Cuidado del enfermo Un artículo de Fr. Martín Gelabert Ballester

Cuidado del enfermo Un artículo de Fr. Martín Gelabert Ballester

Hace 30 años, Juan Pablo II instituyó la Jornada Mundial del Enfermo para sensibilizar a los creyentes y a todas las personas de buena voluntad sobre la necesidad de asistir a los enfermos y a quienes les cuidan. El lema que el Papa Francisco ha escogido para esta trigésima jornada es: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6,36). “La misericordia, dice Francisco, es el nombre de Dios por excelencia, que manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza. Es fuerza y ternura a la vez. Por eso, podemos afirmar con asombro y gratitud que la misericordia de Dios tiene en sí misma tanto la dimensión de la paternidad como de la maternidad (cf. Is 49,15), porque Él nos cuida con la fuerza de un padre y con la ternura de una madre”.

Los evangelios nos narran la atención que Jesús prestaba a los enfermos. Tanto en tiempo de Jesús como en nuestro tiempo una de las consecuencias más penosas de la enfermedad es que nos aísla de los demás. Por eso, una de las cosas que más necesita el enfermo es compañía, comprensión, cercanía y solidaridad. En este tiempo de pandemia esta soledad del enfermo se ha hecho especialmente notoria en aquellos que han tenido que pasar largas temporadas aislados en una cámara de hospital, sin contacto con sus seres más queridos. A este respecto el Papa recuerda que “visitar a los enfermos es una invitación que Cristo hace a todos sus discípulos. ¡Cuántos enfermos y cuántas personas ancianas viven en sus casas y esperan una visita! El ministerio de la consolación es responsabilidad de todo bautizado, consciente de la palabra de Jesús: “estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36).

Sin duda, el egoísmo está en el origen de todos los males de la humanidad. No es menos cierto que la compasión está enraizada en lo más propio de lo humano. Existen evidencias arqueológicas (de hace unos 500.000 años) de la atención a individuos heridos, enfermos, discapacitados o ancianos durante largo tiempo. Se han descubierto restos de un homínido de más de 45 años (pura senectud entonces), con fuertes dolencias en la espalda, que no hubiera podido sobrevivir sin la ayuda de otros. Y también de niños con anomalías congénitas en el cerebro, que no hubieran sobrevivido sin la ayuda de sus congéneres.

La compasión, decía Miguel de Unamuno, es lo que nos diferencia de los animales. Tomás de Aquino, citando a Aristóteles, decía que, viendo el dolor de los demás, “los hombres se compadecen de sus semejantes y allegados, por pensar que también ellos pueden padecer esos males”. Si cuando veo a una persona necesitada o enferma no veo allí mi propia humanidad es que el ego, la egolatría se ha apoderado de mi.

La enfermedad nos hace conscientes de nuestra propia vulnerabilidad y de la necesidad que tenemos los unos de los otros. La vida es frágil. La enfermedad anticipa la tendencia natural de la vida como camino hacia la muerte. Si alguna fuerza podemos encontrar en la vida es la del amor. Cuando dos soledades se abren la una a la otra, desaparece la soledad. Cuando damos la mano a una persona débil, le transmitimos nuevas fuerzas. Cuando nos amamos, pasamos de la muerte a la vida, como dice la primera carta de Juan (3,14). Quizás no podemos curar al enfermo, pero podemos entrar en la soledad que le hace sufrir, y solidarizarnos con su sufrimiento.

Martín Gelabert Ballester, O.P. 

Los enfermos son la prueba evidente de la debilidad de la vida. Si los cuidamos y respetamos manifestamos que estamos a favor de la vida. Y si somos creyentes, podemos ver en ellos el rostro de Cristo. Una sociedad que no respeta ni cuida al enfermo, al anciano o al débil es una sociedad donde impera la violencia, una sociedad egoísta, y el egoísmo es siempre una opción contra la vida.

 

Martín Gelabert Ballester, o.p.