Despedida en la Catedral: Invitación Carta semanal del Sr. Cardenal Antonio Cañizares

Despedida en la Catedral: Invitación Carta semanal del Sr. Cardenal Antonio Cañizares

Queridos hermanos y hermanas:

El día veintisiete del presente mes, primer domingo de Adviento, días previos a la Inmaculada, si Dios quiere, celebraré con vosotros, mis muy queridos diocesanos, a las seis de la tarde la Eucaristía de despedida en la Catedral, antes de retirarme al seminario de Moncada, para orar y vivir los años que Dios me conceda, prosiguiendo adecuadamente el ministerio episcopal que la Iglesia me encomendó hace más de 30 años.

Os invito a todos y os ruego que vengáis los que podáis. A todos me gustaría despedir, abrazar, agradecer y pedir perdón; con todos deseo unirme en la misma comunión en el Cuerpo del Señor que nos hace ser su Iglesia; por todos quiero orar; con todos, anhelo dar gracias al Señor.

Algunos me piden que haga balance de este tiempo de gracia -más de ocho años- que Dios me ha concedido estar con vosotros, sirviéndoos, siendo enteramente para vosotros, en expropiación de mi persona. Hacer balance es hacer juicio. No sé hacerlo. Y es pronto para hacerlo. Lo dejo en las manos de Dios. Y ante Él lo único que puedo hacer es darle gracias, por su infinita misericordia y por todo lo bueno que Él ha hecho a través de mi ministerio en estos ocho años.

Por mi parte son tan inmensos los motivos que tengo para darle gracias, que necesito de vosotros; no puedo hacerlo sólo. Pero, además, no debo hacerlo tampoco en soledad. Porque sois vosotros, hermanos y hermanas, -sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos- quienes habéis estado a mi lado ayudándome, colaborando conmigo, haciendo posible que la gracia y la misericordia de Dios se hiciese presente. Por otra parte, ¿cómo no habré de asociaros a vosotros a este gozo mío del humilde y dichoso agradecimiento a Quien obra todo en todos? Mi gozo, el gozo del amor de Dios manifestado en Jesucristo, del que soy testigo, es también el vuestro.

Y como tampoco han faltado sombras -tal vez ha habido más sombras y oscuridades de las que esperabais- os ruego que me acompañéis en la súplica de perdón al que es rico en misericordia y Dios de toda consolación.

¿Por qué la celebración de despedida en ese día? Sencillamente porque en ese domingo iniciamos el Adviento, tiempo de esperanza, y se nos abre la aurora de la Inmaculada. Y ahí ha brillado la gracia del Señor, porque se ha manifestado y nos encontramos con Cristo y con su amor y vivimos en Él y por Él, de manera que nada ni nadie puede separarnos de su amor. Porque no queremos saber otra cosa que, a Cristo y a este crucificado, y vivimos para anunciarle, darle a conocer, hasta el punto que no se puede dejar de evangelizar. Entre vosotros, con toda mi imperfección y pecado, no he querido otra cosa que vivir en Cristo, conocer a Cristo, proclamar a Cristo, convocaros a todos a que le améis y le sigáis. Para esto fui enviado a vosotros y para eso ahora para dar a conocer a Cristo y ser testigo de su misericordia, que tan fuertemente se ha manifestado en mi vida. De esa misericordia sí que soy testigo. Y a cantar esa misericordia y a proclamarla os invito. Mirad a Cristo y seguidle. No os canséis de conocerle ni de proclamarle. En Él tenemos todos los gozos, la alegría, la felicidad, la paz. En Él sólo, y nada más que en Él está la Vida, la salvación, la esperanza.

Muchas gracias por todo y por vuestra compañía.

Os espero y no dejéis de orar por D. Enrique, vuestro nuevo pastor.

 

¿Autoridad? Sí, pero bien ejercida

 

Ante todo, lo que está sucediendo en nuestro entorno aquí y allende nuestros límites, me pregunto: ¿Quién tiene autoridad?

Ciertamente no la tiene quien no ama a los demás, sino que se ama a sí mismo, tampoco la tiene quien no busca el bien común, sino el propio interés, y tampoco el que engaña y miente, el que manipula la historia o no deja que se vea como ha sido, quien no actúa conforme a la verdad y al sentido común, y a un etc. Quien actúa de esta manera no debería tener autoridad, la sociedad debería tener medios e instrumentos para quitar esa autoridad nominal.

Y a quien la ejerce de esa manera se debería decir que se marche y deje libre su puesto, porque una sociedad sin autoridad o así ejercida camina en el caos, sin brújula, a la autodestrucción.
Y no pongo ejemplos porque los hay y muy patentes, no los necesitan ustedes. Y El autocomplaciente tampoco tiene autoridad, sino que produce desorden y discordia. Y la pierde, el placentero, aunque le aplaudan.

La autoridad está con el servicio, con la verdad, con la libertad, con la concordia y la paz, la fidelidad y la perseverancia, la unidad, con el bien común, con lo bueno y lo justo; el relativismo gnoseológico y moral es totalmente contrario a la autoridad, y habría que combatirlo con medios lícitos; la autoridad necesita para ejercerse que se reconozcan derechos y deberes y que se respeten y exijan unos y otros.
Necesitamos, para vencer este mundo, de la verdad, del bien, de la belleza, de la persona y su dignidad.

+Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo Emérito, Administrador Apostólico de Valencia