
18 May El Papa León XIV preside la misa de inicio de su Pontificado: Amor y unidad
El Papa León XXIV ha llamado a construir “una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad”, que sea misionera y abra los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”, en la Misa de inicio de su Pontificado.
El Pontífice hizo una llamada al diálogo con otras Iglesias y religiones: “Caminemos unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad”.El Papa apeló a la corresponsabilidad de los laicos en el gobierno de la Iglesia: “Todos hemos sido llamados a construir la Iglesia en la armonía del Espíritu y la convivencia de las diferencias”.La ceremonia comenzó en la cripta de la Basílica vaticana, donde León XIV rezó ante la tumba de San Pedro, acompañado por los patriarcas de las Iglesias católicas de rito oriental. A continuación, tuvo lugar la solemne procesión, en la que el Santo Padre salió a la plaza de San Pedro, la misma que minutos antes había recorrido en ‘papamóvil’, por primera vez, pasa saludar a los presentes y mostrando gestos de cercanía y afecto, y rodeado de una veintena de miembros de la gendarmería vaticana.Imposición del Palio y entrega del Anillo del PescadorEl cardenal protodiácono, Dominique Mamberti, colocó sobre los hombros de Robert Prevost el Palio, una estola tejida con lana de ovejas y corderos con cinco cruces rojas, que simboliza al Buen Pastor que carga sobre sus hombros a la oveja perdida.
A continuación, le fue entregado el anillo del Pescador y colocado por el cardenal Tagle, que representa la autoridad apostólica de Pedro y lleva grabada su imagen con las llaves y las redes. En su interior aparece la inscripción León XIV. El Papa lo llevará hasta el final de su pontificado.León XIV ha recordado al Papa Francisco en varios momentos, al finalizar la eucaristía ha afirmado: “He escuchado la presencia espiritual del Papa Francisco que desde el cielo nos acompaña”.Homilía del Papa León XIVQueridos hermanos cardenales, hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático, hermanos y hermanas:
Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía San Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro. Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma San Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela!Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20).Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.
Carta del Arzobispo de Valencia
UN PAPA LLAMADO A CONFIRMARNOS EN LA FE Y A IMPULSARNOS A LA EVANGELIZACIÓN
El jueves 8 de mayo recibimos con alegría la noticia de la elección del papa León XIV como sucesor de Pedro en la sede de Roma y, por tanto, como nuevo pastor de toda la Iglesia. Durante estos días que han seguido a la elección hemos experimentado la alegría que siente el Pueblo de Dios por tener papa. Se trata de una alegría que no nace de una mayor sintonía en el pensamiento o una ilusión de que el nuevo papa tomará las decisiones que cada cual cree que son convenientes en este momento: es el gozo de saber que ya tenemos papa, independientemente de quién hubiera sido el elegido. Esta actitud es expresión de una fe sencilla y auténtica. Un nuevo papa despierta siempre en la Iglesia ilusiones y esperanzas en el Pueblo de Dios, que siente que el Espíritu, que habita en la Iglesia y la va conduciendo por los caminos de la historia, no la abandona. El sentido de fe pide un guía que, con su testimonio, su magisterio, su gobierno vivido desde la caridad y su misión santificadora conduzca a los creyentes hacia el Reino de Dios. Por ello, nuestra primera reacción debe ser vivir este acontecimiento con gratitud a Dios: un nuevo papa es un regalo de Dios a su Iglesia.
La fe nos pide vivir este momento histórico desde el deseo de fortalecer la unidad eclesial, y no desde categorías políticas o ideológicas, que nos llevan a analizar las acciones y las palabras del Sucesor de Pedro desde criterios que no nacen de una vivencia creyente del misterio de la Iglesia. Actualmente encontramos un pluralismo de espiritualidades, de pensamiento teológico y de métodos pastorales mucho mayor que en el pasado. Esto, si no nos aleja de la fe común y no rompe los vínculos de la caridad entre nosotros, es enriquecedor para todos. Sin embargo, con frecuencia no ocurre esto: la polarización nos lleva a situaciones en las diferencias llegan a ser irreconciliables. El ministerio del Obispo de Roma nos recuerda que la unidad del Pueblo de Dios se edifica sobre la confesión de fe de Pedro, sobre su magisterio y su gobierno. Debe ser, por ello, este momento debe ser una ocasión para que los católicos renovemos nuestra adhesión sincera al nuevo papa y a su magisterio. La unidad en torno a él es el único camino para que la Iglesia se mantenga firme en medio de las dificultades que tiene que superar en cada momento de la historia.
