Cuando la escuela se convierte en refugio Primer inicio de curso tras la DANA

Cuando la escuela se convierte en refugio Primer inicio de curso tras la DANA

Colegio Nuestra Señora del Socorro, de Benetússer. FOTOS «A. Saiz» / Delegación Medios Arzobispado Valencia

El 29 de octubre de 2024 la DANA que azotó con fuerza a Valencia dejó tras de sí calles anegadas, viviendas destruidas y familias marcadas por la pérdida. En aquellos lugares donde golpeó con más fuerza, Benetússer, Alfafar o Catarroja, se encontraban varios Colegios Diocesanos que, en cuestión de horas, vieron cómo el barro se llevaba muros, patios, mobiliario y, lo que es más importante, rutinas enteras. Sin embargo, la catástrofe no se llevó lo esencial. Allí donde la lluvia sembró caos, emergió la solidaridad de familias, profesores, alumnos y voluntarios. La fe y el compromiso educativo se convirtieron en las herramientas para reconstruir no solo edificios, sino también vínculos y esperanzas.

Hoy, casi un año después de aquel fatídico final del mes de octubre, los Colegios Diocesanos Nuestra Señora del Socorro de Benetússer, San Antonio de Padua II de Catarroja y María Inmaculada de Alfafar inician un nuevo curso escolar con las cicatrices aún visibles, pero también con una certeza renovada: que la misión de educar desde la mirada del Evangelio se fortalece en la adversidad.

Lo vivido ha dejado huellas profundas, pero también una enseñanza que comparten directores, docentes y familias, y es que cuando la comunidad camina unida, ni siquiera la peor tormenta puede quebrar la esperanza.

La DANA dejó en Benetússer un paisaje desolador. El agua y el barro arrasaron viviendas, calles y espacios de vida comunitaria, y el colegio se convirtió de la noche a la mañana en símbolo de dolor, pero también de esperanza.

“No estábamos preparados para algo con tanta magnitud”, recuerda la gerente de Nuestra Señora del Socorro María José Rodríguez. La particularidad este centro escolar de contar con dos edificios separados por varias calles permitió, sin embargo, que en menos de un mes se pudiera retomar la actividad: “Lo más importante era dar apoyo a las familias, más allá de los alumnos. Los niños necesitaban un lugar donde estar tranquilos, sin estar sumidos en esa realidad tan caótica”.

En el edificio de la calle Cervantes, al que acuden los alumnos de Secundaria y Bachillerato, la planta baja se vio anegada de agua y de igual manera quedaron afectadas el aula de Arte, que está en semisótano y la de Idiomas.

El centro escolar de Primaria estaba seriamente dañado. La fuerza del agua destruyó por completo la entrada y el muro perimetral y arrasó prácticamente la planta baja
La llegada a las instalaciones tras la tormenta fue devastadora. Amparo Sánchez, directora de Secundaria y Bachillerato no duda al describir la escena. “Cuando llegamos el primer día fue triste, no sabías cómo iba a ser. Pero al día siguiente dijimos: no, esto hay que levantarlo. El cole es un edificio que ha de permanecer estoico”. Lo prioritario fue la acogida: “Los primeros días no dimos clase: les dimos un espacio para expresarse, hablar, relajarse. El cole debía ser un refugio”.

También la directora pedagógica de Infantil y Primaria y 1º y 2º de la ESO, Bárbara Torregrosa, vivió en carne propia la tragedia: “Yo a nivel personal perdí mi casa y casi pierdo mi empleo, porque el cole estaba completamente destruido, con muros caídos y coches dentro de las aulas”. Pese a todo, la reacción comunitaria fue inmediata: “Se llenó el colegio de familias, alumnos mayores, militares y voluntarios. Todos arrimaron el hombro. Planteamos fases de reconstrucción y poco a poco lo fuimos levantando. Sin las donaciones recibidas no hubiera sido posible”.

El párroco titular, Jesús Cervera, recuerda cómo la capilla del colegio se convirtió en el corazón solidario: Fue un punto de recogida de todas las donaciones que llegaban de particulares y empresas. Allí se hizo patente la solidaridad, no solo como ayuda material, sino como un gesto de fraternidad real. Desde el economato de Cáritas Parroquial y gracias a decenas de voluntarios, la ayuda llegó a las familias más golpeadas: En medio de tanta pérdida, vieron cómo la esperanza se encarnaba en gestos concretos. La comunidad respondió unida, demostrando que el Evangelio se hace vida en la solidaridad.

El colegio no se reconocía

Profesores y equipo directivo de San Antonio de Padua II de Catarroja

Para Raquel Hernández, directora del Colegio Diocesano San Antonio de Padua II Catarroja, la memoria del 29 de octubre sigue siendo dolorosa: “La vida nos cambió en un abrir y cerrar de ojos. A muchas personas no solo se les fueron cosas materiales, también seres queridos de los que no se pudieron despedir”.

