Ante la quiebra del hombre: volver a Dios Carta del cardenal Antonio Cañizares

Ante la quiebra del hombre: volver a Dios Carta del cardenal Antonio Cañizares

Como otros muchos, observo con gran preocupación el momento que estamos atravesando en nuestra sociedad española. Es un momento muy difícil. Me preocupa ciertamente el momento político y económico, pero sobre todo me preocupa el momento humano. Este, a mi entender, es muy delicado.

Ha habido un proyecto de cambiar todo de arriba abajo. Qué duda cabe: era necesaria una renovación en profundidad de nuestra sociedad. Pero el proyecto cultural que se ha implantado no lo ha logrado. Al contrario. Ha traído consigo un grave deterioro y una irreparable quiebra de humanidad.

Se ha buscado una sociedad “nueva”, “moderna”, “tolerante”, “progresista”. La sociedad española ha estado afectada por una tendencia hacia la ruptura y la innovación cultural, con un cierto rechazo o menosprecio del pasado cultural y con una fuerte seducción ante lo nuevo. El “cambio” ha sido palabra mágica durante bastante tiempo. Pero el cambio se ha hecho frecuentemente a costa del hombre, a espaldas de lo verdadero del hombre.

No es la verdad del hombre lo que ha guiado las tendencias culturales implantadas. Hablar de “verdad”, incluso, se ha considerado síntoma de intransigencia y dogmatismo. Se ha extendido como una corriente imparable la relativización de todo, la indiferencia, el permisivismo total. Todo se considera como objetivamente indiferente. Lo que cuenta, en último término, es la conveniencia personal y el bienestar individual.

Había que olvidar nuestras raíces, que lo queramos o no son cristianas. Estas han sido estimadas como retardatarias de la “modernización” de nuestro país. Se ha olvidado, sin embargo, que estas raíces han hecho de nuestras gentes un pueblo creador, capaz de llevar a cabo grandes gestas con influencia decisiva en la historia de la humanidad, o de impulsar una cultura con unas cotas muy altas de humanismo, o de originar un pensamiento y un arte que son nuestro mejor patrimonio.

Por parte de grupos muy influyentes se ha llevado a cabo una verdadera campaña propagandística frente a lo religioso y a lo católico que están, a pesar de todo, en la urdimbre misma de nuestro pueblo. Con frecuencia, incluso, lo religioso y lo católico se ha silenciado o ridiculizado; se le ha marginado o recluido al espacio de lo “privado”; se le ha puesto en el panteón de lo “antiguo” y, en consecuencia, se le ha rechazado como valedero en la construcción y “modernización” de nuestra sociedad.

Todo muy orientado hacia una laicización entera y completa de nuestro pueblo: de su mentalidad, de sus usos y costumbres, de sus convicciones y comportamientos. Se reconozca o no, en la entraña misma de este proyecto está el olvido de Dios, el borrar sus huellas, el silenciar su palabra. Dios, la religión y la moral confesional, han sido vistas con frecuencia como antagonistas del hombre, de su libertad y de su felicidad. Se ha pretendido edificar la sociedad desde un humanismo antropocéntrico e intramundano, se ha creído que eliminando a Dios del horizonte del hombre todo estaba solucionado. Se ha pretendido eliminar a Dios y se ha dejado al hombre sólo. En su soledad más extrema. Sin una palabra que le cuestione. Sin una presencia amiga que le acompañe.
Ahí están las consecuencias, incluso en el terreno económico y político, en el familiar y social, en las relaciones personales, en los valores éticos.

Nos lo recordaba el Papa san Juan Pablo II en uno de sus viajes últimos, decía que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. Vosotros lo sabéis bien: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura – o más bien, pseudocultura – centrada en el consumismo desenfrenado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista”.

Todo esto nos ha afectado a los mismos cristianos. Reconozcámoslo y entonemos nuestro mea culpa. Es verdad, no siempre los cristianos hemos estado a la altura de lo que la situación nos estaba exigiendo y sigue exigiéndonos hoy. Pero no es tarde para una nueva presencia nuestra, para que tomemos la iniciativa.

No se trata de adoptar ahora, precisamente por no corresponder a la fe cristiana, posturas numantinas ni reaccionarias, de cerrazón, y mucho menos de condena; tampoco se trata de nostalgias. Lo que se nos exige hoy es que vivamos de lleno la fe. Que fortalezcamos, con la ayuda de su gracia, la experiencia de Dios como Dios. Que mostremos, gozosos, la fuerza renovadora y humanizadora de la fe en Dios, del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Es necesario que volvamos a Dios. Es apremiante e inaplazable, por servicio a nuestra sociedad quebrada en su humanidad, que los cristianos nos convirtamos más honda y enteramente al Dios vivo. Sólo así estaremos en condiciones de servir a nuestra sociedad, a los hombres y mujeres de hoy, a los jóvenes y a las familias, a todos, ofreciendo el mensaje liberador del Evangelio de Dios, Jesucristo, capaz de animar la esperanza y la búsqueda de la más genuina humanidad.

+ Cardenal Antonio Cañizares