablan de ciclos, como las estaciones del año, el calendario, las propias fiestas… Todo ello nos indica un comienzo y un final, y ambos, forman parte de un todo, así es la vida; que conlleva irremediablemente la muerte. Sin embargo, la pérdida es una experiencia que trastoca y afecta a toda la persona. Por eso, emocionalmente, al desaparecer aquello que es importante para nosotros sentimos que se detiene todo lo que no está relacionado directamente con el objeto de la pérdida. Emocionalmente estamos volcados en lo que estamos viviendo y experimentando de una forma muy intensa y por lo tanto, todo lo que queda fuera de ese campo de atención inmediato es como si no existiera esos momentos. En ocasiones, la intensidad emocional es tan alta, que incluso podemos experimentar algo parecido a una “anestesia” emocional. Se nos hace difícil diferenciar las emociones que se agolpan y se entremezclan unas con otras. La pérdida de un ser querido es una experiencia dolorosa que necesita de toda nuestra energía, para empezar a recorrer el camino del duelo y de elaboración de la pérdida.

Las reacciones que tienen las personas ante una misma pérdida pueden ser muy variadas. Esto es debido a que la forma en que la pérdida afecta a los miembros de una familia varía considerablemente. Influirán factores como las relaciones familiares, la personalidad de cada uno, las experiencias previas y la manera en que cada individuo procesa el duelo. La relación entre el fallecido y cada miembro de la familia es diferente para un hijo o un cónyuge, un hermano o un padre, la experiencia de la pérdida es distinta debido a la naturaleza única de su vínculo con su ser querido.

Cada persona tenemos estilos diferentes de afrontar el duelo, algunos pueden expresar abiertamente sus emociones mientras que otros pueden guardarlas para sí mismos. Estos estilos influyen en cómo se manifiestan los afectos de la pérdida. Del mismo modo, las experiencias previas de pérdida y de trauma en la vida de cada persona pueden influir en cómo afrontar una nueva pérdida. Alguien que haya experimentado pérdidas anteriores, puede tener una perspectiva distinta a la de otro miembro de la familia, que no ha sufrido pérdidas anteriormente. La propia personalidad y el temperamento van a modular también la forma de expresar el dolor y la despedida. Por lo tanto, cada uno de los miembros de la familia puede expresar de forma distinta su dolor, al mismo tiempo que hay personas con más capacidad de resiliencia que otras o ser más sensibles ante el mundo de la pérdida.

Algo muy importante es el apoyo social que tiene cada miembro de la familia. La presencia de vínculos significativos, de amigos o de familiares cercanos, con los que pueda contar con cada uno de los miembros de la familia es importante a la hora de cómo afrontar y dejarse afectar por la pérdida de un ser querido, pues ayudarán a la expresión y a la contención emocional. Podemos decir que la afectación depende no sólo de características personales sino también del contexto y de las relaciones sociales que tienen los miembros de la familia, todo ello interacciona de forma compleja a la hora de definir una reacción concreta ante la pérdida de un ser querido.

En el momento inmediato a la pérdida, habitualmente, hay alguien de la familia que tiene que encargarse de los trámites y que no puede permitirse expresar libremente sus emociones, pues debe de ocuparse de todo aquello relacionado con las exequias y del cuidado del resto de familiares. Algo que también puede modular la expresión emocional de la pérdida es la forma en la que se ha producido ésta, si ha sido repentina o anunciada, si ha habido tiempo para la despedida, si es fruto de una experiencia traumática… incluso, la edad del fallecido va a impactar emocionalmente de forma distinta entre los miembros de la familia, pues puede vivirse serenamente como parte del ciclo vital, como es en el caso de una persona mayor o vivirse traumáticamente como en el caso del fallecimiento de jóvenes.

¿Cómo podemos gestionar entonces nuestras emociones?

– En los procesos de duelo pueden aparecer emociones muy intensas y algunas pueden sentirse, incluso, como contradictorias. La forma de gestionar las emociones dependerá en gran medida de nuestra experiencia previa a la hora de reconocer, identificar, nombrar, expresar y regular nuestras propias emociones. De ahí la importancia de lo que se ha denominado la educación en la inteligencia emocional, es decir, la capacidad de poder reconocer nuestras propias emociones y expresarlas de forma adecuada.

En los duelos es fundamental tener una actitud abierta y compasiva con nosotros mismos, permitiéndonos reconocer y aceptar las emociones que sentimos sin juzgarlas. No siempre es fácil admitir que se siente culpa o rabia o enfado hacia la persona que nos ha dejado. En muchos momentos se puede producir confusión emocional debido al impacto que la pérdida ha provocado en nosotros.

