04 Oct Al servicio de la Pastoral de la vocación en las vocaciones Ponencia de Mons. Luis Argüello en el Encuentro Diocesano de Vocaciones
“Maestro, ¿qué de hacer de bueno para obtener la vida eterna? … Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres y, luego, ven y sígueme (Mt 19, 15-21)
“El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.”
Concilio Vaticano II (GS 24)
“¿Para quién soy yo?”. “Eres para mí, pues yo te creé porque te amo. Y eres también para los demás, pues puse en ti muchas cualidades, dones y carismas que son para los otros”. (Cf. Christus vivit 286)
En la comunidad cristiana, todos los bautizados están enriquecidos con dones para compartir, cada uno según su vocación y condición de vida. Las diferentes vocaciones eclesiales son, de hecho, expresiones múltiples y articuladas de la única llamada bautismal a la santidad y a la misión. La variedad de carismas, que tiene su origen en la libertad del Espíritu Santo, tiene como finalidad la unidad del cuerpo eclesial de Cristo (cf. LG 32) (Documento Final del Sínodo nº 57)
I.- EL EVANGELIO DE LA VOCACIÓN
1º El Congreso vocacional: una fiesta del Espíritu
Hace cinco años las Iglesias que caminan en España fuimos convocadas con el lema: “Pueblo de Dios en salida” y reflexionábamos sobre la salida misionera a la que el Espíritu convoca al Pueblo de Dios, cada uno con su propia vocación, pero todos juntos formando el Pueblo santo de Dios. “La misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, ni un adorno que pueda quitarme, no es un apéndice, ni un momento entre muchos de la existencia. Es algo que no puedo erradicar de mi ser si no quiero destruirme. Soy una misión en esta tierra y por eso estoy en este mundo” (Evangelii gaudium/EG 273). Según el papa Francisco un nexo profundo une misión y vocación. Aunque estas palabras expresan realidades distintas, es tal su nexo de unión, que en muchas ocasiones parecen palabras intercambiables. Por eso podemos decir que una Iglesia misionera es una Iglesia vocacional y que una Iglesia vocacional es una Iglesia misionera.
El nexo entre misión y vocación estuvo presente en el último Sínodo de los Obispos donde se reflexionó sobre el tema “por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. En la base de la sinodalidad hay una concepción dinámica del Pueblo de Dios, sujeto de la vocación universal a la santidad y a la misión, que camina hacia el Padre, siguiendo a Jesús, impulsados por el Espíritu Santo. En la vida sinodal de la Iglesia, que es comunión y participación, los carismas son dones del Espíritu para caminar juntos y construir juntos comunidad. Esto anima a valorar todos los carismas y ministerios y a alentar todas las vocaciones.
Desde Pentecostés sabemos que el Espíritu Santo reparte entre el pueblo de Dios dones, ministerios y carismas; envía a la Iglesia a la misión universal; incendia el mundo con el fuego de la alegría. Hemos vivido una fiesta del Espíritu porque hemos experimentado que toda vocación cristiana, asumida y entregada, es un mensaje de alegría para la Iglesia y para el mundo, un mundo que en ocasiones muestra un rostro avocacional o incluso anti-vocacional. En Pentecostés la Iglesia se presentó con un rostro vocacional por la recepción de los dones del Espíritu y mostró su rostro misionero por la acogida del mandato a extender el Reino. En Pentecostés el Espíritu suscita diversas vocaciones y envía a la misión.
Dios llama por amor y su llamada envía a extender el amor. La llamada de Dios que toca nuestro corazón se sustancia en un mandato. Lo podríamos decir de muchas maneras: el amor es la fuente de donde brota la llamada y es el mandato que hemos recibido. En esencia la misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza.
2º El evangelio de la vocación
La clave del ser llamado es el ser amado. Un amor que nos trae a la existencia, que nos regala la vida de manera incondicional. La vida es don. Y esa es la primera vocación que recibimos: la existencia. Vocación que es universal, de todos.
Y habría una segunda vocación universal: a la “dicha”. No se nos da la vida para arrastrarnos por la existencia sino para llenarla de sentido, de VIDA, de santidad. La llamada que recibimos consiste en vivir en plenitud. Y la vida plena no es otra cosa que la santidad. Nuestra vocación es una llamada a la santidad. “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” LG 11).