La imagen fue desoladora: “La valla desapareció, los patios se convirtieron en cementerios de coches. Todas las dependencias de la planta baja —aulas de Infantil, comedor, laboratorio, despachos, baños— quedaron arrasadas por el barro. No reconocíamos el colegio”.

Y sin embargo, en medio del caos llegaron apoyos inesperados. “Todo ese caos se llenó de ángeles llegados de muchos sitios, cercanos y lejanos. Han permanecido a nuestro lado todo este tiempo”.

“Después de 8 meses, llegamos al final de un curso que como os podéis imaginar no ha sido, ni mucho menos, uno más. Ha sido un año marcado por la incertidumbre, por decisiones que nos han tocado de cerca, por alguna despedida, reajustes y un proceso muy complejo, una DANA, que no solo ha afectado a la estructura del colegio, sino también y no menos importante, a nuestras emociones, nuestras rutinas y, en muchos casos, nuestras certezas”.

Después del descanso de este verano “nos encontramos con más fuerzas, y con muchas heridas sanadas para mirar al futuro con serenidad y poder retomar un inicio de curso con más fuerza. Creo que pese a muchos momentos de desavenencias, fruto de todo este caos, ahora, cerca de cumplir un año de este fatídico día, estamos más unidos y sobre todo más conscientes del valor que tiene nuestra labor y puede que más fuertes en nuestra vocación. Porque lo que no cambia –ni cambiará– es nuestra misión como educadores: amar, acompañar, formar y cuidar a nuestros alumnos desde la mirada del Evangelio. Porque si algo hemos aprendido es que existen personas maravillosas que se han preocupado y por lo tanto se han ocupado de que hayamos podido reconstruir el colegio y por lo tanto seguir con nuestro sueño de educar y guiar a los jóvenes. Ese debe seguir siendo nuestro pilar, nuestro horizonte y nuestra esperanza. Es el plan que Dios ha tenido para cada uno de nosotros”.

Raquel no puede olvidar la labor de muchísimas personas y como no de todas las familias “que nos han acompañado sin protestas ni quejas, solo demostrando que al final, cuando todos lo perdemos todo, solo queda la persona y ahí no hay diferencias, todos somos iguales.”

Tras meses de incertidumbre, Raquel mira al presente con esperanza: “Este año lo afrontamos con muchísima ilusión y con la certeza de que Dios no nos ha abandonado, somos las personas las que nos alejamos o no de él y damos gracias por rodearnos de personas que siguen nuestro mismo camino repartiendo ilusión y amor”.

Reconstrucción más allá de lo material

Equipo directivo de Alfafar

El curso pasado también fue especialmente duro para la comunidad educativa del Colegio Diocesano María Inmaculada de Alfafar. Carmina Guerola, titular-gerente del colegio, recuerda: “Las devastadoras consecuencias de la DANA no solo dañaron nuestras instalaciones, sino que también pusieron a prueba nuestra capacidad de adaptación, nuestra solidaridad y nuestra fortaleza. Pero el espíritu del colegio y nuestra confianza en Dios se mantuvieron firmes”.

La reconstrucción abarcó tanto lo visible como lo intangible: “Hemos renovado espacios y mobiliario, sí, pero también lazos, valores y proyectos que nos identifican. El personal dio el 200% de su capacidad, afrontando limpiezas, mudanzas y obras, además de su labor diaria. A ellos les debemos un reconocimiento profundo”. Y asegura que “este curso, más que nunca, apostamos por una educación personalizada, inclusiva y centrada en el bienestar de todos”.

Hoy las mejoras son motivo de ilusión: nuevas gradas en el patio, biblioteca renovada, mobiliario infantil y paredes recién pintadas. Entre los proyectos que más simbolizan este renacer destaca el huerto escolar inclusivo. “Con la ayuda de distintas entidades colaboradoras, se está poniendo en marcha un proyecto de huerto escolar inclusivo que representa el cuidado de la casa común, la cooperación del alumnado y el aprendizaje compartido. En él, queremos que cada planta que brote sea el testimonio de nuestra resiliencia y de la vida que sigue adelante”.

A punto de cumplirse un año de la tragedia, reconoce que “quedan muchas cosas por hacer y, por desgracia, seguirán apareciendo signos de la DANA en nuestras instalaciones, pero somos una comunidad luchadora y optimista, por ese motivo queremos conmemorar este aniversario no desde el dolor, sino desde la gratitud y el compromiso. Porque lo vivido nos ha enseñado que, cuando caminamos juntos, somos capaces de superar cualquier adversidad”.

“Este nuevo curso es, para el colegio María Inmaculada, una oportunidad para seguir creciendo, aprendiendo y soñando. Y lo haremos, como siempre, con el corazón abierto y la mirada puesta en Dios y en el mejor futuro para nuestros alumnos”.



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