Es importante no tener prisa e ir viviendo cada uno de los momentos y aquello que provoca en nosotros mismos. Es relevante, también, la comunicación que establecemos con nuestros familiares, amigos o con personas allegadas en las que, fundamentalmente, deberíamos de encontrar una actitud de escucha activa, que nos permitiera expresar todo aquello que vamos sintiendo y al mismo tiempo, sentir la cercanía y el cuidado de los demás. Es verdad, que la escucha activa es un estilo de relación de ayuda que debe educarse y prepararse, por cierto, algo muy necesario a proponer en las parroquias y comunidades donde habitualmente se acompañan procesos de pérdidas. Los rituales de despedida y las ceremonias religiosas son formas de canalizar y de expresar el dolor de la pérdida.

De gran importancia es dedicar espacios comunitarios donde reconocer que la pérdida no es solo personal, sino también compartida con otras personas. Una forma adecuada de gestionar las emociones es retomar, poco a poco, la vida diaria con sus ocupaciones, dejando espacios para sentir y expresar todo aquello que vamos viviendo pero evitando que nos colapse y que lo impregne todo. Para ello será necesaria una adecuada regulación emocional y el acompañamiento de otras personas. No solo el tiempo es necesario sino también una actitud de querer vivir y seguir disfrutando de la vida como un regalo. Cuando la persona tropieza o se atasca en todo este proceso, es recomendable acudir a un psicólogo clínico que pueda valorar y acompañar una intervención adecuada a cada situación.

Vuelvo a citarle al Papa… “El amor de Dios es más fuerte que la muerte, de ese amor tenemos que hacernos cómplices con nuestra fe”, ¿cómo podemos ponerlo en práctica?

– La experiencia de las pérdidas nos afecta en todos los ámbitos y dimensiones de nuestra vida, incluso en la dimensión espiritual. Ésta se relaciona con dos conceptos muy importantes, por un lado la trascendencia, es decir la capacidad de ir más allá de lo concreto para poder tener una mirada más amplia y con mejor perspectiva de aquello que nos ocurre en la vida. Por otro lado, el sentido de la vida que se relaciona con la capacidad de poder conectar e integrar en nuestra propia historia personal aquello que nos sucede.

Nuestra vida está compuesta no sólo por acontecimientos agradables sino también por otros, que han sido dolorosos, es por ello que somos fruto de todo lo que hemos vivido a lo largo de nuestra vida. La fe nos ayuda a relativizar y a encontrar un propósito mayor y más amplio de lo que llegamos a comprender con nuestras limitadas capacidades humanas. La fe nos permite depositar en manos de Dios aquello que en los momentos de la pérdida es difícil de entender y de aceptar, pues como humanos, las emociones nos atrapan y el dolor de la separación impide que podamos aceptar que no todo está bajo nuestro control.

Por eso, Francisco habla de un amor más fuerte, es decir, de la capacidad que tenemos de poder sentir y percibir la presencia de Alguien con mayúscula, Dios, que acoge nuestro dolor y nos ayuda a integrarlo como parte de la experiencia vivida y que en algún momento, se convertirá en agradecimiento por todo lo que llegamos a experimentar, a vivir, a crecer, a compartir con la persona que ha desaparecido. Es decir, la fe nos ayuda en esa dimensión espiritual a trascender lo concreto y a resituar la pérdida integrándola en nuestro propio sentido de la vida.

El amor es capaz de transformar el dolor de la separación, por el cariño agradecido por todo lo vivido y compartido con la persona fallecida. Humanamente la pérdida no tiene mayor sentido que el cierre de un ciclo vital. Para los creyentes, la pérdida supone el reconocimiento de que el amor estuvo presente en la relación con la persona fallecida, y por tanto, el duelo se convierte en el proceso de revertir el dolor humano de la separación en experiencia agradecida por el amor recibido y en ofrenda a Dios por todo lo que ha supuesto en nuestra vida. Por eso el papa Francisco en su exhortación Amoris Laetitia, 258 afirma: “Si aceptamos la muerte podemos prepararnos para ella. El camino es crecer en el amor hacia los que caminan con nosotros…”.

En cuanto que la evitación de la pérdida es la evitación de la implicación en las relaciones, es evitar el amor por temor a la separación. El mandato cristiano por excelencia es la implicación relacional desde el amor que es gozo y sufrimiento al mismo tiempo. Y la vida, a pesar de los sufrimientos, es un regalo para continuar viviéndola desde el amor al prójimo en todas sus dimensiones, como donación de sí mismo.

Entiendo que la manera de vivir el duelo no es la misma siendo niño que siendo adolescente o adulto…

– Efectivamente las vivencias y la forma de expresar un duelo son distintas en las diferentes etapas de la vida. No obstante, tenemos que tener muy claro que la pérdida es pérdida en todas ellas, y afecta a niños, jóvenes y a mayores. En ocasiones, se piensa que los niños no sufren igual que los adultos debido a que son capaces de cambiar de una tarea a otra o incluso de cambiar de emociones constantemente. Sin embargo, la forma de expresión del sufrimiento en los niños puede ser muy distinta a la de los adultos. Por ejemplo, su tristeza y la depresión provocada por una gran pérdida pueden manifestarse mediante comportamientos ansiosos y cargados de hiperactividad.