Nuestro ser más íntimo está en ser don, lo cual hace referencia al Dador, sobre el que se funda nuestra existencia. Por tanto, la vocación no es un extra a lo que somos, no es un añadido a la estructura antropológica fundamental, es lo que somos: “Somos vocación”. Tiene que ver más con el SER que con el HACER. La vocación aúna la identidad y la misión; el ser, el amar y el hacer.
Dios nos “primerea”, Él es el que llama y toma la iniciativa de darnos la vida, de llamarnos al seguimiento, etc. El Señor crea y ama llamando, y a poco que afinemos los oídos del corazón, descubrimos en el amor de Dios una llamada.
Algunos rasgos o características que nos ayuden a entender mejor la vocación:
- Es algo que se recibe, y no que uno se da.
- No es una autorrealización (como dicen los libros de moda) sino una hetero-realización en la que Dios tiene la iniciativa en un proceso de relación con Él.
- Se convierte así en horizonte de sentido hacia el que dirigir la vida.
- Marca la dirección de mis decisiones que se van viviendo con gozo.
- Ha de concretarse en una respuesta. Tiene carácter personal y dialógico, de manera que es don, pero también tarea a realizar y pide concreción. Sin respuesta no hay vocación plenamente asumida. Es «el entramado entre elección divina y libertad humana».
Toda vocación nace en Dios, en un contexto, para el mundo. Toda vocación es un don. El don no se merece, sino que se acoge. El don no se conquista, sino que se agradece. El don no se entierra, sino que se entrega.
3º Del anuncio del kerigma de la vocación a la elaboración de una respuesta con la propia vida.
La vida como don encuentra su sentido en aceptar convertirse en un bien que se dona. Descubrir la propia vocación es, en el fondo, pasar a percibir como proyecto y tarea lo que se ha descubierto como don, dando un significado a todo lo que se hace y haciendo brotar las mejores capacidades de sacrificio y entrega.
Vivimos nuestra vocación con esos dos polos: el Dios que nos llama, y el mundo al que somos enviados y que gime con ansiosa espera de la manifestación de los hijos de Dios.
En resumen, que la vida es vocación y que la dicha pasa por saberse donación, es de todos y para todos. La respuesta se concreta en los diferentes estados de vida y misión que son las vocaciones específicas de cada persona.
II.- UNA PROPUESTA CONTRACULTURAL
4º Este fundamento hoy es profundamente contracultural
La realidad que nos rodea no es de falta de curas y monjas, sino de falta de vidas entendidas y vividas como vocación. En todos los ámbitos, en el familiar, en el profesional, en la Iglesia, lo que está en crisis es la “vida entendida como vocación”. Es una crisis antropológica, de comprensión de lo que somos. Por eso se puede decir que el paradigma actual es el de “personas sin vocación”, porque corresponde a cada uno darse un propósito, arreglarse un sentido. De modo que lo “vocacional” se reduce a una mera elección donde cada uno pone sus “reglas” y hace un ejercicio autónomo de, simplemente, optar. Esta situación tiene diferentes causas:
- Por un lado, la exacerbada búsqueda de libertad, propia de la modernidad, que quería a toda costa generar sujetos autónomos e independientes. Ha sido un proceso de “sobredimensionamiento” de la libertad, reduciéndola a su dimensión negativa (que nada ni nadie te oprima ni limite, que lo puedas todo y no tengas que renunciar a nada ni cerrar ninguna puerta…), a expensas de olvidar su dimensión positiva basada en la capacidad de cumplimiento del propio ser en el amor y en la responsabilidad.
- Los elementos antropológicos esenciales para la vocación están en crisis. Los jóvenes carecen de herramientas básicas para la vida, desconocen la “gramática elemental” de la existencia.
- Existe una gran confusión sobre el significado y vivencia de la sexualidad.
- Si el paradigma de hoy sitúa en el centro la libertad y la búsqueda de bienestar que se convierten en el foco de toda decisión. De manera que no hay cabida al amor, centro de un paradigma vocacional.
- En una sociedad que prima la eficacia y la utilidad por encima de todo, se debilita cualquier búsqueda del bien común.
