La fe entre las aguas: María Madre y Nuestra Señora del Pilar de Catarroja Las parroquias fueron testigo del milagro silencioso de la fe compartida

La fe entre las aguas: María Madre y Nuestra Señora del Pilar de Catarroja Las parroquias fueron testigo del milagro silencioso de la fe compartida

En Catarroja, las parroquias de María Madre y Nuestra Señora del Pilar fueron testigos de la fuerza devastadora de la DANA, pero también del milagro silencioso de la fe compartida. Entre el barro y el cansancio, surgió una marea humana que ayudó a limpiar, consolar y reconstruir. Hoy, la comunidad se sostiene en la certeza de que incluso tras la tormenta, Dios sigue abriendo caminos de esperanza.

Hace un año, el agua llegó sin aviso. No fue un invitado silencioso. En cuestión de minutos, el nivel subió de tal manera que arrasó una fuerza tan inesperada como implacable. La sorpresa inicial dio paso al silencio, al desconcierto… y después, a la tarea titánica de rehacer la vida desde cero. El caos se adueñó de los primeros días. Sin agua, ni luz…tan solo solo barro, oscuridad y desconcierto. Sin embargo, en la parroquia de María Madre de Catarroja, pronto se abrieron paso la organización y la ayuda. Con el impulso de otras comunidades de Valencia, se distribuyeron alimentos, linternas, botas, detergente… todo lo que hiciera falta para sobrevivir. Durante más de dos meses, las parroquias se convirtieron en centros de acogida improvisados, lugares donde lo urgente y lo humano se entrelazaban.

En la parroquia del Pilar, la situación fue más difícil: el sótano quedó completamente anegado, las salas destrozadas, y el nivel freático seguía subiendo. Pero también allí brotó un milagro: una marea de jóvenes voluntarios que acudieron desde distintos lugares, dispuestos a vaciar, limpiar, sostener. “Fue como si la marea de agua hubiese sido respondida por otra marea, esta vez de solidaridad”, resume el párroco José Vicente Alberola. Una gracia inesperada que convirtió el desastre en encuentro.

Del barro al consuelo

Con el paso de los meses, María Madre logró “reconstruirse” casi por completo, mientras que en El Pilar aún esperan los permisos para iniciar las obras. Pero más allá del daño material, lo que perdura es la huella emocional. Cuando hace unas semanas volvieron a sonar las alarmas meteorológicas, muchos vecinos sintieron un nudo en la garganta. Aún quedan heridas abiertas, sobre todo entre quienes vivieron momentos trágicos intentando salvar vidas o quienes perdieron todo lo que tenían.

El párroco reconoce que este tiempo está siendo, sobre todo, un periodo de acompañamiento psicológico y espiritual. “La fe nos da ese plus que permite mirar la realidad de otro modo”, explica. En medio del dolor, algunos han vivido un encuentro profundo con Dios, descubriendo que incluso en el vacío puede haber luz. “El Señor ha proveído donde no había nada . Ha abierto los corazones y nos ha desbordado con su ayuda”.

Entre los voluntarios de Cáritas parroquial, el sufrimiento también se sintió de cerca. Algunos de quienes solían atender a otros pasaron a necesitar ayuda. El cambio de rol fue duro, pero también revelador puesto que la acción de la caridad no tiene una sola dirección. Se comparte, se multiplica y regresa. Con los recursos disponibles, las parroquias han acompañado a las familias en la reparación de viviendas, coches y enseres. Poco a poco, el perfil de ayuda vuelve a estabilizarse, aunque todavía quedan hogares donde la DANA no ha terminado del todo.

La Iglesia, madre que acoge y reza

El sacerdote Jose Vicente Alberola en la parroquia El Pilar de Catarroja

En María Madre, la oración se convirtió en un refugio silencioso entre tanto ruido tal y como cuenta, visiblemente emocionado, José Vicente Alberola. Cuando por fin se pudo reabrir la capilla de Adoración Eucarística, muchos vecino, incluido policías, bomberos y voluntarios que ejercían su trabajo en la zona, se acercaron simplemente a sentarse, en silencio, ante el Santísimo. “Venían a tranquilizarse, a respirar”, recuerda Alberola. Y en ese silencio, la presencia de la Virgen y del Señor se hizo compañía.

Hubo un gesto que emocionó especialmente al párroco: al sacar la imagen de la Virgen para limpiar, la gente se acercaba a rezarle. Algunas lágrimas y algunas promesas. “Es en este momento cuando vemos claramente a Iglesia como Madre”. Porque antes, aunque ya lo era, su maternidad se hacía más visible en la acción de Cáritas, en la ayuda material. Pero durante aquellos días de barro y desconcierto, la Iglesia mostró su rostro más tierno: el de una madre que arropa, que sostiene y que no abandona a sus hijos.

Hoy, entre los muros de las parroquias de Catarroja, permanece viva esa certeza de que la fe no detiene las tormentas, pero enseña a navegar entre ellas.



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