Quizás un joven necesite más el apoyo y el consuelo por parte de su grupo de iguales, sus amigos, que el de la propia familia; pues la adolescencia, en concreto, es un tiempo de separación y de formación de la propia personalidad en la que el joven necesita separarse, para encontrar su propio estilo y su propia forma de expresión de sí mismo. Los adultos que de forma natural ya se han enfrentado, en otros momentos, a distintas pérdidas, tienen una perspectiva distinta de cómo afrontar las pérdidas. Las personas mayores son mucho más sensibles a las pérdidas, porque su mundo poco a poco va desapareciendo.

Todo aquello que han conocido se va transformando y puede generar en ellos sentimientos de no pertenencia a la propia sociedad y de falta de vínculos personales. Además, como he dicho previamente, influirán las características personales y psicológicas de cada uno en su propio proceso de elaboración de la pérdida, lo que aumenta la variabilidad en la vivencia de la pérdida y su elaboración.

Tampoco lo es cuando son los padres los que pierden a sus hijos… “se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro”.

– Se trata de un tipo de pérdida que podríamos denominar “antinatural”, pues lo que se espera es que los hijos sobrevivan a los padres y no al revés. Sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad ha sido algo común y que ha ido mejorando conforme han avanzado la higiene, el cuidado y la atención sanitaria. Por el contrario, esto ha provocado que tengamos la creencia de que todos los niños deben llegar a ser adultos. Las pérdidas perinatales, es decir, todas aquellas que se producen durante el embarazo o durante el primer año de vida del bebé, son algunas de las pérdidas que, habitualmente, más se evitan y se silencian.

Todavía vivimos estas experiencias como vergonzantes, como si la pérdida del bebé fuera culpabilidad de los padres. Es muy importante acompañar estas situaciones, pues el dolor es profundo y en muchas ocasiones queda relegado al seno familiar, evitando que haya una expresión adecuada y no se le dedica el tiempo necesario para la elaboración de la pérdida. Habitualmente, esta pérdida se evita y se sustituye el proceso de duelo por una adaptación, excesivamente rápida o inmediata, al mundo laboral y a un funcionamiento normalizado de la familia. Esta forma de funcionar en nuestra sociedad, dificulta un proceso sano de elaboración del duelo.

En otras ocasiones, las enfermedades repentinas o los procesos largos de convalecencia son los que van a conllevar expresiones diferentes del duelo, aunque siempre la pérdida de un hijo va a ser muy dolorosa. Ante un hecho tan impactante como la pérdida de un hijo es importante conceder espacio a la expresión emocional, sabiendo que cada miembro de la familia ha de tener su propio espacio y estilo de expresión. Cada miembro es único y, por tanto, ha establecido un vínculo también único, y aunque haya momentos en los que como familia puedan expresar y elaborar juntos el dolor de la pérdida, habrá que respetar otros individuales y tiempos determinados para que cada uno de sus miembros exprese sus emociones y sea protagonista de su propia despedida.

Permitir el recuerdo del fallecido, no sustituirlo por la concepción inmediata de otro hijo, normalizar la ausencia en la familia… son claves que habrá que concretar en cada núcleo familiar ante este tipo de pérdida.

De igual manera que cuando son los hijos, quienes a edad muy temprana pierden a sus padres…

– Los niños necesitan sentir seguridad y percibir que el mundo que les rodea es seguro. Las pérdidas de los progenitores, en ocasiones, pueden tambalear esta seguridad que necesitan para desarrollarse de forma emocionalmente sana. Por eso es muy importante que ante una pérdida de uno de los padres, se pueda comunicar de forma sincera y adaptada al lenguaje del niño qué es lo que ha ocurrido y qué es lo que va a ocurrir en el futuro. Esto evitará que se generen fantasías que puedan provocar más dolor y ansiedad en el niño.

Los niños pueden experimentar una amplia gama de emociones intensas como tristeza, rabia, confusión, ansiedad… que puede surgir en los momentos más inesperados. Todo ello indicaría que el niño está elaborando y procesando el duelo. Sentir la seguridad del progenitor sobreviviente es muy importante, porque es la manera que tiene el niño de reconocer que las emociones no van a generarle un dolor insoportable. Conforme vaya creciendo podrá seguir experimentando la ausencia del progenitor fallecido en diversos momentos evolutivos. Sobre todo en el momento de la adolescencia, en el que la figura paterna o materna pueden ser muy importantes. Aun así, el apoyo social de familia, amigos y la presencia del progenitor ayudará sobremanera a resituar la pérdida de forma adecuada.

En ocasiones, conservar recuerdos o mantener tradiciones familiares previas a la pérdida, puede ayudar también a honrar la memoria del fallecido, por ejemplo escuchar la música que le gustaba, comer la comida preferida, viajar al lugar habitual de la familia… todo ello ayudará a tener presente la pérdida desde el recuerdo agradecido por su presencia en la familia. No se trata de sustituir, sino de integrar la ausencia como parte de la vida familiar.