En la Iglesia, ¿acaso no caemos tantas veces en una pastoral de valores más que de encuentro y escucha de Dios, en la que la vida cristiana termina siendo una pastoral que reduce la vocación a una mera opción con criterios sentimentales o afectivos, sin apertura a la transcendencia y con escasa responsabilidad respecto a la vida propia o ajena?
III.- CULTURA VOCACIONAL
5º Las diferentes vocaciones son el rostro concreto de la Vocación y la concreción de la respuesta. Reciprocidad y complementariedad entre las vocaciones.
No podemos hablar de vocación sin vocaciones y no tienen sentido las vocaciones sin vocación. La vida como vocación, en las vocaciones, no es una respuesta en una decisión aislada, sino un camino. Si bien la vocación específica es la voluntad de Dios sobre la vida de la persona, toca huir de una concepción pasiva y mecanicista de la existencia, como si Dios manejase unos hilos imaginarios y nosotros fuéramos marionetas que tenemos que “acertar” con el movimiento, de modo que en cada decisión nos jugamos acertar con la respuesta. La vocación no se impone como un destino que padecer ni como un guion ya escrito, sino que es una oferta de gracia que reclama la interpretación libre y creativa, el discernimiento.
Algunas pistas para acompañar el discernimiento:
- Aceptar la vida y la vocación como proceso dinámico, donde la elección se va continuamente actualizando al enfrentar las novedades que trae el paso del tiempo y los distintos contextos.
- El lugar principal para su escucha está en la relectura de experiencias pasadas, donde se descubre dónde y cuándo de la propia vida estuvo Dios llamando. No es tanto una cuestión de “pistas” para descubrirla como de “huellas” -llenas de sentido y dicha- para reconocerla.
- La vocación es parte de la estructura antropológica fundamental. Por tanto, no es un apéndice de un proceso de maduración o de profundización en la fe. No es la “guinda del pastel” que culmina el proceso constitutivo de un sujeto o que solo algunos son capaces de alcanzar. Sino que es constitutiva del ser, es principio unificador, es el eje entorno al cual se integran todas las dimensiones de la persona. Por eso, frente al miedo a que la vocación nos pida ser “algo distinto a lo que somos”, es lo que realmente encarna nuestros anhelos más hondos, lo que saca el yo más auténtico, lo que me hace ser el “yo más yo que yo puedo ser”.
- Toda vocación posee una dimensión comunitaria, en un doble sentido: lo eclesial y lo misional. La Iglesia no es un elemento más, sino que posee una dimensión genética de la propia vocación para el tejido de la vida cristiana: su historia, su experiencia, su sinodalidad, y sus necesidades, la convierten en criterio e instancia última para la “verificación” de toda vocación.
- Apunta al “para siempre”. La vocación tiene carácter de perpetuidad pues el amor en su entraña esconde una dinámica que apunta a lo eterno. Un amor con condiciones o “temporal” no es amor. Que la vocación sea proceso no excluye la definitividad del Sí.
- Es muy necesario educar en el significado esponsal del cuerpo.
- Por último, diría que la vocación no es evidente. Hay quienes buscan y no encuentran. Pero esto no es debido a que brille poco, sino a que otras “luces” de nuestra sociedad nos distraen, y otros “ruidos” apagan la voz de Aquel que nos llama. Por eso se hace tan importante el trabajar por una cultura más vocacional, para ayudar a tantos a escuchar.
6º Una cultura vocacional
Como hemos expresado en el diagnóstico, la crisis vocacional (al igual que la crisis en la transmisión de la fe) no nace de la ruptura local o puntual de “un eslabón” de la cadena, sino que se trata de una ruptura sistémica y funcional.
No podemos, por tanto, abordar esta situación desde una única perspectiva, sino que al tratarse de una ruptura múltiple ha de trabajarse desde múltiples ámbitos, es decir, creando un ecosistema, una cultura, un humus, donde las personas descubran qué hacer con su vida persiguiendo un sentido y plenitud que no alcanzarían por otros caminos, escuchando la llamada del Señor y asumiendo lo radical y exigente de toda vocación y estado de vida. Se trata de crear una cultura que:
a) ayude a entender e interiorizar que somos vocación,
b) ayude a escuchar esa llamada concreta y específica para cada uno, y
c) genere sujetos capaces de responder a la misma.
