La parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, símbolo de reconstrucción material y espiritual Una corriente de solidaridad transformó el dolor en esperanza

La parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, símbolo de reconstrucción material y espiritual Una corriente de solidaridad transformó el dolor en esperanza

Cuando la fuerza del agua arrasó todo a su paso, Picanya se sostuvo en la fe, en las manos tendidas y en el consuelo compartido. Dejó destrucción, pero también pero también despertó una corriente de solidaridad que transformó el dolor en esperanza. En la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat, las heridas del barro se curan con escucha, con cercanía y con la certeza de que la comunidad, unida, puede volver a levantarse.

El párroco Joaquin Civera muestra los daños del agua

La DANA que azotó con fuerza la provincia de Valencia, se ensañó especialmente con Picanya. Atravesada por el barranco del Poyo fue una de las localidades donde los estragos de la fuerza del agua se hicieron más visibles dejando tras de sí un paisaje de calles anegadas, casas devastadas…y un templo herido. La vida se detuvo por unas horas, pero el latido de la solidaridad comenzó a escucharse casi de inmediato. Desde los primeros días, el pueblo se movilizó con una rapidez admirable: comercios, viviendas y espacios públicos fueron recuperando la normalidad poco a poco. Hoy, pasear por algunas de sus calles no revela el daño que se vivió entonces, aunque bajo esa apariencia serena quedan cicatrices invisibles.

En el corazón de esa reconstrucción, la parroquia de Nuestra Señora de Montserrat se convirtió en un punto de encuentro, consuelo y esperanza. Su párroco, Joaquín Civera, ha sido testigo directo del renacer de una comunidad que aprendió a sostenerse mutuamente cuando todo parecía perdido. “Antes de la DANA, Cáritas atendía a las familias más vulnerables”, explica. “Pero tras el desastre se sumó mucha gente que nunca habría imaginado verse en esa situación: pequeños comerciantes, vecinos que perdieron su casa o sus ahorros”.

El perfil de quienes acudían a la parroquia cambió, y con ello la forma de acompañarles. Las necesidades básicas dieron paso a otras más profundas y complejas. Muchas familias, tras reconstruir sus hogares o negocios, se vieron asfixiadas por préstamos y gastos imprevistos. “Hoy la necesidad es, sobre todo, económica, pero también espiritual y emocional. Hay personas que necesitan ser escuchadas, que alguien les diga ‘tranquilo, saldremos adelante’”, relata Civera.

Cáritas parroquial se ha mantenido como un pilar constante en este proceso, no solo repartiendo ayuda material, sino ofreciendo cercanía, escucha y consuelo. “No es algo tan simple como dar un kilo de arroz y despedirse”, relata el párroco. A veces la pobreza también es interior, una pobreza del alma, del desánimo.

Durante los días más duros, la solidaridad vecinal floreció con naturalidad. Cuando aún no llegaban los alimentos, los vecinos compartían lo que tenían. “No hubo miedo ni acaparamiento. La gente abría sus despensas y ofrecía lo que podía”, recuerda. Fue emocionante ver cómo se cuidaban unos a otros.

Una iglesia herida pero viva

El templo de Nuestra Señora de Montserrat es una de las iglesia más afectadas por la DANA. Las humedades y los hongos obligaron a trasladar las celebraciones durante siete meses al local cultural del pueblo. Solo el pasado 17 de mayo pudieron volver a abrir sus puertas.

El estado del edificio, sin embargo, sigue siendo grave. El Institut Valencià de Conservació, Restauració i Investigació (IVCR+i se ha hecho cargo de las principales tallas y retablos, enviando las obras más valiosas a distintos puntos del país como Castellón, Barcelona, Granada y Valencia para su restauración. Pero muchas imágenes menores quedaron irremediablemente dañadas: sin brazos, sin cabezas, sin posibilidad de arreglo. “Algunas habrá que retirarlas”, lamenta el párroco, “pero lo haremos con respeto, porque cada una de ellas tiene una historia”. Y a su vez recuerda que una de las esculturas de un ángel “destrozado” por el agua “fue entregado al papa Francisco” en memoria “de los que han muerto en esta inundación, en recuerdo de tantas familias que lo han pedido todo, en agradecimiento a todos los voluntarios que nos han ayudado”, tal y como expresó en aquel momento el vicario episcopal, Jesús Corbí.

El proceso de reparación avanza con paciencia. Primero, los altares, algunos de los cuales deberán desmontarse y reconstruirse por completo; después, las pinturas y la sacristía. Nada se hace deprisa, porque la humedad sigue viva en los muros y el tiempo se ha convertido en un aliado silencioso en esta restauración.

Fe, consuelo y comunidad

De todo lo vivido, Joaquín Civera se queda con el amor de su pueblo por su iglesia y por lo que representa. “El día de la reapertura fue emocionante. La gente lloraba al volver a entrar. Fue como recuperar un trozo de su propia vida”, recuerda.
La tragedia, paradójicamente, también transformó la mirada de muchos hacia la Iglesia. Vecinos que antes la veían con distancia o incluso desconfianza, ahora la reconocen como un pilar esencial en los momentos de necesidad. “Ver a la parroquia ayudando, en lugar de pidiendo, les ha roto los esquemas”, confiesa Civera.

Hoy, la parroquia sigue siendo un refugio donde la ayuda material se mezcla con la escucha, la esperanza y la fe. En Picanya, la DANA dejó heridas profundas, pero también enseñanzas duraderas: la fuerza de la comunidad, la importancia de acompañar el dolor ajeno y la certeza de que, incluso entre el barro, puede brotar la esperanza.



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