Roma no es únicamente la sede de Pedro. Es también la ciudad donde Pablo sufrió el martirio. En cierto sentido, el papa debe encarnar también en su persona el dinamismo evangelizador del Apóstol de los gentiles. La Iglesia no vive para sí misma, sino para anunciar el Evangelio. Pidamos a Dios que inspire al papa León XIV para que nos ayude a todos a encontrar nuevos caminos para el anuncio del Evangelio, y despierte en nuestros corazones un sincero deseo que todos conozcan a amen a Jesucristo y, de este modo, encuentren en Él el camino que conduce a Dios.
Que el Señor ilumine al papa León XIV para que en la vivencia de su misión nos ayude a centrarnos en Cristo, a vivir en comunión eclesial, a ser testigos del Evangelio y a amar a los pobres como lo hizo nuestro santo arzobispo Tomás de Villanueva que, como él, también perteneció a la orden de los agustinos.
†Enrique Benavent Vidal, arzobispo de Valencia.
UN PAPA CRIDAT A CONFIRMAR-NOS EN LA FE I A IMPULSAR-NOS A L’EVANGELITZACIÓ
El dijous 8 de maig vam rebre amb alegria la notícia de l’elecció del papa Lleó XIV com a successor de Pere en la seu de Roma i, per tant, com a nou pastor de tota l’Església. Durant estos dies que han seguit a l’elecció hem experimentat l’alegria que sent el Poble de Déu per tindre papa. Es tracta d’una alegria que no naix d’una major sintonia amb el seu pensament, o de la il·lusió que el nou papa prendrà les decisions que cada u creu que són convenients en este moment: és el goig de saber que ja tenim papa, independentment de qui haguera sigut l’elegit. Esta actitud és expressió d’una fe senzilla i autèntica. Un nou papa desperta sempre il·lusions i esperances en el Poble de Déu, que sent que l’Esperit, que habita a l’Església i la va conduint pels camins de la història, no l’abandona. El sentit de fe demana un guia que, amb el seu testimoniatge, el seu magisteri, el seu govern viscut des de la caritat i la seua missió santificadora conduïsca als creients cap al Regne de Déu. Per això, la nostra primera reacció ha de ser viure este esdeveniment amb gratitud a Déu: un nou papa és un regal de Déu a la seua Església.
La fe ens demana viure este moment històric des del desig d’enfortir la unitat eclesial, i no des de categories polítiques o ideològiques, que ens porten a analitzar les accions i les paraules del Successor de Pere des de criteris que no naixen d’una vivència creient del misteri de l’Església. Actualment trobem un pluralisme d’espiritualitats, de pensament teològic i de mètodes pastorals molt major que en el passat. Això, si no ens allunya de la fe comuna i no trenca els vincles de la caritat entre nosaltres, és enriquidor per a tots. Tanmateix, amb freqüència no ocorre això: la polarització ens porta a situacions on les diferències arriben a ser irreconciliables. El ministeri del Bisbe de Roma ens recorda que la unitat del Poble de Déu s’edifica sobre la confessió de fe de Pere, sobre el seu magisteri i el seu govern. Per això, este moment ha de ser una ocasió perquè els catòlics renovem la nostra adhesió sincera al nou papa i al seu magisteri. La unitat entorn d’ell és l’únic camí perquè l’Església es mantinga ferma enmig de les dificultats que ha de superar a cada moment de la història.
Roma no és únicament la seu de Pere. És també la ciutat on Pau va patir el martiri. En un cert sentit, el Papa ha d’encarnar també en la seua persona el dinamisme evangelitzador de l’Apòstol dels gentils. L’Església no viu per a ella mateixa, sinó per a anunciar l’Evangeli. Demanem a Déu que inspire al papa Lleó XIV perquè ens ajude a tots a trobar nous camins per a l’anunci de l’Evangeli, i desperte en els nostres cors un sincer desig que tots coneguen a estimen Jesucrist i, d’esta manera, troben en Ell el camí que conduïx a Déu.
Que el Senyor il·lumine al papa Lleó XIV perquè, en la vivència de la seua missió, ens ajude a centrar-nos en Crist, a viure en comunió eclesial, a ser testimonis de l’Evangeli i a estimar als pobres com ho va fer el nostre sant arquebisbe Tomàs de Villanueva que, com ell, també va pertànyer a l’orde dels agustins.
†Enrique Benavent Vidal, arquebisbe de València.