Es tarea multidimensional. Crear una cultura vocacional pide repensar el lenguaje y las prácticas de nuestras comunidades e instituciones.
Toda actividad eclesial ha de ser “vocacional”, es decir, ha de ayudar a toda persona a escuchar la llamada, a poner sus dones al servicio de las necesidades del mundo con vidas comprometidas, acompañando la respuesta a la invitación del Señor a seguirle y ser enviada en misión: “Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos” (Mc 6, 8). Dado que la misión no es nuestra, sino de Cristo, solo podemos crear esta cultura y ayudar a otros estando muy unidos a Él. Él es quien llama a vivir con Él y como Él.
Por un lado, es necesario crear esta cultura vocacional en sentido amplio, por otro, promocionar y trabajar por cada vocación específica, aprendiendo a amar y valorar todas no sólo como posibles, sino como plausibles. Dicha cultura se adquiera por “contagio”, -interioriza y normaliza- que la vida es vocación, que lo honrado en la vida es intentar escuchar a qué le llama Dios, y adquiera las virtudes sólidas necesarias para poder responder y perseverar en su vocación.
Algunos elementos clave como:
- Toda vocación brota de la amistad con Jesús.
- Los procesos de iniciación cristiana y la educación cristiana.
- La interioridad como capacidad de hacer silencio y de escucha.
- Experiencias que pongan el corazón de la persona en contacto con la gracia.
- Experiencias capaces de despertar preguntas que vayan ganando en hondura. Desde el “¿qué quiero hacer?” para llegar al “¿qué quiere Dios de mí?” o el “¿Para quién soy yo?”; unidas al acompañamiento y discernimiento como herramientas clave.
- La Iglesia, asamblea de llamados, como el lugar en el que han de discernirse las vocaciones,
En resumen: El Congreso nos ha ayudado a crecer en la conciencia de que la vida es don recibido y está llamada a ser don para otros; crecer en fidelidad a la propia vocación específica, como medio para la renovación de la Iglesia, valorando la complementariedad y reciprocidad de todas ellas como necesarias para mostrar al mundo el Cristo total, y ayudarnos unos a otros en nuestro peregrinar.
7º La Iglesia es una familia vocacional
Gracias al Espíritu formamos un pueblo vocacional al que pertenecemos todos los creyentes: laicos, matrimonios, consagrados, pastores. Todos, cada uno según su propia vocación, hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad. La Iglesia es el lugar donde Dios llama y donde Él se muestra. Somos una familia vocacional que tiene su raíz en el misterio de Dios trinitario. Somos familia porque inspirados en Dios nuestras relaciones son fraternas, llenas de cuidados y de amor. Somos familia vocacional porque atentos a la llamada del Espíritu favorecemos la acogida, florecimiento y maduración de todas las vocaciones eclesiales.
Somos una familia vocacional gracias al bautismo. El bautismo es la raíz de la vida cristiana, la puerta de entrada de la vida en Cristo, la marca de vida en Jesús con la que se nos ha ungido. Por el bautismo todos los bautizados tenemos igual dignidad.
En esta familia vocacional que es la Iglesia todos tenemos una misma vocación cristiana, pero al mismo tiempo todos tenemos una vocación particular que consiste en el modo propio de ser persona y de ser cristiano en la Iglesia y en el mundo. En realidad, la vocación personal que recibimos cada uno de los cristianos enriquece a todos. Ninguna vocación se comprende en sí misma, sino que hay que entenderla en armonía con las demás. Es como si entonáramos una sinfonía vocacional donde cada vocación ocupa un lugar concreto en el hermoso canto de alabanza a Dios que entona la Iglesia.
- Feliz seas Iglesia por tus laicos. El laico es un bautizado que, en virtud de su vocación, forma parte del Pueblo de Dios, le es propio el sacerdocio común, y late en su corazón la caridad cotidiana en el mundo, caridad política, y en los matrimonios, caridad esponsal.
- Feliz seas Iglesia por tus sacerdotes. Queremos dar gracias a Dios por la vocación sacerdotal. Queremos dar gracias a Dios por nuestros obispos, sacerdotes y diáconos. En la vocación sacerdotal está Jesús en el “por nosotros”, mediación sacramental a través de la que el Señor acompaña el caminar del Pueblo santo. En el corazón sacerdotal late el amor del buen pastor y decimos su caridad es pastoral.
