Ancianidad, “sinónimo de experiencia, sabiduría, memoria, raíces, entrega, afecto…” Laura García Garcés, doctora en Bioética y directora del Departamento de Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera (CEU UCH)

Ancianidad, “sinónimo de experiencia, sabiduría, memoria, raíces, entrega, afecto…” Laura García Garcés, doctora en Bioética y directora del Departamento de Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera (CEU UCH)

Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2024 se registró un nuevo máximo histórico: hay 142 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16. Además, la esperanza de vida ha aumentado y se sitúa en una media de 83 años. ¿Cuál es la realidad de las personas mayores? ¿Cuándo se considera a una persona mayor? ¿Están cuidadas por la sociedad?A estas preguntas nos responde Laura García Garcés, doctora en Bioética y directora del Departamento de Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera (CEU UCH).

Vivimos en una sociedad con cada vez personas más mayores debido a la caída de la natalidad y a una mejora de la salud. ¿Cuál es la realidad de las personas mayores hoy? 

En mi opinión, la realidad de las personas mayores va a estar muy condicionada al estado de salud, el soporte familiar y los ingresos económicos. Sin embargo, en muchos casos, el cumplimiento de años se acompaña de comorbilidad y dependencia. Las múltiples patologías y alteraciones de la salud que experimenta la persona van menoscabando sus capacidades y mermando su autonomía. En otras ocasiones, las personas envejecen de forma saludable, pudiendo mantenerse activos física y social-mente, capaces de llevar una vida independiente. En el primer tipo de ancianos, los recursos familiares y económicos serán factores determinantes para poder recibir los cuidados y atenciones necesarias que le permitan vivir en condiciones acordes a su dignidad. 

¿Cuándo se puede hablar de personas mayores? ¿A partir de una determinada edad? ¿Hacerlo es una for-ma de discriminación? ¿Es peyorativo?

Tradicionalmente, se ha establecido que persona mayor es aquella que tiene más de 65 años. Sin embargo, este criterio va perdiendo valor en favor de otros que, junto a la edad, resultan ser relevantes en el envejecimiento, como es la fragilidad, la multimorbilidad y la dependencia. Bajo mi punto de vista, hablar de persona mayor no es una forma de discriminación, ni un adjetivo peyorativo, sino todo lo contrario. La ancianidad es sinónimo de experiencia, sabiduría, memoria, raíces, entrega, afecto… Cuando cierro los ojos y pienso en mis abuelos, una amplia sonrisa se dibuja en mi rostro y emanan sentimientos de gratitud y amor. ¡Cuántas veces recuerdo sus enseñan-zas, esas frases que me repetían sin descanso y que no supe valorar suficientemente hasta hacerme mayor! 

¿Cuál debe ser el papel de las personas mayores en nuestra sociedad? ¿Qué debe hacer la administración pública en favor de ellos?

Laura García Garcés, doctora en Bioética y directora del Departamento de Enfermería de la Universidad CEU Cardenal Herrera (CEU UCH)

El papel de las personas mayores en nuestra sociedad debe ser reconocido y valorado, no solo por lo que han hecho en el pasado, sino, porque son personas. Y toda persona, independientemente de la edad, el estado de salud, las capacidades y la contribución o el gasto que pueda hacer a la sociedad, merece que se le reconozca la dignidad que le pertenece. Además, los ancianos tienen el papel fundamental de poner de manifiesto la condición frágil y mortal del ser humano en medio de una sociedad que se esfuerza por evitar y ocultar esta condición. Son siempre ejemplos de vida, unas veces de vidas a imitar y otras a evitar, pero sabiduría para quien quiera adquirirla. 

En relación a la segunda pregunta, en mi opinión, la administración pública tiene la responsabilidad de proteger y promover los derechos de las personas mayores. En estos momentos quedan muchas cosas por hacer. Algunas de las medidas que sería necesario emprender es la adaptación del sistema sanitario a las necesidades del anciano, fomentando la asistencia domiciliaria, la creación de unidades de geriatría y la formación de un número de especialistas, médicos y enfermeras, acorde a la proporción de personas mayores en cada comunidad. 

Por otra parte, es necesario que se defiendan políticas de conciliación familiar para la atención de los mayores, no solo para el cuidador principal, sino para todos los miembros de la familia que puedan colaborar en su cuidado. Además, se debe proporcionar formación a los cuidadores y familiares, y ayudas económicas para favorecer que la persona mayor permanezca en el hogar.

Por último, resulta crucial que las personas mayores sin soporte familiar reciban la atención que necesitan, sin que en ningún caso se sientan abandonados o des-cuidados. Para lograrlo hay que promover un adecuado servicio de ayuda a domicilio con asistencia personal, doméstica, emocional y social en la casa del anciano. Habilitar plazas públicas en centros de día y residencias con una exigente normativa respecto a las ratios cuidador/residente para garantizar que la atención sea acorde a la dignidad de la persona que la recibe.

¿La sociedad les da posibilidad de una vida, plena, fructífera? ¿Estamos ante una sociedad del “descarte” como definía Francisco también en este sentido?

Antes de entrar de lleno en esta pregunta tengo que decir que tengo el pleno convencimiento de que se puede vivir una vida plena, feliz y fructífera en una cama, siendo completamente dependiente porque, como diría Santa Teresa, solo Dios basta. Verdaderamente es la presencia de Dios en medio de nosotros la que nos confiere una vida plena, y su gracia, la que consigue que sea fructífera.

Hecha esta apreciación, diré que nuestra sociedad posibilita una vida “plena”, entendida con miras humanas, a la persona mayor que envejece de forma saludable e independiente. Ocio, cultura, viajes, descuentos… La oferta es enorme para un jubilado robusto y con las capacidades cognitivas preservadas. Sin embargo, este escenario empieza a ensombrecerse cuando la persona mayor está enferma, y se oscurece por completo si aparece la dependencia. En estas condiciones, es la familia, los amigos y la comunidad cristiana, las que pueden devolver la luz. Nuestro sistema no está preparado para cuidar y atender a las personas de forma indefinida. Una parte de la sociedad, se posiciona por descartar a todos aquellos que “no contribuyen” y que generan un gasto económico im-portante, entre ellos, muchos ancianos.  Otra parte, pensamos que cuidar del desvalido, invertir dinero, tiempo y esfuerzo en dignificar y amar la vida anciana, enferma y dependiente, es lo que nos identifica como humanos. 

¿Es preocupante la soledad de los mayores?

Sin duda alguna. Vivimos en una sociedad que nos empuja al ensimismamiento y al egoísmo. Piensa en ti, cuídate, dedícate el tiempo que te mereces, haz lo que te apetezca, disfruta… Todos estos mensajes se repiten constantemente y van penetrando en nosotros. Cuanto más centrados estamos en nosotros mismos, más alejados estamos de los demás y más difícil nos resulta entregar la vida y nuestro tiempo. Pasa la vida y, sin darnos cuenta, estamos sumidos en una profunda soledad. Cuando eres joven, con obligaciones y trabajo, esta soledad puede quedar velada por el bullicio de la fiesta, las actividades y las personas que nos rodean, pero cuando llega la vejez y la vida se va desacelerando, la soledad se hace presente con toda su intensidad.



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