- Feliz seas Iglesia por los consagrados. Queremos dar gracias a Dios por la riqueza de la vocación consagrada. Queremos dar gracias a Dios por los religiosos y religiosas, monjes de monasterios, vírgenes consagradas, institutos seculares, nuevas formas de Vida Consagrada. La vida religiosa tiene un valor de signo porque prefigura los bienes del cielo, dando testimonio de la vida eterna, proclamando la trascendencia de Dios, y la vida configurada con Cristo. En el corazón late un amor que llamamos caridad perfecta.
Todos necesitamos de todos. Lo que lleva a conocernos, valorarnos, apoyarnos y complementarnos. ¿Qué podemos hacer los laicos para que haya buenas vocaciones consagradas y sacerdotales? ¿Qué podemos hacer los consagrados y sacerdotes para que haya buenas vocaciones laicales? ¿En qué nos podemos ayudar unos a otros para fomentar las otras vocaciones?
IV PROPUESTAS PARA EL SERVICIO DE PASTORAL DE LA VOCACIÓN
8º De los sueños a los retos: discernir el camino
¿Qué retos se nos presentan para ser un pueblo vocacional? ¿Cómo podemos crecer como Iglesia misionera y vocacional? ¿Cómo hacer que la pastoral vocacional nos ayuda a afrontar el futuro? ¿Cómo alentar, acompañar, vocaciones laicales, sacerdotales y religiosas?
- Para poder pasar de los sueños a los retos es fundamental ejercitar el discernimiento. Este se fundamenta en la convicción de que Dios habita y actúa en la historia cotidiana y en las personas. Y, porque Dios no está ocioso, sino que está trabajando, la misión de la Iglesia “es hacer posible que cada hombre y cada mujer encuentre al Señor que ya obra en sus vidas y en sus corazones” (Documento Final del Sínodo de los jóvenes
- Pedir al dueño de la mies… En realidad, ser una Iglesia vocacional es un reto que nos supera. No está en nuestras manos, pero si está en nuestras manos pedir al dueño de la mies que mande buenas vocaciones para la misión. “Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies»” (Mt 9,35-38).
- Volver a acoger la llamada y reavivar la inquietud por el Evangelio frente a la desilusión. Decía el santo Padre en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa en la última JMJ: “Cuando uno se va acostumbrando y se va aburriendo y la misión se transforma en una especie de «empleo», es el momento de dejar lugar a esa segunda llamada de Jesús, que nos llama de nuevo, siempre. Nos llama para hacernos caminar, nos llama para rehacernos… No es tiempo de detenerse, no es tiempo de rendirse, no es tiempo de amarrar la barca en tierra o de mirar atrás; no tenemos que evadir este tiempo porque nos da miedo y refugiarnos en formas y estilos del pasado. No, este es el tiempo de gracia que el Señor nos da para aventurarnos en el mar de la evangelización y de la misión”.
- Vivir gozosamente la propia vocación y fomentar una cultura vocacional
La cultura vocacional se caracteriza por el anuncio del Evangelio, la entrega de una antropología cristiana, la vida entendida como llamada y servicio, donde prevalece la apertura y no la autorreferencialidad. La cultura vocacional es una cultura capaz de acoger la vida como un don que hay que recibir y agradecer, una cultura que se opone a la soberbia de quien quisiera hacerse a sí mismo y no depender de nadie, una cultura que no piensa en la tierra como una fuente de ingresos sino como un don que hay que cultivar y respetar. La cultura vocacional es una cultura donde se anuncia la belleza del matrimonio cristiano, la riqueza del compromiso laical en la vida pública, la originalidad de la vocación consagrada, la necesidad de la vocación sacerdotal. En definitiva, necesitamos fomentar la cultura vocacional.
9º Dar a la pastoral un alma vocacional y fomentar una organización vocacional de comunión.
La dimensión vocacional es hoy la dimensión más significativa de toda propuesta pastoral. La sensibilidad creyente confirma la bondad de una antropología vocacional. Y esta antropología vocacional se asienta en la antropología del don. La antropología del don tiene un carácter profético en un mundo que muchas veces se asienta en una globalización de la indiferencia. “Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe”. (EG 54)
Para que la pastoral tenga un alma vocacional necesitamos fomentar una organización pastoral de comunión y de colaboración entre distintos sectores pastorales. En el Servicio pastoral vocacional nacional (SPVn) participan la Comisión para los Laicos, Familia y Vida (con las Subcomisiones de Familia y Vida y de Juventud), la Comisión para el Clero y Seminarios (con la Subcomisión de Seminarios), la Comisión para la Vida Consagrada, la Comisión de Misiones y Cooperación con las Iglesias, Confer y Cedis. De la misma manera, en cada diócesis ha de organizarse un Servicio de Pastoral Vocacional diocesano (SPVd) de manera análoga y teniendo en cuenta las características de cada lugar.
El Servicio de la CEE ayudará a trabajar los 4 itinerarios desarrollados en el Congreso:
1. Palabra: un Dios que, por pura iniciativa de su amor, nos llama
2. Sujeto: una vocación personal que configura la identidad
3. Misión: que da un horizonte de sentido en la entrega de la vida en una dimensión de la misión
4. Comunidad: Origen y lugar donde se complementan todas las vocaciones es la Iglesia, donde se ora se discierne y se abordan las llamadas de la misión en el mundo
Algunas propuestas:
- Cuidar a quienes ya realizan un camino vocacional;
- cuidar el nacimiento y crecimiento en la fe, base de cualquier respuesta vocacional;
- insertar la cuestión vocacional en las propuestas educativas, catequéticas y de Pastoral con Jóvenes.
- ofrecer acompañamiento personal.
- organizar jornada de oración, retiros y ejercicios espirituales.
- tener un momento anual especial: Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y de Vocaciones Nativas (IV domingo de Pascua);
- otros momentos eclesiales como Jornadas vocacionales específicas (familia; vida consagrada; seminario/ sacerdocio; laicado; misión);
- proponer Jornadas formativas mixtas (presenciales y online) sobre cultura vocacional y sobre vocaciones específicas;
- impulsar procesos formativos en acompañamiento y discernimiento;
- organizar Encuentros intervocacionales e intergeneracionales;
- compartir materiales y buenas prácticas;
- tener presencia en las redes sociales y en medios de comunicación.
- Y de manera muy concreta proponemos organizar un Encuentro postcongreso por diócesis, con el Obispo al frente, convocando a las distintas realidades eclesiales, para recoger y pensar cómo transmitir lo vivido en el Congreso, dar forma al “Servicio diocesano de Pastoral Vocacional” y definir sus primeros pasos tras el Congreso.
10º Promover en la Iglesia la urgencia vocacional y misionera
Conscientes del carácter vocacional que mueve toda la vida cristiana y promoviendo todas las vocaciones estamos haciendo posible que la llamada al envío misionero sea secundada. Los que hemos participado de este Congreso somos embajadores de este compromiso. Nos gustaría hacer de nuestra Iglesia una Iglesia vocacional y misionera. Este es un compromiso urgente que hoy llega a nuestras familias, barrios y parroquias, pueblos y ciudades, congregaciones e instituciones apostólicas, diócesis y organismos eclesiales, pero, sobre todo, es una llamada a todos los que hemos podido vivir esta fiesta del Espíritu.
En Jesús hemos sido bautizados en el Espíritu Santo y en el fuego. No lo olvidemos nunca. El Señor arde de amor por todos, sin excluir a nadie, y quiere que todos nos contagiemos este fuego vivo para poder contagiar a otros. Ese fuego es la evangelización a la que como bautizados hemos sido convocados, que no es otra cosa que llevar al mundo el fuego que Jesús vino a traer a la tierra. Él nos ilumina con su presencia y su poder y, sólo así, nos convertimos en fuego que calienta e ilumina a todos los que encontramos. La Iglesia misionera es una Iglesia vocacional. Estamos llamados a transmitir el fuego vocacional.
Nos hemos congregado en torno a una pregunta: ¿para quién soy yo? Ya sabemos la respuesta. Sabemos que el que nos la da, da la vida por nosotros y nos envía el Espíritu Santo para que podamos vivir la respuesta. ¿Para quién soy? para el Señor en los hermanos.